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6 ene 2018

EL FÚTBOL. ¡QUÉ ASCO!



Hoy, día de Reyes, ha salido una mañana desapacible en Madrid; lluvia y frío. Así que he decido quedarme tranquilamente en casa y ver el partido que a las 13:00 daban por la tele: Atlético de Madrid-Getafe.

He aguantado solamente el primer tiempo; no he podido más. Por lo que me he levantado del sillón, he cogido el paquete de tabaco, el cenicero y mi pelotazo de vermut y me he puesto a escribir esto. Estaba asqueado con lo que estaba viendo. Y mira que a mí, desde chaval, el fútbol es el deporte que, con diferencia, más me ha gustado; también lo he practicado hasta edades que podrían considerarse prohibidas para esta actividad (sesenta y tantos). Pero parece que me he hecho viejo para verlo; bueno, para ver el fútbol de élite (primera división) que se ve en España. Es de asco, ya digo.

Me asquea todo lo del fútbol: los jugadores (salvo la excepción que luego citaré), los espectadores y los periodistas comentaristas; menos, los árbitros y también algunos directivos (aunque a estos, afortunadamente, se les ve mucho menos). Diré los porqués.

Muchos de los jugadores, como ya dije en otra entrada de este blog, son marrulleros y tramposos. Una buena parte gana una pasta gansa —obviamente porque son buenos o muy buenos futbolistas—, por lo que deberían ser más considerados con el espectáculo que les proporciona fama y dinero. También con el aficionado que paga por verlos: unos por verles ganar y otros no (no hay que olvidar que los partidos no solo los ven los aficionados del equipo de cada futbolista). Pues no, ellos con una asquerosa desvergüenza creen que los partidos son presenciados solo por los aficionados de su equipo y que, por tanto, se les perdonarán todas las trampas y marrullerías que hagan si tal comportamiento
resulta en favor de su equipo. O sea, juegan solo para los hinchas de su equipo. Vale, habrá quien entienda que eso debe ser así, al fin y al cabo su equipo es el que les paga. Pero, asumiendo que, en parte, eso tiene algún sentido, en el fútbol como en otras actividades, sobre todo si se hacen en público, hay que tener un mínimo de honradez; no todo puede valer. A mí así me lo parece, por eso me da asco verles hacer marrullerías y trampas. Se puede jugar de otro modo; sin ir más lejos, en los partidos de la liga inglesa no se ven las cosas de las que hablo; al menos no con la repulsiva frecuencia que en la de España. Los futbolistas de aquí deberían aprender de los de la «premier», aunque me temo que esto va a ser difícil. Para ejemplo de esto, el del impresentable jugador del Atlético de Madrid Diego Costa, que ha estado las últimas temporadas en la «premier» y ha redebutado hoy en la liga española. Por la radio, me he enterado que en el segundo tiempo del partido que yo estaba viendo hoy le han expulsado por hacer el capullo. También es de los tramposos/marrulleros (además de tonto) y, por lo visto, no ha aprendido nada.

Los espectadores —los de todos los equipos—, por lo que en la tele se percibe (por lo que gritan), también me dan asco. No me voy a extender sobre ellos porque enjuiciar a los espectadores que llenan los estadios sería una tarea poco menos que absurda además de inútil; no merece la pena. Solo voy a decir que hace ya muchos años caí en la cuenta de que, hablando, sobre todo, de los más jóvenes, la cuota de memos o imbéciles de este colectivo supera ampliamente la media de la sociedad o de la mayoría de otros colectivos.

O sea, que el fútbol acoge, como espectadores, a los más gilipollas de cada lugar. No digo que todos los espectadores del fútbol lo sean, por supuesto; digo que, en proporción, la gilipollez humana encuentra en las gradas de los estadios lugar adecuado para dar rienda suelta a su memez o estupidez, que, con razón, en otros espacios no se tolera. En el último partido que estuve como espectador (en el Calderón), la grada que está detrás de una de las porterías la ocupaba un numerosísimo grupo de los gilipollas de que hablo: no pararon de «cantar» sonidos desagradables que acompañaban con pequeños saltitos o movimientos; solo de vez en cuando se paraban para llamar hijoputa al árbitro o a alguno de los jugadores rivales. Me dieron la tarde (estaba relativamente cerca de ellos).

Los periodistas comentaristas también son de pena. Digo comentaristas porque me refiero principalmente a los que comentan los partidos que veo en la tele; por supuesto, no se me ocurre leer un periódico deportivo, menos de los que se ocupan preferentemente de fútbol, o sea, del Madrid o del Barcelona. Pero como veo fútbol en la tele no me queda más remedio que aguantar a los comentaristas; bueno, en más de una ocasión, para no aguantarlos, eliminé el sonido de la tele. De los comentaristas ya me quejé en otra entrada; por tanto, no voy a repetirme. Solo diré que algunos, no todos, me resultan insufribles.

De los árbitros prefiero no hablar. Ya lo hacen —en exceso— los ignorantes (en fútbol) reporteros de los medios de comunicación. Yo creo que los árbitros hacen lo que pueden, teniendo en cuenta las trampas de los futbolistas, la presión de las gradas y las memeces de los periodistas.

Lo de los directivos, especialmente los de los grandes clubes como son el Barcelona y el Madrid, es de puta pena. Solo puedo decir que son los máximos culpables de que en el fútbol se manejen, sin ningún control ni limitación, astronómicas cifras. Pagar decenas (muchas) de millones de euros por el fichaje de un jugador es, sencillamente, una inmoralidad. Y todo por dar gusto al ego del presidente de turno. Se merecen lo peor

Creo que, más o menos, se habrá entendido por qué me da asco el actual fútbol profesional de élite en España, y que, por eso, esté perdiendo mi afición. Me preocupa. Menos mal que aún disfruto viendo a Messi. Así que ya solo veo los partidos del Barça… bueno, también los del Athletic… aunque juegue el marrullero/tramposo Raúl García.






27 ago 2017

EL FÚTBOL. Los tramposos

Listo: Supongo, Julio, que estarás feliz por el comienzo de la liga de fútbol.
Julio: No creas, Listo. Cada vez me gusta menos el fútbol.
L: ¿Sí? No me lo puedo creer. A ti siempre te ha puesto mucho el deporte rey. ¿No será que te estás haciendo viejo?
J: Pues podría ser eso. Pero el hecho es que últimamente, cuando veo los partidos en la tele, más que divertirme, me cabreo.
L: A ver, a ver, Julio. Cuéntame la razón de tus cabreos.
J: Hay un par de cosas que me fastidian. Lo que más me molesta es escuchar las sandeces de los comentaristas; no todos, pero hay algunos que me desquician. Tanto que, a veces, me veo obligado a quitar el sonido de la retransmisión. ¡Es que no callan! Y como suele haber dos o más comentaristas se lían entre ellos a hablar de lo que se les ocurre, aunque no tenga relación con lo que se está viendo en la pantalla, o sea, con el partido. De esto ya dije algo en COSAS QUE JODEN (II) , así que no voy a repetirme; si quieres, lo lees, Listo.
L: Ya lo leí, Julio. ¿Hay alguna otra cosa que te disguste del fútbol actual?
J: Pues sí. Me molesta mucho el cuento que tienen los futbolistas; casi todos. Me refiero al teatro que hacen cuando reciben una entrada dura o durilla de un rival. Caen, mejor, se tiran ¡y se ponen a rodar por el césped! ¡Como abatidos por una fuerza sobrenatural! Eso sí, se tapan la cara con ambas manos para que no se note su «sufrimiento» y los que estén cerca puedan pensar que son algo «nenazas».
L. ¿Te refieres a que fingen?
J: En la mayoría de los casos es una evidencia. Y el que no lo vea así es que no quiere ver o está ciego. Y así son o están buena parte de los «expertos» comentaristas, porque nunca les he escuchado criticar como se merecen esas trampas que hacen los futbolistas para perder tiempo o para influir en el público o en el árbitro para que sancione duramente la «salvajada» del rival. A mí me parece que estos jugadores «tramposos» —algunos verdaderamente expertos en esas lides— deslucen el espectáculo.
L: ¿No crees que también aportan una chispita al espectáculo?
J: No, nada de eso. Las trampas nunca son deseables. Y erradicarlas podría ser un interesante reto para los periodistas que se ocupan del fútbol. Creo que sería una interesante sección para los periódicos deportivos tipo Marca, As, etc. (o para los programas de radio de las cadenas nacionales) que en las crónicas de cada partido de primera división se incluyera una calificación de «Tramposos», asignando, por ejemplo, 5, 3 y 1 puntos a los tres futbolistas que hubieran fingido más, o sea, hubieran destacado por sus trampas durante cada encuentro. Las calificaciones se irían acumulando estableciéndose una clasificación durante el transcurso de la Liga hasta que al final se pueda conocer el podio de «Tramposos» de la temporada. Lo deberían hacer.
L: ¿Y crees que a los periodistas les gustará el reto? A ellos les viene bien que haya trampas para así tener de qué hablar o escribir.
J: Así es, pero podría ser una novedad que, si cuaja, les podría dar una ventaja competitiva. Desde luego, si yo fuera responsable de un medio de comunicación, lo pondría en marcha cuanto antes. Además, no tendría ningún coste. Bueno… ellos sabrán.
L: No sé, Julio, habrá también muchos que cuando, tras rodar por el césped, se quejan será porque realmente les habrán hecho daño; hay defensas muy brutos.
J: Podría ser, pero los casos a los que te refieres se notan, y, desde luego, no suelen ser en los que el «dañado» rueda por el suelo. Mira, te voy a contar lo que me dijo José Maria Madrazo, un amigo de Bilbao que fue boxeador hace muchos años. Estábamos juntos viendo un partido por la tele y sucedió una de estas cosas de las que hablo que, naturalmente, criticamos. Josemari me dijo: «Julio, en un combate estuve recibiendo hostias sin parar durante media hora… y no doble las rodillas». Se refería a un combate contra un cubano buenísimo, un tal Robinson García. Efectivamente, mi amigo recibió una buena paliza en aquel combate que le llevó al hospital una vez finalizado el combate, que, es verdad, aguantó en pie.
L: Bueno, Julio. Tampoco es un ejemplo lo de tu amigo. Jactarse de aguantar una paliza en pie tampoco es muy edificante.
J. No, no se jactaba. Lo que me quería decir Josemari es que se puede soportar el castigo físico o, mejor dicho, el dolor pasajero si hay voluntad de hacerlo. Es decir, si no se es o se quiere hacer lo que son o hacen estos «nenazas» rodantes; o sea, los «tramposos» del fútbol.
L: Hombre, hay que comprender que los futbolistas traten de influir, haciendo algo de teatro, para que los árbitros y los espectadores castiguen y no toleren el juego rudo y agresivo de los rivales. Hay que tener en cuenta que las lesiones les pueden apartar de la actividad de la que comen, ¿no crees que es comprensible?
J: Vale, si quieres disculpar a los «tramposos», allá tú. Yo, no. Me gustan que los futbolistas aguanten como tíos las tarascadas o, incluso, patadas del adversario sin rodar por el suelo y quejarse como «nenazas». O sea, que aguanten como Messi; no que hagan lo de Ronaldo y el ya exportado Neymar.
L: Ya te estás metiendo en líos, Julio. Seguiremos otro día.
J: Sí, listillo. Sobre esto del fútbol hay mucho más para hablar.

29 ago 2013

HABLEMOS DE FÚTBOL (instructivo)


Listo: Con lo que te gusta el fútbol, estarás contento, Julio. Ha comenzado la liga y, encima, el Athletic ha ganado sus dos partidos; estáis, ex aequo, en cabeza de la clasificación.

Julio: Pues sí, por las dos cosas que dices estoy contento, aunque me temo que el Athletic, por lo que le he visto, pronto se va a descolgar del pelotón de cabeza; es normal, ¿no?

L: No sé, tú sabrás, que, según dices, eres muy entendido. Por cierto, en tu post «GOLES SON AMORES...», del ya lejano 2009, exponías la teoría de que, más o menos, en el fútbol los únicos que valen son los que marcan goles; al final decías que ya desarrollarías los fundamentos técnicos en que te basabas para hacer esa —para mí muy simplista— aseveración. ¿Por qué no hablamos sobre esto?

(Me parece que este listillo me quiere buscar las cosquillas; ¡se va a enterar!)

J: ¿Por qué no?, ricura; ¿por dónde empezamos?

L: Pues, si quieres, por cómo ves el fútbol como deporte.

J: A mí me parece que es un deporte bastante simple. Cualquiera, ya desde niño, puede jugar al fútbol sin necesidad de tomar lecciones o clases, como ocurre con otros deportes. Así como —hablando de los que se juegan también con una bola— al tenis o al golf (más en este que en aquel) es casi imprescindible recibir clases para alcanzar un nivel aceptable como simple aficionado, o sea, es necesario que te enseñen (de lo contrario el proceso de aprendizaje se puede prolongar por muchos años), a jugar al fútbol se aprende casi por mimetismo; es decir, fijándose en cómo juegan los buenos. En mi opinión, al fútbol se puede ser autodidacta. Naturalmente, siempre viene bien, sobre todo a los niños que empiezan, que haya quien les aconseje sobre algunos elementales aspectos técnicos, lo que seguro que resulta provechoso, pero creo que, sobre todo, se aprende y evoluciona con la práctica.

En suma, considero que la práctica del fútbol está al alcance de casi todos y, por otra parte, es, relativamente, de fácil aprendizaje.

L: ¿Quieres decir que cualquiera podría ser futbolista de primera división?

J: ¡Qué pregunta! ¡Claro que no! Yo hablaba del fútbol como deporte para practicarlo como aficionado. Otra cosa es la práctica profesional del fútbol, es decir, los requerimientos para ser futbolista. Para esto, se necesita, en primer lugar, afición y ganas, después y muy importante, determinadas condiciones físicas, y, por último, talento.

L: Has dicho que lo primero que se requiere es afición y ganas.

J: Sí, majete. Cumpliendo un nivel aceptable de los otros dos aditamentos (condición física y talento), estoy convencido de que el que a los 14 años, por convicción propia o porque alguien cercano se empeñe, si aporta grandes dosis de afición y ganas podría conseguir ser futbolista profesional; no digo que el que se lo proponga pueda llegar a estrella, pero sí a un cierto nivel. He conocido algún caso. Por contra, el que no tenga afición ni ganas de sacrificarse, por muy buenas condiciones que tenga, no tendrá sitio en el campo profesional.

L: No sé, no sé... Me parece que es mucho decir; si fuera así tendríamos a muchísimos padres incentivando a sus hijos para que el fútbol ponga remedio a las dificultades económicas de las familias.

J: ¿Y qué crees? Pues de los que dices hay a porrillo. Y si no te lo crees, date una vuelta los domingos por la mañana por los campos en los que hay competición en las categorías infantiles y juveniles. Verás con qué intensidad viven los partidos los padres de los que juegan.

L: Bueno... y de las condiciones físicas que se requieren, ¿qué me dices?

J. De lo físico, yo citaría cuatro aspectos: rapidez, velocidad, coordinación y fuerza. Los dos primeros son conceptos que se confunden, aunque, para mí, son diferentes.
L: Vamos por partes: rapidez.

J: A mi entender, la rapidez consiste en la celeridad de movimientos, lo que permite reaccionar con anticipación ante las contingencias del juego. El ejemplo actual de la máxima rapidez es Messi, que, entre otras, tiene la cualidad, en las disputas de balón, de meter el pie siempre unas centésimas de segundo antes que los adversarios lo que le permite hacerse con con la pelota o mantenerla.

L: Velocidad.

J: Está claro. Es la velocidad en el desplazamiento, con o sin balón. También Messi es muy veloz, sobre todo conduciendo el balón, si bien, como ejemplo de jugador veloz, yo citaría a Cristiano Ronaldo, que corre como un gamo.

L: ¿Qué me dices de la coordinación?

J: Diría que es la capacidad para colocar el cuerpo en la posición adecuada según las circunstancias; es muy importante en los goleadores, que se ven obligados, generalmente, a rematar a gol estorbados por los adversarios o en situaciones de dificultad por la posición del balón. También pondría a Cristiano como ejemplo actual de excelente coordinación; otro sería el Villa de antes de su grave lesión.

L: Y, por último, hablando de las condiciones físicas, la fuerza.

J: Por decirlo de alguna forma, es la condición atlética del futbolista La fuerza debe hacerse patente, sobre todo, en las piernas. Por eso, el jugador fuerte tiene la facultad de aferrarse con sus pies al suelo de tal manera que resulta muy difícil desplazarlo por procedimientos reglamentarios. También la fuerza se demuestra en los choques o contactos con los adversarios. Creo que se entiende si menciono a Sergio Ramos como ejemplo de jugador fuerte. Otros, con un aspecto menos atlético que el que he mencionado, pero que podrían servir como ejemplo de jugadores fuertes, podrían ser los bajitos Muniain o Iniesta. Otro ejemplo muy gráfico de jugador fuerte sería el del brasileño Ronaldo, ¡a ver qué defensa lo desplazaba cuando estaba en el área del rival!

L: Y, tras lo físico, el talento.

J: Es la inteligencia aplicada al fútbol; es lo que permite al jugador que tiene el balón en sus pies elegir siempre la mejor opción. También es la cualidad que permite al jugador estar siempre en el lugar adecuado; en esto, Raúl es y ha sido un maestro. También cualquiera de los de la línea media del Barça, Iniesta, Xabi y Busquets, son un ejemplo de lo que digo; Alonso, del Madrid, podría ser otro buen ejemplo.

L: Bueno, Julio, has dado un repaso a lo que es el fútbol, hablemos ahora, si te parece, de los goleadores.

J: Espera, que, para que no se me olvide, tengo que hablar de otro de los aspectos importantes que deben tener los jugadores profesionales. Me refiero al talante; o sea, la actitud, voluntad o disposición que debe mostrar el buen futbolista para esforzarse durante los 90 minutos de cada partido. El que no sude la camiseta, aunque en otras cosas sea excelente, tendrá un bajo rendimiento.

L: Dicho queda. Vayamos, que ya tengo ganas, a tu teoría de que solo son buenos los que meten goles. Entonces, para ti ¿qué mérito tienen el portero, los defensas, los pivotes, los medios de enganche, los destructores del juego del adversario... y los restantes miembros del equipo que no meten goles? ¿No valen para nada?

J: Vamos por partes; y no jodas atribuyéndome lo que no he dicho. Lo primero que debo decir es que para uno como yo, que de chaval hice mis pinitos jugando al fútbol y que pronto fui consciente de que no tenía mucho futuro en este deporte (me faltaba rapidez y velocidad), todos aquellos que llegan a practicarlo de forma profesional gozan de mi máximo respeto, además de que los valoro y los admiro. Precisamente porque soy consciente de que son capaces de lo que yo no fui. Así que tenlo muy presente y no me toques... las narices.

L: Oye, que no soy yo; eres tú el que solo valoras a los goleadores.

J: Lo que digo es que, como sabrás, Listo, el objetivo en el fútbol no es otro que meter goles en la portería del adversario. Y que eso no es tarea fácil, y lo puedes constatar si ves los resultados de cada jornada. La media por partido no creo que sobrepase el número de tres. En un partido de fútbol gusta ver hábiles regates, veloces carreras conduciendo el balón, cortes defensivos contundentes y valientes, hacer «bicicletas» y «caños», pegarla de tacón, etcétera, pero esas cosas no computan en el resultado del partido; en este solo se cuentan los goles. ¿De acuerdo?

L: Sí, pero no me negarás que para que unos metan los goles, otros trabajan en funciones menos lucidas y, muy importante, en tareas para evitar que el adversario marque. Porque de nada sirve meter goles al adversario si este mete más.

J: Qué listo eres; me epatas, tío. Naturalmente, todos los miembros de un equipo son importantes y todos tienen su misión, que, en muchos casos, no es la de marcar goles. El más claro es el portero, que, para mí, no es, en términos estrictos, un futbolista, porque juega más, o de manera más decisiva, con las manos. Pero es muy importante, importantísimo —que se lo pregunten a los culés después de los dos partidos de la supercopa—, aunque yo lo valoro menos porque los que me gustan son los futbolistas, o sea, los que juegan casi exclusivamente con los pies.

L: Vale, vale... ¿Y qué dices de los defensas? Esos sí son futbolistas.

J: Pues se pueden decir muchas cosas. Lo primero, que hay que admitir que es más fácil destruir que construir. Grosso modo, el defensa tiene como misión principal evitar ocasiones de gol del equipo contrario, y para eso corta y despeja los balones que, conducidos o disparados por los adversarios que merodean su área, puedan resultar peligrosos. Pero en los cortes y despejes lo principal es alejar el balón, si es con dirección a un compañero, mejor, pero no es imprescindible. Muchas veces el patadón defensivo es lo más eficaz, y cuanto más lejos vaya el balón, mejor. Está bien la finura, pero se aprecia y valora más la contundencia. O sea, listillo, en la línea defensiva está la tarea más rudimentaria del fútbol y, por tanto, la más fácil. Esto no quiere decir que no haya defensas finos, excelentes futbolistas, que, además de hacer bien su función destructiva, marcan goles; estos son los que, para mí, son realmente buenos. Y te diré otra cosa; hay muchísimos casos de buenos jugadores que empezaron de delanteros, en concreto, de extremos, porque eran bastante rápidos y veloces, pero no lo suficiente, por lo que con el tiempo fueron retrasando su posición hasta jugar, y con buenos resultados, de defensas laterales. Te podría hablar de varios. Por tanto, insisto, cuanto más atrás se juegue más fácil resulta. Y otra cosa más, para que te enteres: el que es capaz de hacer lo difícil (meter goles) hará con muchísima más facilidad lo fácil (despejar balones); aunque jamás lo podrás comprobar, imagina qué defensa central sería Cristiano Ronaldo.

L: La verdad, no me lo imagino haciendo «bicicletas » en su propia área frente al delantero rival. Pero dejemos esto. Siguiendo con el repaso de líneas, los de la media tampoco te parecen buenos, ¿no?

J: Solo si meten un número aceptable de goles. El medio que no meta, por lo menos, la media docena en una liga, para mí deja mucho que desear. Eso no quiere decir que no considere «buenos» a los excelentes «distribuidores» que todos tenemos en mente, pero, a mi entender, para ser «buenos de verdad»  hay que marcar. Por darte algún nombre que te suene, citaré a Pirri, del Madrid, que marcó nada menos que 170 goles en liga, y al guaperas Julen Guerrero, del Athletic, que solamente en partidos de liga metió más de 100 goles; ambos eran centrocampistas, ¡pero de los buenos!

Porque está muy bien jugar en la zona cómoda del campo, en la que la presión es mucho menor que en las áreas, dando pasecitos y lanzando balones para que los de delante corran y se dejen los cuernos ya en el área rival. Los que se dedican a eso quedan como Dios, todos les alaban y casi nunca fallan goles (porque no están donde se pueden fallar). Mira, te hablaré de dos casos muy singulares de jugadores que jugaban en esa cómoda demarcación y estaban considerados como buenos o muy buenos: Villar, del Athletic, hoy presidente de la Federación, y Milla. El primero era fijo en la selección en los tiempos de Kubala; Milla jugó en el Barcelona y en el Madrid. Pues, tío, el 80 por ciento de sus pases eran para atrás, ¡no fallaban nunca!, y encima estaban bien considerados. No lo sé, pero aseguraría que, durante el tiempo que jugaron en primera división, no marcarían, entre los dos, más de una decena de goles. Pues por mucho que les alabaran, para mí eran poco menos que taruguetes. Desde luego, del montón.

L: Joder, Julio, cómo eres. Pero, bueno, vayamos ya a los delanteros y dime de una vez por qué valoras tanto a los goleadores.

J: Mira, chaval. El goleador tiene un don especial que le permite hacer lo que los demás son incapaces: marcar. Suelen ser los delanteros centro o los que, no siéndolo específicamente, juegan por esa demarcación; de estos, Messi y Cristiano Ronaldo son el paradigma. Los goleadores son los que tienen que bregar en el área del rival, que, normalmente está infestada de tíos fuertes que, sin contemplaciones, empujan, meten el pie, agarran, pegan y hasta escupen o dicen cosas poco agradables sobre la madre de los delanteros que se atreven a introducirse en su parcela. Pero, además, los goleadores (especialmente los delanteros centro) en no pocas ocasiones reciben el balón de espaldas a la portería del rival, mientras los implacables defensas le hacen todo lo que acabo de decir. Y en esas condiciones, tienen que controlar la pelota, darse la vuelta e intentar marcar; si lo consiguen, es como un milagro, por eso lo valoro.

Es que, como te decía, meter un gol es muy difícil, por eso los que tienen el don de poder hacerlo con frecuencia son realmente los mejores. Y para tener ese don hay que tener buenas dosis de todas las cualidades del buen futbolista que he enumerado al principio. Si hubiera un procedimiento para evaluar o medir el nivel de rapidez, velocidad, coordinación, fuerza, talento y talante de cada jugador podríamos establecer una clasificación con criterios objetivos de todos los jugadores de una competición, pero como esa medición es imposible tenemos que recurrir al único medidor objetivo que hay: los goles que marca cada uno; que hay que considerarlos como el resultado de la aplicación del conjunto de las cualidades citadas.

Por eso, yo creo que el único baremo o criterio objetivo válido para establecer el valor de un futbolista es el número de goles que marca en una competición de ciclo completo, como es la liga. En la liga española pasada, el mejor jugador fue, sin duda, Messi, porque fue el que más goles marcó. Y no lo hubiera sido si no los hubiera marcado, por muchos regates que hubiera hecho, o por muchas carreras que se hubiera dado con el balón en los pies sorteando o dejando atrás a los rivales. Y Cristiano fue el segundo mejor porque quedó el segundo en el Pichichi. El día que ambos dejen de meter goles o metan pocos, dejarán de ser los mejores, por mucho que nos regalen «bicicletas», «caños», paradas de balón imposibles u otras virguerías.

L: Goles, goles... solo goles; está claro que es lo único que valoras. Pero, yo he escuchado a muchos periodistas, de los entendidos, hablar de la «calidad» como referente de la valía de los jugadores. Tú ni la has nombrado.

J: Me lo temía, ya ha salido lo de la dichosa calidad. Entérate bien, chavalín; el sustantivo calidad sirve para hablar de los materiales, de los tejidos y cosas así. Para los futbolistas existe el término «clase» para referirnos a ese inconcreto atributo que tienen los excelentes futbolistas. Es difícil explicar qué es la «clase» de un futbolista, si bien, yo diría que es la consecuencia de tener grandes dosis de una de las cualidades físicas que ya he citado; me refiero a la coordinación. En otras palabras, la «clase» se evidencia en la estética del futbolista, o sea, en lo bonito que lo hace. No sé si me entiendes, pero estoy seguro que los que saben de fútbol, sí. Ahora bien, se puede tener mucha «clase» pero si no tienes las otras cualidades, o sea, si, por ejemplo, no eres rápido y veloz, poco podrás hacer. Desde luego, si tienes mucha clase y no metes un puto gol, mejor que te dediques a otra cosa.

L: ¿No exageras?, Julio

J: No exagero ni esto. Convéncete, Listo. El único medidor fiel de la valía de un futbolista es el «gólmetro», lo demás son zarandajas de los periodistas deportivos, que son, en general, de puta pena (en especial un tal Roncero); así que no hagas caso a lo que dicen esos. Hazme caso a mí, listillo, y aprenderás.

L: Me ha gustado lo del «gólmetro»; lo utilizaré los lunes en los comentarios de la oficina.

(Qué capullo; me ha tenido más de dos horas con este asunto... y mira con lo que se ha quedado. Si digo yo... con este no hago carrera)

6 sept 2012

FABULOSOS PARALÍMPICOS... Y RONALDO

Estoy siguiendo por la tele los Juegos Paralímpicos y debo decir que estoy impresionado. No sé si será porque, por suerte o por desgracia, no había tenido apenas contacto con el mundo de los discapacitados y mucho menos con los que, formando parte de ese colectivo, se dedican al deporte y compiten oficialmente, pero lo que estoy viendo estos días no lo había visto nunca y creo que merece, como poco, el calificativo de espectacular; ¡gran espectáculo! Desde luego, para mí, mucho más atractivo que los juegos de la Olimpiada. Creo que es una suerte que Teledeporte de TVE, a través de la tecnología TDT, nos esté dando la oportunidad de contemplar casi todo lo que pasa en Londres desde el pasado 29 de agosto.

Es impresionante ver a ciegos jugando al fútbol o participando en las pruebas ayudados de sus "guías"; o a personas sin brazos utilizar el arco y las flechas con los pies (y conseguir la medalla de oro); o a discapacitados jugar al baloncesto en sillas de ruedas (he visto canastas que no desmerecen de las de los profesionales de la ACB). Qué decir de los participantes en las pruebas de atletismo o de natación, muchos de ellos con serias discapacidades pero consiguiendo marcas muy dignas, como el caso, que he visto esta tarde, de un chino sin brazos que ha corrido los 100 metros en 11 segundos. En fin, sería interminable la lista de menciones a participaciones espectaculares y a la vez chocantes, por las variopintas condiciones físicas y mentales con las que compiten todos y cada uno de los participantes en los Paralímpicos; pero eso sí, todos, absolutamente todos, son dignos de admiración y del máximo respeto.

Porque son muy admirables y respetables todas estas personas que, sin resignarse, luchan por superar las limitaciones con las que no tienen más remedio que convivir. Y, según parece, lo hacen con entusiasmo, con un encomiable afán de superación, demostrando una enorme fortaleza mental (aunque su discapacidad les afecte al intelecto), con destreza y, por qué no, con alegría.

Y como contrapunto la tristeza de Cristiano Ronaldo... Según ha manifestado, ¡está triste!... El país se ha convulsionado; las redacciones de la sección de Deportes de los medios de comunicación están en una frenética actividad para tratar de saber qué le pasa a Ronaldo; en España no se habla de otra cosa. No es para menos. El portugués, que aparentemente lo tiene todo, está triste y no se sabe con certeza por qué... pobrecito... me da una pena... Sumándome al desasosiego y tribulación nacional, llevo desde el domingo sin dormir dando vueltas en mi cabeza a lo que nos ha dicho el futbolista para ver cómo podría contribuir a que se le pase su tristeza y vuelva a mostrarse chulito, exultante y retador cada vez que marca un gol. Pero no se me ocurre nada para ayudarle.

Ahora bien, enlazando lo de Ronaldo con los Paralímpicos, me da que el futbolista no ha visto nada de estos juegos, porque, si lo hubiera hecho y, así, hubiese visto lo que hacen —y cómo lo hacen— esos admirables deportistas, que, en comparación con él, tienen tantas carencias de todo tipo, y a poco que reflexionara, estoy seguro de que no se le habría ocurrido hacer las ridículas (por no emplear otro calificativo más grueso) manifestaciones que hizo el domingo pasado. Desde luego, si ha visto los juegos y, aun así, se ha atrevido a decir que se siente muy triste (por cuestiones profesionales, ha aclarado (?) luego) es que entonces, sencillamente, es un gilipuertas. Y como creo que no lo es, me reafirmo en que «el triste» no ha visto nada de los Paralímpicos.

Y, mira por dónde, ya sé como se le podría ayudar al pobrecito Ronaldo a superar su tristeza: tenerle 10 horas al día durante dos semanas visionando los vídeos de los presentes Juegos Paralímpicos. Yo creo que hasta se le pasarían las ganas de pedir aumento en su ficha. Y el listo de Florentino sin enterarse; si digo yo...
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Nota adicional posterior: Días después de publicar esto he visto en un  noticiero de Tele5 un reportaje sobre la imaginativa campaña que la Asociación de Parálisis Cerebral y Alteraciones Afines ASPACE-ÁLAVA ha emprendido a raíz de las declaraciones de Ronaldo de las que he hablado. Con mucha retranca, le dicen a CR7 que, como remedio para su tristeza, se haga voluntario cooperador de la asociación. Seguro que también este remedio le vendría bien al portugués, por lo que, aunque solo fuera por vergüenza torera, debería hacer caso a lo que le sugieren.
Si quieres ver la noticia pincha aquí


30 ene 2012

ATHLEEEEEEEEETIC... ¡EAUP!

Si hay algo común en todos los bilbaínos es nuestro cariño por el Athletic Club de Bilbao, o sea, por nuestro Athletic. En esto estamos de acuerdo todos: hombres y mujeres, niños, jóvenes, adultos, viejos, trabajadores, empresarios, nacionalistas, no nacionalistas, ricos, pobres, etc. El cariño a nuestro Athletic es un sentimiento, como se dice ahora, transversal en todos los bilbaínos. Y empleo el posesivo nuestro porque nos pertenece a todos: es un condominio del que todos los de Bilbao nos sentimos, orgullosamente, partícipes. (Aclaro que cuando digo bilbaínos me refiero también a los vizcaínos y cualesquiera otros hinchas del club rojiblanco; aquí viene al pelo eso de que los de Bilbao nacemos donde nos da la gana).

Obviamente, este sentimiento de cariño hacia el equipo del pueblo o ciudad de cada cual no es exclusivo de los bilbaínos ni del Athletic; es algo bastante normal. Pero, lo del Athletic es especial; sí, sí, especial. No digo que los bilbaínos seamos más forofos de nuestro equipo que lo son los barceloneses, los madrileños, los coruñeses, los malagueños, etc., de los suyos respectivos; ni que nos mostremos más apasionados a la hora de animarle, de ensalzar sus valores y triunfos, o de sufrir por sus derrotas. Seguro que entre los hinchas o seguidores del Athletic hay de los que se lo toman a pecho y les afecta sobremanera, en positivo o negativo, los resultados de cada partido, igual que les pasa a los de otros clubes. Pero no es el apasionamiento ni la vehemencia los elementos que determinan lo especial del sentimiento general de los bilbaínos por nuestro Athletic, no. Es lo que he dicho antes: el cariño.

Y digo cariño porque no es un amor pasional, ni irracional veneración, ni desmesurada admiración, que es lo que parece que sienten los seguidores de otros equipos, sobre todo los de los dos poderosos, Barcelona y Madrid. Los bilbaínos, sencillamente, queremos a nuestro Athletic. Y lo queremos gane o pierda; si gana, mejor que mejor, y si pierde, aunque nos duela, se lo consentimos o lo toleramos.


Porque los bilbaínos somos conscientes de que nuestro Athletic, por la meritoria singularidad que le distingue —me refiero, obviamente, a que se nutre sólo de jugadores «de casa»—, está en inferioridad de condiciones respecto al resto de clubes con los que compite, especialmente a los dos grandes que antes he citado, por lo que tenemos asumido que es muy difícil que nuestro Athletic consiga ganar las competiciones en las que participa. No nos importa demasiado, estamos resignados... aunque no perdemos la esperanza. A nosotros nos basta con clasificarnos de vez en cuando para alguna de las dos competiciones europeas y, eso sí, con ganar al Barça y al Madrid en San Mamés.

Y si no se consiguen estos limitados objetivos tampoco nos lo tomamos a la tremenda; remediamos nuestro malestar con un conformista «qué le vamos a hacer»... y a otra cosa. Desde luego, gane o pierda, pase lo que pase, nuestro cariño por el Athletic permanece intacto. Y, eso sí, ese cariño lo demostramos como ninguna otra afición cuando consigue alguna «hazaña», como fueron las dos últimas ligas que ganó a principios de los ochenta. Como muestra véase la foto anterior del último recibimiento a la gabarra.

En cambio, los seguidores del Madrid o del Barça experimentan otras sensaciones. Lo que en realidad estos megaclubes proporcionan a sus seguidores, o lo que éstos buscan en ellos, es una especie de apoyo o soporte vital que les sirve a los hinchas para mejorar su autoestima personal. O sea, entre el club y el aficionado hay un vínculo interesado. Naturalmente el club necesita a la afición (en eso todos estamos igual), pero el aficionado —aquí está la diferencia— necesita del club para alimentar su ego o para su autoafirmación personal. Aunque no se den cuenta, en los culés y madridistas se da la siguiente apócrifa reflexión: «nuestro club es grande y poderoso, y por eso lo somos nosotros también».

Hasta cierto punto es lógico y natural; el ser humano, en su pequeñez, necesita de este tipo de soportes. Lo malo es que este vínculo interesado es, en realidad, una dependencia. No creo que exagero si digo que la tranquilidad o el grado de bienestar sicológico o emocional de buena parte de madridistas y culés en las horas, incluso días, posteriores a los partidos depende en buena medida de los resultados de sus respectivos equipos. Por eso solo les valen las victorias, porque si pierde su equipo, ellos, personalmente, también se sienten derrotados o, aún peor, humillados. Así, no es extraño que la afición de estos grandes clubes se indigne con el equipo cuando los resultados no son los deseados, y lo exteriorice con inmisericordes pitadas durante los partidos. La verdad, los madridistas y culés tienen un problema.

En esto de la autoafirmación personal, nosotros lo tenemos mucho más fácil porque no necesitamos de las victorias de nuestro equipo; a nosotros nos basta y sobra con SER de Bilbao y, por consiguiente, SER del Athletic.


8 jul 2011

MESSI

Ya dije en otro post que entendía de fútbol; ahora, de entrada, precisaré que entiendo MUCHO de fútbol. La verdad, no conozco a nadie que entienda más que yo, por eso creo que puedo intervenir con solvencia en la polémica que estos días rodea al excelente futbolista argentino Lionel Messi, al que ahora están poniendo a caldo porque, al parecer, no está cumpliendo como se esperaba con su selección nacional en la Copa América que se esta disputando estos días en Argentina.

Y de su, según dicen, bajo rendimiento y sequía goleadora con su selección (en el actual torneo y en el último Mundial) se está llegando a la absurda deducción —repetida insistentemente en los medios de comunicación españoles— de  que si no juega tan bien como lo hace en el Barça es porque en la selección argentina no tiene a su lado los «jugones» Xabi, Iniesta, etcétera, o jugadores de características similares. Esto me parece, simplemente, una gran tontería.

Porque Messi —junto a Cristiano Ronaldo— está por méritos propios en lo más alto de la constelación de estrellas futbolísticas, sobresale de forma muy destacada sobre el resto de futbolistas y, por supuesto, brilla por sí mismo; es decir, tiene luz propia y necesita poco de los demás para que su juego deslumbre. Como en las innumerables ocasiones que le hemos visto hacerse con el balón en la zona media del campo y con su endiablada velocidad y habilidad portentosa sortear a cuantos adversarios le salieran al paso para presentarse ante la meta contraria y, en la mayoría de los casos, marcar o dar la pelota a un compañero para que marcara. Precisamente, las cualidades más destacables de Messi son su velocidad y rapidez, que le permiten realizar como nadie lo que  se suele denominar «jugada individual». O sea, si tuviera que definir el tipo de juego del astro argentino con una sola palabra utilizaría, precisamente, esa: individual.

En todo caso, son los que están en su equipo los que se benefician del juego del argentino, que propicia ocasiones para el lucimiento de sus compañeros al generar con sus genialidades un montón de ocasiones de gol y ser determinante en la consecución de triunfos y trofeos. Es decir, Messi no necesita tener de compañero a nadie en concreto para seguir siendo el puto amo (si se mantiene en forma); obviamente, le vendrá mejor, como a todos, tener cerca a futbolistas de clase que a tuercebotas, pero no creo que sean de estos los miembros de la selección argentina.

¿Y por qué no juega bien y marca goles con su selección?, listillo, me podría preguntar el lector. Y yo no sabría responder. Simplemente porque no he visto los partidos en los que dicen que no ha estado bien; porque estoy muy lejos del fútbol argentino y desconozco las circunstancias de su selección; porque no sé nada de las características personales y futboleras de sus miembros, así como de los problemas internos y extradeportivos que puedan afectar a la convivencia en el vestuario; porque no sé nada del seleccionador —sólo que, en el segundo partido de Argentina en la Copa América, cometió el sacrilegio de tener en el banquillo a Agüero (cuando lo abandonó, el Kun marcó un gol de antología), lo cual no me dice mucho en favor de él (del seleccionador)—... En fin, no puedo responder porque no tengo información sobre lo que le puede estar pasando a Messi con su selección. Sólo intuyo que algo le pasa.

Lo que sí puedo decir es que, en mi opinión —que, como he dicho al principio, es muy cualificada—, un fenómeno como Messi, en circunstancias normales y si pone el necesario interés, tiene que brillar y marcar goles juegue  en el equipo que juegue, máxime si sus compañeros son miembros de una selección nacional como la argentina, en las que se supone que jugarán buenos futbolistas, por lo que tengo que deducir que si no lo hace bien es porque hay circunstancias negativas que le afectan, si bien, estas circunstancias nada tienen que ver con el hecho de que no tenga cerca a Iniesta, Xabi y resto de sus compis del Barça, a no ser que sea porque con éstos tenga buen rollito personal y con sus compañeros de la selección esté a la greña; pero esto es harina de otro costal y no tiene que ver con la cuestión futbolística que nos ocupa.

Por tanto, esa deducción de que el mérito del deslumbrante juego que en innumerables partidos ha exhibido Messi y de los espectaculares goles que ha marcado con el Barça está en los compañeros que tiene en este equipo, como ya he dicho, no tiene fundamento; en realidad me parece una memez propia de los que no saben de esto.


20 ago 2009

GOLES SON AMORES...

En España, cada día, la prensa escrita y los medios audiovisuales dedican buen número de páginas y de horas, respectivamente, al fútbol, especialmente al profesional, es decir, al espectáculo futbolístico; por tanto, no parece un tema apropiado para un lugar como éste, en el que me he impuesto tratar de ser algo original. No obstante, como soy muy futbolero, acepto el reto de intentar decir algo nuevo sobre el llamado deporte rey.

Lo que quiero es aportar elementos de juicio muy sencillos, como se verá, para esa minoría que aún no se ha sumado a la corriente general de ciudadanos que se consideran que saben de fútbol (lo que, en la mayoría de los casos, no es verdad), para que con tales elementos puedan participar en mejores condiciones que los demás cuando, por propio interés o por verse condicionados por las circunstancias, se vean en la necesidad o conveniencia de opinar de fútbol. Acaba de dar comienzo la liga española, que se presenta apasionante, por lo que es seguro que dará mucho de qué hablar, y hay que tener en cuenta que en determinados ambientes o círculos, incluso en los que están teóricamente más distantes del mundo del fútbol, una demostración de que “también” se entiende de fútbol puede ser un eficaz recurso para ganar o consolidar prestigio o, al menos, para quedar bien. Por tanto, si se presenta la ocasión hay que estar preparado. Aquello de “Yo de fútbol no tengo ni idea” o “Es que a mí el fútbol no me interesa” son expresiones ñoñas que, si bien antes servían como demostrativas de altura o exquisitez intelectual, ya no se llevan; ahora prima ser “también”, lo repito, entendido en fútbol, para lo cual recomiendo tener muy en cuenta lo que sigue.

Lo primero que conviene saber es que dentro del variado espectro del mundo del fútbol (futbolistas, entrenadores, árbitros, directivos, etc.), el colectivo que ofrece más posibilidades de lucirse al opinar es el de los futbolistas. Al enjuiciar las aptitudes de éstos es cuando realmente se puede hacer demostración de conocimientos sobre el tema. Opinar sobre los entrenadores, árbitros y directivos es como más burdo, menos fino; queda para los forofos y, además, la opinión sobre estos colectivos no está exenta de riesgos, por lo que recomiendo evitarla. Por eso, si surge la discusión convendría desviarla con un contundente “No sé por qué os preocupan estos personajillos, lo importante en el fútbol son los futbolistas; éstos son realmente el fútbol. Los … (aquí el nombre del colectivo sobre el que se habla) son actores secundarios; no les concedamos tanta importancia”. No es necesario aprenderse la frase de memoria; con otra parecida que incluya las palabras destacadas en negrita, dicha, eso sí, con evidente aplomo, se puede conseguir el mismo efecto: acabar con la discusión y, a la vez, dejar constancia de que “se entiende “ de fútbol.

Pero opinar sobre los futbolistas resulta más complejo. Por eso ni entre los partidarios del equipo al que pertenecen se ponen de acuerdo. Aquí es donde realmente se pueden lucir los “que entienden” de fútbol. Exceptuando a los 3 ó 4 futbolistas sobre los que hay unanimidad en considerarlos como “cracks” o “monstruos” (es importante utilizar estos términos al referirse a ellos, porque es síntoma de que “se entiende”), opinar sobre los demás tiene cierta dificultad, debido a que entran en juego los subjetivismos y, ya se sabe, “sobre gustos no hay nada escrito” y “para gustos están los colores”. También es terreno propicio para el lucimiento de pretendidos especialistas, que, haciendo uso de una retórica sobre aparentes cuestiones técnicas que suenan a teorías sobre los fundamentos de la biofísica, pretenden impresionar a quienes les escuchan para llevarles al convencimiento de que su opinión es la de un gran entendido y, en consecuencia, la que debe prevalecer. Pero, como veremos, esta retórica, si quisiéramos, se podría fácilmente rebatir. Tras leer este artículo, cualquiera, aunque nunca haya visto, ni en la tele, un partido de fútbol, contará con un eficaz recurso para formar criterio, que le permitirá emitir un juicio atinado e incontrovertible sobre cualquier futbolista y echar por tierra, si se quiere, la verborrea vacua y sin fundamento de estos charlatanes que, hablando de fútbol, se exhiben en las tertulias de oficinas, bares y terrazas, especialmente los lunes, y en otros ambientes en frecuentes ocasiones.

Vayamos, por tanto, a la metodología para tener una opinión acertada sobre los futbolistas. La primera regla es saber identificar a los “cracks” o “monstruos”. Para ello no hay más que estar al tanto de la sección deportiva de los noticieros de la TV o de la radio, u ojear la primera plana de los periódicos, especialmente de los deportivos (que se puede hacer de reojo cuando se pase por delante de cualquier quiosco) y ver qué nombre aparece junto a una cifra que se encuentre entre los 60 y 100 millones de euros. Si además aparece la foto de un joven guaperas, ya no hay duda. Es cuestión de retener el nombre y, en cuanto se mencione en cualquier conversación, adelantarse y ser el primero en decir “Es un crack o “Es un monstruo”, a poder ser con gesto grave, como de pleno convencimiento. Con sólo eso, todos los presentes interiorizarán que el que lo haya dicho “se nota que sabe” de fútbol.

Para el resto de futbolistas el método es también muy sencillo. Hay que dejar hablar a los demás; si en la conversación hay varias personas –y, sobre todo, si son de los que se consideran “entendidos”- es muy posible que haya controversia, es decir, que el futbolista en cuestión a unos les parezca bueno o muy bueno y a otros no tanto o malo. Hay que dejar que los intervinientes agoten sus argumentos, y cuando parezca que la conversación decae, seguramente sin haber llegado a ningún acuerdo, o sea, cada uno manteniendo su postura de partida, hay que hacer la pregunta clave: ¿Por cierto, no recuerdo bien cuántos goles metió en la pasada liga? (al preguntar hay que expresar interés; ladear la cabeza y levantar una ceja ayuda). Seguro que alguno lo sabe y responderá la pregunta. La cifra que se dé en la respuesta es la clave del método.

Si la cifra sobrepasa el 14, no hay que dudarlo, un “A mí siempre me ha parecido buenííísssimo (enfatizando en esta última palabra) es lo apropiado. Si alguno de los interlocutores muestra reticencias y saca a relucir algún pero, hay que mantener lo dicho con seguridad, para lo que se puede apostillar, en un tono entre conmiserativo y doctoral, con un muy efectista “Convéncete, Fulanito (aquí el nombre del interlocutor), los que la meten son los realmente buenos”. Si se percibe alguna maliciosa sonrisa o alguien dice alguna sinsorguez en referencia al doble sentido de la frase, lo mejor es no hacer ni caso, son ganas de introducir un elemento perturbador en la conversación para tratar de echar por tierra la exhibición de conocimientos futbolísticos en proceso. En todo caso, si alguien trata de rebatir la opinión inicial con argumentos técnicos vagos e incomprensibles se pueden atajar haciendo uso de un infalible No, si tú serás como algunos madridistas despistados que elevaron al melenitas Redondo a los altares balompédicos después de estar 6 años en ¡el Madrid! y haber marcado sólo 2 goles”. Advierto de que este último recurso es mejor no emplearlo si en la conversación participan seguidores del Madrid, la cosa se puede liar, por lo que, en este caso, se puede utilizar una frase con el mismo sentido pero sin mencionar al futbolista (Redondo) ni al equipo; en cambio la frase, como está, resultará muy eficaz si no hay madridistas. De cualquier modo, los interlocutores quedarán impresionados y, desde luego, convencidos de la sapiencia futbolística del actuante.

Si la cifra está entre 9 y 14, lo correcto es decir “Este es un figura ¡joder! tiene mucha clase, no sé cómo no te gusta”, dirigiéndose al que sostenga que el futbolista enjuiciado no es bueno o que muestre más dudas sobre su calidad; la intensidad de la interjección dependerá de la cifra: cuanto más se acerque al 14 mayor intensidad. El interpelado acusará el golpe y tratará de defenderse balbuceando sus sinrazones. Si se le quiere machacar se le interrumpe con un tajante “Creéis que sabéis y lo único que hacéis es repetir lo que dicen los ignorantes periodistas deportivos. Hay que tener criterio propio, tío” (la utilización del plural en la primera parte es conveniente, dispersa la agresividad). Si no se quiere hacer sangre se puede zanjar la discusión con un conciliante “Mira, Fulanito, esto es opinable, así que respeto tu opinión, pero, hazme caso, meter (aquí el número de goles) sólo está al alcance de las figuras”. El interlocutor se aferrará al salvavidas dialéctico y se dará por satisfecho; incluso es muy probable que pretenda hacer uso de la última palabra diciendo algo así como “No, si tienes razón, pero es que…”, completando con alguna tontería o dejando inconclusa la frase. Sea como sea, lo mejor es aprovechar para cambiar de conversación; el objetivo ya se habrá conseguido: dejar evidente constancia de que “se entiende” de fútbol.

Si la cifra está entre 5 y 8, lo mejor es decir en tono comedido, pero firme: “Pues a mí me gusta mucho, que queréis que os diga; no es un fenómeno, pero es imprescindible”. Esto no vale para delanteros centro; hay que tener cuidado. Por tanto, si hay duda conviene asegurarse de que el futbolista del que se habla no juegue en tal posición. Para ello, previamente, hay que hacer la siguiente indagación: ¿Últimamente está jugando algo retrasado, no? Inmediatamente, el interlocutor más enteradillo dará la oportuna explicación, que es muy posible que resulte incomprensible para el profano al que ahora me dirijo, por lo que hay que estar atento a si pronuncia las expresiones “en punta” o “delantero” refiriéndose al cuestionado. Si son dichas, lo mejor, por prudencia, es no intervenir. Si no se escuchan las citadas expresiones o si la respuesta contiene algo así como “retrasado” o ”por detrás”, entonces sí, se puede hacer uso de la regla mencionada.

Cuando la cifra está comprendida entre 1 y 4, la opinión hay que darla precedida de un chasquido de la lengua y acompañarla con un gesto de preocupación contenida (un rítmico balanceo vertical de la cabeza aporta credibilidad): “Yo esperaba mucho más de este chico. Tiene buenas cualidades pero podía aportar más. Me ha defraudado un poco”. Si alguno de los interlocutores hace alguna alusión a que juega de defensa hay que reaccionar con rapidez diciendo algo parecido a “No, si ya te digo que me gusta, pero es que es de los que hay que exigirle más”. Si, por el contrario, la alusión es a que juega de delantero también hay que replicar rápidamente “Que sí, que sí, ya te digo que me ha defraudado”. A partir de aquí conviene seguir la corriente al que lleve la voz cantante. Todos ya se habrán percatado del acertado criterio del opinante que siga estas recomendaciones.

Por último, si la cifra es cero (pueden responder también “ninguno”) hay que poner cara de asquito y espetar un “¡Bah, no tienes ni puta idea!” (dependiendo del ambiente en que se esté se puede sustituir el adjetivo por “zorra” o, incluso, suprimirlo). Eso sí, hay que decir la frase mirando fijamente al que sostenga que es bueno o que le gusta el futbolista sobre el que se discute. En este caso hay que tener cuidado con que no se esté hablando de un portero; esto se deduce fácilmente si la respuesta ha sido “Pues ninguno, ¡mira éste!” o similar, dicha con un tonillo de suficiencia o cachondeo. Si éste es el caso, significa que se ha metido la pata; pero no hay que amilanarse, nadie se dará cuenta si, en lugar de opinar sobre el futbolista en cuestión, se dice con aire distraído y con la mirada en la lejanía, “Para guardametas (no utilizar “porteros”), los de antes… Iribar, Arconada, Zubi, Buyo… ¡aquéllos cancerberos eran un lujo!” Los interlocutores quedarán algo sorprendidos y confusos, lo que hay que aprovechar para cambiar de conversación o, mejor, para largarse si la situación lo permite.

Siguiendo estas pautas, como decía al principio, cualquiera puede pasar por entendido de fútbol, y su criterio, así expresado, se ajustará muchísimo más a la realidad que el de los que digan lo contrario. De esto no hay que tener la más mínima duda. Obviamente, como cualquier otra, la regla que se desprende de cuanto antecede puede tener su excepción, pero eso no la invalida. Por tanto, espero que nadie se tome a broma todo lo que he dicho; de verdad, no lo es.

Porque estoy convencido de que para enjuiciar o valorar con acierto a un jugador de fútbol sólo hay un dato objetivo en que basarse: el número de goles que mete. Lo demás es cuestión de gustos y ganas de hablar. Algún día desarrollaré más en serio los fundamentos técnicos en que me baso para afirmar esto, aunque supongo que, a estas alturas del artículo, el lector no tendrá la más mínima duda de que quien lo ha escrito es “un entendido”.

Ahora, deformando un poco el viejo refrán, sólo añadiré “GOLES SON AMORES, Y NO BUENAS RAZONES”