El pasado jueves 30 de enero el Parlamento
Europeo aprobó por una clara mayoría (439 votos a
favor, 104 en contra y 88 abstenciones) una resolución por la que se reconocía
a Juan Guaidó como presidente de Venezuela. Con ese «respaldo», el
Gobierno de España ha hecho lo mismo, porque Maduro no ha hecho caso al
ultimátum que Pedro Sánchez —muy digno él— se permitió, instando al presidente
de Venezuela a que convocara rápidamente (le dio un plazo de 8 días) elecciones
presidenciales «justas y transparentes».
Pero, ¡ojo!, antes, el 23 de enero, Trump desde su despacho oval, con la seguridad y contundencia que le caracteriza, se había pronunciado sobre este grave asunto con una escueta declaración (un par de párrafos) en el mismo sentido, reconociendo al presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Juan Guaidó, como presidente interino de aquella nación, aduciendo que "El pueblo venezolano ha hablado de forma valiente contra el presidente Maduro y su régimen".
Pero, ¡ojo!, antes, el 23 de enero, Trump desde su despacho oval, con la seguridad y contundencia que le caracteriza, se había pronunciado sobre este grave asunto con una escueta declaración (un par de párrafos) en el mismo sentido, reconociendo al presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Juan Guaidó, como presidente interino de aquella nación, aduciendo que "El pueblo venezolano ha hablado de forma valiente contra el presidente Maduro y su régimen".
Para mí está claro: Trump ha marcado la ruta
a los países europeos y, por tanto, a España. Porque es difícil creer que el
Parlamento Europeo —y después España—se hubiera atrevido a hacer lo que ha
hecho si el poderosísimo aliado americano no hubiese mostrado de forma
categórica y «ejemplarizante» su hostilidad y rechazo a Maduro.
Y a Sánchez, como a Aznar en 2003 cuando se cometió el horrendo y mayúsculo crimen
de Iraq, le ha faltado tiempo para sumarse a la coalición internacional capitaneada por USA, en este caso contra Maduro. Porque,
insisto, no creo que, si el proceso de reconocimiento a Guaidó no hubiera
partido de quien partió (Trump-USA), nunca se habría atrevido a dar el paso
que ha dado. Como muchos están diciendo, hay buen número de países con los que España mantiene relaciones diplomáticas y comerciales en los que no se dan
las mínimas condiciones democráticas, sin que, aparentemente, afloren escrúpulos
democráticos en nuestro Gobierno.
A mí, desde la distancia y por lo que aquí se
dice de él, no me gusta nada Maduro. No solo porque me parece un tipejo
histriónico y bocazas, sino, sobre todo, porque, si es verdad lo que por aquí
se dice de la situación económica de Venezuela, se deduce que su gestión es calamitosa
para los ciudadanos. Pero, como no tengo información directa, no estoy seguro
de que Maduro y lo que pasa en Venezuela es, realmente, como nos lo pintan
aquí. O, dicho de otro modo, no sé si la difícil situación
de aquel país es responsabilidad exclusiva de Maduro o hay otras fuerzas
internas y, lo peor, externas que están incidiendo en aquel país para
desestabilizarlo económica y políticamente.
Lo que sí creo es que USA y sus adláteres
(UE-España) no deberían tener vela en ese entierro; o sea, no deberían entrometerse de forma tan directa y contundente en un Estado soberano . Está bien que los gobiernos de los
estados libres y democráticos —como son la UE y USA— presionen a los
gobernantes en los que se evidencia una antidemocrática y deficiente gestión
para sus ciudadanos. Supongo que hay fórmulas para presionar y hacerlos
desistir, pero de ahí a decidir sobre la sustitución, a la brava, de su presidente hay
una gran, grandísima, distancia. En mi opinión, no tienen derecho.
Ayer vi la entrevista que le hizo el
periodista televisivo Jordi Évole a Maduro. Fue una entrevista dura y larga. No
sé cuántos de los dictadores que existen en el planeta, con los que USA, la UE
y España mantienen unas respetuosas relaciones, se hubieran atrevido a esto. Maduro
lo hacía por segunda vez con el citado Évole, que no es fácil de torear en
estas lides. Y el presidente Maduro, contestó a todo lo que le preguntó el
periodista. Entre las cosas que dijo,
comparó su situación con la que tuvo Gadafi cuando fue derrocado y
asesinado por las potencias extranjeras que invadieron, con tal fin, Libia.
A Sánchez le puso a caldo, y no era para
menos. Porque Pedro Sánchez, como Aznar en 2003 con lo de Iraq, está claro que
se ha doblegado a lo que él considerará «intereses de Estado» por las presiones
que, directa o indirectamente, seguro que habrá recibido de USA. Lo de Iraq fue terrible (en más de una ocasión he
dicho aquí que fue el mayor crimen que hemos contemplado los de mi generación),
por lo que Aznar durante toda su vida deberá llevar «la cruz» de la foto de las
Azores. Ya veremos si Sánchez tendrá que soportar también —como vaticinó ayer Maduro—
durante toda su vida su parte de responsabilidad en lo que pueda pasar en
Venezuela. Y puede pasar de todo… y todo muy malo.