14 feb 2018

EL FEMINISMO



El feminismo está en pie de guerra. Las mujeres (buena parte) consideran que con respecto a los varones están infravaloradas, y quieren corregir la situación; o sea, quieren, según dicen, la "igualdad" con el hombre. Sobre este complejo asunto escribí algo en un anterior post de hace ya cuatro años, MUJERES Y HOMBRES. ¿IGUALDAD?, en el que, charlando con mi habitual interlocutor, Listo, dije lo que sin sobrepasar, creo, los límites de lo "políticamente correcto" se me ocurrió sobre el tema. Pero como últimamente se está hablando mucho sobre estas cosas y hace un par de días mi amigo Iñaki me recomendó leer un artículo de Javier Marías en El País sobre el tema (en general, discrepante con algunas de las denuncias feministas) —que no me gustó demasiado en la forma aunque sí en el fondo—, me he retado a mí mismo a escribir sobre el asunto sin el freno de lo "políticamente correcto".

Resulta obvio que últimamente se han intensificado las acciones reivindicativas de las mujeres. Así, se están escuchando o leyendo en los medios de comunicación numerosas declaraciones o noticias que ponen de manifiesto, entre otras muchas cosas, que en el ámbito laboral las retribuciones de las mujeres están muy por debajo de las de los hombres. También, en las últimas semanas los telenoticias se han hecho eco de buen número de públicas denuncias de mujeres famosas admitiendo haber sido objeto de abusos sexuales —en ámbitos laborales y artísticos (sobre todo, del mundo del cine)— por parte de productores, actores, u otros hombres influyentes como "peaje" para conseguir las pretensiones profesionales de las denunciantes. En la última entrega de los Oscar se habló mucho sobre esto; algo menos en la de los Goya. Si a todo esto se añaden las amplificadas noticias relacionadas con agresiones o crímenes en el contexto de lo que se denomina "violencia de género", entre las que ha destacado todo lo que durante el pasado mes de enero se ha hablado sobre el asesinato de Diana Quer (en los telediarios de TVE ha sido la noticia de portada durante muchos días y ha ocupado buena parte de su tiempo), hay que colegir que las reivindicaciones feministas están de rabiosa actualidad.

Aunque, por supuesto, me parece bien que se luche por lo que se considera justo o por evitar las injusticias, en las reclamaciones feministas noto cosas muy raras, sobre las que voy ha comentar lo siguiente.


Amplitud del sujeto y del objeto de las reclamaciones.
Que yo sepa, las reivindicaciones feministas afectan o pretenden beneficiar a todas las mujeres. O sea, nada menos que a más de la mitad de las personas que habitan el mundo, o, enfocando a lo local, a más de la mitad de las que viven en España. Obviamente el colectivo afectado es tan amplio y heterogéneo que, de entrada, a mí esta reivindicación me parece algo rara. Si a esto añadimos que las reclamaciones afectan a todos los aspectos de la vida de las mujeres —es decir, a aspectos tan variados como su papel en la familia, o a sus condiciones laborales (retributivas y funcionales), o a sus relaciones con los hombres (abusos y agresiones), etc.—, nos encontramos con que podría ser de aplicación aquello de que "quien mucho abarca, poco aprieta". Por eso, la lucha feminista me parece que no responde a una estrategia razonable.

Porque estamos acostumbrados —y parece lógico— a que las reivindicaciones o luchas sociales tengan como objeto colectivos concretos bien identificados, sea por profesiones, por actividades, por pertenencia a determinadas empresas, por grupos del funcionariado, por edades (estudiantes o pensionistas), por haber sido objeto de alguna estafa, etc. Es decir, grupos de personas en las que concurren circunstancias laborales, económicas o sociales comunes y, a la vez, diferenciadas con respecto al resto de personas. Y además suelen tener el denominador común de que las personas de cada uno de estos colectivos pertenecen a un mismo estrato social, que generalmente suele estar en las capas más bajas de la sociedad, por lo que el sujeto colectivo reclamante está lejos de los poderes económicos o políticos. Es evidente que nada de esto se da en el amplísimo colectivo "mujeres", en el que, lógicamente, hay de todo.

Otra cosa sería que la reivindicación feminista se proyectara sobre determinadas mujeres o grupos de ellas (se pueden citar bastantes) o sobre determinados problemas que puedan estar soportando, lo que facilitaría identificar los objetivos y, por tanto, concretar las acciones. Pero lo de reivindicar mejoras para las mujeres —para todas— y en todos los aspectos de su vida no me parece muy racional.
Lógicamente, lo que acabo de decir no es aplicable a la exclusión y limitaciones que, por lo que nos dicen, se imponen duramente en los países en los que rigen las discriminatorias leyes islámicas.

La representación de las mujeres

Tampoco está claro que las personas (generalmente, mujeres) que llevan la voz cantante en nombre del colectivo reclamante (todas las mujeres) estén legitimadas para asumir tal representación (no han sido elegidas o designadas formalmente para ello). Por otra parte y curiosamente, la mayoría de las mujeres "representantes" —las que llevan la voz cantante— parece que no "sufren" las situaciones de inferioridad que atribuyen a las mujeres en general y que quieren combatir. Por el contrario, a las que vemos, oímos o leemos en los medios de comunicación lanzando sus proclamas feministas son mujeres que, aparentemente, no se pueden quejar de los males que quieren combatir, simplemente porque no los sufren, al menos, como he dicho, aparentemente.
En realidad, creo que lo que pasa es que, actualmente, está de moda el feminismo y portar esa bandera se considera "políticamente correcto". Por eso, especialmente las mujeres que tienen mayor protagonismo social están o se ven obligadas a declararse, si no feministas, seguidoras de los postulados reivindicativos del feminismo. Muchas lo harán por sus convicciones, pero es posible que otras muchas lo hagan por lo que he dicho.
Así que nos encontramos con que, en la mayoría de las ocasiones, las reivindicaciones feministas son divulgadas por mujeres que no sufren los "males" que pregonan y quieren combatir. Es como si las reivindicaciones de los estudiantes las protagonizaran los académicos de la RAE; o las de los taxistas, los ingenieros de SEAT.
Me parece raro. Por eso no me resultan convincentes.
Los antecedentes. La Historia.
La reivindicación feminista se basa en que, en muchos aspectos de la vida actual, las mujeres, en general, ocupan un lugar que se puede considerar de "inferioridad" (lo entrecomillo porque podría ser discutible) respecto, también en general, a los hombres. Pero supongo que, si esto fuera verdad, nadie debería culpar a los hombres o a las mujeres de nuestra época. Por el contrario, debería entenderse como una consecuencia, por decirlo fácil, del proceso histórico de la especie humana en nuestro espacio geográfico; dicho de otro modo, de la evolución o cambios de carácter político y social experimentados por nuestra sociedad a lo largo del tiempo. Este aspecto daría para mucho hablar; no me siento preparado para ello. Lo único que puedo decir es que, por lo que se sabe, en general los hombres y las mujeres siempre se han interrelacionado, bien organizados en familias, en tribus o en cualquier otro tipo de agrupamiento; pero siempre juntos los unos y las otras. Y, obviamente, la relación filial siempre ha existido (todos hemos tenido madre), así como la fraternal entre hermanos y hermanas. Y el ser humano, creo yo, siempre ha buscado, dicho en abstracto, "lo conveniente", que, en general, ha coincidido, más o menos, con "lo habitual" de cada momento. Y así continuamos.
Quiero decir con esto, que la situación actual no ha sobrevenido improvisadamente. Es la consecuencia, como digo, del devenir humano en su permanente búsqueda de una sociedad mejor. Y en ese trayecto histórico, por lo que sabemos, la mujer y el hombre siempre han desempeñado roles diferentes. Pretender cambiar radicalmente esto sería admitir que a lo largo de los 200.000 años (algunos dicen más) que los seres humanos hemos estado presentes en este mundo, hemos persistido en el error y no hemos sido capaces de "remediar" la citada diferenciación, ahora denominada, beligerantemente, "desigualdad". También de esto se podría hablar mucho. Lo dejo, diciendo simplemente que las cosas son o han sido por algo; o sea, que, asumiendo los fallos, las deficiencias y la naturaleza proclive al conflicto del ser humano, su historia responde a cierta lógica… positiva. Porque es indudable que, con vaivenes y errores (que se han ido corrigiendo), hemos avanzado.

Por todo esto, dicho muy deprisa, no encuentro lógica la pretensión de modificar radicalmente la diferenciación histórica de roles. Me parece que es como inventar de nuevo el mundo partiendo del momento cero.

El adversario. Violencia de género
Aunque no de una manera explícita, es obvio que la lucha feminista tiene como adversario al varón. Y, en su beligerancia, el feminismo, de forma más o menos clara, en no pocas ocasiones hace uso de los desgraciados episodios de lo que denominamos "violencia de género". Sin ir más lejos, esta mañana he escuchado en la radio la noticia del asesinato de una mujer por su pareja, en la que se calificaba tal hecho como "la demostración más evidente de la desigualdad".  Para mí, la utilización de estos episodios criminales en la reivindicación feminista es inadecuado; es más, me parece tramposo. Y no estoy diciendo que la violencia de género sea el principal o único soporte de las reivindicaciones, pero sí que se utiliza como un argumento cada vez que conocemos la noticia de algún hecho de esta naturaleza. Y esto no me parece bien, porque parece que implícitamente se identifica al varón como el gran responsable del "padecimiento" de las mujeres.

Porque, aunque esta violencia la sufre, casi siempre, la mujer de una forma directa, afecta también al varón, bien por ser familia o allegado de la víctima o, incluso, por ser el victimario. También de esto se podría hablar mucho, pero no quiero enrollarme. Solo diré que si el feminismo combativo dirige su munición sobre los hombres se equivoca de blanco.
 
En la evolución histórica de los roles de la mujer y el hombre, es indudable que han participado ambos colectivos, bien con su actitud o, más importante aún, con su influencia (las mujeres creo que siempre han ejercido mucha). Por tanto, me parece erróneo tratar de confrontar las reivindicaciones feministas, por un lado, contra las actitudes de los hombres, por otro. En la mejora de la condición social de las mujeres todos estamos interesados por igual, porque a todos (mujeres y hombres) nos afectan los problemas de las personas (de todas). Así que en las reivindicaciones feministas no debería culpabilizarse a los hombres de los males que, según las reclamantes, aquejan a las mujeres; en todo caso, todos seríamos responsables y a todos —también a las mujeres— nos correspondería contribuir a mejorar las cosas.

Por eso, cuando en la dialéctica feminista se perciben esas acusaciones —que casi siempre son identificadas con la calificación de "machismo" (que me parece asquerosa)—, reconozco que me molesta bastante.

El objetivo. ¿Igualdad?

A mí no me gusta el término "igualdad" para denominar el objetivo de las mujeres, prefiero "equiparación de derechos y oportunidades". Porque es obvio que las mujeres y los hombres no somos iguales. La evidencia está en lo físico y, por supuesto, en la maternidad. Y como ya dije en el otro post que he citado al principio, esta diferencia somática puede determinar otras de carácter psíquico (tema para los entendidos o expertos). Y dando por bueno esto (como a mí me parece), no sería menos cierto que actualmente en nuestro contexto sociopolítico las mujeres tienen las mismas posibilidades que los hombres de formarse y, en consecuencia, de encontrar un sitio en la sociedad de acuerdo con sus capacidades, habilidades e intereses. ¿Quién lo impide?

Denuncian las feministas que en el mundo empresarial, en el político, en el artístico, en el judicial, en el profesional y en otros, las mujeres encuentran mayores dificultades por razón de serlo. A mí esto me resulta poco creíble. No puedo creer que los examinadores de un concurso-oposición, o los responsables de RRHH de las empresas, o los dueños de los negocios o cualesquiera otras personas que se ocupan de seleccionar o promocionar a las personas en cualquier ámbito desdeñen el talento y capacidades de las mujeres por el hecho de serlo. No, no me lo creo. Puede haber casos, pero estoy seguro de que no es, ni mucho menos, lo general. Por eso, no puedo estar de acuerdo con este tipo de denuncias y, menos, con la consiguiente exigencia de forzar la "igualdad".
En apoyo de estas exigencias, últimamente se menciona mucho la "brecha salarial". Porque, según los datos, en el mundo laboral los hombres están mejor retribuidos que las mujeres. No dudo de que eso sea así, pero no creo que sea por causa de la ambigua "desigualdad" que se pretende combatir. A mi entender, es, por un lado, la consecuencia de las diferencias que, como he dicho, existen entre el hombre y la mujer (se podría hablar durante horas de esto) y, por otro, por las razones históricas a que antes me he referido. Lo que sí me parece evidente es que las mujeres preparadas y capacitadas no tienen que encontrar en estos tiempos más obstáculos que los hombres para alcanzar sus objetivos de realización. Por eso, me parece ridícula la exigencia de la aplicación de "cuotas" para que, en determinados estamentos u organizaciones, se iguale el número de mujeres y hombres.
Insistiendo en las diferencias físicas (evidentes) y psíquicas (apreciación personal) entre el hombre y la mujer, habría que admitir que, sobre todo en el mundo laboral, es normal que haya actividades en las que unos u otras pueden encajar mejor. A nadie le extraña que con los trabajos físicamente más duros o de mayor riesgo (todos los tenemos en mente) tienen que apechugar los hombres, mientras que en las profesiones en que se valora preferentemente la sutileza, la capacidad creativa y otros virtudes que abundan mas en las mujeres son estas las que encuentran más posibilidades. Por ejemplo, a mí siempre me ha parecido que las mujeres cantan más bonito porque su voz es mucho más, digamos, musical que la de los hombres; en cambio, tocar la batería me parece más propio de los hombres.
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Realmente, este asunto es muy complejo. Por eso es de los que se admite o se corre el riesgo de que se digan muchas tonterías; seguro que en todo lo anterior yo he dicho alguna.