19 abr 2014

OCHO APELLIDOS VASCOS

Listo: ¿Qué?, Julio, ¡al final la has visto!
Julio: Sí, Listo, sí. Es que hace unos días me dijeron que en Madrid, al acabar la peli, el público se pone en pie y dedica una atronadora ovación a lo que ha visto; y parece que esa es la norma cada vez que se pasa la peli. Así que no he tenido más remedio que ver  “Ocho apellidos vascos”, más que nada por ver qué es lo que entusiasma tanto a los madrileños.
L: Venga, Julio, irías también por ver el fenómeno de la cinematografía española del momento, ¿no?
J: Hombre, no te niego que tenía algo de curiosidad, pero, por otro lado, tras haber oído algunos de los numerosísimos comentarios que sobre el film se han dicho en la intensa campaña promocional que se ha hecho en la radio y de haber visto algunos trailers o secuencias en la tele, la verdad, no me apetecía mucho.
L: Y después de haberla visto, ¿qué te ha parecido?
J: Pues lo que barruntaba: una simplista parodia -muy caricaturizada y, por tanto, muy Resultado de imagen de julio elejaldeexagerada- de ciertos comportamientos que se pueden encontrar en un sector de la sociedad vasca. Pero, como peli, una chabacanada, aunque reconozco que resulta entretenida, tiene algunos gags divertidos y el trabajo de los dos varones protagonistas es destacable. Eso sí, al contar la historia el director no se ha detenido en sutilezas para conseguir coherencia en el hilo argumental; da la impresión de que ha encadenado las secuencias  sin otro miramiento que el de poder mostrar las situaciones que le interesaban y poder cumplir con lo básico del guion.
L: Pues con todos los que la han visto con los que he hablado me han dicho que no pararon de reírse. Que la peli está superbién.
J: Que conste  que yo también me reí. Hay unos cuantos golpes que me hicieran mucha gracia, casi todos a cargo de Dani Rovira, como los dos chistes “de vascos” que cuenta en el primer minuto. Pero de ahí a no parar de reírse durante toda la proyección hay mucha, muchísima, diferencia. Y esta es la cuestión que a mí más interesa de la peli: ¿por qué o de qué se ríen tanto los que van a verla?
L: Pero, ¿te gustó o no la peli?
J: Como te he dicho, la peli no es más que una simple y elemental  comedia, que se basa en las absurdas y disparatadas actitudes de sus cuatro protas, que parece que están en una competición de comportamientos ilógicos e irracionales. Así no es de extrañar que el argumento resulte descabellado y que el enredo resulte chusco e irreal. O sea, creo que lo que se cuenta es una memez. Por eso, comprenderás que no me haya entusiasmado, aunque la vi con el interés de ver algo que no se había mostrado antes en el cine.
L: Pero la gente se ríe; eso es lo importante. Y me extraña que la peli sea como dices porque la realidad es que, por lo que oigo, entusiasma al público. ¿No será que te molesta que se rían de los vascos o de lo vasco?
J: No, listillo, lo que me molesta es que se ridiculice lo vasco y que eso sea lo que, en mi opinión, causa tanta hilaridad. Es como cuando tú te descojonaste al ver a tu cuñado, al que tienes tanta tirria, resbalar y caer de culo al suelo a la vista de todos en aquella fiesta familiar. La caída, en sí, no tuvo mucha gracia, pero, como era tu cuñado, tú disfrutaste de lo lindo; no aplaudiste porque estaba presente tu suegra, que si no….
Pues yo creo que con esta peli y con buena parte de los espectadores no vascos pasa algo parecido. Creo que la risa de los que se parten el culo está motivada por su predisposición a reírse de las situaciones y comportamientos ridículos o grotescos con los que cargan los personajes vascos o, mejor dicho, del ridículo al que se ven sometidos los personajes vascos debido a la pretendida simpatía y gracia de los personajes no vascos. Y te diré más, con el aplauso final en los cines madrileños, lo que, en mi opinión, hacen los aplaudidores es agradecer que la peli les haya proporcionado la satisfacción de ver como los tópicos andaluces, muy españoles ellos, ridiculizan y someten a los tópicos vascos.
L: Me parece que te lo has tomado muy a pecho, Julio. ¡Hay que tener más espíritu deportivo! Que no es más que una película sobre vascos… y andaluces.
J: ¿Sí, tú crees? Pues mira el planteamiento de la peli. Hay cuatro personajes:
·         El sevillano, Dani Rovira, que ya en los primeros minutos, en Sevilla, hace una exhibición de poderío sobre la arisca vasca, que, aunque primero le rechaza hoscamente, enseguida cae mansamente en sus brazos y acaba en su cama. Después, en el pueblo de la vasca, se erige en líder de la kale borroka y hasta dirige una manifa abertzale, o sea, se hace el puto amo del pueblo en dos días. Además, tras las vicisitudes de la peli, en un arranque de orgullo y dignidad, abandona a la vasca cuando esta quiere ya casarse con él. Es claramente el gallo triunfador de la peli.
·         La vasca, Clara Lago, taxista en su pueblo, que la pobre acaba de ser abandonada por un novio anterior. Después de mostrarse muy esquiva y arisca con el sevillano, y tras urdir sin éxito un plan para engañar a su padre, acaba enamorada del andaluz y, tras ser abandonada en el altar, tiene que rebajarse a bajar a Sevilla a reconquistarlo. Aparentemente, mucho carácter pero a la postre una mansita
·         El padre vasco de la vasca, Karra Elejalde, estrafalario y grotesco personaje, al que su mujer le había dejado por otro sevillano. No se entera de la fiesta, ni de las patrañas que le cuenta su hija con la colaboración del sevillano. Para colmo, es seducido por una cacereña viuda de un guardia civil y cuando despierta tras su noche de amor con la seductora se encuentra en una alcoba que parece la sala de armas de un cuartel de la benemérita. Un perdedor claro.
·         La de Cáceres, Carmen Machi, que es, si cabe, el personaje más extravagante e irreal, al que utiliza el guionista a su antojo para completar el enredo. Es viuda de un guardia civil y, sorprendentemente, vive sola en un pedazo de caserío que podría ser orgullo de cualquier baserritarra. Ella va a lo suyo, se lo pasa debuten y al final, en el lecho del finado picoleto, se tira al padre de la vasca. Lo dicho, ella a lo suyo.
O sea, mientras que a lo largo de la película los dos vascos, padre e hija, además de mostrarse hoscos y antipáticos, van de culo, los no vascos, genuinamente españoles, se lo pasan en grande y quedan de maravilla. El resultado es claro: España, 2 - Euskadi, 0. Pero además hay que hablar de los escenarios. Salvo el principio y el final, la historia transcurre en un pueblo típico vasco, en el que, lógicamente, no deslumbra la luz. Pero al final, cuando la vasca se va a Sevilla, alquila un coche de caballos y contrata a Los del Rio para impresionar al sevillano, la cámara abre un luminoso plano mostrando una espectacular panorámica de Sevilla mientras suena aquello de “Sevilla tiene un color especial…”, tras lo que se enfoca al sevillano triunfador que recibe a la rendida e implorante vasquita; es la apoteosis final y la evidencia de la moraleja de la peli: la gracia, el poderío y la luminosidad de lo español  triunfa sobre la ruda, débil y gris realidad de Euskadi.
L: Jo, Julio, ¿no estarás viendo lo que no hay? Tenía entendido que la peli estaba hecha por vascos.
J: Bueno, los dos coguionistas, Borja Cobeaga y Diego San José , son guipuzcoanos, pero el director es madrileño, y en la producción, según entendí en los títulos de crédito, participan casi todas las operadoras de televisión privadas españolas, así como RTVE, EITB y hasta el ICO.
L: ¿Piensas, entonces, que la peli es el resultado de un contubernio español contra lo vasco?
J: No, no lo creo. Ni me atrevo a juzgar la intencionalidad de la peli, ni si hay algo más allá que la de hacer un producto cinematográfico atractivo para el público en general, lo que es obvio que se ha conseguido. 

En realidad, independiente del juicio crítico que he manifestado, no tengo nada contra la película ni contra los que la han hecho. Al revés, hay que felicitarles por el exitazo.  Además, a mí siempre me han parecido muy bien los trabajos audiovisuales en los que se destrascendentalizan algunas de las realidades sociopolíticas vascas y que se haga humor con ellas; me parece algo muy saludable y necesario. Por eso, siempre me ha gustado el programa de ETB «Vaya semanita», del que, precisamente, eran (y no sé si siguen siendo) guionistas los de la película que comentamos.

A mí lo que me ha jodido es que los no vascos se desternillen viendo una memez y, sobre todo, lo de los aplausos en Madrid, que me parece una soberana capullada.

12 abr 2014

MELIFLUOS



Como en las ocasiones anteriores en las que escribí mi opinión sobre diversos tipos de personas, como son los INCONSISTENTES o los REBAÑABLES o los PATRIOTAS DE PACOTILLA, o cuando hablé DE TONTOS Y LISTOS, ahora me voy a referir a cómo veo la forma de ser de los individuos a los que yo, no sé si con acierto, he denominado «melifluos».

El diccionario dice que el adjetivo «melifluo» —que tiene un uso peyorativo— significa «dulce, suave, delicado y tierno en el trato o en la manera de hablar». Supongo que se entiende, pero a mí me parece que resulta más expresivo si se asume su sinonimia con «remilgado, adulador, hipócrita, ñoño, relamido, cursi, mojigato, ...» y con otros adjetivos de este estilo. Pero, siendo más categórico, creo que lo que mejor define al melifluo es aquella famosa frase que con frecuencia utilizaba el periodista radiofónico José María García para referirse a algunos de los que no le caían bien: «no tiene una mala palabra pero tampoco ninguna buena acción». 

Los melifluos son muy condescendientes y, por eso, tienden al acuerdo; es decir, no les gusta llevar la contraria y prefieren sumarse a lo que en cada circunstancia propugnan los demás, especialmente si los demás son importantes o si lo que se propugna es lo que aparentemente está bien visto o se ajusta a la corriente general o mayoritaria. Como mucho, con lo que puedan no estar de acuerdo prefieren utilizar su silencio como fórmula de desaprobación, olvidándose por completo de aquello de que «el que calla, otorga».  Cualquier cosa les vale, menos la confrontación, aunque esta sea inocua o simplemente dialéctica. 

Es decir, si, ante una determinada cuestión, las circunstancias aconsejan al melifluo que conviene manifestarse de una determinada manera, así lo hace, pero si, ante la misma cuestión, en otras circunstancias considera que debe manifestarse de manera contraria, lo hace también sin ningún rubor. Y si se da el caso de que alguien se da cuenta de su incongruencia al manifestarse de forma diferente ante una misma cuestión y se lo recrimina, no dudará, ante esta nueva situación, en decir lo que considere necesario para salir del embarazo y situarse de acuerdo con el recriminador. Empezando con algo como «No, hombre, lo que yo dije (o quise decir) es que...» negará con descaro —y, eso sí, sonriendo y poniendo su mejor cara— lo que le interese y se alineará con lo que considere que en la nueva situación le conviene.

Así que lo de llevarse bien y no discrepar es lo que le priva al melifluo. La no beligerancia es su lema. Visto así, cualquiera diría que, en sí, eso no es malo... ni tampoco bueno, digo yo. Porque cuando percibes que alguien es así, deja de ser fiable para ti. Y es que, a la hora de actuar, sus eventuales manifestaciones previas sobre la cuestión objeto de la acción no le importan demasiado; al actuar, al melifluo lo que le importa es lo que las circunstancias en ese momento le aconsejen para que su acción no resulte discrepante. O sea, si se ve obligado a la acción, actuará de acuerdo con el criterio imperante en ese momento, sin preocuparse de que, objetivamente, sea bueno o no, y olvidándose por completo de lo que haya podido decir previamente sobre el asunto objeto de la acción. 

Porque, en realidad, lo que le pasa al melifluo es que carece de criterio. Su capacidad de análisis es casi nula y, por tanto, es incapaz, en su fuero interno, de enjuiciar o discernir con objetividad. Por eso, lo que hace es alinear sus palabras o acciones con lo que en cada circunstancia considera que es la opinión general, atendiendo, exclusivamente, a los criterios mayoritarios que percibe en su entorno inmediato. Porque, eso sí, el melifluo, generalmente, es listo, y, por eso, se preocupa en todo momento de hacer lo que él considera que le conviene: mostrar su acuerdo. Otra cosa es que lo que a él le convenga coincida con lo conveniente; es decir, con lo que objetivamente conviene. 

Por eso decía que no son de fiar; además, resultan ineficaces e, incluso, peligrosos. Los melifluos solo se preocupan del interés y beneficio propio; el beneficio e interés general en cada situación les resbala. A mí este tipo de personas no me gustan nada, nada, nada... y hasta me dan repelús.