2 dic 2013

DE BUENOS Y MALOS

En mi entrada DEMOCRACIA DIRECTA, entre otras muchas cosas (el artículo es bastante extenso), hablaba de lo bueno y lo malo, reduciendo mi opinión a que son conceptos subjetivos. Me reafirmo, aunque ahora me voy a referir a ellos cuando se aplican a las personas; o sea, voy a hablar de personas buenas y personas malas.

Listo: ¡Jo!, una de sociología. ¿Cómo te ha dado por esto?, Julio.
Julio: Pues me hizo pensar un reportaje que vi en la tele, en el que hablaban de las personas que en estos tiempos difíciles se ocupan, supongo que desinteresadamente (en términos económicos), de ayudar a los que lo están pasando peor, colaborando en asociaciones sin ánimo de lucro que tratan de obtener alimentos y otros bienes de primera necesidad para repartirlos, después, entre los más necesitados. En estos días se habla mucho de estas personas solidarias. 
L: Sí, yo también he visto cómo los jubilatas, como no tienen otra cosa que hacer, colaboran en los bancos de alimentos y cosas así.
J: ¿Como no tienen otra cosa que hacer? Mira que eres lelo. ¿No se te ha ocurrido pensar que lo hacen porque, simplemente, son buenas personas?
L: Vale, sí, no lo pongo en duda. Pero, bueno, tampoco es para llevarlos a los altares. También lo hacen porque tienen tiempo libre.
J: Naturalmente que tienen tiempo libre. Pero, hay otros muchos, muchísimos, que también lo tienen y en cambio prefieren estar en casa viendo la tele, jugando a la petanca, al mus, paseando... 
L: ...O filosofando frente al ordenador, ¿no?
J: No jeringues y escucha. A mí me parece que todas esas personas de las que hablo deben de ser buenas personas, entendiendo como tales, sin meterme en berenjenales, a las que propenden a hacer el bien a los demás. Es la gente buena; los buenos.
L: ¿Estás diciendo que solo algunos jubilatas son la gente buena de este mundo?
J. No, hombre, no. Son solo un ejemplo de buenas personas. Pero, afortunadamente, hay muchíííísimas más.
L: Pues, a juzgar por cómo están las cosas, no deben de ser mayoría.
J: Pues ya ves, listillo, soy de los que creen que hay mayoría de buenos. En mi opinión, los buenos representan, al menos, el 51 por ciento de las personas. Y en esto, como en otras cosas, de la cantidad sale la calidad.
L: Pero, ¿de dónde sacas eso? ¿Hay alguna estadística? No inventes...
J. No, no invento. Lo que digo es que, igual que hay buenos, hay malos. O sea, también hay personas que propenden a hacer el mal, directa o indirectamente. Por eso, la historia y devenir del ser humano está plagada de actos humanos buenos y malos, o lo que es igual, de lo hecho por las buenas y por las malas personas que han pasado por este mundo (o siguen en él). Y es indudable que las acciones de los buenos han representado o representan mejoras sociales, mientras que las de los malos han supuesto o suponen retrocesos en lo que podríamos llamar el bienestar social. Es decir, unos, los buenos, hacen que mejoren las cosas, y los otros, los malos, que empeoren.
L: Pues me parece que ganan los malos por goleada, porque ahora estamos de puta pena.
J: Es posible que en este momento del partido, en algunos sitios, estén ganando los malos, como han estado ganando en otros momentos de la historia. Pero este partido es muy largo; fíjate, parece que empezó en la prehistoria y nadie sabe cuándo terminará. Así que lo que esté pasando en este preciso minuto, en una determinada parte del terreno de juego, no es significativo para el resultado final (si es que hay final). Lo que es indudable es que, fijándonos en nuestra sociedad, por lo que sabemos de la historia y de nuestra época, ahora estamos mejor que hace 100 años, mucho mejor que hace 500, infinitamente mejor que hace 1000, etcétera, ¿o no? Lo que quiero decir es que el ser humano está avanzando, si bien es verdad que, de vez en cuando, da pasos hacia atrás, aunque es posible que estos retrocesos le permitan, después, coger breada y avanzar y sobrepasar rápidamente lo desandado. Y así es la historia del ser humano: tres pasos para adelante y uno o dos para atrás; pero, afortunadamente, el resultado de ese desordenado, a veces caótico, discurrir de la humanidad a través de su historia es el avance de la civilización.
L: ¿Y qué tiene que ver esto con lo de los buenos?
J: No entiendes nada, listillo. Es la mayoría de buenos, en cantidad y calidad, lo que hace que el conjunto de los seres humanos avancen, aunque con desigual ritmo y eficacia dependiendo del continente. Dicho de otra forma, las fuerzas del bien, los buenos —o sea, los que son como los jubilatas de los que hablaba al principio—, históricamente, están ganando a las del mal, los malos. Aunque en algunos momentos, no pocos, los que hayan ganado o ganen fuesen o sean los malos.

Y hablando de malos, no puedo evitar mencionar al inefable comunicador Federico Jiménez Losantos, al que, tras el programa en que vi a los jubilatas solidarios, vi también en la tele; le preguntaban por los excarcelados a raíz de la sentencia de Estrasburgo. ¡Dijo unas cosas...! No dudo de que este sujeto sea inteligente y culto, pero creo que es muy malo; tremendamente malo. En los momentos históricos en que la gente como él es mayoría es cuando las sociedades sufren retrocesos. Confío en que no estemos en uno de esos momentos... y, si estamos, que dure poco.

17 nov 2013

LOS SINDICATOS


Listo: Supongo, Julio, que estás al tanto del lío de las basuras en Madrid. Me gustaría saber qué opinas.
Julio: Pues, lógicamente, de ese conflicto sé lo que dicen los medios de comunicación; o sea, que los trabajadores de las empresas a las que el Ayuntamiento de Madrid concedió la recogida de basuras y limpieza de la ciudad están desde hace casi dos semanas de huelga y que, por eso, la ciudad está de pena. También, según he oído, que parece que al día de hoy, domingo, el conflicto está, afortunadamente, en vías de solución porque los sindicatos han alcanzado un acuerdo con las empresas concesionarias para poner fin a la huelga.
L: Vale, pero eso ya lo sabemos todos. Lo que quiero saber es qué opinas del conflicto en sí y de la actuación de los huelguistas y, más en concreto, de la actitud de los sindicatos. No me negarás que han causado un gran problema a los ciudadanos, ¿no?
J: Por lo que dices, tú ya has sentenciado: los sindicatos son los culpables. Me parece que decir eso es frivolizar. Habría que conocer los entresijos contractuales de estas concesiones para poder determinar quién o quiénes han sido los culpables, y, por otra parte, conocer cómo han gestionado las empresas el servicio que el Ayuntamiento les asignó, y cómo ha actuado o debiera haber actuado este.
L: Es que, para mí, la cosa está clara: si las condiciones económicas que deben afrontar las empresas no les permiten obtener beneficios no tienen más remedio que rebajar costes, es decir, tienen que reducir gastos de personal, reduciendo plantilla y los salarios.
J: Eres un fenómeno, listillo. Lo tienes clarísimo; casi igual de claro que lo tenían las concesionarias: más de 1000 personas al paro y una reducción salarial del 40 por ciento a los que mantengan el empleo. Asunto solucionado, y que nadie proteste porque, si no, cerramos y eso es peor.
L: Pues así son las cosas, Julio. A mí tampoco me gustan esas soluciones, pero el empresario tiene la sartén por el mango.
J: Bueno, bueno, no creas. Los trabajadores, cuando se unen y utilizan con inteligencia los resortes que les proporciona la ley, también pueden asir el mango y manejar la sartén como consideren conveniente. La prueba es que la solución a la que se ha llegado parece que es mucho menos mala que la que proponían las empresas: ningún trabajador a la calle, aunque les reducirán algo la retribución.
L: Es verdad, pero no me negarás que han utilizado métodos de presión ilegales, como nos han mostrado los medios de comunicación. Así no vale.
J: ¿No va a valer? Ante el planteamiento empresarial inicial, vale casi todo. Aparte, no creo que los trabajadores hayan actuado, mayoritariamente, de forma ilegal. Puede que haya habido algún hecho aislado condenable, pero, por lo que he visto, creo que, en general, lo que ha pasado en Madrid con el lío de las basuras ha sido aleccionador: para los empresarios, porque habrán aprendido que no pueden hacer lo que les dé la gana, y, para los trabajadores, porque habrán constatado que la unión hace la fuerza. Para mí, ha sido un triunfo de los trabajadores y, por supuesto, de los sindicatos.
L: ¡Joder con los sindicatos! Después de lo que estamos sabiendo sobre ellos... No me negarás que las imputaciones de sindicalistas en el caso ERE de Andalucía y otras acusaciones por utilización inadecuada de dinero público que estamos conociendo por la prensa son para repudiarlos, ¿no?
J: Sobre lo que dices y si las cosas son como parecen, realmente merecen una dura y áspera crítica. Aquí a los que meten mano a la caja de los fondos públicos hay que darles caña sin contemplaciones; espero que la Justicia hable contundentemente y que el peso de la Ley caiga sobre los que la han transgredido. Ahora bien, en lo de las basuras ¡chapó! Creo que los sindicatos han hecho lo que deben y han cumplido con su fundamental misión, que es la de proteger los derechos de los trabajadores. Ya te digo, me ha parecido ejemplar.
L: O sea, ahora te has convertido en aguerrido sindicalista. Así que decías en tu post IZQUIERDAS Y DERECHAS del pasado mes de marzo que, para los de izquierdas, los sindicatos son imprescindibles.
J: Pues claro que sí, listín. Y te voy a decir más. Creo que habría que universalizar la afiliación de los trabajadores a los sindicatos, modificando, así, el esquema de su financiación y algunos de los fundamentos actuales de estas organizaciones.
L: ¿Universalizar? Lo que nos faltaba. Ya te veo venir. A ver, a ver, explícate.
J: Mira, chaval. Que los sindicatos son imprescindibles no es cuestionable. Espero que a los que pudieran dudar, lo de las basuras les haya abierto los ojos. Los únicos que pueden estar en desacuerdo con esto son los empresarios más retrógrados; pero eso es normal y no merece la pena tratar de analizarlo. Así que, para lo que te voy a decir, es necesario que no pierdas de vista la premisa fundamental: los trabajadores, todos, necesitan de las organizaciones sindicales.
L. Bueno, si tú lo dices... Sigue, sigue.
J: La segunda obviedad es que los sindicatos necesitan financiación para su funcionamiento. Ahora los financiamos todos a través de nuestros impuestos; las cuotas de sus afiliados no les llega ni para pagar las facturas de sus móviles.
L: Claro, se conoce que los emplean mucho para quedar entre ellos y organizar las comilonas que se pegan.
J: No digas chorradas... y atiende. Otra premisa es la de que, como existen bastantes organizaciones sindicales, cada trabajador tiene derecho a elegir el sindicato que desea que le represente, que es al que quedaría "adscrito"; no afiliado (ya no habrían afiliados)
L: Menos mal, pensé que lo que querías proponer es volver al «verticalismo».
J: Nada de eso, Listo. Lo que quiero decir es que los sindicatos deberían financiarse mediante la aportación obligatoria de todos los trabajadores. Sí, sí, obligatoriamente y por todos. O sea, igual que, actualmente, a los asalariados se les deduce en la nómina su aportación a la Seguridad Social y al Desempleo, se les dedujera también lo que se podría denominar la «Cuota sindical», que podría ser recaudada por la misma vía que las otras mencionadas aportaciones actuales. Previamente, cada trabajador tendría que haber establecido a qué sindicato desea que le lleguen sus cuotas; o lo que es igual, a qué sindicato queda adscrito. O sea, por lo que acabo de decir, la «Cuota sindical» será de naturaleza finalista.
L: ¡Joder!, Julio. Lo que nos faltaba. Otra deducción más en nuestras nóminas. Creía que estabas de parte de los trabajadores.
J: ¡Pues claro! Por eso digo lo que estoy diciendo. Porque lo que planteo es que los sindicatos se integren mucho más en el tejido socio-laboral del Estado, jugando un rol más institucional por derecho propio. Que los viéramos como podemos ver a la Agencia Tributaria o a la Seguridad Social, pero preservando su total independencia del resto de poderes públicos. Lo que no me parece aceptable es su papel actual, que tiene rasgos de chiringuito de los trabajadores afiliados, lo que se contrapone con su función general en el mundo del trabajo; esto me parece absurdo.
En cuanto al coste para los trabajadores y como ya te he dicho, hay que tener en cuenta que ahora también todos los trabajadores contribuyen a la financiación de los sindicatos; lo que pasa es que no se hace de forma directa, salvo los afiliados; ahora se hace vía impuestos sin que la voluntad del trabajador cuente a la hora de repartir los fondos a cada organización sindical.
L: No sé, chico. No acabo de ver las ventajas de tu planteamiento.
J: Pues a mí me parecen clarísimas. Se conseguiría lo siguiente:
·       Que, por definición, los sindicatos estuvieran al servicio de todos los trabajadores, eliminándose la absurda distinción actual entre afiliados y no afiliados. Al no haber afiliados, se simplificarían los aparatos brocráticos de las organizaciones sindicales, reduciéndose, por tanto, sus costes administrativos. Así que la tarea de los sindicatos se desarrollaría, casi íntegramente, en los centros de trabajo en el apoyo directo a los trabajadores y en la realización de la acción sindical.
·       Que hubiera un mecanismo objetivo para cuantificar los fondos a transferir desde la Administración a cada una de las organizaciones sindicales para su financiación, evitándose, así, la peligrosa discrecionalidad actual de las asignaciones. El dinero que les llegaría sería, exactamente, el que hubieran determinado los trabajadores.
L: ¿Y crees que así no podrán meter la mano a la caja?
J: Ese riesgo siempre existe cuando hay una caja y los controles son poco rigurosos; pero esto es harina de otro costal. Lo que sí es de este es que si se establecieran unos parámetros adecuados, recogidos por ley, para que las cuotas sindicales fueran ajustadas y suficientes, deberían desaparecer otros flujos de dinero hacia los sindicatos, como es el caso de lo que los gobiernos (central y autonómicos, según creo), de forma más o menos discrecional, dan para «formación», que me parece que son las bolsas de dinero en las que, según dicen (no lo sé), no resulta difícil meter la mano. O sea, los sindicatos recibirían una única aportación cuya cuantía, repito, la determinarían los propios trabajadores.
L: Vale, pero ¿quién los gobernaría? ¿Cómo se elegiría a su cúpula dirigente? Porque, ahora, en su entorno de afiliados, ellos se lo guisan y ellos se lo comen.
J: Así es. Y eso, por el carácter general que tienen, no me parece correcto. En cada sindicato, los dirigentes deberían ser elegidos por todos los trabajadores que lo tuvieran designado como receptor de las cuotas sindicales. Habría que ver cómo podría afectar al censo las cuestiones de territorialidad. Y las elecciones, a poder ser, por internet. Que cada sindicato se monte el procedimiento. Hoy no tiene que resultar complicado desarrollar el sistema, que, naturalmente, debería ser supervisado por el Gobierno.
L: ¡Vaya! Ya ha salido el Gobierno. ¿Qué papel le asignas en esta movida?
J: Pues un papel muy secundario. Solo como supervisor, censor, controlador, vigilante, garantizador de la legalidad, etcétera, de lo que se considere conveniente. Por supuesto, dejando más que claro que, en su función básica, los sindicatos deben ser totalmente independientes del Gobierno y de la Administración, con la que solo se relacionarían para la canalización del dinero procedente de las cuotas sindicales de los trabajadores. 
L: No sé, no sé. Me da en la nariz que estos cambios que sugieres no tienen mucho fundamento y además podrían suponer bastante lío. ¿Ya lo has pensado bien?, Julio.
J: Pues, la verdad, no. Como estamos en un domingo sin fútbol y la tarde está desapacible para andar por ahí, me he entretenido contándote todo esto.
L: ¡Joder!, Julio. Me quitas un peso de encima. Pero me podías haber advertido o, en todo caso, haber dado la vara a otro. Me has dejado sin siesta, ¡hostia!
J: Oye, que has empezado tú.

COMENTARIO ULTERIOR
Hoy, 25-11-2013, una semana después de haber escrito esto, he leído que Cándido Méndez, en una intervención pública que tuvo ayer en Las Palmas de G.C., ha sugerido, en relación con la cuestión de la financiación de los sindicatos, que podría ser conveniente establecer un «canon sindical» obligatorio para todos los trabajadores. ¿Habrá leído este post?
La noticia se puede leer aquí.

OTRAS ENTRADAS DEL BLOG

29 oct 2013

REBAÑABLES


Por aclarar la palabreja del título, debo decir que deriva del sustantivo rebaño, no del verbo rebañar. El adjetivo que me ha salido hace referencia a una, digamos, tendencia de muchas, muchísimas, personas a, en lo intelectual o ideológico, agruparse y comportarse como un rebaño; o sea, a dejarse conducir o a someterse como lo hacen las ovejas ante las indicaciones del pastor o de sus perros.  Es decir, creo que forma parte de la condición humana mostrar cierta propensión o buena disposición a seguir las consignas, pautas o instrucciones de aquellos a los que se considera líderes o tienen un papel relevante en lo social, político-ideológico, religioso, científico, artístico, etc. Por eso hay tantos «pastores»; les resulta relativamente fácil encontrar o formar su propio «rebaño».

El tradicional y más experimentado terreno en el que se han movido los «pastores» ha sido el espiritual o religioso. Tan es así que, en ese ámbito, los términos pastor y rebaño no se utilizan metafóricamente, sino que han tomado carta de naturaleza; incluso, al díscolo o al que no obedece al pastor lo denominan «oveja descarriada» con toda naturalidad. Y a los fieles o creyentes no les importa que, en conjunto, los consideren como un rebaño; lo tienen asumido y no les parece mal.

En otros órdenes de la vida el pastoreo no es tan fácil y el rebaño tan dócil, pero también se evidencia la rebañabilidad de las personas. En concreto, en lo que podríamos considerar el espacio de la política, hay una gran propensión de buena parte de los ciudadanos al seguidismo de las ideas que les inculcan los «pastores», que, principalmente, desde los púlpitos de los medios de comunicación tratan de impregnar a sus «fieles» del barniz ideológico necesario para influir en su posicionamiento y, así, condicionar y dirigir su comportamiento, con el propósito de que se asuman sus mensajes y se sigan sus consignas. Unas veces, para influir en el voto de la ciudadanía y, otras, simplemente para conseguir adhesiones a lo que propugnan los «pastores» en relación con los temas de debate social.

En realidad, esto no debería considerarse como malo o negativo per se, porque si lo que hicieran los «pastores» fuera informar o formar, es decir, hacer pedagogía sobre el asunto en cuestión, aportando razonamientos y argumentos que, aunque estuvieran condicionados por el inevitable subjetivismo de todos los que defienden o propugnan sus propios posicionamientos, no tuvieran otro objetivo que el de hacer llegar al ciudadano la opinión del «pastor» para tratar de conseguir adhesiones, sería legítimo e, incluso, positivo. Sería exponer un punto de vista de forma didáctica. Luego, los ciudadanos, a través del tamiz de las tendencias y preferencias de cada cual, será libre para hacer o no caso al «pastor».

Pero lo malo de algunos, no pocos, «pastores» es que cuando se dirigen a su potencial rebaño  utilizan el «todo vale» para elaborar sus mensajes y consignas con tal de conseguir la adhesión de los «rebañables». Si, para tal fin, la verdad resulta incómoda, se omite; si la mentira resulta útil, se miente; si la injustificada descalificación puede influir, se descalifica; si conviene el insulto, se insulta; si la exageración ayuda, se exagera, etc. Y así es como estos «pastores» elaboran sus «homilías» y discursos. Naturalmente, con esa falta de escrúpulos, el mensaje resulta categórico, contundente y, obviamente, convincente, sobre todo para los intelectualmente más dóciles, es decir, para los «rebañables».

Sin entrar en la cuestión, creo que una muestra evidente de lo que he dicho ha sido lo que hemos escuchado o leído en algunos medios de comunicación a consecuencia de la reciente sentencia del Tribunal de Estrasburgo sobre la doctrina Parot. Sin el mínimo rigor y con abyectos argumentos, se ha criticado y denostado al expresidente Rodríguez Zapatero (al que cualquier día le acusarán de matar a Manolete), a los órganos jurisdiccionales españoles que han intervenido en la excarcelación de la etarra beneficiada, al propio tribunal sentenciador e, incluso, al presidente Rajoy. La ocasión era propicia para dar caña y los «pastores» se han ensañado. ¡Qué ricos!

Pero lo malo es que los «rebañables» se han creído todo lo que estos indecentes «pastores» han dicho. ¡Pobres!

22 oct 2013

EL «APAÑO» YA NO SIRVE

De un tiempo a esta parte, están chirriando los engranajes del aparato que soporta la actividad político-social en España; a medida que pasa el tiempo suenan con más estruendo. Parece que sus piezas y materiales (aparato institucional y ordenamiento jurídico) están desgastados o deteriorados, y, por otra parte, el lubricante (la clase política) se muestra inservible, o sea, no desempeña su función con la eficacia deseable.
 
La Constitución, la monarquía, la corrupción política, el control sobre los partidos y sindicatos (en especial, sobre sus cuentas), la organización territorial del estado y la racionalización de las competencias en sus diferentes niveles (local, provincial, comunidad y estado), la justicia, y, lo más reciente, las iniciativas independentistas en Cataluña son algunos de los temas problemáticos que, en los últimos tiempos, han suscitado intensos y ásperos debates (que continúan) en nuestra sociedad; qué decir del modelo social (sanidad, educación dependencia, etc.) o de la regulación laboral. Las opiniones son muy variadas y dispares; es decir, hay para todos los gustos, por lo que no hay, en absoluto, consenso social sobre cómo remediar los problemas. Solo hay unanimidad en que «hay que hacer algo»; el Estado se encuentra en una situación de inestabilidad que requiere una reformulación de sus bases porque hay riesgo de desplome. Sobre esto sí parece que hay un consenso generalizado.
 
Y yo me sumo a ese consenso. Creo que, como dicen algunos, en España se requiere una «segunda transición». Salvando las abismales distancias existentes entre lo que pasó tras la muerte de Franco y lo que pasa ahora, hay dos aspectos comunes en ambas situaciones, a saber: 
  • Descontento social generalizado. Por el simple hecho de la existencia del régimen dictatorial, en el franquismo, y, en la situación actual, por lo ya apuntado en el segundo párrafo de este escrito.
  • Graves heridas sin cicatrizar en amplios sectores sociales, debido a actuaciones criminales precedentes. Por el aparato represor de la dictadura, en un caso, y por ETA, en el otro.
La historia de la transición de la segunda mitad de los setenta es muy amplia y densa (se ha escrito mogollón), pero si hubiera que resumir en una palabra lo que ocurrió o cómo se desarrolló yo emplearía PRAGMATISMO. Es decir, todos los agentes políticos, económicos y sociales que intervinieron o influyeron en remediar aquella situación se juramentaron para, dejando de lado u olvidándose de parte de sus particulares intereses, de las ganas de revancha, de rencores y demandas, establecer entre todos una especie de plan de mínimos que sirviera para que en España se estableciese un régimen democrático, al menos, como he dicho, de mínimos. Creo que se consiguió con bastante éxito, teniendo en cuenta que la situación no era nada fácil.
 
En términos coloquiales, se podría decir que en la transición (en la primera) hubo un pragmático «apaño»; resultó exitoso, pero fue un «apaño». Y como tal, hay que asumir que no se fundamentó en bases sólidas y duraderas, como es comprobable por lo que he dicho al principio. Y parece que ha llegado la hora de revisar el «apaño» y, una vez que en la generalidad de la ciudadanía está asentado el convencimiento de que para resolver los conflictos político-sociales no hay otra senda que la democrática y la del fortalecimiento del concepto «estado de derecho», es necesario reforzar (no digo derribar) lo hecho en los últimos 35 años; o sea, revisar, recomponer y reconstruir los pilares básicos del Estado, para lo que es necesario rehacer la Constitución.
 
Y para esto, de nuevo es necesario que en todos los agentes implicados se imponga el PRAGMATISMO. Por una parte, es necesario echar la vista atrás y tomar como referencia los comportamientos de quienes intervinieron e influyeron en la redacción de la Constitución de 1978; pero, por otra parte, la experiencia de su vigencia y el conocimiento de cómo ha resultado debe servir para que en esta «segunda transición» no haya «apaño». Quiere esto decir que se necesita una nueva Constitución no de compromiso, no para salir del paso. Se necesita una nueva Constitución para el siglo XXI, sin hipotecas del pasado, con la mirada puesta en el presente y en el futuro, teniendo muy en cuenta cómo ven las cosas los de la generación de Ada Colau o Albert Rivera, más que cómo las ven los de las de Felipe González o José María Aznar.
 
Y para que esto sea posible, lo mismo que en 1978, algunos deberán tragarse sus rencores, reprimir sus ansias de venganza y olvidarse de tendencias revanchistas. Suena duro, pero es necesario. Se requiere, además de pragmatismo, buenas dosis de generosidad; la resignación también puede ser útil. Hay que empezar de nuevo sin mirar al retrovisor de los agravios; como en 1978, pero con más perspectiva de futuro. 

Ya sé que no resultará fácil, pero se debería intentar; al menos, ahora no tenemos, creo, un estamento militar vigilante y constriñente que condicione a la sociedad, especialmente a los políticos.


29 ago 2013

HABLEMOS DE FÚTBOL (instructivo)


Listo: Con lo que te gusta el fútbol, estarás contento, Julio. Ha comenzado la liga y, encima, el Athletic ha ganado sus dos partidos; estáis, ex aequo, en cabeza de la clasificación.

Julio: Pues sí, por las dos cosas que dices estoy contento, aunque me temo que el Athletic, por lo que le he visto, pronto se va a descolgar del pelotón de cabeza; es normal, ¿no?

L: No sé, tú sabrás, que, según dices, eres muy entendido. Por cierto, en tu post «GOLES SON AMORES...», del ya lejano 2009, exponías la teoría de que, más o menos, en el fútbol los únicos que valen son los que marcan goles; al final decías que ya desarrollarías los fundamentos técnicos en que te basabas para hacer esa —para mí muy simplista— aseveración. ¿Por qué no hablamos sobre esto?

(Me parece que este listillo me quiere buscar las cosquillas; ¡se va a enterar!)

J: ¿Por qué no?, ricura; ¿por dónde empezamos?

L: Pues, si quieres, por cómo ves el fútbol como deporte.

J: A mí me parece que es un deporte bastante simple. Cualquiera, ya desde niño, puede jugar al fútbol sin necesidad de tomar lecciones o clases, como ocurre con otros deportes. Así como —hablando de los que se juegan también con una bola— al tenis o al golf (más en este que en aquel) es casi imprescindible recibir clases para alcanzar un nivel aceptable como simple aficionado, o sea, es necesario que te enseñen (de lo contrario el proceso de aprendizaje se puede prolongar por muchos años), a jugar al fútbol se aprende casi por mimetismo; es decir, fijándose en cómo juegan los buenos. En mi opinión, al fútbol se puede ser autodidacta. Naturalmente, siempre viene bien, sobre todo a los niños que empiezan, que haya quien les aconseje sobre algunos elementales aspectos técnicos, lo que seguro que resulta provechoso, pero creo que, sobre todo, se aprende y evoluciona con la práctica.

En suma, considero que la práctica del fútbol está al alcance de casi todos y, por otra parte, es, relativamente, de fácil aprendizaje.

L: ¿Quieres decir que cualquiera podría ser futbolista de primera división?

J: ¡Qué pregunta! ¡Claro que no! Yo hablaba del fútbol como deporte para practicarlo como aficionado. Otra cosa es la práctica profesional del fútbol, es decir, los requerimientos para ser futbolista. Para esto, se necesita, en primer lugar, afición y ganas, después y muy importante, determinadas condiciones físicas, y, por último, talento.

L: Has dicho que lo primero que se requiere es afición y ganas.

J: Sí, majete. Cumpliendo un nivel aceptable de los otros dos aditamentos (condición física y talento), estoy convencido de que el que a los 14 años, por convicción propia o porque alguien cercano se empeñe, si aporta grandes dosis de afición y ganas podría conseguir ser futbolista profesional; no digo que el que se lo proponga pueda llegar a estrella, pero sí a un cierto nivel. He conocido algún caso. Por contra, el que no tenga afición ni ganas de sacrificarse, por muy buenas condiciones que tenga, no tendrá sitio en el campo profesional.

L: No sé, no sé... Me parece que es mucho decir; si fuera así tendríamos a muchísimos padres incentivando a sus hijos para que el fútbol ponga remedio a las dificultades económicas de las familias.

J: ¿Y qué crees? Pues de los que dices hay a porrillo. Y si no te lo crees, date una vuelta los domingos por la mañana por los campos en los que hay competición en las categorías infantiles y juveniles. Verás con qué intensidad viven los partidos los padres de los que juegan.

L: Bueno... y de las condiciones físicas que se requieren, ¿qué me dices?

J. De lo físico, yo citaría cuatro aspectos: rapidez, velocidad, coordinación y fuerza. Los dos primeros son conceptos que se confunden, aunque, para mí, son diferentes.
L: Vamos por partes: rapidez.

J: A mi entender, la rapidez consiste en la celeridad de movimientos, lo que permite reaccionar con anticipación ante las contingencias del juego. El ejemplo actual de la máxima rapidez es Messi, que, entre otras, tiene la cualidad, en las disputas de balón, de meter el pie siempre unas centésimas de segundo antes que los adversarios lo que le permite hacerse con con la pelota o mantenerla.

L: Velocidad.

J: Está claro. Es la velocidad en el desplazamiento, con o sin balón. También Messi es muy veloz, sobre todo conduciendo el balón, si bien, como ejemplo de jugador veloz, yo citaría a Cristiano Ronaldo, que corre como un gamo.

L: ¿Qué me dices de la coordinación?

J: Diría que es la capacidad para colocar el cuerpo en la posición adecuada según las circunstancias; es muy importante en los goleadores, que se ven obligados, generalmente, a rematar a gol estorbados por los adversarios o en situaciones de dificultad por la posición del balón. También pondría a Cristiano como ejemplo actual de excelente coordinación; otro sería el Villa de antes de su grave lesión.

L: Y, por último, hablando de las condiciones físicas, la fuerza.

J: Por decirlo de alguna forma, es la condición atlética del futbolista La fuerza debe hacerse patente, sobre todo, en las piernas. Por eso, el jugador fuerte tiene la facultad de aferrarse con sus pies al suelo de tal manera que resulta muy difícil desplazarlo por procedimientos reglamentarios. También la fuerza se demuestra en los choques o contactos con los adversarios. Creo que se entiende si menciono a Sergio Ramos como ejemplo de jugador fuerte. Otros, con un aspecto menos atlético que el que he mencionado, pero que podrían servir como ejemplo de jugadores fuertes, podrían ser los bajitos Muniain o Iniesta. Otro ejemplo muy gráfico de jugador fuerte sería el del brasileño Ronaldo, ¡a ver qué defensa lo desplazaba cuando estaba en el área del rival!

L: Y, tras lo físico, el talento.

J: Es la inteligencia aplicada al fútbol; es lo que permite al jugador que tiene el balón en sus pies elegir siempre la mejor opción. También es la cualidad que permite al jugador estar siempre en el lugar adecuado; en esto, Raúl es y ha sido un maestro. También cualquiera de los de la línea media del Barça, Iniesta, Xabi y Busquets, son un ejemplo de lo que digo; Alonso, del Madrid, podría ser otro buen ejemplo.

L: Bueno, Julio, has dado un repaso a lo que es el fútbol, hablemos ahora, si te parece, de los goleadores.

J: Espera, que, para que no se me olvide, tengo que hablar de otro de los aspectos importantes que deben tener los jugadores profesionales. Me refiero al talante; o sea, la actitud, voluntad o disposición que debe mostrar el buen futbolista para esforzarse durante los 90 minutos de cada partido. El que no sude la camiseta, aunque en otras cosas sea excelente, tendrá un bajo rendimiento.

L: Dicho queda. Vayamos, que ya tengo ganas, a tu teoría de que solo son buenos los que meten goles. Entonces, para ti ¿qué mérito tienen el portero, los defensas, los pivotes, los medios de enganche, los destructores del juego del adversario... y los restantes miembros del equipo que no meten goles? ¿No valen para nada?

J: Vamos por partes; y no jodas atribuyéndome lo que no he dicho. Lo primero que debo decir es que para uno como yo, que de chaval hice mis pinitos jugando al fútbol y que pronto fui consciente de que no tenía mucho futuro en este deporte (me faltaba rapidez y velocidad), todos aquellos que llegan a practicarlo de forma profesional gozan de mi máximo respeto, además de que los valoro y los admiro. Precisamente porque soy consciente de que son capaces de lo que yo no fui. Así que tenlo muy presente y no me toques... las narices.

L: Oye, que no soy yo; eres tú el que solo valoras a los goleadores.

J: Lo que digo es que, como sabrás, Listo, el objetivo en el fútbol no es otro que meter goles en la portería del adversario. Y que eso no es tarea fácil, y lo puedes constatar si ves los resultados de cada jornada. La media por partido no creo que sobrepase el número de tres. En un partido de fútbol gusta ver hábiles regates, veloces carreras conduciendo el balón, cortes defensivos contundentes y valientes, hacer «bicicletas» y «caños», pegarla de tacón, etcétera, pero esas cosas no computan en el resultado del partido; en este solo se cuentan los goles. ¿De acuerdo?

L: Sí, pero no me negarás que para que unos metan los goles, otros trabajan en funciones menos lucidas y, muy importante, en tareas para evitar que el adversario marque. Porque de nada sirve meter goles al adversario si este mete más.

J: Qué listo eres; me epatas, tío. Naturalmente, todos los miembros de un equipo son importantes y todos tienen su misión, que, en muchos casos, no es la de marcar goles. El más claro es el portero, que, para mí, no es, en términos estrictos, un futbolista, porque juega más, o de manera más decisiva, con las manos. Pero es muy importante, importantísimo —que se lo pregunten a los culés después de los dos partidos de la supercopa—, aunque yo lo valoro menos porque los que me gustan son los futbolistas, o sea, los que juegan casi exclusivamente con los pies.

L: Vale, vale... ¿Y qué dices de los defensas? Esos sí son futbolistas.

J: Pues se pueden decir muchas cosas. Lo primero, que hay que admitir que es más fácil destruir que construir. Grosso modo, el defensa tiene como misión principal evitar ocasiones de gol del equipo contrario, y para eso corta y despeja los balones que, conducidos o disparados por los adversarios que merodean su área, puedan resultar peligrosos. Pero en los cortes y despejes lo principal es alejar el balón, si es con dirección a un compañero, mejor, pero no es imprescindible. Muchas veces el patadón defensivo es lo más eficaz, y cuanto más lejos vaya el balón, mejor. Está bien la finura, pero se aprecia y valora más la contundencia. O sea, listillo, en la línea defensiva está la tarea más rudimentaria del fútbol y, por tanto, la más fácil. Esto no quiere decir que no haya defensas finos, excelentes futbolistas, que, además de hacer bien su función destructiva, marcan goles; estos son los que, para mí, son realmente buenos. Y te diré otra cosa; hay muchísimos casos de buenos jugadores que empezaron de delanteros, en concreto, de extremos, porque eran bastante rápidos y veloces, pero no lo suficiente, por lo que con el tiempo fueron retrasando su posición hasta jugar, y con buenos resultados, de defensas laterales. Te podría hablar de varios. Por tanto, insisto, cuanto más atrás se juegue más fácil resulta. Y otra cosa más, para que te enteres: el que es capaz de hacer lo difícil (meter goles) hará con muchísima más facilidad lo fácil (despejar balones); aunque jamás lo podrás comprobar, imagina qué defensa central sería Cristiano Ronaldo.

L: La verdad, no me lo imagino haciendo «bicicletas » en su propia área frente al delantero rival. Pero dejemos esto. Siguiendo con el repaso de líneas, los de la media tampoco te parecen buenos, ¿no?

J: Solo si meten un número aceptable de goles. El medio que no meta, por lo menos, la media docena en una liga, para mí deja mucho que desear. Eso no quiere decir que no considere «buenos» a los excelentes «distribuidores» que todos tenemos en mente, pero, a mi entender, para ser «buenos de verdad»  hay que marcar. Por darte algún nombre que te suene, citaré a Pirri, del Madrid, que marcó nada menos que 170 goles en liga, y al guaperas Julen Guerrero, del Athletic, que solamente en partidos de liga metió más de 100 goles; ambos eran centrocampistas, ¡pero de los buenos!

Porque está muy bien jugar en la zona cómoda del campo, en la que la presión es mucho menor que en las áreas, dando pasecitos y lanzando balones para que los de delante corran y se dejen los cuernos ya en el área rival. Los que se dedican a eso quedan como Dios, todos les alaban y casi nunca fallan goles (porque no están donde se pueden fallar). Mira, te hablaré de dos casos muy singulares de jugadores que jugaban en esa cómoda demarcación y estaban considerados como buenos o muy buenos: Villar, del Athletic, hoy presidente de la Federación, y Milla. El primero era fijo en la selección en los tiempos de Kubala; Milla jugó en el Barcelona y en el Madrid. Pues, tío, el 80 por ciento de sus pases eran para atrás, ¡no fallaban nunca!, y encima estaban bien considerados. No lo sé, pero aseguraría que, durante el tiempo que jugaron en primera división, no marcarían, entre los dos, más de una decena de goles. Pues por mucho que les alabaran, para mí eran poco menos que taruguetes. Desde luego, del montón.

L: Joder, Julio, cómo eres. Pero, bueno, vayamos ya a los delanteros y dime de una vez por qué valoras tanto a los goleadores.

J: Mira, chaval. El goleador tiene un don especial que le permite hacer lo que los demás son incapaces: marcar. Suelen ser los delanteros centro o los que, no siéndolo específicamente, juegan por esa demarcación; de estos, Messi y Cristiano Ronaldo son el paradigma. Los goleadores son los que tienen que bregar en el área del rival, que, normalmente está infestada de tíos fuertes que, sin contemplaciones, empujan, meten el pie, agarran, pegan y hasta escupen o dicen cosas poco agradables sobre la madre de los delanteros que se atreven a introducirse en su parcela. Pero, además, los goleadores (especialmente los delanteros centro) en no pocas ocasiones reciben el balón de espaldas a la portería del rival, mientras los implacables defensas le hacen todo lo que acabo de decir. Y en esas condiciones, tienen que controlar la pelota, darse la vuelta e intentar marcar; si lo consiguen, es como un milagro, por eso lo valoro.

Es que, como te decía, meter un gol es muy difícil, por eso los que tienen el don de poder hacerlo con frecuencia son realmente los mejores. Y para tener ese don hay que tener buenas dosis de todas las cualidades del buen futbolista que he enumerado al principio. Si hubiera un procedimiento para evaluar o medir el nivel de rapidez, velocidad, coordinación, fuerza, talento y talante de cada jugador podríamos establecer una clasificación con criterios objetivos de todos los jugadores de una competición, pero como esa medición es imposible tenemos que recurrir al único medidor objetivo que hay: los goles que marca cada uno; que hay que considerarlos como el resultado de la aplicación del conjunto de las cualidades citadas.

Por eso, yo creo que el único baremo o criterio objetivo válido para establecer el valor de un futbolista es el número de goles que marca en una competición de ciclo completo, como es la liga. En la liga española pasada, el mejor jugador fue, sin duda, Messi, porque fue el que más goles marcó. Y no lo hubiera sido si no los hubiera marcado, por muchos regates que hubiera hecho, o por muchas carreras que se hubiera dado con el balón en los pies sorteando o dejando atrás a los rivales. Y Cristiano fue el segundo mejor porque quedó el segundo en el Pichichi. El día que ambos dejen de meter goles o metan pocos, dejarán de ser los mejores, por mucho que nos regalen «bicicletas», «caños», paradas de balón imposibles u otras virguerías.

L: Goles, goles... solo goles; está claro que es lo único que valoras. Pero, yo he escuchado a muchos periodistas, de los entendidos, hablar de la «calidad» como referente de la valía de los jugadores. Tú ni la has nombrado.

J: Me lo temía, ya ha salido lo de la dichosa calidad. Entérate bien, chavalín; el sustantivo calidad sirve para hablar de los materiales, de los tejidos y cosas así. Para los futbolistas existe el término «clase» para referirnos a ese inconcreto atributo que tienen los excelentes futbolistas. Es difícil explicar qué es la «clase» de un futbolista, si bien, yo diría que es la consecuencia de tener grandes dosis de una de las cualidades físicas que ya he citado; me refiero a la coordinación. En otras palabras, la «clase» se evidencia en la estética del futbolista, o sea, en lo bonito que lo hace. No sé si me entiendes, pero estoy seguro que los que saben de fútbol, sí. Ahora bien, se puede tener mucha «clase» pero si no tienes las otras cualidades, o sea, si, por ejemplo, no eres rápido y veloz, poco podrás hacer. Desde luego, si tienes mucha clase y no metes un puto gol, mejor que te dediques a otra cosa.

L: ¿No exageras?, Julio

J: No exagero ni esto. Convéncete, Listo. El único medidor fiel de la valía de un futbolista es el «gólmetro», lo demás son zarandajas de los periodistas deportivos, que son, en general, de puta pena (en especial un tal Roncero); así que no hagas caso a lo que dicen esos. Hazme caso a mí, listillo, y aprenderás.

L: Me ha gustado lo del «gólmetro»; lo utilizaré los lunes en los comentarios de la oficina.

(Qué capullo; me ha tenido más de dos horas con este asunto... y mira con lo que se ha quedado. Si digo yo... con este no hago carrera)

28 ago 2013

LA DEUDA SOCIAL


Listo: Hola, Julio. He leído tu post de hace unos meses IZQUIERDAS Y DERECHAS en el que incluyes una especie de catálogo ideológico que, a modo de test, según tú, serviría para que los que lo necesiten verifiquen si su forma de ver las cosas se acomoda a los estándares ideológicos de la izquierda o de la derecha. Yo he hecho el ejercicio y... bueno, admitiré que no está mal. Pero, tengo una curiosidad: en la casilla de la columna “Para la izquierda” de la fila «Empresario» dices «... por lo que debe interiorizar que está en deuda permanente con la sociedad», y en la siguiente fila, en la misma columna, mencionas el concepto «deuda social». No había oído este concepto y no tengo claro cuál es su significado, por lo que te tengo que preguntar qué es para ti la deuda social.
 
Julio: Pues significa algo muy importante y, desde luego, la clave para configurar una verdadera política de izquierdas.
 
L: A ver, a ver...explícate.
 
J: Efectivamente, el empresario tiene que asumir que está en deuda permanente con la sociedad porque todo lo que consiga y haya conseguido en su función empresarial (que no suele ser poco) lo debe a la sociedad de la que, tenlo muy en cuenta, se sirve, repito, de la que se sirve.
 
L: Bueno, bueno, Julio, ya empiezas... Dices que se sirve de la sociedad, pero no me negarás que el empresario también la sirve —y mucho—, principalmente porque le proporciona productos y servicios y genera empleo, contribuyendo, por tanto, al bienestar y al progreso de la sociedad. ¿O no?
 
J: Vale, tío. Eso es verdad, por eso, precisamente, tener el privilegio de ser un actor importante en el desarrollo de la sociedad en que está es uno de los aspectos que le coloca en la posición de «deudor social». ¿O es que no es un privilegio el poder sentirse admirado y reconocido en la sociedad en la que le ha tocado vivir? ¿Y a quién se lo debe?
 
L: ¡Joder, macho! ¡Vaya teoría! Visto así todo el que tenga un papel socialmente destacado debería pedir poco menos que perdón porque se lo debe a la sociedad en la que está inmerso; y aquí incluyo a los intelectuales, artistas, dirigentes políticos, deportistas, comunicadores, etcétera, de éxito.
 
J: Hombre, pedir perdón, no. Pero asumir que todo se lo debe a la sociedad en la que está, sí, y, por tanto, que está en deuda permanente con ella.
 
L: Entonces, ¿para ti no tienen importancia atributos tales como talento, esfuerzo, imaginación, sacrificio, dedicación, trabajo... y cosas así que son los que generalmente adornan la personalidad de los triunfadores?
 
J: Claro que todos esos atributos son meritorios y los valoro, pero no me negarás que, en los respectivos cometidos de cada uno de esos triunfadores, todos están obligados a revertir a la sociedad al menos una parte importante de lo que ellos son capaces y los demás no. Los intelectuales estarán obligados a aportar conocimiento y directrices; los artistas, su arte; los dirigentes, una honesta y eficaz gestión; los deportistas, sus triunfos; los comunicadores, objetividad y claridad,... Y así todos los que hayan alcanzado un estatus social preponderante y que gozan del reconocimiento social. Es decir, entre los triunfadores, por un lado, y el conjunto de la sociedad, por otro, se establece un canal para el flujo de satisfacciones compensatorias en ambos sentidos; si este flujo se rompe (porque el triunfador deja de aportar), desaparecerá el reconocimiento social y, por tanto, la consideración, ventajas y prerrogativas del estatus de triunfador.
 
L: No sé, no sé. No te enrolles, Julio, y volvamos a los empresarios. Si estamos de acuerdo en que aportan a la sociedad productos y servicios y generan empleo, ¿no te parece suficiente?
 
J: Efectivamente, aportan productos y servicios y, lo más importante, los puestos de trabajo. Y como se deduce del test que ha dado lugar a esta conversación, en la nómina que paga regularmente, es decir, en los sueldos y salarios de sus trabajadores, está la materialización del pago de «deuda social» del empresario.
 
L: O sea, te parece poco las deudas con sus proveedores, con la Seguridad Social y con Hacienda, que vas tú e incorporas al pesado zurrón empresarial de su tradicional pasivo el concepto «deuda social». Como lean esto se van a descojonar.
 
J: Pues no deberían; ni tú, listillo, tampoco te lo deberías tomar a broma. Porque de lo que hablamos es una cuestión más importante de lo que parece. Me explico. Aunque a ti no te suene el concepto que nos ocupa, la «deuda social» realmente es algo asumido y que se tiene en cuenta en cualquier sociedad avanzada. No es otra cosa que la contribución de cada ciudadano al mantenimiento del bienestar de la sociedad a la que pertenece. Una parte muy importante se liquida a través del sistema impositivo. que, generalmente, se basa en un esquema progresivo, de modo que los que más ganan o tienen paguen, proporcionalmente, más que los que menos ganan o tienen; y, en esto, casi todos estamos de acuerdo porque la mayoría de la sociedad tiene asumido que es lo justo. Otra parte es el pago de las cargas sociales de los asalariados y sus empleadores. Y, además, en el caso de los empresarios, otra parte de su deuda social es la justa retribución a sus trabajadores, y aquí está el quid de la cuestión.
 
L: Bien, ¿y...?
 
J: La cuestión está en que mientras los impuestos y las cargas sociales están perfectamente regulados por las leyes, en las retribuciones al trabajo hay menos rigidez normativa. Por tanto, la tendencia del empresario, generalmente, le lleva a, aprovechándose de esta flexibilidad, pagar lo menos posible, porque, lógicamente, este gasto minora directamente sus beneficios empresariales, y estos, los beneficios, son el principal objetivo empresarial al que el empresario subordina todo lo demás. Es decir, hablando en general, para el empresario el beneficio es su único y principal objetivo, por lo que cuanto mayor, mejor. O sea, cuanto menor sea el importe de la nómina que paga, mejor para él.
 
L: Vale, Julio, pero eso es normal. ¿O no es legítimo que el empresario quiera ganar lo más que pueda?
 
J: Pues no, no me parece legítimo ese planteamiento. Debe ganar, sí, pero un beneficio razonable, no lo máximo que pueda. Y esa razonabilidad del beneficio debe estar condicionada por el pago de su «deuda social». O sea, en mi opinión, el empresario debería asumir que una vez retraído su «beneficio razonable» y lo que considere que deba destinar a las inversiones ampliatorias de la empresa, el resto del beneficio empresarial debería ir al pago de la «deuda social», es decir, a la retribución complementaria de sus trabajadores.
 
L: Muy bonito, diría que celestial. Pero, ¿no te das cuenta, Julio, que has introducido el concepto «beneficio razonable» que es algo totalmente impreciso y ambiguo por lo que es imposible de cuantificar? Tu planteamiento es inconsistente.
 
J: Ya lo sé. Por eso, este planteamiento es imposible de llevar a efecto en estos tiempos, con nuestro actual marco jurídico y con nuestros esquemas económicos. Pero sobre todo, y esto es lo importante, por la percepción social que se tiene de la empresa y, más en concreto, del empresario. Determinados sectores han sido muy eficaces al impregnar la sociedad de la creencia de que el empresario —ahora le llaman emprendedor— es una figura benefactora socialmente porque genera empleo. Y eso nos ha llevado a asumir la idea de que todo lo que haga el empresario para ganar dinero es legítimo y cuanto más gane, mayor es su reconocimiento social. Por ejemplo, ¿cómo se considera en España a Amancio Ortega, posiblemente el empresario español de mayor éxito, a juzgar por la fortuna que ha amasado?
 
L: Pues, obviamente, se le admira, como es lógico.
 
J: Estoy de acuerdo, se le admira y casi se le venera. Es el prototipo de triunfador porque, según parece, partiendo de inicios muy humildes ha llegado a formar un imperio empresarial y a ser uno de los más ricos del mundo. En otra época, el modelo a seguir fue el de Mario Conde, basado, aquel, en el pelotazo, pero que también gozó de gran reconocimiento y prestigio social. O sea, ahora como antes, asumimos sin miramientos lo de «tanto tienes, tanto vales».
 
L: Pues, sí, Julio, nos gustan los triunfadores; es normal.
 
J: Vale, listillo. Pero después de lo que te he dicho, ¿crees que Ortega ha pagado justamente la deuda social que le hubiera correspondido? ¿No crees que debería haber destinado una mayor parte de sus beneficios empresariales a la retribución de los trabajadores de sus empresas? Puede que, en parte, esto lo podría haber llevado a cabo con el simple hecho de no deslocalizar los centros de producción de los artículos que vende su red comercial. Si no se hubiera llevado sus centros de producción a latitudes en las que la mano de obra está tirada y los hubiera mantenido en España, a cuyos ciudadanos vende una parte importante de su producción, y hubiese pagado salarios justos y en consonancia con la evolución de los beneficios empresariales, su fortuna actual sería menor, pero habría cumplido mejor con su responsabilidad con el pago de su «deuda social». ¿O no? ¿Eh?, listillo. ¿Qué me dices sobre esto? ¿Merece o no la pena tener en cuenta lo de la «deuda social»?
 
L: Hombre, visto así, puede que tengas algo de razón...
 

(Me parece que no le he convencido; este Listo se ve todas las tertulias de «El gato al agua» y le cae bien el inefable Carlos Cuesta de 13tv. No tiene remedio)
3-11-2017. COMENTARIO ULTERIOR: En junio 2017, el granadino Raúl Berdonés, presidente ejecutivo del Grupo Secuoya, resulto ganador de la XV edición del Premio Nacional Joven Empresario. Hoy he leído que en una reciente entrevista manifestó que el principal valor que debe adornar a un empresario para alcanzar el éxito es «saber devolver a la sociedad lo que la sociedad te ha dado a ti». La frase ha sido resaltada en la prensa.
 
Creo que este joven empresario estará de acuerdo con lo que hace más de cuatro años escribí en este post.