26 feb 2013

¿QUÉ SOMOS?, ¿DE DÓNDE VENIMOS?, ¿A DÓNDE VAMOS?

Hace unos días, en la sobremesa de una comida a la que asistí con un grupo de amigos y conocidos, entre los que había un cura, se entabló una conversación sobre religión que comenzó por el asunto de la renuncia del papa Benedicto XVI. Aunque se conversó con buen rollo y sobre muchas cosas, se derivó hacia lo que, no hace mucho, los medios de comunicación habían resaltado del reciente libro escrito por el Papa; me refiero al pasaje —para mí, anecdótico— en el que, por lo que parece, Benedicto XVI pone en cuestión la presencia del buey y la mula en el Portal de Belén. Alguno de los presentes manifestó su desagrado por lo escrito por el Papa porque lo consideraba atentatorio contra sus creencias religiosas. Naturalmente, el cura argumentó a favor del Papa tratando de hacer ver que la cosa no tenía mayor importancia y que había que entender lo escrito situándolo en su contexto.

Siguiendo con el tema del libro, el cura sostenía, más o menos, que no había que quedarse en la superficialidad del mensaje, sino que había que profundizar en él, por eso, recomendaba que se leyera el libro, porque, según él, para alimentar la fe los católicos deberían estar en permanente actitud de informarse y adquirir conocimientos sobre todo lo concerniente al mensaje de la Iglesia y a los aspectos relacionados con la doctrina y la fe. O sea, nos dijo, según mi interpretación, que no basta con los conocimientos o creencias adquiridos cuando, de niños, íbamos al Catecismo, sino que hay que evolucionar en el conocimiento, atendiendo al mensaje actualizado de la jerarquía de la Iglesia.

Y aquí es cuando intervine yo, que, por prudencia y dada mi condición de no creyente —y por respeto a los demás que, aparentemente, sí lo eran—, hasta ese momento me había limitado a escuchar lo que se decía (aunque tenía unas ganas locas de decir algo porque estas conversaciones me privan).

Ante la insistencia del cura en su argumento de que hay que informarse, le pregunté, con cierta coña (por lo que me disculpo ahora), que si no creía que a la Iglesia no le convenía demasiado que sus fieles se informaran y, en consecuencia, analizarán la información sobre las claves de la religión, es decir, de la fe, porque, en mi opinión, no parecían muy sólidas. O sea, le dije que más le valía a la Iglesia, si quería conservar su parroquia, que los católicos no se preocupasen de informarse demasiado, no fuera a ser que, eso, en lugar de reforzar su fe la debilitara. Y sobre esta cuestión siguió el diálogo que entablé con el cura. Naturalmente, el cura no estuvo de acuerdo con mi apreciación, pero, como ya estábamos al final del encuentro, la conversación no duró lo suficiente para que ambos pudiéramos exponer con tranquilidad y amplitud nuestros argumentos contrapuestos. Así que, por mi parte, los expondré aquí.

En mi opinión, como ya dije en otro post, la religión se basa en la fe; es decir, en asumir las creencias tal y como las enseña la Iglesia, y en dar por buenas, porque sí —o sea, sin entrar en su análisis—, tales enseñanzas. En otras palabras, la religión se basa en que los dogmas de la Iglesia son verdades reveladas por Dios y, por tanto, aunque algunas nos mosqueen o nos parezcan algo raras, hay que creer en ellas a pie juntillas sin que se nos ocurra cuestionarlas. Así, los creyentes tienen que asumir que hay un solo Dios y que es el del Evangelio; que Jesucristo es su hijo y, a la vez, también es Dios; que la Virgen lo concibió sin la participación de varón alguno; que hay una vida (eterna) después de la muerte y que solo la disfrutarán (se salvarán) los que estén en la fe y mueran en gracia de Dios; que existe el Cielo, el Purgatorio y el Infierno; que para ir al Cielo hay que estar bautizado; que el Papa es infalible cuando habla ex cathedra (o sea, cuando habla trascendentemente sobre la fe y la doctrina),... y así en otros muchos dogmas.

Le decía al cura que a mí me parecía que todo eso tiene poco fundamento, por lo que a la Iglesia no le conviene que los fieles se pongan a bucear intelectualmente en esas cosas porque existe el riesgo de que la razón se imponga a las creencias y, en consecuencia, que la fe se vaya al traste. Como ejemplo del poco fundamento, le dije que no parecía muy razonable ni comprensible que el ser humano, creado, según la Iglesia, a imagen y semejanza de Dios, ¡ahí es nada!, haya estado sobre la Tierra, según dicen los expertos, desde hace unos 200.000 años (el homo sapiens), según unos, o desde hace más de 1 millón de años (al menos los homínidos), según otros, en condiciones deplorables (viviendo en cuevas, subsistiendo precariamente, con mínima evolución, etc.) con una aparente y flagrante desatención por parte de su Creador. O sea, Dios creó el hombre, según nos dicen, como su criatura preferida y lo abandonó a su mísera suerte durante decenas de miles de años haciéndolo pasar las penalidades que nos imaginamos que padeció el hombre primitivo. Y eso que Dios es infinitamente bueno; si no lo llega a ser...

Pero además de putear al ser humano durante ese larguíiiiiiisimo periodo de tiempo, el Creador, por lo que se sabe, lo abandonó a su suerte intelectual y moral, sin explicarle para qué estaba en la Tierra, ni cuál era la razón de su existencia, ni que tenía un alma, ni que su fin estaba en alcanzar la vida eterna en el Cielo, ni nada de lo que la Iglesia ha enseñado desde hace cuatro días, o sea, desde que Dios se apiadó, ¡por fin!, del calvario del ser humano y envió a su hijo Jesuscristo a la Tierra para arreglar las cosas, lo que ocurrió hace unos 2.000 años, que no es nada en comparación con el tiempo que, según ya he dicho, el hombre pisa la Tierra. No parece que todo esto tenga mucho sentido.

Así que le dije al cura, de forma un poco atropellada, que, para el futuro de la Iglesia, es mejor que no anime a sus fieles a explorar en el conocimiento; que no les inste a  leer los libros del Papa (al fin y al cabo no se conoce ningún escrito de Jesucristo, del que es vicario); que siga con su política de que las cosas son así porque sí; que los católicos están mucho más tranquilos sin cuestionarse nada de lo cuestionable; que se empieza por negar la mula y el buey del Belén y vaya usted a saber por dónde se acaba,... en fin, que es mejor no menealla y, eso sí, lo que conviene es seguir alimentando la creencia de que los que no crean se condenarán (que es lo que resulta más eficaz y práctico).

Espero poder seguir la conversación con el cura y decirle lo que acabo de decir con más pausa y con tiempo para que él pueda rebatir mis simplistas argumentos con la erudición que, sobre las cosas de la doctrina y la fe, atribuimos a los que se ocupan de divulgarlas.

A ver si me saca de mi ignorancia existencial y me ayuda a encontrar las respuestas a las clásicas preguntas:  ¿qué somos?, ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos? Me temo que va a ser que no.