27 ene 2010

PATRIOTAS DE PACOTILLA

Algo que he escuchado en la radio me ha hecho recordar que, no hace mucho, se publicó la noticia de que la Hacienda española reclamaba a Arantxa Sánchez Vicario la suma de 400 millones de pesetas; parece ser que el motivo de la reclamación tenía que ver con las dudas de que la residencia de la tenista, a efectos fiscales, estuviera o no en Andorra. Dicho sea de paso, sospechosamente la noticia no obtuvo excesivo relieve o eco mediático.

El caso me hizo pensar —como, supongo, a muchos de los que se enteraron— sobre la cuestión del patriotismo. Vaya por delante que este concepto no se halla entre los resortes que activan mis estímulos vitales; de patrias y patriotismos centralistas me saturé en épocas pretéritas, lo que supuso una vacuna ante más recientes o presentes influencias periféricas que, con otras banderas, pretenden que tales conceptos sean aceptados y asumidos por los ciudadanos. Yo paso, aunque creo que tengo derecho a opinar.

Supongo que el patriotismo es algo así como la mística de la pertenencia; el patriota se siente perteneciente y vinculado a ese ente que llama patria y sublima el vínculo: la patria por encima de todo (o de casi todo). El patriota ama su patria, se siente orgulloso de ella, venera sus símbolos (la bandera, el himno, etc.), si es necesario la defiende a capa y espada y, desde luego, no tolera que nadie la mancille. Pero patria no deja de ser un concepto abstracto, por lo que es posible, incluso si se es un gran patriota, que las personas tengan percepciones o sentimientos diferentes para concretar su significación o para precisar qué se encierra en tal concepto.

Dejando de lado los particularismos y tratando de encontrar una significación simple y amplia a la vez, se podría decir que la patria es el país o nación en el que uno ha nacido y al que, normalmente, pertenece legal y administrativamente. Insisto en que me olvido de las circunstancias especiales que podrían contradecir lo anterior; vamos a lo más común o habitual.

Pero, ante la precedente definición, qué es lo que al patriota le hace sentir el amor o veneración por la patria. ¿Serán cuestiones físicas, es decir, la geografía de su país (los ríos, los valles, los mares, las montañas, el clima, la vegetación, etc.)? ¿Serán sus habitantes, es decir, la forma de ser o el carácter de sus conciudadanos? ¿Será su historia y tradiciones, donde puede entrever sus raíces y los fundamentos de su personalidad? ¿Será la grandeza o la miseria propias del lugar que su país ocupa en el mundo? ¿O será todo esto y, probablemente, más cosas a la vez? Cada uno tendrá su propia respuesta y todas serán válidas; cada cual tiene derecho a establecer sus preferencias o criterios en esta cuestión.

En mi opinión, que, reitero, no es la de un patriota, la patria no es otra cosa que el conjunto de realidades sociales, económicas, culturales, institucionales y legales del estado al que, por nacimiento, pertenezco. O sea, para mí, patria y estado son términos sinónimos; por supuesto, prefiero emplear estado, por las connotaciones que tienen los términos patria y patriotismo, de lo que hablaré a continuación.

En cambio, parece que los patriotas diferencian muy bien los conceptos patria y estado. Asumiendo que toda generalización resulta injusta, he observado que en los que parecen más patriotas (o en los que presumen de ello) se produce un fenómeno curioso. Mientras que no pierden ocasión para ensalzar la patria y, así, dar muestras inequívocas de su patriotismo, no tienen ningún pudor en denostar al estado (sobre todo, si está gobernado por no afines a su propia ideología) y, desde luego, no sienten el menor escrúpulo cuando tratan de evitar el pago de los impuestos a los que las leyes del estado les obliga. Tampoco disimulan su desprecio por todos aquellos ciudadanos que no opinan como ellos, a los que, por supuesto, no consideran que pertenecen a «su patria». Es decir, tienen interiorizado que en el concepto estado entran todos, pero en el de patria sólo los que son como ellos. O sea, los patriotas han hecho una reducción del concepto amplio y abstracto de patria al mucho más reducido y concreto de «su patria» o, lo que es igual, al de la patria que a ellos les gusta o les gustaría.

Por eso consideran que «su patria», agradecida al patriota por el amor que éste le profesa, no le demandaría el pago de impuestos que el estado le exige: la patria se daría por satisfecha con sus muestras de patriotismo. Además, piensan que «mis impuestos pueden ir a beneficiar a los no patriotas, ¡lo que me faltaba!». Es como si los patriotas se consideraran con derecho a establecer su propio código en cuanto a obligaciones con el estado al que pertenecen y, por otro lado, con derecho a discriminar o a seleccionar qué ciudadanos tienen derecho a formar parte de «su patria». Los patriotas así son el paradigma del sectarismo y de la insolidaridad, por tanto, el patriotismo que fomenta tales actitudes no puede ser bueno. Sí lo sería si estimulara la solidaridad con todos los conciudadanos, el respeto a la forma de pensar de los demás, el respeto a todas las leyes del estado y, sobre todo, el pago de los impuestos que a cada cual le corresponde.

Después de leer esto, supongo que el lector se habrá percatado de que, en mi opinión, sólo se puede ser un verdadero patriota si se pagan religiosamente los impuestos. Estoy seguro de que habrá muchísimos que lo hagan así, pero que también es muy corriente que los que más alardean de su patriotismo son los más rácanos o los que más se escaquean a la hora de pagar los impuestos. Estos son otro tipo de patriotas: los patriotas de pacotilla.