30 abr 2017

LISA SIMPSON (8)


Esta es la octava —y última— entrega de la ficción sobre la vida de Lisa Simpson ya adulta. Contiene el epílogo. Si te interesa la historia, conviene que empieces a leerla por el principio, o sea, por aquí

EPÍLOGO



Tras su denuncia y hasta enero de 2047, Lisa siguió trabajando en el Partido Demócrata en tareas burocráticas o secundarias. Aunque no por falta de ganas, Mr. Williams no se atrevió a dañar a Lisa más allá de apartarla de los órganos de poder del partido. Por su parte, Lisa se cuidó de estar protegida, además de por Bart en las primeras semanas, por una pareja de agentes del FBI, con los entabló muy buena amistad; incluso, con uno de ellos, aunque estaba casado, tuvo una pequeña aventurilla. Lisa, acercándose al medio siglo de vida, estaba de muy buen ver y seguía teniendo éxito entre los hombres.
Estuvo bastante ocupada por motivo de la instrucción del juicio, y por los requerimientos de los medios de comunicación del Estado y de ámbito nacional. La fama, aunque en más de una ocasión le resultó agobiante, la sobrellevó muy bien. Lisa se había convertido en todo un personaje de gran prestigio cuya fama traspasó las fronteras de USA.
Tuvo muchas ofertas para dar conferencias, sobre todo en Washington. Le pagaban muy bien y, además, hablar en público era una actividad en la que se desenvolvía estupendamente. Así que en enero de 2047 abandonó el partido. Como ya nada le ataba a la capital y siguiendo las recomendaciones que le hicieron en materia de seguridad, Lisa decidió volver a vivir en Springfield. «Qué alegrón me das, Lisy», le dijo su madre entusiasmada cuando Lisa le comunicó por teléfono sus intenciones. Marge, tras el fallecimiento de Homer y los matrimonios de sus hijos, Bart y Maggie, vivía sola en la casa familiar.
Así que Lisa puso en venta su apartamento en la capital, encargó la mudanza y tras las despedidas de sus amigos volvió a Springfield, instalándose con su madre. Aunque la casa familiar le resultaba muy agradable, Lisa, por diversas razones —entre las que estaba la seguridad—, pensó que le convenía vivir en un apartamento del centro de Springfield. No le costó convencer a su madre, que con tal de estar junto a su hija lo demás le resultaba secundario.
Simultáneamente a la venta de su apartamento en la capital, Lisa adquirió otro muy elegante y amplio (cuatro habitaciones) en el centro de Springfield, al que madre e hija se trasladaron en noviembre de 2047. Marge estaba encantada de tener junto a ella a su querida hija; Lisa también disfrutaba con esa cercanía. Por su actividad como conferenciante, por las requerimientos de los medios de comunicación y por las obligaciones judiciales como principal testigo de la causa abierta contra Mr. Williams y los otros miembros del partido imputados, Lisa desarrolló gran actividad durante 2047 y 2048; viajó muchísimo, tanto por diversos estados como por el extranjero, especialmente por Europa.
En 2048 pusieron su nombre a la escuela primaria de Springfield, a la que, con cierta frecuencia se acercaba para dar charlas informales a los alumnos, en las que no podía sustraerse a contar a los alumnos sus recuerdos infantiles en aquella escuela. Los alumnos la adoraban. También, siempre que sus viajes se lo permitían, se reunía con sus antiguos compañeros de la primaria, casi todos ya padres y madres de familia, para recordar sus tiempos en la escuela. A estos encuentros, Marge y Bart solían asistir siempre que podían. A Marge, ya septuagenaria, aquellas reuniones le encantaban especialmente. Bart continuaba manteniendo a raya a Milhouse para que evitara, sin ninguna excusa, coincidir con Lisa. 
En la madurez de sus casi 50 años de edad, Lisa era feliz, aunque a menudo pensaba en su futuro y se preguntaba qué vida le esperaba. Tenía claro que iba a permanecer soltera y que no iba a tener hijos, lo que, una vez asumido, dejó de preocuparle. Valoraba mucho su independencia y la libertad de que disfrutaba. Únicamente le inquietaba la evolución que debido a la edad podría tener su madre, si bien Marge tenía una salud de hierro y, en todos los sentidos, se vislumbraba que podría tener una senectud muy jovial.
En febrero de 2050 Lisa cumplió 50 años. Organizó una comida en un restaurante de Springfield propiedad de Ralph Wiggum, hijo del que fue jefe de policía hasta que se jubiló en 2035. Lisa, además de a su madre y a sus hermanos (con sus hijos), invitó a muchos de los que fueron compañeros en la primaria, casi todos con sus respectivos cónyuges; también a Grace y su marido, que se desplazaron expresamente para la ocasión desde la capital. En total, 47 personas. Lisa pagó la cuenta y recibió de todos los correspondientes regalos. La sobremesa se prolongó más de dos horas, hubo champán y el correspondiente brindis iniciado por Bart. Lisa tomó la palabra y pronunció algo parecido a un discurso, en el que, además de agradecer a todos (a los que nombró uno a uno) su presencia, rememoró tiempos pasados, intercalando algunas de las anécdotas que vivió de niña (protagonizadas, casi todas, por su hermano Bart). De su actividad política no dijo nada. Sí expresó un sentido recuerdo a su padre que fue acogido con aplausos por todos los asistentes y por unas incontenidas lágrimas por su madre.
Resultó una entrañable jornada. Al final, Lisa propuso a Grace que se quedara a dormir, junto a su esposo, en su apartamento (había espacio suficiente); Grace aceptó encantada, no solo por aprovechar para charlar con Lisa, sino, también, porque no le apetecía retornar a su casa en coche, ya de noche y, sobre todo, tras las copas ingeridas. Tras una simultánea y ruidosa despedida entre todos los asistentes, en la que hubo que hacer cola para abrazar y besar a Lisa, esta dispuso la vuelta a casa: su madre en el coche de Grace conducido por su esposo; ella en su coche acompañada de Grace.
Lisa y Grace se retrasaron por algún requerimiento de los más rezagados en abandonar el restaurante. Cuando se disponía a subir al coche, oyó a su espalda:
—Lisa, ¿no me vas a perdonar?— Algo sobresaltada se giró y, después de unos 30 años, volvió a ver el rostro de la persona que más aborrecía: Milhouse. Con la misma cara de tonto y prácticamente calvo, con expresión compungida, la miraba implorante.
—¡Joder! Mira a este. ¡¿Qué cojones haces aquí?! ¡Como te vea Bart, te la vas a cargar!— Fue lo único que se le ocurrió decir a Lisa, mientras accedía al coche y antes de cerrar con energía la puerta. Para sí, solo pensó «Mira que es feo el capullo».
—¿Quién es ese?— Le preguntó Grace que desde dentro había notado algo raro en el encuentro.
—Un capullo de por aquí—, respondió Lisa sin darle importancia. —¿Te apetece que nos tomemos algo y así charlamos? Mi madre le atenderá bien a tu marido mientras le instala en casa.
—Vale. Donde tú digas. A mí también me apetece que me cuentes cómo te van las cosas en tu ajetreada vida.
Lisa y Grace se sentaron en una cafetería cercana al apartamento. Llevaban tiempo sin verse por lo que Grace no ocultaba su curiosidad por las últimas vivencias de su amiga. Grace, afanosa por saber, preguntaba y Lisa respondía con gusto. Tras casi una hora de amena charla, Grace le preguntó:
—¿Qué planes tienes, Lisa?
—Pues, la verdad, es algo que me pregunto de vez en cuando y no obtengo respuesta. Creo que voy a seguir dejándome llevar por los acontecimientos. Lo de dar conferencias me gusta y espero que pueda seguir haciéndolo por algún tiempo; de algo hay que vivir. También me gustaría escribir.
—¿Tus memorias?
—No, de eso nada. Me gustaría escribir ficción; ser novelista, inventar historias. Creo que podría.
—Estoy segura, Lisa, de que se te daría bien… aunque, conociéndote, creo que echarías en falta tu gran afición: arreglar el mundo... Oye, ¿y no te gustaría ser alcaldesa de Springfield? Si te lo propones, seguro que lo consigues. Aquí tienes mucho prestigio y te quieren mucho. ¿Quién mejor que tú? Además, no creo que sea incompatible con lo de escribir.
Tras una pausa de varios segundos: —Bueno… No me lo había planteado; tenía asumido que la política se había acabado para mí. Pero, ahora que lo dices…— Dijo Lisa, quedándose pensativa mirando a la apagada pantalla de televisión de la pared de enfrente.

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Hasta aquí la historia inacabada de Lisa Simpson, la cerebrito de la familia que, diariamente, nos hace pasar un buen rato frente a la tele como ya dije en un post de 2015 Aunque solo la hemos conocido con 8 añitos, Lisa nos ha dado muchas muestras de que con el paso de los años se convertirá en una mujer con una vida intensa e interesante, durante la que, seguro, mantendrá permanentemente su compromiso con la justicia y la razón. He dejado la historia cuando cumplió los 50; o sea, todavía joven. Seguro que tendrá por delante aún muchas ocasiones para evidenciar lo que vale, y, sobre todo, para demostrar que «los buenos», afortunadamente para todos, también triunfan.


24 abr 2017

LISA SIMPSON (7)

Esta es la séptima entrega de la ficción sobre la vida de Lisa Simpson ya adulta. Contiene el capítulo IX. Si te interesa la historia, conviene que empieces a leerla por el principio, o sea, por aquí.



CAPÍTULO IX – En la política

En 2040 Mr. Williams fue nombrado gobernador del estado. Lisa, que había tenido una intensa y muy eficaz participación en la campaña electoral, se incorporó al gobierno como jefa de la Secretaría Política del nuevo gobernador. En esa función, Lisa inició una actividad política frenética. De ella dependía la oficina de prensa del gobernador, por lo que tuvo mucha relación con los medios de comunicación. También se ocupaba de recibir, en primera instancia, todas las propuestas legislativas o iniciativas políticas que surgían en el equipo de gobierno, para que aportara su opinión o sugerencias, que generalmente solían ser tenidas en cuenta antes de proseguir los trámites burocráticos y legales correspondientes; también para que diese su opinión al gobernador. Normalmente, acompañaba a Mr. Williams en los viajes propios de su cargo por el estado; también en sus desplazamientos a Washington. Igualmente, aunque no era de su responsabilidad directa, procuraba intervenir en el área de Medio Ambiente, que seguía siendo un tema que le preocupaba mucho.  En fin, durante los cuatro años de mandato de Mr. Williams, Lisa no paró… pero estuvo feliz. Decididamente, le gustaba lo que hacía; se sentía realizada.

Como su sueldo se había incrementado bastante, se compró un pequeño apartamento en el centro, donde se instaló ella sola. La despedida de Estefany fue muy emotiva:
—No te preocupes, Estefany, nos seguiremos viendo.
—No sé, no sé… Tú has entrado en otro mundo… en otro nivel. Espero que no te olvides de los pobres, Lisa. —Lo dijo en tono cariñoso mientras se daban un prolongado y lacrimógeno abrazo.

El nuevo apartamento ya fue testigo de alguna aventurilla —no demasiadas—de Lisa con hombres, casi todos del mundo de la política. No le faltaron pretendientes, pero con ninguno congenió más allá de lo suficiente para darse un revolcón. También y como, por su popularidad, no podía estar tranquilamente en los sitios públicos, en su nuevo apartamento recibió con regularidad a Grace, ya casada y con dos hijos, con la que seguía manteniendo gran amistad y era con quien mejor compartía confidencias, tanto del ámbito personal como del profesional. Realmente Grace era la que mejor conocía a Lisa.

En 2044, Mr. Williams fue reelegido gobernador. Lisa continuó en sus funciones con, incluso, más poder y, por consiguiente, más actividad.

Pero en ese segundo periodo las cosas cambiaron. Lisa empezó a ver cosas raras. Notó que no se tenían en cuenta —más de lo que en los cuatro años anteriores era normal— sus sugerencias en las contrataciones públicas; incluso, comprobó que en no pocos asuntos se le privaba de su previa revisión y análisis, por lo que se tomaban decisiones sin su opinión. ¿Corrupción? ¿Favoritismos? ¿Ilegalidades? Fueron preguntas que, desazonadamente, le surgieron al ver algunos actos de gobierno. Encontró sentido a las palabras que, en su momento, no entendió cuando Mr. Williams, al estar terminando el acto de la celebración de su reelección, con un vaso de whisky en la mano y los ojos chispeantes, le dijo en actitud distraída «Habrá que seguir trabajando duro por los ciudadanos, Lisa, aunque ya es hora de que también nos preocupemos por nosotros».
Así que Lisa activó todos sus mecanismos de alerta e investigó. Aunque no le resultó fácil, pudo descubrir que Mr. Williams había tejido, con sus más allegados del partido, una sofisticada red de corruptelas. «Efectivamente, se está preocupando por nosotros, o sea, por el cabrón de él…», se dijo con rabia Lisa, «…y por lo que he podido saber, parece que no le va nada mal», apostilló en su reflexión. 
Lisa no podía aceptar aquello. No solo porque la corrupción, que al ensuciar los correspondientes actos de gobierno, la podía salpicar al convertirse en cómplice involuntaria de las ilegalidades, sino, sobre todo, porque su escrupulosa conciencia y su alta valoración de la función pública le obligaban a mostrarse beligerante. «Este me va a oír y, como no me dé explicaciones claritas, de esto se va a enterar todo dios», pensó llena de determinación. Durante meses, Lisa, con sigilo y sin que nadie se percatara, hizo acopio de la información necesaria, que puso a buen recaudo, para probar la corrupción que había detectado. Estaba decidida a sacarla a la luz, y así se lo dijo a Grace en uno de sus habituales encuentros:
—No lo puedo ocultar, Grace. De esto se tiene que enterar todo América. Se lo están llevando a manos llenas. Me han tenido engañada; no lo voy a consentir.
—Te expones mucho, Lisa. Esta gente es muy poderosa… y peligrosa. Piénsalo bien…— Le dijo una aterrorizada Grace, que veía lo que se le venía encima a su amiga.
—Estoy decidida. Voy a demostrar quién es Lisa Simpson. Que se sepa que no todos nos doblegamos ante los poderosos. Me siento obligada, Grace; si no, ¿de qué ha valido todo lo que he hecho y dicho a lo largo de mi vida? Mi madre me enseñó que la honestidad es un gran valor. No la voy a defraudar; ni de coña.
—Eres admirable, Lisa, y tu madre seguro que, hagas lo que hagas, se sentirá orgullosa de su hija. Por mi parte, aunque estoy acojonada, solo puedo decirte que puedes contar conmigo para lo que necesites.
—Gracias, Grace, pero no te preocupes; tú estarás al margen de este lío. Nos vamos a divertir. Lo primero que voy a hacer es hablar con el cabrito de mi jefe… él sí que se va a acojonar. Ya te contaré.
Aprovechó la vuelta de un viaje que hizo con Mr. Williams para hablar con él. Fue una conversación muy dura. Al principio, el gobernador, sorprendido por la actitud e intenciones de Lisa, trató, en tono conmiserativo, de hacer ver a Lisa que lo que le planteaba carecía de fundamento, pensando que su subordinada podía estar haciendo uso de información de terceras personas. Pero, a medida de que Lisa argumentaba con información y datos obtenidos por ella misma, las tripas de Mr. Williams se iban arrugando y su semblante evidenciaba una preocupación imprevista y galopante. Cuando ya no pudo más y con el rostro desencajado, exclamó «Lisa, no me jodas; con estas cosas no se juega», entrando en una serie de absurdas justificaciones mezcladas con veladas amenazas. Lisa se lo esperaba, por lo que, ante la evidencia de que Mr. Williams estaba reconociendo tácitamente su culpa, concluyó la conversación dando a entender a su jefe que iba a recapacitar, a fin de no exponerse y ganar tiempo. Porque estaba decidida a hacer pública la información de que disponía.
Efectivamente, dos días después de su conversación con Mr. Williams, en mayo de 2046, Lisa convocó a los medios de comunicación y denunció públicamente, con pelos y señales, todo lo que sabía. El escándalo fue sonado, superando ampliamente al ámbito del estado. En la sede central del Partido Demócrata, en Washington, hubo un terremoto político que afectó, como no podía ser de otra manera, al presidente de USA (a la sazón, del Partido Demócrata). Lisa Simpson apareció en todos los telenoticias de USA. Unos meses después The Washington Post la nombraría «personaje del año en USA».
Una semana después de la pública denuncia, Bart se instaló en el apartamento de Lisa con el propósito de acompañarla, acudiendo así a la llamada de su hermana, que vio en Bart la única persona en la que podría apoyarse en los duros días que barruntaba que le esperaban. Bart, sin dudarlo y muy preocupado, accedió. Convenció a su esposa (ya se había casado y tenía una hija) para que tolerase la emergencia, y, por otro lado, consiguió fácilmente que en el Hogar del Jubilado le concedieran una especie de excedencia con garantías de readmisión. En Springfield, como en el resto del estado, ya conocían la noticia y Lisa fue considerada casi una heroína.
Como temía, para Lisa aquel año fue un periodo muy duro. Aunque fueron más los que la alabaron, tuvo que soportar durísimas y muy ácidas críticas de diversos sectores. También más de una amenaza. El FBI, que se hizo cargo de la denuncia, se ocupó de su protección. Lisa soportó todo bastante bien; fue un ejemplo de dignidad y valentía reconocido mayoritariamente por la sociedad americana. Solo se vino algo abajo cuando en pleno proceso de instrucción judicial del caso denunciado le llegó la noticia de la muerte repentina de su padre; su ya debilitada salud y las calumnias que tuvo que oír sobre su hija (nunca leyó un periódico) pudieron con Homer. Murió inmediatamente después de un ataque cardiaco que sufrió en la taberna de Moe.
El juicio se inició en octubre de 2047. A su conclusión, Mr. Williams resultó condenado a dos años de cárcel y fue inhabilitado políticamente a perpetuidad; también tuvo una importantísima multa. Aunque por los recursos y otras argucias legales a la fecha de esta crónica, año 2050, aún no ha ingresado en prisión. Otros encausados tuvieron penas de cárcel mucho mayores; algunos sí están encarcelados.
Lisa asumió con tranquilidad que su carrera política había finalizado.
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La siguiente, y última, entrega la puedes leer aquí .

21 abr 2017

LISA SIMPSON (6)


Esta es la sexta entrega de la ficción sobre la vida de Lisa Simpson ya adulta. Contiene el capítulo VIII. Si te interesa la historia, conviene que empieces a leerla por el principio, o sea, por aquí


CAPÍTULO VIII – Navidad en familia
En sus habituales conversaciones telefónicas, Lisa ya le había contado a su madre que mantenía contactos con el Partido Demócrata, aunque quitándole importancia y dando a entender que era una actividad informal y sin compromiso. Al aceptar su incorporación formal al partido y, por tanto, dejar su empleo en el despacho se sintió obligada a informar a su familia. Pero no se precipitó, «Ya les diré en Navidad».
Como todos los años, en Navidad de 2036 Lisa fue a Springfield a pasar tres o cuatro días en su casa familiar. En los últimos años, las visitas navideñas eran las únicas que hacía a su familia. Eran reencuentros muy agradables, que todos, incluida ella, esperaban con muchas ganas e ilusión. La efusividad de los besos y abrazos que se daban al encontrarse y despedirse era merecedora de emitirse en los telenoticias; todo un espectáculo.
Lo único que preocupaba a Lisa era la posibilidad de encontrarse con Milhouse; para evitarlo contaba con la complicidad de Bart. Este, unos años atrás, ya le había confesado a Lisa que sabía lo que había tenido en la universidad con el memo de su amigo, quien, como si fuera una gran hazaña, se lo había contado a Bart al poco tiempo de suceder, aunque compungidamente había completado el relato diciendo «...me temo que no le pareció muy bien». Por su parte, Lisa le había contado a su hermano las circunstancias especiales que concurrieron. No le dijo nada del aborto, que seguía siendo el secreto mejor guardado de Lisa. Cuando conoció la versión de Lisa, a Bart le faltó tiempo para ajustar cuentas con Milhouse, que desde entonces luciría una evidente fractura de su tabique nasal, aunque eso no le impidió seguir con su subordinación reverencial ante su amigo de la infancia. Por eso, Bart, en las visitas navideñas de su hermana, se ocupaba de que Milhouse no apareciese por donde Lisa pudiera estar.
Lisa llegó a casa de sus padres a bordo de su flamante coche eléctrico que había comprado de segunda mano. Lo traía repleto de regalos, que intercambiaría con los no pocos que recibiría de sus familiares. Por aquel año, 2036, el país estaba dejando atrás una depresión económica muy grave que se produjo al final de la década anterior; o sea, curiosamente más o menos 100 años después de la de 1929. En tal clima de optimismo económico, los Simpson se animaron a ser generosos en sus regalos navideños.
En la cena de Navidad estuvieron los cinco de la familia, además de las dos tías de Lisa, Patty y Selma. Homer no había conseguido evitar que asistieran sus cuñadas, aunque impuso la condición de que si quisieran fumar lo hicieran fuera de la casa; a esto accedió Marge de buen grado. El abuelo Abraham ya había fallecido. Después de la cena, como en los últimos años, pasaron a tomar una copa Moe y Ned Flanders. De la cena se ocupó, como siempre, Marge, si bien contó con la eficaz colaboración de Maggie. A Lisa no la dejaron hacer nada. «Cuando tengas tu propia casa, cariño, ya te tocará», le dijo su madre, como todos los años.
Pasando revista a los que estuvieron, hay que decir:
  • Marge, a sus 63 años, aunque había engordado algo, seguía luciendo buen tipo y mantenía el cabello azul, si bien había cambiado su espectacular peinado anterior por una discreta melena que solía recogerse en coleta. Continuaba manteniéndose animosa y cariñosa con sus hijos; por el contrario y en relación directa con el decaimiento del reclamo libidinal, con Homer cada vez se mostraba menos tolerante y, en consecuencia, más enérgica en sus reproches.
  • Homer, con casi 65 años, seguía siendo una calamidad, a pesar de que había dejado de tomar bebidas alcohólicas desde que, dos años antes, le diagnosticaran serios trastornos en el aparato digestivo, lo que no le impedía tomarse de vez en cuando —nunca en presencia de su mujer—  alguna cerveza Duff. También la enfermedad le había obligado a reprimir su glotonería. Todo esto y su inminente jubilación le había producido cierto decaimiento, que trataba de combatir en la taberna de Moe, donde se atiborraba de refrescos mientras soportaba las mofas de sus amigos Carl y Lenny.
  • Bart, ya con 38 años, pesaba más de 90 kilos y había perdido bastante pelo. Aunque seguía siendo un bromista se había formalizado mucho. Tras haber formado parte, como batería y durante nueve años, de un grupo musical bastante gamberro, que adquirió cierta fama en Springfield y en localidades cercanas, y haberse tomado varios años sabáticos, llevaba dos años trabajando en el Hogar del Jubilado, donde había pasado su abuelo sus últimos años. Precisamente por la alegría que aportaba Bart a todos los ancianos residentes en sus numerosas visitas al establecimiento a acompañar a su abuelo, sus gestores le propusieron, cuando falleció el abuelo, que se incorporara a la plantilla como «monitor de actividades lúdicas», lo que, como no le pagaban mal y le resultaba divertido, Bart aceptó encantado. Desde hacía un año tenía novia; seguía viviendo con sus padres. Su madre veía con mucha satisfacción el rumbo que había tomado; su padre no tenía muy claro a qué se dedicaba.
  • Maggie, de 29 años, tras estudiar la carrera de periodismo, llevaba cuatro años trabajando en la emisora de televisión local de Springfield. Su bonita cara ya era muy conocida en la ciudad. Tenía previsto casarse el año siguiente con un compañero de la emisora. 
Tras la cena, en la sobremesa, Lisa, con cierto ceremonial, informó a todos de su incorporación al Partido Demócrata y de que había dejado el despacho de abogados. Fue una gran sorpresa, que tuvo desigual acogida:
—Me lo temía, Lisita —le dijo su madre con cara de preocupación—. La política es peligrosa, por eso es para hombres. Ya puedes andar con cuidado, cariño.
—¡Jo, Lisa! ¡Qué guay! Cuando te nombren Secretaria de Estado me llevas contigo a Washington. Soy multiuso, me puedes encargar lo que más rabia te dé— le dijo un divertido Bart.
—Lo que tenías que hacer es casarte, Lisa, que ya tienes una edad —masculló Homer con indiferencia—. Se te va a pasar el arroz —concluyó.
Y hablando sobre la noticia que les había dado Lisa se pasaron buena parte de la sobremesa. En el fondo, a todos les gustó y se sintieron orgullosos. También todos le desearon a Lisa acierto y éxitos en su nueva actividad. En las próximas semanas, la noticia se extendería con rapidez por todo Springfield.
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Ya puedes leer la séptima entrega aquí.

12 abr 2017

LISA SIMPSON (5)

Esta es la quinta entrega de la ficción sobre la vida de Lisa Simpson ya adulta. Contiene los capítulos VI y VII. Si te interesa la historia, conviene que empieces a leerla por el principio, o sea, por aquí.


CAPÍTULO VI – Nuevos horizontes


Aunque le resultó muy doloroso, los efectos del chasco con Jimmy no le duraron mucho. Se sobrepuso con facilidad, lo que, tras una distendida y cordial charla con el interfecto, le permitió continuar en su trabajo junto a Jimmy como si nada hubiera ocurrido. Lisa, a esas alturas de su vida, ya tenía un armazón sicológico muy potente que le permitía sobreponerse con cierta facilidad a los reveses que pudiera sufrir. Por eso, al menos aparentemente, superó sin ningún problema el «incidente», que fue como lo definió cuando le contó a Grace lo ocurrido.
—Pero, ¿no le habías notado la pluma? A ver si estás perdiendo facultades—, le dijo su amiga, muy extrañada de que Lisa no hubiera reparado en la orientación sexual de Jimmy después de haber estado trabajando junto a él durante tres años. 

Precisamente la preocupación por ese fallo fue el único problema que le produjo a Lisa el «incidente». Estuvo preocupada con ello durante unos días, dándole vueltas en la cabeza al asunto, tratando de encontrar la razón de su descuido. Al final concluyó: «Bah, el mejor escribano echa un borrón. Que te sirva para que, en adelante, no te confíes, Lisita, y ante los hombres estés siempre alerta». Pero el «incidente» también le sirvió para iniciar un periodo de reflexión sobre su presente y futuro, tanto en lo personal como en lo profesional. En lo personal, empezó a plantearse qué tipo de vida quería, ¿matrimonio?, ¿hijos? En lo profesional, por primera vez se preguntó qué quería ser de mayor. Posiblemente, estas preguntas podrían tener una respuesta fácil en la mayoría de las mujeres de su edad, pero Lisa era especial. Su superior inteligencia, su sentido trascendente de la vida en el que ocupaban un lugar preferente los conceptos razón y justicia, sus recuerdos de la niñez y de su primera juventud (aún se consideraba muy joven) y, en suma, todas las experiencias ya vividas, eran variables que interactuaban en sus reflexiones, a veces interponiéndose unas con otras, por lo que el análisis no le resultaba fácil. 

La idea de ser madre le gustaba; la del matrimonio, menos. Su profesión le apasionaba, pero no podía evitar una mueca de desagrado cuando se imaginaba continuando con lo mismo a los 50 años o más. Por otra parte, su autoestima había crecido en los últimos años, sobre todo cuando mentalmente se comparaba con los de su entorno. «Vales mucho, Lisita», se decía al concluir sus comparaciones. Así, el autoconvencimiento sobre su gran valía y, por otro lado, su interés en ser útil a la sociedad, que derivaba de su indudable y siempre demostrado espíritu de servicio, dirigieron sus reflexiones a la conclusión de que su lugar en la vida estaba ¡en la política! «Por qué no», se dijo frunciendo el ceño y con su habitual determinación. 

Este proceso reflexivo le acompañó durante bastante tiempo. La conclusión le gustaba, pero, a la vez, le producía miedo, más bien, cierto desasosiego. Y, desde luego, no se quería equivocar. En lo personal —hijos y matrimonio— no había que forzar las cosas; lo que tuviera que ser, sería. Pero en lo profesional, o sea, en lo de la política, habría que intentarlo, para lo cual debería estar muy atenta para poder aprovechar cualquier oportunidad para dar el paso; es decir, para tomar contacto con ese mundo totalmente desconocido para ella hasta entonces. «No hay prisa, pero ojo avizor, Lisita», se dijo. 


CAPÍTULO VII – Comienzos en la política

En el verano de 2034, Estefany, la gorda, con la que seguía compartiendo el apartamento, invitó a Lisa a pasar una semana en casa de sus padres, en una pequeña localidad costera de Massachussetts, a unos 65 kilómetros de Boston. Un día, Lisa y Estefany, junto a los padres de esta, fueron invitados a cenar en casa de unos amigos de los padres. Lisa, como durante el resto de la semana, se sintió muy a gusto en aquel ambiente y no paró de conversar con otros invitados y con los anfitriones. En la agradable velada en el jardín que siguió a la cena, Lisa fue reclamada por un grupo de mujeres —todas sexagenarias, más o menos— para charlar, a lo que accedió encantada. Con su desparpajo y simpatía habituales, enseguida Lisa acaparó la atención del grupo y contestó de muy buen grado a las preguntas, incluso a las indiscretas, con que, casi, le atosigaron. Resulta que dos de las que se mostraron más interesadas le confesaron que, como Lisa, habían participado años atrás en los movimientos feministas y, por esto, pronto surgió una corriente de simpatía con sus dos interlocutoras. Cuando, en el transcurso de la cordial conversación, Lisa, sin ninguna intención, manifestó que estaba considerando la posibilidad de incorporarse a la política, una de las del grupo dijo algo así como «Eso se puede arreglar fácilmente». Resulta que su marido era un veterano destacado cargo del Partido Demócrata. El contacto estaba hecho; había que aprovecharlo. 

Y bien que lo aprovechó Lisa. A los pocos días de volver, Lisa se puso en contacto con los responsables locales del partido, que ya habían recibido la recomendación de atender bien a Lisa. No le costó mucho convencerlos de que reunía condiciones intelectuales, habilidades dialécticas, talante y, además, experiencia laboral, más que aprovechables para destacar en el partido. Le asignaron un puesto, no muy importante, pero de cierta visibilidad, que, en principio, no sería remunerado. Así se lo explicó el cabeza local del partido, Mr. Williams, que, por prudencia y sin decirlo, colocó a Lisa en una especie de periodo de prueba. Lisa aceptó entusiasmada, aunque tuvo que compatibilizarlo con su trabajo en el despacho. 

Durante el primer año, Lisa se ocupó de ponerse al día de los asuntos que se gestionaban en el partido. Hizo muy buenas migas con todos sus compañeros, que enseguida se dieron cuenta de que habían hecho un magnífico fichaje. Estefany estaba encantada al ver cómo Lisa, en cuanto las tareas del despacho se lo permitían, volvía al apartamento y se encerraba en su habitación para estudiar y analizar los asuntos del partido. «Lisa, de la intendencia y del avituallamiento me ocupo yo; tú a arreglar el país», le dijo un día Estefany con cierta sorna pero con total sinceridad, porque veía con mucho agrado cómo Lisa estaba ilusionada con la actividad que había iniciado, de lo cual Estefany, por el hecho de la invitación, se sentía partícipe y, en cierto modo, inductora, lo que le satisfacía enormemente. «Esta llegará lejos», pensaba siempre que le preparaba la cena. 

En el segundo año en el partido, Lisa ya empezó a manifestar, siempre que podía, sus opiniones. Ya le preguntaban. Su nombre empezó a sonar. Tuvo alguna pequeña intervención en la tele y su número de teléfono fue incorporándose a la lista de contactos de los periodistas locales. En el otoño de 2036, a sus 36, Lisa recibió de Mr. Williams la propuesta formal de incorporarse al partido full time. «Te pagaremos lo mismo que ganas ahora». No se lo pensó y aceptó. Lisa Simpson había iniciado su carrera política.

Ya puedes leer la sexta entrega aquí



11 abr 2017

LISA SIMPSON (4)


Esta es la cuarta entrega de la ficción sobre la vida de Lisa Simpson ya adulta. Contiene los capítulos IV y V. Si te interesa la historia, conviene que empieces a leerla por el principio, o sea, por aquí.
CAPÍTULO IV – Readaptación sexual

Retomamos el relato de la vida de Lisa, ya en la treintena, en la capital, trabajando en el humilde pero activo despacho de abogados defensores de causas de personas humildes, y compartiendo el apartamento con Laura y Estefany. Lo habíamos dejado tras el apasionado encuentro sexual con Laura.
Aquella primera experiencia lésbica, a la que siguieron no pocas más del mismo estilo con Laura, descolocaron a Lisa, o sea, la afectaron síquicamente. Ella no se consideraba lesbiana porque nunca había sentido atracción por las mujeres. Por eso, se preguntaba continuamente «¿Qué me pasa?». Y no sabía responderse. Pero se propuso aclararlo. Para ello, pensó en Grace, su excompañera de su primer trabajo en el otro despacho de abogados, con la que, de vez en cuando, continuaba viéndose para ir al cine o a tomar algo a los bares del centro. Sin entrar en detalles, le contó lo que le pasaba y le pidió consejo. «Tú, Lisa, lo que necesitas es que te metan una buena polla, y ya verás cómo se disipan tus dudas y te enteras de lo que de verdad te gusta», le dijo Grace sin muchas contemplaciones.
Lisa puso en práctica el consejo recibido. En su círculo de amigos había buenos mozos (incluido su compañero de despacho, Jimmy), a los que Lisa, aunque los miraba con buenos ojos, hasta entonces, no había hecho mucho caso. El recuerdo de Milhouse la había frenado en más de una ocasión. Pero, despojándose de aquel desagradable recuerdo y dotándose de anticonceptivos, Lisa inició un gradual proceso de afirmación de su heterosexualidad. Tuvo bastantes experiencias, unas buenas y otras no tanto, pero en todas llevó con mucho acierto y autoridad las riendas de aquellas relaciones en las que el sexo era el único móvil; en ninguna hubo amor y todas duraron poco. Curiosamente, en estas experiencias no participó Jimmy. Al principio de este proceso y simultáneamente, mantuvo también la relación con Laura, pero a medida que se incrementaba su disfrute con hombres, decayó su interés por ella. Al cabo de cinco o seis meses y tras una tormentosa discusión, Lisa cortó definitivamente su relación con Laura; esta lo asimiló muy mal, hasta tal punto que se mudó a otra vivienda. Lisa y Estefany, la gorda, se quedaron solas en el apartamento.
Hasta 2030 Lisa y Estefany convivieron. Estefany era muy buena persona, también muy prudente y discreta, por eso nunca se atrevió a criticar a Lisa por su agitada vida personal. Porque Lisa, una vez que empezó, no paró. «Qué razón tenías», le solía decir a Grace cuando se veían y, sin ningún recato, Lisa le ponía al corriente de sus aventuras con hombres. «Son unos capullos», le decía Lisa, «Solo piensan en meterla, y la mayoría lo hace de puta pena. Aunque reconozco que me gusta follar, a veces me dan ganas de hostiarlos». «¡Joder, tía!, cómo has cambiado», o algo parecido solía contestar Grace, que, realmente, estaba impresionada por el cambio que veía en Lisa.
Lisa había comenzado a fumar 2 o 3 años antes, por sus 28; también, al mismo tiempo, comenzó a sentir cierto gusto por las bebidas alcohólicas, aunque nunca bebió en exceso. Por otra parte, tras dejarlo con Laura, comenzó a escribir algo parecido a un diario, en el que, con bastante detalle, dejaba constancia de sus aventuras con hombres. Profesionalmente se sentía feliz. La convivencia con Jimmy era estupenda y Lisa gozaba ayudando en las causas de los humildes. Realmente, sentía gran placer al ganar los pleitos a las importantes compañías inmobiliarias en los casos de desahucios indebidos; también si conseguía buenas indemnizaciones por despidos improcedentes. Vencer a los poderosos la complacía extremadamente. Por eso, cada triunfo en los tribunales suponía una celebración, generalmente compartida con Jimmy; aunque los casos los gestionaban conjuntamente, ella solía ser la que protagonizaba los juicios frente al juez y al jurado. «Lisa, enterneces al juez y derrites al jurado; eres una campeona» o algo parecido solía decirle Jimmy en cada celebración. 

CAPÍTULO V – Jimmy

Lisa tomaba buena nota de los halagos de Jimmy en las celebraciones, hasta tal punto que todos quedaban luego reflejados en su diario. Una noche, en su habitación, tras escribir en el diario lo que le había dicho Jimmy en la celebración que, con otros amigos, habían tenido por la tarde, se quedó pensativa, preguntándose cómo no había tenido ninguna aventurilla con su compañero laboral. En su reflexión, cayó en la cuenta de que sabía muy poco sobre él aunque, por el trabajo, pasaban juntos buena parte del día y mantenían una excelente relación personal, ya convertida en verdadero aprecio mutuo. «Le tendré que tirar los tejos», se dijo una sonriente Lisa dispuesta a incorporar a Jimmy a su lista de amantes circunstanciales.
Así que, sin demora, al día siguiente Lisa inició el proceso de seducción o conquista a su compañero. «Sin necesidad de esforzarme, te aseguro que en un par de semanas me lo tiro», le dijo a Grace cuando le contó sus intenciones. Y comenzaron las insinuaciones, roces, miradas, sonrisas, conversaciones picantes, y hasta provocaciones, para conseguir que Jimmy respondiera como esperaba: con la respuesta viril que se supone cuando la propuesta es tan evidente y clara. Pero no. Jimmy, que obviamente recibía los mensajes seductores de Lisa, respondía con francas sonrisas y comentarios corteses pero esquivos, como si le divirtiera la novedosa actitud de Lisa hacia él. «Yo creo que se cachondea de mí», le decía a Grace cuando le ponía al corriente del proceso.
A los dos meses de haber iniciado el «asedio», ya casi convertido en «acoso», durante los cuales, en el contexto de su estrategia, Lisa había intensificado los momentos compartidos con Jimmy, sobre todo fuera del despacho, por lo que en sus conversaciones había profundizado en el conocimiento de la personalidad de su compañero, notó que empezó a verlo con otros ojos; mejor dicho, notó que empezó a sentir por él algo nuevo, desconocido hasta entonces para ella. «A ver si te estás enamorando, tía», le dijo Grace con tono preocupado. «Pues igual sí», contestó Lisa, con aire abstraído y con la mirada perdida en el paisaje urbano que había al otro lado del ventanal de la cafetería en que estaban tomando sendos daiquiris (esta bebida se había puesto de moda entre las mujeres de las zonas urbanas del Este de USA a raíz de que apareciera en una película como favorita de su popular y afamada protagonista).
Lisa, que ya tenía 31 años, empezó a considerar la posibilidad de que Jimmy, unos cinco años mayor que ella, pudiera ser su objetivo para algo más consistente que un esporádico escarceo sexual, o sea, pensó en la posibilidad de ser su novia «formal». «¿Por qué no, quién mejor? Además me gusta mogollón», se dijo resueltamente. Lo que no sabía es que estaba a punto de recibir el segundo gran golpe proveniente de un hombre. «Soy gay, Lisa querida», le confesó un sonriente Jimmy cuando ella, nerviosa y atropelladamente, le propuso relaciones.
Aquella confesión le produjo el efecto de un puñetazo en la boca del estómago. Fue un dolor irresistible que le hizo salir corriendo del bonito bar en que estaban. Corrió y lloró. Aunque impulsada por la frustración de un amor no correspondido, lo que más le afectó fue sentir la humillación de verse rechazada por ¡un hombre! «Otro hijoputa..., ¡como Milhouse!», se dijo en su desesperación. 

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5 abr 2017

LISA SIMPSON (3)


Esta es la tercera entrega de la ficción sobre la vida de Lisa Simpson ya adulta. Si te interesa la historia, conviene que empieces a leerla por el principio, o sea, por aquí.

CAPITULO III – Relación con la familia

Con el paso de los años, en Lisa se fue produciendo un cambio en la percepción de los miembros de su familia, si bien esto no impidió que se mantuviera su amor por todos ellos. Pero sí influyó en que su desarrollado sentido crítico le hiciera ver realmente lo positivo y negativo de las formas de ser de sus más allegados y de sus comportamientos.
Desde luego, no cambió su admiración reverencial por se madre, Marge, que continuó luciendo su espectacular cabellera azul y su singular peinado. En los años en que estuvo en la universidad, Lisa todas las semanas le llamaba al menos una vez para ponerla al día de cómo le iban las cosas; ambas disfrutaban en estas conversaciones y en más de una Lisa notó cómo se quebraba la voz de su madre por la emoción que le producía el relato de las interesantes vivencias de su hija. Por precisar, hay que decir que en estas conversaciones Lisa nunca mencionó a Milhouse y, por supuesto, nunca le dijo nada sobre su aborto. Más tarde, durante el tiempo que vivió en Springfield en casa de sus amigas gemelas, se veían con frecuencia, y al menos un par de veces al mes quedaban para ir a hacer la compra en el centro comercial o a tomarse un café. En estos encuentros ambas disfrutaban y Marge aprovechaba para ponerle al día de las “cosas de casa”, en especial, de las extravagancias de Homer (que cada vez eran más disparatadas). También a Marge le gustaba informarle de cómo Maggie se iba convirtiendo en una preciosa y muy inteligente jovencita; sobre Bart le contaba poco. 
Lisa escuchaba con interés lo que su madre le contaba, pero cuando Marge, con gesto apesadumbrado, se lamentaba de las cosa de Homer, Lisa, algunas veces, no se reprimía y, en tono grave y enérgico, le aconsejaba algo así como «No se lo debes permitir. Te tienes que imponer, mamá, si no cualquier día este hombre va a hacer algo gordo de lo que todos vamos a salir perjudicados. ¡Joder, que ya es hora de que le entre la sensatez!» A lo que Marge siempre contestaba reprendiendo a Lisa: «Hija, que malhablada te has vuelto; no está nada bien en una chica de tu clase». Con lo que Lisa desistía de sus consejos o advertencias, diciéndose «No tienen remedio».
Verdaderamente, Lisa digería mal la sumisa actitud de resignación de su madre, que chocaba con el espíritu reivindicativo de Lisa en favor de la emancipación femenina, que se acentuó desde que en 2025 (a sus 25 años), al poco tiempo de llegar a la capital, Lisa se incorporara a una asociación defensora de los derechos de la mujer —que había sido muy activa a raíz de la llegada en 2016 de Trumph a la presidencia de USA—, en la que destacó por su beligerancia y compromiso. Por eso, Lisa, a medida que pasaba el tiempo, soportaba peor la actitud de subordinación de su madre con respecto a su padre. Pero la fuerza del cariño se imponía al impulso de la militancia, por lo que Lisa siempre se abstuvo de ser demasiado ácida en sus críticas o reconvenciones; aunque ganas no le faltaban.
Por lo que le contaba su madre y por lo que se enteraba por terceros —que solía ser lo peor, por lo que Marge prefería omitirlo—, Lisa estaba al corriente de las andanzas de su padre. Al principio, mientras estaba en la universidad, Lisa le llamaba por teléfono para tratar de hacerle ver que su comportamiento hacía sufrir a Marge, instándole a que fuera más sensato. Homer la dejaba hablar y la escuchaba pacientemente; cuando Lisa acababa, solo se le ocurría decir algo parecido a «Lisa, no seas tan dura con tu papá, que te quiere mucho, mucho, mucho…», cambiando inmediatamente de tema para contarle alguna anécdota chusca o ridícula de sus amigos Lenny y Carl, y, sobre todo, de lo malo que les pudiera haber ocurrido a sus cuñadas Patty y Selma —de las que, si no tenía otra cosa que contar, decía en tono despreciativo: «Y siguen fumando como carreteros... ¡puaf!»— , tras lo que siempre concluía con la coletilla «… así que no te quejes de tu papá».
Con los años y a medida que su formación intelectual crecía, en Lisa se fue afianzando el sentido común y, como ya se ha dicho, un acertado sentido crítico. Esto le proporcionaba lucidez para enjuiciar los actos de los demás, por lo que, a medida que pasaba el tiempo, soportaba peor las insensateces de su padre, aunque, a la vez, iba asumiendo que era incorregible; o sea, se iba resignando a la realidad de que su padre no tenía remedio. Por eso, durante el tiempo que, tras la universidad, vivió en Springfield, Lisa casi no coincidió con Homer; prefería no verlo. El cariño y ternura que seguía sintiendo por él, era contrarrestado por el afianzamiento de la evidencia de que su padre era, simplemente, un cretino egoísta. «No lo aguanto», se decía cuando se enteraba de alguna de sus estupideces. Por eso, consciente de que nada podía hacer para corregirlo y ante el temor de que en algún encuentro pudiera mostrarse excesivamente crítica y dura, hasta el punto de dañarle o de crear una situación violenta o incómoda para ambos, prefirió tomar distancia de él.
Con Bart era diferente. Aunque, por lo que percibía cuando estaba con él y por lo que le contaban, se daba cuenta de que cada vez se parecía más a Homer (incluso en volumen), Lisa sentía verdadero amor fraternal por su hermano que, indudablemente, era correspondido por Bart con las creces de la admiración. Porque, aunque evitaba evidenciarlo, Bart sentía gran admiración por su hermana, de lo que esta, sin duda, se percataba y agradecía. Por eso, Lisa, durante el año que, tras la universidad, vivió en Springfield, procuraba estar con Bart siempre que podía. Incluso, una tarde estuvieron charlando de sus cosas en la casita del árbol (junto a la casa de sus padres, pero sin que estos se enteraran): En aquella ocasión, entre otras muchas cuitas y chascarrillos, se intercambiaron lo siguiente:
—Oye, Lisa, ¿qué tal con el memo de Milhouse en la uni?
—De ese hijoputa prefiero no hablar— Lo dijo con tal cara, que a Burt solo se le ocurrió decir:
—¡Joder!, tía; ni que te hubiera follado—.Lisa quedó un poco desconcertada pero disimuló diciendo:
—¡Qué más hubiera querido ese capullo!—. Cambiando inmediatamente de conversación. Pero se quedó con la duda de si su hermano sabía algo.

Respecto a la relación entre Lisa y Maggie hay que decir que siempre resultó inmejorable. Estar alejada de su hermana pequeña en los momentos de la adolescencia y primera juventud de Maggie fue lo que más lamentó Lisa por el hecho de ausentarse de la casa familiar (primero por la universidad y después por su trabajo). Pero siempre mantuvieron un fraternal contacto, en el que Lisa aprovechaba cualquier ocasión para dar cariñosos consejos a su hermana pequeña, que esta correspondía evidenciando la admiración y cariño que sentía por Lisa.
Como se ve, Lisa siempre mantuvo, aun desde la lejanía, muy buena relación con su familia, aunque muchas veces resultó turbada por las preocupaciones conyugales que le transmitía su madre, y, otras, por el desasosiego que le causaba el incorregible histrionismo de su padre.

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