28 mar 2017

LISA SIMPSON (2)


Esta es la segunda entrega de la ficción sobre la vida de Lisa Simpson ya adulta. Contiene el capítulo II. Si te interesa la historia, conviene que empieces a leerla por el principio, o sea, por aquí

CAPÍTULO II. Inicios laborales y otras experiencias

Aparte del episodio del aborto, el paso por la universidad resultó apasionante y muy gratificante para Lisa.  Aunque su principal interés estuvo en el aprendizaje y enriquecimiento intelectual, se preocupó mucho de entablar buenas relaciones con los demás estudiantes para que no se reprodujeran los rechazos que soportó en la primaria de Springfield; así que hizo muchos y muy buenos amigos (de ambos sexos).

A los 23 años se graduó con un expediente brillantísimo. Se compró una coquetona toga para la ceremonia de graduación, a la que, entusiasmados y orgullosos, asistieron todos los de la familia: Marge, sencilla pero elegantísima (seguía exhibiendo un tipazo); Homer, aunque seguía engordando consiguió enfundarse un vistoso chaqué que completó con sombrero de copa (Marge había fracasado en su intento de convencer a Homer para que llevase un
atuendo más normal); Bart, con chupa de cuero y vaqueros; Maggie, convertida ya en una guapísima jovencita, luciendo tipazo con un llamativo vestido azul que estrenaba, que, pese a la oposición de su madre, destacaba por sus raquíticas dimensiones —por el contrario, Homer estaba encantado: «Es mi hija», decía con orgullo a todos lo que veía cómo la miraban—, y el abuelo Abraham, en silla de ruedas por estar convaleciente de una reciente caída que había tenido al tratar de acceder por una ventana al Hogar del Jubilado (por una apuesta con un compañero). También asistió un buen grupo de sus amigos de la primaria, que, junto a otros allegados de la familia (incluidos el señor Burns, Krusty el payaso, el jefe de policía Wiggum, Ned Flanders y el jardinero Willie), habían alquilado un autobús para asistir a la ceremonia y a las posteriores celebraciones. Aparte de tener que soportar, de buen grado, las ridículas memeces de su padre y las abundantes lágrimas de su emocionada madre, Lisa disfrutó mucho; fue un día inolvidable.
Tras la graduación, Lisa claudicó ante la insistente petición de su madre de que volviera a Springfield, aunque fuera temporalmente. «Pero viviré con las gemelas», le dijo Lisa, que, aunque se mostró reticente ya sabía del interés de su madre, por lo que tenía previsto volver; por eso se las había arreglado para conseguir de las gemelas Terry y Sherry, compañeras de Bart en la primaria, que le hicieran sitio en casa de ellas, que desde hacía un año se habían independizado de sus padres.
Así que Lisa volvió a vivir a Springfield, donde se incorporó a la escuela de primaria —en que estudió de niña— como adjunta del señor Skinner, que continuaba siendo el director. Solo estuvo un curso porque recibió una interesante oferta de trabajo para incorporarse en la capital del estado a un despacho de abogados que, naturalmente, aceptó. También le animó a dejar su ciudad natal la noticia de que Milhouse tenía intención de volver a Springfield aunque no había conseguido la graduación. «A este hijoputa no quiero ni verle», se dijo una vez más.
El nuevo trabajo en la capital le agradó. La situaron en el departamento de «Fusiones y Adquisiciones» en el que enseguida se hizo casi una experta. En los dos primeros años ya tuvo algunos éxitos profesionales que le proporcionaron gran reconocimiento de los socios propietarios del despacho y cierto prestigio en los medios profesionales. Se estaba haciendo un nombre, pero su trayectoria ascendente no tenía reflejo en sus ingresos.  Realmente, no le preocupaba mucho, nunca había sido ambiciosa ni el dinero era una preocupación importante para Lisa. Pero, Grace, la despampanante secretaria del socio-director del despacho, con la que había hecho gran amistad, se ocupaba, siempre que había ocasión, de hacer ver a Lisa que la estaban explotando, o sea, que no le pagaban como merecía.  Al principio, Lisa, con un «Qué cosas dices, Grace», no le hacía mucho caso, pero la insistencia de Grace tuvo su efecto. El caso es que Lisa, impulsada por Grace, cuando ya llevaba tres años trabajando en el despacho, a sus 27, se atrevió a solicitar al socio-director del despacho un aumento de sueldo.  Con un áspero «No tengas tanta prisa, Lisa, que aún eres muy joven» se la quitó de encima el experimentado director. Lisa acusó el golpe. Y como no estaba del todo satisfecha con los métodos que empleaba la firma para la que trabajaba (los escrúpulos no estaban bien vistos) decidió que debía explorar otros ámbitos laborables donde la experiencia y conocimientos adquiridos fueran más útiles para el sector más desfavorecido de la sociedad; no como en el despacho, en el que solo defendía intereses de empresarios y «tiburones» financieros. “Me enfrentaré a ellos”, se dijo con determinación.
Tras dejar el despacho, no le costó mucho encontrar la tarea que buscaba. Se integró en un grupo de abogados que había adquirido cierto prestigio defendiendo a gente humilde en la que se cebaba el inmisericorde capitalismo. “Desahucios y despidos” puso en la puerta del humilde despacho compartido con Jimmy —un desarreglado pero con cierto atractivo joven (33 años) abogado— en la destartalada sede del grupo. Y así inició una intensa y gratificante etapa profesional que le proporcionó muchas alegrías e innumerables sinceras muestras de agradecimiento de sus defendidos. Pero muy pocos ingresos. Tuvo que abandonar su coqueto apartamento en el centro mudándose a otro de la periferia, que compartió con otras dos abogadas de su estilo: Estefany, la gorda, y Laura, una simpática morenita hija de mejicanos inmigrantes. Aunque cada una disfrutaba de su propia habitación, a Lisa no le hacía mucha gracia la falta de intimidad propia de la convivencia obligada. Pero lo soportó bien el primer año; en el segundo ya se produjo algún roce con Estefany, la gorda, aunque la sangre no llegara al río.
Por el contrario, la relación con la morenita Laura fue mejorando hasta el punto de que se hicieron uña y carne. En ese clima, una noche, estando Lisa y Laura solas en el apartamento, la morenita preparó unos tacos mejicanos para cenar. Laura los solía preparar con frecuencia adaptándolos al gusto de Lisa, es decir, a base de vegetales. Es verdad que con frecuencia incluía trocitos de pollo, que Lisa, aunque los percibía, se los comía muy a gusto saltándose así su régimen vegetariano habitual.
«Están riquísimos» le dijo Lisa mientras, sentada a la mesa de la cocina, masticaba el que estaba a punto de engullir y se llevaba otro a la boca. Laura, de pie junto a Lisa, con un brillo especial en sus ojos, le contestó con un «Los he preparado con amor», mientras rodeaba con su brazo los hombros de Lisa, a la vez que presionaba con su cadera uno de los brazos de Lisa. El contacto y el tono de aquellas palabras hizo que Lisa clavara su mirada en los ojos de Laura a la vez que, con la boca semiabierta y ocupada por un buen pedazo de taco, esbozara algo parecido a una sonrisa. No acertó a decir nada; solo se le ocurrió poner su mano libre sobre la de Laura en un gesto de cariño. Laura se apretó más al brazo y con la mano atrajo hacia sí y con delicadeza el rostro de Lisa; esta se dejo hacer y, sin casi darse cuenta, notó que la lengua de Laura se mezclaba en su boca con los restos del taco que estaba comiendo. Tampoco supo cómo llegaron a la cama de Laura ni cómo se desvistió. El caso es que, durante más o menos una hora, Lisa yació entre los brazos y piernas de Laura... y disfrutó. Disfrutó y sintió como nunca había disfrutado y sentido. El máximo placer le llegó cuando, en su éxtasis, percibió que Laura con suavidad y entre besos y caricias deslizó su cuerpo desnudo por entre las sábanas hasta situar la cabeza junto a los muslos de Lisa, buscando con la boca la vulva de esta en la que introdujo con nerviosa pasión la lengua. Lisa, entre gemidos y lágrimas, experimentó el primer orgasmo de su vida.

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26 mar 2017

LISA SIMPSON (1)



No sé si algún día los creadores y guionistas de la insuperable serie televisiva LOS SIMPSON decidirán someter a sus personajes al paso del tiempo; es decir, si veremos cómo envejecen Marge y Homer y cómo se van haciendo adultos Lisa, Bart y la bebé Maggie. En algunos episodios de la serie hemos podido ver a Lisa y Bart ya creciditos –en alguno Lisa aparecía como presidenta de USA— pero siempre como una fantasía incrustada en la trama. Obviamente, la gracia de esta serie está en que, por la edad de sus protagonistas, los hechos, anécdotas y aventuras que se relatan afectan a todas las edades; si envejecieran los protas los guionistas tendrían que hacer abuelos a Marge y Homer para no dejar sin niños la serie. No creo que veamos esto; la serie está muy bien como está.
Pero a mí me gustaría saber qué será de Lisa cuando se haga una mujer. Porque Lisa es la única aprovechable de la familia. Homer es un impresentable, una calamidad, y a buen seguro que con los años será peor; no tiene remedio. Marge, aunque es muy buena persona y el pilar de la familia, tiene el imperdonable pecado de haberse unido –y, además, estar enamorada— al tarambana de su marido, por lo que con el paso de los años lo único que le podría pasar es que se desengañara y que fuera consumida por el desamor; bueno, también se podría liar con el vecinillo Flanders, lo cual seguro que daría bastante juego en la serie. En cuanto al hijo, Bart, me temo que, como su padre, tampoco tiene remedio; seguro que, con el paso de los años, superaría a Homer en obesidad y cretinez. A mí siempre me ha parecido que con el paso del tiempo “las virtudes se diluyen y los defectos se agudizan”.
Pero de Lisa, que es la joyita de la familia, se puede esperar todo... y mucho bueno. Por eso, me propongo hacer un ejercicio de futurología para saber qué puede ser de ella. Así que, situándome en el año 2050, cuando pongamos que Lisa cumpla los 50, me dispongo a hacer un imaginario repaso retrospectivo a las principales vivencias que tendrá esta “cerebrito”, por si se cumplen las expectativas que presenta ahora que es una prometedora niña.
Como no sé lo que voy a contar —la historia irá saliendo a medida que avanzo—, pero como supongo que me puedo alargar, voy a dividir la historia en capítulos. Aquí va el primero. 
CAPITULO I – La universidad y un problema
En 2018, ya con 18 años, con un brillante expediente en la primaria y secundaria de Springfield, Lisa se matriculó en una prestigiosa universidad de una ciudad relativamente cercana. Por su predisposición a ser útil a la sociedad, por su compromiso con la justicia y la razón, por su gran capacidad intelectual y por su evidente fluidez verbal, se decantó por estudiar Derecho. Sus padres la animaron y apoyaron, entusiasmados con la idea de llegar a tener una afamada abogada en la familia. Su hermano Bart solo acertó a decirle "Dabuten, Lisa, seré uno de tus más asiduos clientes; espero que me apliques la tarifa familiar". Su hermanita Maggie, que adoraba y sentía gran admiración por Lisa, se sintió muy apenada al saber que se iba a separar de su hermana mayor.
Llena de ilusión, Lisa hizo la maleta y se fue a vivir a una residencia de estudiantes ubicada en la zona universitaria. Por cierto, Milhouse, en el que con el tiempo se había afianzado una casi patológica admiración por Lisa, ya convertida en amor pasional (exacerbado por las constantes calabazas y expresos rechazos de la joven), a la vez (con 20 años) abandonó su trabajo de dependiente en el badulaque de Springfield y se matriculó también en la misma universidad, donde fue admitido por los pelos gracias a una eficaz gestión de Flanders (a la sazón, amigo del piadoso director de la facultad). Así que Lisa y Milhouse compartieron también la universidad, ella con gran brillantez y él evidenciando sus limitaciones intelectuales. Se veían de vez en cuando pero no se relacionaban mucho porque Lisa procuraba evitar los encuentros. A Lisa le agobiaba la sumisión reverencial de su amigo y sus constantes, siempre que se veían, insinuaciones amorosas.
Ya a los 20 años, de la joven Lisa, sin que tuviera un físico llamativo, se podía decir que estaba de buen ver; era una chica guapa y de buen tipo, eso sí, algo bajita. Pero su inteligencia, simpatía y buen talante cubrían de sobra sus limitaciones físicas, que, como he dicho, no eran en absoluto acusadas. Lisa era lo que se dice una joven resultona y, sobre todo, muy agradable en el trato. Vestía con gusto, pero nunca se puso tacones; su relativamente baja estatura no le tenía, en absoluto, acomplejada. Continuaba siendo vegetariana.
En la fiesta de fin de curso del año 2020, en la que sorpresivamente (para ella, no para él) coincidió con Milhouse, Lisa se excedió con el alcohol (no estaba acostumbrada a tomar). Milhouse, que no se le despegó en toda la tarde, se las arregló para que Lisa buscara en él el amparo y remedio para su sobredosis etílica. Lisa se dejó llevar y acabó sin bragas en los brazos de un ardiente Milhouse, que no desaprovechó la ocasión (¡pues no tenía ganas!). Así que Lisa perdió su virginidad en un desván de la residencia de estudiantes; ni se enteró de lo que le pasó, aunque sí relacionó durante unos cuantos días un dolor vaginal sobrevenido con el recuerdo del crispado rostro de Milhouse (sin gafas) en rítmico movimiento acompasado de jadeos y repulsivos sonidos guturales.  El episodio se le aclaró cuando unas semanas más tarde leyó el diagnóstico de la exploración ginecológica a que se sometió al notar la segunda falta: estaba embarazada.  “Ni loca tengo yo un hijo de este capullo”, se dijo con decisión y reiteradamente en cuanto cayó en la cuenta. Se las arregló para abortar sin decir nada a nadie de su familia ni de su entorno cercano (mucho menos al “causante”). “Y al gafotas este de los cojones no le vuelvo a dirigir la palabra… ¡ni a ver!”, se dijo, también con decisión, tras someterse al aborto.

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