Esta es la séptima entrega de la ficción sobre la vida de Lisa Simpson ya adulta. Contiene el capítulo IX. Si te interesa la historia, conviene que empieces a leerla por el principio, o sea, por aquí.
CAPÍTULO
IX – En la política
En 2040 Mr. Williams fue nombrado gobernador
del estado. Lisa, que había tenido una intensa y muy eficaz participación en la
campaña electoral, se incorporó al gobierno como jefa de la Secretaría Política
del nuevo gobernador. En esa función, Lisa inició una actividad política
frenética. De ella dependía la oficina de prensa del gobernador, por lo que
tuvo mucha relación con los medios de comunicación. También se ocupaba de
recibir, en primera instancia, todas las propuestas legislativas o iniciativas
políticas que surgían en el equipo de gobierno, para que aportara su opinión o
sugerencias, que generalmente solían ser tenidas en cuenta antes de proseguir
los trámites burocráticos y legales correspondientes; también para que diese su
opinión al gobernador. Normalmente, acompañaba a Mr. Williams en los viajes
propios de su cargo por el estado; también en sus desplazamientos a Washington.
Igualmente, aunque no era de su responsabilidad directa, procuraba intervenir
en el área de Medio Ambiente, que seguía siendo un tema que le preocupaba mucho.
En fin, durante los cuatro años de
mandato de Mr. Williams, Lisa no paró… pero estuvo feliz. Decididamente, le
gustaba lo que hacía; se sentía realizada.
Como su sueldo se había incrementado bastante,
se compró un pequeño apartamento en el centro, donde se instaló ella sola. La
despedida de Estefany fue muy emotiva:
—No te preocupes, Estefany, nos seguiremos
viendo.
—No sé, no sé… Tú has entrado en otro mundo…
en otro nivel. Espero que no te olvides de los pobres, Lisa. —Lo dijo en tono
cariñoso mientras se daban un prolongado y lacrimógeno abrazo.
El nuevo apartamento ya fue testigo de alguna
aventurilla —no demasiadas—de Lisa con hombres, casi todos del mundo de la
política. No le faltaron pretendientes, pero con ninguno congenió más allá de lo
suficiente para darse un revolcón. También y como, por su popularidad, no podía
estar tranquilamente en los sitios públicos, en su nuevo apartamento recibió
con regularidad a Grace, ya casada y con dos hijos, con la que seguía
manteniendo gran amistad y era con quien mejor compartía confidencias, tanto
del ámbito personal como del profesional. Realmente Grace era la que mejor
conocía a Lisa.
En 2044, Mr. Williams fue reelegido
gobernador. Lisa continuó en sus funciones con, incluso, más poder y, por consiguiente,
más actividad.
Pero en ese segundo
periodo las cosas cambiaron. Lisa empezó a ver cosas raras. Notó que no se
tenían en cuenta —más de lo que en los cuatro años anteriores era normal— sus
sugerencias en las contrataciones públicas; incluso, comprobó que en no pocos
asuntos se le privaba de su previa revisión y análisis, por lo que se tomaban
decisiones sin su opinión. ¿Corrupción? ¿Favoritismos? ¿Ilegalidades? Fueron
preguntas que, desazonadamente, le surgieron al ver algunos actos de gobierno.
Encontró sentido a las palabras que, en su momento, no entendió cuando Mr. Williams,
al estar terminando el acto de la celebración de su reelección, con un vaso de
whisky en la mano y los ojos chispeantes, le dijo en actitud distraída «Habrá
que seguir trabajando duro por los ciudadanos, Lisa, aunque ya es hora de que
también nos preocupemos por nosotros».
Así que Lisa activó
todos sus mecanismos de alerta e investigó. Aunque no le resultó fácil, pudo
descubrir que Mr. Williams había tejido, con sus más allegados del partido, una
sofisticada red de corruptelas. «Efectivamente, se está preocupando por
nosotros, o sea, por el cabrón de él…», se dijo con rabia Lisa, «…y por lo que
he podido saber, parece que no le va nada mal», apostilló en su reflexión.
Lisa no podía aceptar aquello. No solo porque
la corrupción, que al ensuciar los correspondientes actos de gobierno, la podía
salpicar al convertirse en cómplice involuntaria de las ilegalidades, sino,
sobre todo, porque su escrupulosa conciencia y su alta valoración de la función
pública le obligaban a mostrarse beligerante. «Este me va a oír y, como no me
dé explicaciones claritas, de esto se va a enterar todo dios», pensó llena de
determinación. Durante meses, Lisa, con sigilo y sin que nadie se percatara,
hizo acopio de la información necesaria, que puso a buen recaudo, para probar
la corrupción que había detectado. Estaba decidida a sacarla a la luz, y así se
lo dijo a Grace en uno de sus habituales encuentros:
—No lo puedo ocultar, Grace. De esto se tiene
que enterar todo América. Se lo están llevando a manos llenas. Me han tenido
engañada; no lo voy a consentir.
—Te expones mucho, Lisa. Esta gente es muy
poderosa… y peligrosa. Piénsalo bien…— Le dijo una aterrorizada Grace, que veía
lo que se le venía encima a su amiga.
—Estoy decidida. Voy a demostrar quién es
Lisa Simpson. Que se sepa que no todos nos doblegamos ante los poderosos. Me
siento obligada, Grace; si no, ¿de qué ha valido todo lo que he hecho y dicho a
lo largo de mi vida? Mi madre me enseñó que la honestidad es un gran valor. No
la voy a defraudar; ni de coña.
—Eres admirable, Lisa, y tu madre seguro que,
hagas lo que hagas, se sentirá orgullosa de su hija. Por mi parte, aunque estoy
acojonada, solo puedo decirte que puedes contar conmigo para lo que necesites.
—Gracias, Grace, pero
no te preocupes; tú estarás al margen de este lío. Nos vamos a divertir. Lo
primero que voy a hacer es hablar con el cabrito de mi jefe… él sí que se va a
acojonar. Ya te contaré.
Aprovechó la vuelta
de un viaje que hizo con Mr. Williams para hablar con él. Fue una conversación muy
dura. Al principio, el gobernador, sorprendido por la actitud e intenciones de
Lisa, trató, en tono conmiserativo, de hacer ver a Lisa que lo que le planteaba
carecía de fundamento, pensando que su subordinada podía estar haciendo uso de
información de terceras personas. Pero, a medida de que Lisa argumentaba con
información y datos obtenidos por ella misma, las tripas de Mr. Williams se
iban arrugando y su semblante evidenciaba una preocupación imprevista y
galopante. Cuando ya no pudo más y con el rostro desencajado, exclamó «Lisa, no
me jodas; con estas cosas no se juega», entrando en una serie de absurdas
justificaciones mezcladas con veladas amenazas. Lisa se lo esperaba, por lo
que, ante la evidencia de que Mr. Williams estaba reconociendo tácitamente su
culpa, concluyó la conversación dando a entender a su jefe que iba a
recapacitar, a fin de no exponerse y ganar tiempo. Porque estaba decidida a
hacer pública la información de que disponía.
Efectivamente, dos
días después de su conversación con Mr. Williams, en mayo de 2046, Lisa convocó
a los medios de comunicación y denunció públicamente, con pelos y señales, todo
lo que sabía. El escándalo fue sonado, superando ampliamente al ámbito del
estado. En la sede central del Partido Demócrata, en Washington, hubo un terremoto político que afectó, como no podía ser de otra manera, al
presidente de USA (a la sazón, del Partido Demócrata). Lisa Simpson apareció en
todos los telenoticias de USA. Unos meses después The Washington Post la nombraría
«personaje del año en USA».
Una semana después de
la pública denuncia, Bart se instaló en el apartamento de Lisa con el
propósito de acompañarla, acudiendo así a la llamada de su hermana, que vio en
Bart la única persona en la que podría apoyarse en los duros días que
barruntaba que le esperaban. Bart, sin dudarlo y muy preocupado, accedió. Convenció
a su esposa (ya se había casado y tenía una hija) para que tolerase la
emergencia, y, por otro lado, consiguió fácilmente que en el Hogar del Jubilado
le concedieran una especie de excedencia con garantías de readmisión. En
Springfield, como en el resto del estado, ya conocían la noticia y Lisa fue
considerada casi una heroína.
Como temía, para Lisa
aquel año fue un periodo muy duro. Aunque fueron más los que la alabaron, tuvo
que soportar durísimas y muy ácidas críticas de diversos sectores. También más
de una amenaza. El FBI, que se hizo cargo de la denuncia, se ocupó de su
protección. Lisa soportó todo bastante bien; fue un ejemplo de dignidad y
valentía reconocido mayoritariamente por la sociedad americana. Solo se vino
algo abajo cuando en pleno proceso de instrucción judicial del caso denunciado
le llegó la noticia de la muerte repentina de su padre; su ya debilitada salud
y las calumnias que tuvo que oír sobre su hija (nunca leyó un periódico)
pudieron con Homer. Murió inmediatamente después de un ataque cardiaco que
sufrió en la taberna de Moe.
El juicio se inició
en octubre de 2047. A su conclusión, Mr. Williams resultó condenado a dos años
de cárcel y fue inhabilitado políticamente a perpetuidad; también tuvo una
importantísima multa. Aunque por los recursos y otras argucias legales a la
fecha de esta crónica, año 2050, aún no ha ingresado en prisión. Otros
encausados tuvieron penas de cárcel mucho mayores; algunos sí están
encarcelados.
Lisa asumió con
tranquilidad que su carrera política había finalizado.
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La siguiente, y última, entrega la puedes leer aquí .
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