27 ago 2017

EL FÚTBOL. Los tramposos

Listo: Supongo, Julio, que estarás feliz por el comienzo de la liga de fútbol.
Julio: No creas, Listo. Cada vez me gusta menos el fútbol.
L: ¿Sí? No me lo puedo creer. A ti siempre te ha puesto mucho el deporte rey. ¿No será que te estás haciendo viejo?
J: Pues podría ser eso. Pero el hecho es que últimamente, cuando veo los partidos en la tele, más que divertirme, me cabreo.
L: A ver, a ver, Julio. Cuéntame la razón de tus cabreos.
J: Hay un par de cosas que me fastidian. Lo que más me molesta es escuchar las sandeces de los comentaristas; no todos, pero hay algunos que me desquician. Tanto que, a veces, me veo obligado a quitar el sonido de la retransmisión. ¡Es que no callan! Y como suele haber dos o más comentaristas se lían entre ellos a hablar de lo que se les ocurre, aunque no tenga relación con lo que se está viendo en la pantalla, o sea, con el partido. De esto ya dije algo en COSAS QUE JODEN (II) , así que no voy a repetirme; si quieres, lo lees, Listo.
L: Ya lo leí, Julio. ¿Hay alguna otra cosa que te disguste del fútbol actual?
J: Pues sí. Me molesta mucho el cuento que tienen los futbolistas; casi todos. Me refiero al teatro que hacen cuando reciben una entrada dura o durilla de un rival. Caen, mejor, se tiran ¡y se ponen a rodar por el césped! ¡Como abatidos por una fuerza sobrenatural! Eso sí, se tapan la cara con ambas manos para que no se note su «sufrimiento» y los que estén cerca puedan pensar que son algo «nenazas».
L. ¿Te refieres a que fingen?
J: En la mayoría de los casos es una evidencia. Y el que no lo vea así es que no quiere ver o está ciego. Y así son o están buena parte de los «expertos» comentaristas, porque nunca les he escuchado criticar como se merecen esas trampas que hacen los futbolistas para perder tiempo o para influir en el público o en el árbitro para que sancione duramente la «salvajada» del rival. A mí me parece que estos jugadores «tramposos» —algunos verdaderamente expertos en esas lides— deslucen el espectáculo.
L: ¿No crees que también aportan una chispita al espectáculo?
J: No, nada de eso. Las trampas nunca son deseables. Y erradicarlas podría ser un interesante reto para los periodistas que se ocupan del fútbol. Creo que sería una interesante sección para los periódicos deportivos tipo Marca, As, etc. (o para los programas de radio de las cadenas nacionales) que en las crónicas de cada partido de primera división se incluyera una calificación de «Tramposos», asignando, por ejemplo, 5, 3 y 1 puntos a los tres futbolistas que hubieran fingido más, o sea, hubieran destacado por sus trampas durante cada encuentro. Las calificaciones se irían acumulando estableciéndose una clasificación durante el transcurso de la Liga hasta que al final se pueda conocer el podio de «Tramposos» de la temporada. Lo deberían hacer.
L: ¿Y crees que a los periodistas les gustará el reto? A ellos les viene bien que haya trampas para así tener de qué hablar o escribir.
J: Así es, pero podría ser una novedad que, si cuaja, les podría dar una ventaja competitiva. Desde luego, si yo fuera responsable de un medio de comunicación, lo pondría en marcha cuanto antes. Además, no tendría ningún coste. Bueno… ellos sabrán.
L: No sé, Julio, habrá también muchos que cuando, tras rodar por el césped, se quejan será porque realmente les habrán hecho daño; hay defensas muy brutos.
J: Podría ser, pero los casos a los que te refieres se notan, y, desde luego, no suelen ser en los que el «dañado» rueda por el suelo. Mira, te voy a contar lo que me dijo José Maria Madrazo, un amigo de Bilbao que fue boxeador hace muchos años. Estábamos juntos viendo un partido por la tele y sucedió una de estas cosas de las que hablo que, naturalmente, criticamos. Josemari me dijo: «Julio, en un combate estuve recibiendo hostias sin parar durante media hora… y no doble las rodillas». Se refería a un combate contra un cubano buenísimo, un tal Robinson García. Efectivamente, mi amigo recibió una buena paliza en aquel combate que le llevó al hospital una vez finalizado el combate, que, es verdad, aguantó en pie.
L: Bueno, Julio. Tampoco es un ejemplo lo de tu amigo. Jactarse de aguantar una paliza en pie tampoco es muy edificante.
J. No, no se jactaba. Lo que me quería decir Josemari es que se puede soportar el castigo físico o, mejor dicho, el dolor pasajero si hay voluntad de hacerlo. Es decir, si no se es o se quiere hacer lo que son o hacen estos «nenazas» rodantes; o sea, los «tramposos» del fútbol.
L: Hombre, hay que comprender que los futbolistas traten de influir, haciendo algo de teatro, para que los árbitros y los espectadores castiguen y no toleren el juego rudo y agresivo de los rivales. Hay que tener en cuenta que las lesiones les pueden apartar de la actividad de la que comen, ¿no crees que es comprensible?
J: Vale, si quieres disculpar a los «tramposos», allá tú. Yo, no. Me gustan que los futbolistas aguanten como tíos las tarascadas o, incluso, patadas del adversario sin rodar por el suelo y quejarse como «nenazas». O sea, que aguanten como Messi; no que hagan lo de Ronaldo y el ya exportado Neymar.
L: Ya te estás metiendo en líos, Julio. Seguiremos otro día.
J: Sí, listillo. Sobre esto del fútbol hay mucho más para hablar.

19 ago 2017

BILBAÍNO (con tilde) vs BILBAINO

En las cuestiones lingüísticas suelo ser bastante respetuoso con las recomendaciones de los que saben más de estas cosas. Por eso, procuro atender las normas de la ortografía oficial, o sea, de la que publica la RAE. Así que, hasta ahora, siempre había escrito el gentilicio de los de Bilbao —el mío— con tilde en la segunda i (bilbaíno) porque es así como viene en el diccionario de la RAE.

Pero hace unos días, leyendo el periódico Bilbao —que recibo cada mes en mi casa (lo cual agradezco sinceramente al Ayuntamiento del Botxo)— vi que, repetidamente, el gentilicio que me ocupa estaba escrito sin tilde (bilbaino), o sea, como dice el articulista Jon Uriarte, con diptongo. Hasta ahora no había reparado en esto, por lo que no sé si este periódico, anteriormente, venía escribiendo bilbaino o bilbaíno. El caso es que me chocó y me hizo pensar.
Y pensé que, efectivamente, yo siempre he pronunciado el diptongo de bilbaino, y como yo todos los que conozco. Y siempre que, en cualquier sitio, escucho este gentilicio no percibo que el hablante separe el ba de la i. Es decir, todos, especialmente los de Bilbao, pronunciamos solo tres sílabas (bil-bai-no), no cuatro (bil-ba-i-no). Y en mi reflexión llegué a la conclusión de que el magnífico periódico municipal Bilbao tenía todo el derecho del mundo a escribir bilbaino sin tilde, aunque los de la RAE digan otra cosa.
Sí señor, porque el lenguaje tiene que adaptarse a la forma en que se expresan los hablantes. Por otro lado, hay que admitir que los gentilicios son «propiedad» de las personas a las que se aplican, por lo que deben estar a su gusto. Quiero decir que si a los de Bilbao nos gusta bilbaino (con diptongo y, por tanto, sin tilde) nadie tiene derecho a imponernos otro (por ejemplo, bilbaíno sin diptongo).
Así que, cuando tenga un rato, me voy a dirigir a la RAE solicitando que corrija su error, porque creo firmemente que es un error mantener una palabra en desuso (bilbaíno) y no incorporar al diccionario la que se usa (bilbaino), que, además, es la que nos gusta a los del Botxo. El idioma, afortunadamente, es un cuerpo vivo que evoluciona con el tiempo. La RAE está, entre otras cosas, para dar cuenta de los cambios que derivan de esa evolución y «oficializarlos». Ya contaré si me hacen caso o no.
Ahora bien, me digan lo que me digan, en adelante, cuando me refiera a los de Bilbao, escribiré el gentilicio sin tilde, como se hace en el periódico Bilbao, al que debo agradecer que me haya hecho salir de mi error inducido.

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COMENTARIO ULTERIOR (21-8-2017): Ayer envié un email a la RAE pidiéndoles que eliminaran la tilde de «bilbaino». Me han contestado hoy diciéndome, más o menos, que ya «lo mirarán». O sea, creo que no me van a hacer caso. Así que lo seguiré pronunciando y escribiendo con diptongo contraviniendo la recomendación actual del diccionario de la RAE.