18 feb 2017

LA VENGANZA DE LAS JUEZAS


Listo: ¿Qué, Julio? ¿Qué te ha parecido el fallo judicial del caso Nóos?
Julio: Pues una putada para la infanta Cristina. ¡No hay derecho...! Si el tribunal hubiera estado formado por hombres y hubieran fallado como lo han hecho estas tres juezas los habrían puesto a parir; como poco los habrían tildado, con toda la razón, de retrógrados machistas. Pero como eli tribunal estaba formado por mujeres...
L: Pero, Julio, ¿qué dices? Si, salvo la multa, la han absuelto, y a su marido, Iñaki Urdangarín, le han cascado 6 años y 3 meses. Me parece que no te has enterado... te estás haciendo viejo.
J: Sí me he enterado, sí. Es el tema del día en los medios, y, ya sabes, yo suelo estar informado de la actualidad. El que me parece que no se ha enterado eres tú, Listo.
L: A ver, Julio, explícate.
J: Pues está claro. Todos sabemos que Cristina está locamente enamorada de Iñaki —no hay más que ver cómo lo mira— y que, seguro, le hubiera gustado, hubiera deseado, compartir con su maridito excitantes momentos inéditos en la vida de ambos. Pero no la han dejado. ¡Hay que ser malas!
L: ¿Quieres decir que Cristina hubiera preferido que la hubiesen condenado a la pena de cárcel? ¡Joder, tío, qué mal te veo!
J: Naturalmente. Es que no te das cuenta de que, aparte de lo del amor, Cristina e Iñaki se casaron por la Iglesia y eso marca. Seguro que Cristina tiene grabado aquello que le dijo a Iñaki en la ceremonia: «...prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida...». Y en una hija de reyes esas palabras no se dicen solo porque sean parte del rito. No, Listo. Aunque tú no lo entiendas, en los de sangre azul esa promesa determina el comportamiento.


L: Pues no sé si su padre también dijo la frasecita cuando se casó en Atenas, pero, si así fue, parece que se le olvidó pronto.
J: Deja al padre tranquilo, hombre. Además, como, por lo de las religiones de los contrayentes, Juan Carlos y Sofía tuvieron dos ceremonias, seguro que se la saltarían, para abreviar y no alargar demasiado la movida. Pero, bueno, esto no es importante, así que no nos desviemos. Lo importante es la gran putada que le han hecho a Cristina estas juezas de Mallorca.
L: Y dale con Belmonte. ¡Cómo dices eso!
J: Porque es la verdad. Es que, hasta este maldito juicio, Cristina e Iñaki eran una pareja de cuento de hadas. Ya ves, por mucho que se haya evidenciado el delito de Urdangarin, Cristina insiste en la inocencia de su marido; es normal, se dice que el amor es ciego. Y te voy a decir más. Pensando en que los podrían encarcelar a los dos, estoy seguro de que la infanta habrá mojado las sábanas más de una vez soñado con los ardientes vis a vis, alternos, de los que podría disfrutar con su esposo si también ella estuviera encarcelada. Esas cosas les ponen mucho a los ricos y poderosos, Listo. Tú, como perteneces al vulgo, no puedes experimentar esas sensaciones superiores. ¡Ah, el amor...! ¿No te dan envidia, Listo?
L: Supongo que has dicho «vis a vis alternos» porque estás pensando en que los podrían tener una vez en la cárcel de ella y otra en la de él, y así muchas veces, ¿no?
J: Pues claro, listillo. Lógicamente, siendo quienes son, es seguro que tendrían algunos privilegios durante el tiempo que estuvieran entre rejas. Eso lo entiende cualquiera. La verdad, a mí también me gustaría estar en ese trance.
L: ¡Jo, Julio! Me parece que hoy te has excedido en tu dosis de cubatas.
J: No te pases, listillo; que es mediodía y yo hasta la noche no los pruebo. A ver qué van a pensar los que lean.
L: Pues es que no entiendo...
J: A ver cómo te lo explico. Tú sabes que a Urdangarín le han condenado por haberse llevado entre 5 y 6 millones de dinero público. Que, según dicen, con esa pasta se compraron, entre otras cosas, el casoplón de Pedralbes, en Barcelona. Que vivían a cuerpo de rey; o sea, como sus dos familiares reyes. Que la infanta tenía algún cargo en las sociedades instrumentales que utilizaba su marido para tratar de despistar a la Hacienda Pública y, así, defraudarla. Que la infanta es una mujer preparada y moderna, por eso, trabajaba, con un buen puesto, en una entidad financiera importante. Que, además, por formar parte de la familia real española, tiene buenos contactos que la pueden asesorar y que, lógicamente, le habrían puesto al tanto de los trapicheos de su marido. En fin, tú sabes, Listo, que la infanta tiene todos los atributos necesarios para que nadie pueda decir de ella que se ha caído de un guindo, o, lo que es igual, que es una gilipollas ignorante.
L: Bueno, pero según han dicho las juezas el que cometió los delitos fue el marido; ella, según la sentencia, solo se ha lucrado algo.
J: Anda, déjate de monsergas. Lo que ha pasado es que las juezas han ido claramente a por ella, y por eso la han exculpado y, por consiguiente, absuelto. Es un evidente caso de mala leche. Las tres juezas no han podido soportar que, mientras la modosita infanta tiene un marido tan macizo y unos hijos tan guapos y la vida le iba muy bien, ellas, que por el aspecto que tienen seguro que no se comen un rosco, o que si se lo comen sea de baja calidad —algún abogaducho bajito y con gafitas o cosas así—, han querido vengarse a su manera: quitándole la posibilidad de los emocionantes y lujuriosos vis a vis alternos. ¡No hay derecho!; eso no se hace... y menos a una infanta.

12 feb 2017

La Historia y ETA

Recuerdo que, ya de niño, en la escuela, la Historia no estaba entre mis asignaturas preferidas, ni mucho menos; creo que ya empezaba a intuir que no había que creerse todo lo que nos decían o lo que estaba en los libros por el mero hecho de que nos lo decía el maestro o porque alguien lo había escrito. Por eso, me gustaban la Gramática, la Aritmética y la Geometría: enseñaban lo constatable. Luego, con el paso de los años, se ha desarrollado en mí un agudo escepticismo que, aunque haya quien lo considere casi patológico, a mí me parece muy saludable. Esto no quiere decir que no me crea nada de lo que me cuenten o lea sobre «lo que pasó», pero sí que lo someto a los filtros intelectuales del análisis; o sea, me lo creo si este, el análisis, me proporciona razonables visos de verosimilitud. Y es que a mí me parece que la narración de la Historia está contaminada por el subjetivismo — intereses, filias y fobias— del narrador o historiador, por lo que resulta arriesgado asumir que es cierto todo lo que nos cuentan. En apoyo de lo que he dicho creo que, sin recurrir a casos lejanos en el tiempo, solo es necesario ver cómo nos cuentan lo que sucedió en el día de ayer los diferentes medios de comunicación o de «información» —que, realmente, en la mayoría de los casos, son de «opinión» (o sea, como los influencers)—, que, en muchos casos (sobre todo si el objeto tiene que ver con la política, la religión o los sentimientos en general), nos dan versiones muy diferentes o sesgadas de lo acontecido. Puede que haya exagerado algo, pero creo que hay bastante de lo que digo. Por cierto, si el que lea esto tiene la tentación de decirme aquello de «los que desconocen la Historia corren el riesgo de repetirla», que sepa que la frase no me parece muy apropiada (no voy a detenerme a argumentarlo para no desviarme).

Tras este preámbulo, voy a lo que me interesa: la polémica sobre cómo se debe contar la historia de ETA. Simplificando, los dos agentes que, desde posicionamientos opuestos, protagonizan la polémica son, por un lado, los constitucionalistas y las víctimas, y, por otro, el abertzalismo. Por lo que he percibido, los primeros exigen, además de que ETA pida perdón, que en la Memoria Histórica se haga expreso reconocimiento de la sinrazón y del inútil daño causado por ETA, y, enfrente, el abertzalismo aspira a que en la Historia se expliquen las razones de carácter político y social que tuvo ETA para ser y estar. O sea, la confrontación no está en los hechos, porque los atentados de ETA no se cuestionan; las diferencias están en lo que se podría considerar el armamento político-ideológico que utilizó ETA en su nacimiento, desarrollo y final.

Me temo —mejor, estoy seguro— que poner de acuerdo a ambas partes va a ser imposible; es decir, no va a poder escribirse una sola Memoria Histórica de Euskal Herria de los últimos sesenta años, incluso diría que tampoco de todo el siglo XX —no hay que olvidar que el nacimiento de ETA tuvo que ver con el franquismo y que el de este lo tuvo con la situación político-social en España en el primer tercio del siglo XX—, por lo que los que propugnan por su narración consensuada u objetiva es mejor que abandonen su noble propósito. Es tarea imposible.

Por eso, lo de la Memoria Histórica en Euskal Herria  me parece una tarea que, hoy por hoy, resulta vana, inútil e, incluso, contraproducente. Creo que hay que esperar, al menos, un periodo de unos 50 años —o sea, hasta que, por un lado, los protagonistas hayan desaparecido por ley natural, y, por otro, hasta que la mayoría de heridas estén cicatrizadas y las ganas de revancha y los rencores hayan desaparecido (en su mayor parte)— para poder ser narrada con aceptables dosis de ecuanimidad y objetivismo, o sea, de verdad. Insisto, por tanto, en que los intentos de hacerlo ahora o en los próximos años estarán condenados al fracaso.  

Creo que algo de lo que digo ha pasado con la guerra civil española, Franco y el franquismo. Supongo que hay variadas narraciones, justificaciones, condenas, acusaciones y, a la postre, «verdades» sobre lo que pasó en España en los tres primeros cuartos del pasado siglo XX. Y, sigo suponiendo (nunca me ha preocupado como para ponerme a estudiarlo), que por cada «verdad» expresada por una parte (o bando) siempre surge otra que, desde la otra parte (o bando), la contradice. Aunque hay que admitir que cuando miramos al retrovisor todos tenemos, más o menos, una idea de lo que podría considerarse la «verdad aproximada» sobre los tiempos pasados, es incuestionable que, cuando en la Historia entran en juego las ideologías, los sentimientos, las pasiones y las emociones, es decir, los componentes de lo que se podría considerar lo menos consistente del armazón síquico de las personas, el análisis y enjuiciamiento objetivo de los comportamientos no es tarea fácil porque estará condicionado por la propia subjetividad del narrador.

Dejando de lado, por improbable, lo de la Memoria Histórica «oficial», no cabe duda de que sobre la historia de ETA todos los vascos tenemos opinión. Independientemente de la cercanía o lejanía a los hechos acaecidos durante los casi 60 años de su existencia, a todos los de mi generación nos ha interesado lo de ETA. Y ya que estoy con esto, diré, resumidamente, mi opinión, que es la de un ciudadano corriente sin influencias partidarias (creo).

Cuando, según dicen, nació ETA, año 1959, yo tenía ya 14 años y empezaba a tener consciencia de la situación político-social de mi entorno. Que en aquella situación (pleno 
franquismo) surgieran quienes se enfrentaron al férreo poder, me gustó (como, supongo, a la mayoría de vascos). Y, sin entrar a considerar las razones y objetivos de ETA y al margen de las tendencias o preferencias políticas que cada cual pudiéramos tener respecto al nacionalismo y al socialismo (que conformaban el soporte ideológico de ETA), durante los años sesenta y setenta la mayoría entendimos que su actividad era valiente y, sobre todo, legítima; y nos gustó que la mantuvieran mientras duró el régimen anterior. Otra cosa fue a partir de la Constitución (1978) y del Estatuto (1979), o sea, una vez que se inició el periodo democrático. Curiosa y, en mi opinión, lamentablemente, a partir de 1980 ETA intensificó sus ekintzak con salvajes y cruentos atentados, lo que, sigo opinando, la deslegitimó totalmente, aparte de causar un enorme daño: en sus enemigos, en sus propias filas y, lo más chocante, en el conjunto de la sociedad vasca.

Así que creo que la historia de ETA tiene luces y sombras. Más luces en sus primeros 20 años de vida y casi una penumbra total en el resto de su existencia.

Debo confesar que lo que me ha movido a escribir todo esto ha sido la lectura de un artículo de Josemari Lorenzo, compañero de trabajo en nuestros primeros años de actividad laboral, luego profesor de Historia en la Universidad de Deusto, autor de varios libros y articulista, al que tengo en gran estima a pesar de que, me temo, sobre estas cosas podamos discrepar a juzgar por lo que dice en su artículo (se puede leer aquí) . Por comentar de carrerilla algo de lo que dice (el artículo es extenso y denso) diré que, quejándose de la taimada narración que hace o pretende hacer el Poder (y sus allegados) de la Memoria Historia, él, desde una posición, entiendo, cercana al abertzalismo, reclama «...nuestra Memoria de la Verdad». Sin cuestionar la legitimidad de tal pretensión, le diría al autor que, en línea con lo que he dicho antes y aplicable a cualquier situación pasada, lo que he entrecomillado me parece un oxímoron, porque «nuestra memoria» y «verdad» me parecen términos contradictorios en una misma expresión. Ya me gustaría charlar con Josemari sobre estas cosas.