17 jun 2015

LA SUCESIÓN. Ficción de lo que pudo y podrá suceder - 9

Esta  es la novena (y última) entrega de mi narración del año 2001 «LA SUCESIÓN. Ficción de lo que pudo y podrá suceder», en la que traté de novelar cómo  imaginé entonces los comportamientos de los principales involucrados en la tan cacareada "sucesión" de José María Aznar, de lo que tanto se habló en el tiempo en que escribí este relato.

El trabajo lo estoy publicando en este blog por capítulos, por lo que recomiendo al  que se haya encontrado con esto que lea antes las entregas anteriores empezando, lógicamente, por la primera, en cuyo preámbulo explico la razón de publicar ahora el trabajo. Esta entrega contiene los dos últimos capítulos, el XIII y el XIV.


Capítulo XIII. EL CONGRESO


Rato se encontraba sentado ante un extraño cuadro de mandos: a su derecha y a su izquierda, al alcance de sus manos, sendas hileras de cuatro palancas metálicas con los asideros de madera; frente a él y también a su alcance, un pupitre negro con una fila de ocho botones rojos; detrás del pupitre, el suelo se veía como un inmenso y muy iluminado mosaico de cuadros blancos y negros en los que se apreciaban buen número de figuras metálicas que se asemejaban a piezas de ajedrez de gran tamaño; había muchas de color blanco y apenas media docena de negras. Al fondo, detrás del mosaico y alzada perpendicular a éste, veía con claridad y con desazón una gran pantalla en la que se le mostraba la imagen sonriente de Aznar. A la izquierda, tras un espeso velo, se adivinaba la figura de un hombre que, sentado frente a otro pupitre, hacía anotaciones sobre algo parecido a unos folios. Aunque la visión era borrosa creyó identificar a PJ. A la derecha, a partir de la línea lateral de ese lado del mosaico, el suelo perdía su nivel y la luz no llegaba; se intuía un abismo al que rítmicamente se iban precipitando, una tras otra, las piezas negras.

Hacía calor, mucho calor. Un mareante e intenso zumbido envolvía a otros ruidos aún más desagradables: unas veces, chirridos estridentes, coincidiendo con los movimientos de las piezas sobre el mosaico; otras, golpes secos, que le producían una desagradable sensación porque acompasaban la visión de la caída de las piezas negras al abismo de la derecha. Sentía una gran angustia, que crecía cada vez que oía las intermitentes carcajadas que provenían de la pantalla del fondo.

Era una surrealista partida de ajedrez. Rato jugaba con negras. Con las palancas laterales se accionaba el movimiento de las piezas nobles, con los botones el de los peones. Desesperado, casi enloquecido, Rato, febrilmente, accionaba las palancas y presionaba los botones.  Criiis, clock, ¡Me ha comido el caballo!  Palanca, botón, palanca, palanca, botón. Criiis, clock ¡He perdido el último peón!. ¡Jaque! Oyó en medio del estrépito. Palanca, palanca. ¡Jaque! Oyó de nuevo. ¡Maldición, estoy perdido! Palanca, palanca. ¡Jaque! Otra vez ¡Maldición! Maldic... No pudo acabar; sintió que algo le zarandeaba. "Rodrigo, Rodrigo, despierta, ¿qué te pasa?"

Envuelto en sudor, Rato abrió los ojos y vio inclinado sobre él el preocupado rostro de su esposa que le miraba intensamente. Parpadeó. Tardó unos segundos en comprender la situación. Sintió sed. Sin decir nada se levantó y fue a la cocina, tomó una coca cola del frigorífico y, tras descorcharla, se la bebió a morro.

Llevaba tres días con pesadillas. Todas diferentes pero con algo en común: siempre veía la imagen de Aznar y oía sus ridículas carcajadas. El subconsciente le estaba mostrando la realidad que sus mecanismos intelectuales de análisis y reflexión se habían empeñado en ocultar. Estaba perdiendo la partida; sí, realmente la tenía ya perdida. Efectivamente, Aznar había contraatacado hábil y contundentemente. Los apoyos en los que Rato había confiado se habían esfumado. Rajoy se había desmarcado. ¡Cobarde! Exclamó para sí Rato cuando le oyó decir por teléfono "Creo que debemos abortar el plan, antes de que sea peor", tras disculparse por no poder aceptar la invitación de almorzar juntos. "Andamos locos con lo de la seguridad del congreso, no dispongo ni de un minuto", fue la excusa que le dio. Mayor Oreja fue más sincero: "Lo siento, Rodrigo; he recapacitado. No debí comprometerme contigo". Pedrojota le evitaba; no había respondido a ninguna de sus llamadas para pedirle explicaciones sobre los dos últimos editoriales publicados en El Mundo, opuestos totalmente al del lunes. El resto de notables del partido con los que había hablado y que hacía un par de semanas le habían dado esperanzas de adhesión a su candidatura ahora se mostraban reacios a cualquier compromiso que no estuviese en sintonía con las intenciones del presidente. "Lo mejor es dejar que las cosas rueden solas", más o menos es lo que le habían dicho todos. Curiosamente, el que se mostraba más afecto a su causa era Arenas. "Ojalá el jefe se decante definitivamente por ti, vicepresidente", le había dicho cada vez que Rato le había llamado para preguntarle si había novedades.

Otra vez solo. De nuevo sentía la desagradable sensación de estar solo en la batalla. Rato se preguntaba si, estando las cosas como estaban y con su moral por los suelos, sería conveniente su asistencia al congreso del PP. Allí estaré mañana, dando la cara, y así veré como la esconden otros, se contestó por fin, después de meditar largamente sobre ello. Genio y figura hasta la sepultura, apostilló con la determinación de un valiente y aguerrido boxeador que, sintiendo la abrumadora superioridad de su adversario y seguro de su derrota a los puntos, se dispone a disputar el asalto final con la única esperanza de no ser derrotado por KO.

En la tarde del viernes 25 de enero de 2002, fecha del comienzo del congreso del PP, en los momentos preliminares a la sesión de apertura, los asistentes (miembros del partido, invitados y periodistas), lucubraban intensamente. Unos, sobre si el presidente hablaría de su sucesión y, otros, sobre quién sería el elegido. La mayoría estaba en el convencimiento de que el asunto no sería obviado por Aznar. "Algo tiene que decir", era la frase más repetida en los corrillos. Sobre el sucesor, a juzgar por lo que se oía, Rajoy era el mejor colocado. Rato aparecía en pocos pronósticos. Había trascendido que sus movimientos para forzar su candidatura habían sido bloqueados por Aznar, así que pocos se atrevían a decantarse por él, no sólo por la improbabilidad derivada de la oposición del jefe, sino, sobre todo, porque podía ser considerado como atentatorio contra la disciplina interna. Algún presidente autonómico figuraba en algunas quinielas.

Lo cierto es que nadie, absolutamente nadie, conocía las intenciones de Aznar. Ni Ana, que la noche anterior le había preguntado. "No te puedo responder a eso, lo tengo que consultar con la almohada esta noche", le contestó su marido, acompañando las palabras con su habitual sonrisa picarona, que interrumpió bruscamente al ver el mohín de desagrado que no reprimió Ana.

En el discurso de apertura, el secretario general, Arenas, no mencionó la sucesión.

El día siguiente, Aznar, en su discurso, hizo alguna alusión al asunto: "...estad tranquilos; como siempre, haremos lo que sea mejor para el partido y, sobre todo, para España", "...no prestéis oídos a quienes, desde fuera, traten de perturbar nuestra cohesión, con la única intención de confundirnos y debilitarnos", "...este partido nació con vocación de permanencia; ahora estamos nosotros, luego estaréis vosotros...", mirando al secretario de las juventudes del PP, "...y después vendrán otros, y otros, pero en todos, en nosotros y en los que vengan, siempre estará presente el espíritu de servicio a España y de sacrificio por nuestros ideales", "...tenemos una excelente, inmejorable diría yo, cantera que nos reemplazará y nos superará".

También hizo alguna velada insinuación a las recientes intrigas: "...no olvidéis que nuestro principal valor es la unidad; por tanto, el que no se sienta cómodo ¡que se vaya!". Esta frase arrancó una calurosa ovación. "¡Que se vaya!", repitió con énfasis mitinero al remitir los aplausos. Rato también aplaudió. Mantuvo el tipo. Incluso se permitió dar una ligera palmadita en la espalda a Aznar cuando éste, tras su discurso, pasó junto a él de vuelta a su sitio en el estrado colocado sobre el escenario de la sala en que se celebraron las sesiones plenarias.

Hubo una intervención de Fraga. Este sí, sin ambages, se refirió a la sucesión, entrando a saco en el asunto: "...y del mismo modo creo, como la inmensa mayoría del partido, por no decir la totalidad, que la persona idónea para continuar la importante tarea de gobierno realizada en estas dos últimas legislaturas es quien con tanto acierto ha manejado durante este tiempo el timón: ¡nuestro presidente!”. La ovación fue atronadora. La totalidad de los que estaban en la sala, con la excepción de algunos invitados, se puso en pie prorrumpiendo en un vehemente aplauso. Especialmente en las primeras filas, se veían los brazos en alto de los congresistas que golpeaban con espasmódica pasión sus palmas. Los miembros de la ejecutiva, en el estrado, en pie como el resto, también aplaudían con calor, con la excepción de Rato, que lo hacía con los brazos encogidos. Desde un lateral de la sala surgieron gritos acompasados aclamando ¡Presidente! ¡Presidente! La aclamación se generalizó. ¡Presidente! ¡Presidente! La ovación y la aclamación se mantuvo con plena intensidad durante más de tres minutos. Durante ese tiempo, en el que las miradas se repartían y alternaban entre Aznar y Rato, el presidente permaneció sentado. Al principio inmóvil, mirando al auditorio con gesto complacido, al minuto comenzó a hacer gestos con las manos en actitud humilde solicitando el final de la aclamación y demostración de fidelidad. Cuando, por fin, comenzó a remitir, y surperponiéndose a los aplausos y voces de los más entusiastas que continuaban en su ruidosa actitud, Fraga reanudó su discurso; vuelto hacia Aznar continuó: "Ya ves, José María, te necesitamos, ¡España te necesita!". Una nueva ovación de todos puestos en pie; como en la anterior ocasión, de nuevo desde un lateral de la sala, surgieron los gritos ¡Presidente! ¡Presidente!, que, inmediatamente, se generalizaron. La nueva aclamación duró más de dos minutos, justo hasta que Aznar, poniéndose en pie, solicito el micrófono: "Gracias, muchas gracias, compañeros. Ahora sólo quiero deciros una cosa: tened la certeza de que vuestro presidente sabe y sabrá estar a la altura de las circunstancias. Muchas gracias a todos". De nuevo los aplausos y los gritos ¡Presidente! ¡Presidente!

No hubo más referencias a la sucesión.


Capítulo XIV. LA DECISIÓN 

Desde su cumpleaños del 99, la decisión sobre su sucesión siempre estuvo presente en las reflexiones más íntimas de JMA. Sin llegar a atormentarle, fue motivo de intranquilidad e, incluso, de zozobra. Era una decisión vital y no quería equivocarse. La decisión afectaba a la nación, al partido y, sobre todo y por los motivos ya explicados, a él. Al frente del gobierno tuvo que tomar innumerables decisiones; nunca le tembló el pulso, incluso ante las más difíciles y comprometidas. Pero sobre su sucesión nunca se sintió con la clarividencia y seguridad que ante los actos de gobierno.

Los únicos dos candidatos que había considerado en firme, Rato y Mayor Oreja, tuvo que descartarlos por motivaciones exógenas a la objetividad que requeriría el caso. El primero, por la incompatibilidad con sus propios intereses para el futuro, el segundo por la circunstancialidad de su derrota en Euskadi. Aparte de estos dos, había considerado otros nombres de notables del partido, entre ellos Rajoy y Arenas, pero siempre, tras profundas reflexiones, hubo de decidir el descarte por razones, en estos casos sí, de aséptica objetividad. “No da la talla”, era la conclusión a la que llegaba cada vez que analizaba las posibilidades de los diferentes aspirantes. Sin pretenderlo, internamente se fue afianzando su convicción de que no era fácil sustituirle. Josemari, te va a pasar como a Hugo Sánchez: no hay repuesto de tu nivel, se decía tras cada descarte. 

Por eso, a mediados del 2001, estuvo sopesando la posibilidad de nombrar a Ana como su sucesora. Consideraba a su mujer una persona muy inteligente, con carácter y con capacidad suficiente como para gobernar la nación. En el partido tenía muchas simpatías y, en su papel de consorte, ya había adquirido cierta experiencia en la tarea de gobierno. Él siempre estaría junto a ella y podría aconsejarla y ayudarla desde un segundo plano. De esta forma su capacidad de influencia se mantendría casi intacta, lo que, en otras palabras, le posibilitaría continuar detentando el poder. Además, con Ana seguro que no tendría problemas para un retorno triunfal ¡Sólo faltaría eso! Se decía pensando en la posibilidad de que Ana se le rebelara ante sus intenciones de volver al poder. Por otro lado, siempre la había visto muy interesada en la acción de gobierno. Si se lo propongo seguro que se pone como loca de contento, se decía Aznar.

Afortunadamente, tuvo la prudencia de no decirle nada hasta conocer antes la opinión de Fraga al respecto. Aznar consideraba al viejo político como la única persona con capacidad, talento y experiencia para aconsejarle. Además, tenía el convencimiento de que Fraga le profesaba un sincero aprecio en lo personal y le consideraba y respetaba como político. Por todo esto, Aznar confiaba plenamente en Fraga y escuchaba con mucha atención sus consejos, opiniones y recomendaciones, que casi siempre tenía en cuenta. Cuando, en un encuentro tras el verano de 2001, Aznar le insinuó que estaba considerando la posibilidad de nombrar a Ana sucesora, Fraga dio un respingo, endureció el semblante y atronó «Ni se te ocurra, José María.». «No, No, don Manuel, si sólo era una remota posibilidad», Aznar reculó inmediatamente. No se habló más del asunto y Aznar desechó definitivamente la posibilidad.

El ataque terrorista contra EE.UU. del 11 de septiembre de 2001 fue el hito que posiblemente determinó la ulterior y definitiva decisión. Aquel gravísimo acontecimiento, que colocó al mundo al borde de un conflicto bélico de impredecible magnitud y consecuencias, obligó a todos los gobiernos del planeta a la toma de decisiones vitales. Aznar, con energía y decisión, afrontó la situación y supo estar a la altura de las circunstancias, dando muestras de gran madurez y templanza, al menos así lo entendió él.

Era, aproximadamente, la una de la noche del 13 al 14 de septiembre de 2001, cuando Aznar, tras una intensa y frenética jornada, despidió a sus colaboradores y dio por concluida su actividad de ese día. Mientras se despojaba de la chaqueta pidió un bocadillo de jamón y una cerveza y se sentó frente al televisor. Hasta ese momento, no había dispuesto casi de tiempo para ver las imágenes del ataque y de sus efectos. Hizo zapping y comprobó que en casi todas las cadenas se ocupaban de la tragedia de dos días antes. Se detuvo en Antena 3. Eran imágenes en diferido tomadas pocas horas después del ataque, desde, posiblemente, algún helicóptero sobrevolando el mar. Mostraban una amplia panorámica de Manhattan envuelto en una inmensa y densa nube gris. El limpio azul del mar en calma, en primer término, contrastaba con el negruzco y tétrico fondo de dolor y muerte, representado por una apocalíptica visión de la Gran Manzana en la que no era fácil distinguir los perfiles de sus inmensos edificios debido a la espesura de la nube de humo y polvo. No parecía real. 

Sin embargo, aquellas imágenes desoladoras eran las que mejor mostraban la verdadera magnitud del ataque sufrido y, además, transmitían una inquietante sensación porque obligaban a pensar en lo que estaba por venir. Aquel crimen, por fuerza, habría de tener consecuencias históricas a las que él tendría que enfrentarse. ¿Podría ser el comienzo de la tercera guerra mundial? Se preguntó Aznar, en plena consciencia de la gravedad de la situación. Percibió un leve escalofrío. Se encontraba ante una contingencia de trascendencia infinitamente mayor que cualesquiera otras situaciones vividas en su misión de gobernante. Pero estaba seguro de que sabría dar la talla.

Por aquella época, la decisión sobre su sucesión ocupaba un lugar preferente en las meditaciones de Aznar, que, además de ser uno de los motivos de su agitación interior ya comentada en capítulos anteriores, había degenerado en un patológico ejercicio comparativo del que no podía sustraerse cada vez que tenía que enfrentarse con asuntos de gobiernos delicados o complejos. Al tomar las decisiones para cada caso y pensando en los candidatos posibles, se solía hacer preguntas del estilo de ¿Y Fulano que hubiera hecho? o ¿Ya se hubiera atrevido Mengano?, a las que siempre se contestaba con agrias expresiones del tipo "Seguro que metía la pata" o "Ni de coña". Por eso también, en su meditación frente al televisor, proyectó la sobrevenida crisis internacional sobre la causa principal de su inquietud doméstica: su sucesión. ¿Quién, que no fuera él, podría enfrentarse con situación semejante?, se preguntó. El mundo ha entrado en un periodo de convulsiones inéditas, continuó la reflexión, ¿resultaría lógica y prudente una retirada en pleno fragor de la batalla? La acción de gobierno se va a convertir en una patata caliente, ¿sería honesto lanzársela a otro? No, seguro que no, se contestó a las dos preguntas. La Historia y, mucho menos, la patria no me lo perdonarían.

Aquella súbita revelación  mientras de nuevo contemplaba el derrumbe de las torres gemelas supuso un replanteamiento total de sus intenciones respecto a la sucesión. Se le acababa de presentar un trascendente dilema: debía contraponer el negativo efecto estético del incumplimiento de su promesa a las también negativas consecuencias éticas de una improcedente retirada del poder.  Se encontraba, por tanto, afectado por el objeto de una secular disquisición filosófica: la estética frente a la ética. Le tenía que pasar a él, pensó conmiserativo consigo mismo.

Durante los meses siguientes, el dilema ocupó todo el tiempo de sus meditaciones matutinas. No lo tenía fácil. Las dos opciones eran de gran trascendencia. Trató de encontrar una tercera vía pero no lo consiguió. Por primera vez se sentía incapaz de encontrar la solución apropiada a una situación problemática.  Decreció su autoestima y fue presa de una profunda desazón que tuvo maligna influencia en su comportamiento. Se sumió en un estado de ansiedad que se incrementaba a medida que se acercaban las fechas en que se celebraría el congreso del PP (enero 2002). Desde hacía tiempo se había propuesto que el congreso fuera el escenario en que despejaría la incógnita ante el partido y ante la opinión pública.

Así llegó a las vísperas del congreso. Aunque, por una cuestión de orgullo, se estaba resistiendo, pensó que no tenía más remedio que consultar a su particular Oráculo. Hablaré con don Manuel, masculló torciendo el gesto, concluyendo su meditación matinal en una fría mañana de enero de 2002.

El jueves 24 de enero de 2002, Aznar y Fraga desayunaban juntos. Habían preferido verse desayunando para quitar expectación al encuentro y facilitar la intimidad de la conversación. Aznar dio instrucciones a Víctor para que se retirara y cerrase la puerta del comedorcito, "y que no nos interrumpan" le dijo afablemente.

Se sentaron frente a frente. Aznar ofreció a Fraga el asiento que estaba de cara al ventanal. "Así podrás contemplar mejor el panorama", le dijo, aunque la intención de Aznar era la de reservarse la posición de contraluz en la que casi se ocultaba la expresión de su rostro. Al citarse, Aznar ya le había insinuado el objeto de la entrevista, así que, tras un breve preámbulo, Fraga fue directo al asunto:

José María, no te calientes la cabeza. Aquí no hay sucesión que valga. Este partido tiene un único líder, tú, y así deben continuar las cosas. Por tanto, mientras tengas correa, tú debes ser tu único sucesor.
Pero, don Manuel, en el 96 hice una promesa solemne, que, además, la he renovado varias veces. Si la incumplo se me van a tirar a degüello...
José María, déjate de tonterías. La única promesa solemne que tienes hecha es la de servir a España. Lo otro no deja de ser la proclamación de una buena intención... y las intenciones no son más que eso, intenciones. Los políticos estamos llenos de buenas intenciones que unas veces hacemos realidad y otras no, depende de las circunstancias... y no pasa nada. Mira, José María Fraga estaba lanzado—, sabes mejor que nadie que en política hay que saber diferenciar lo importante de lo trascendente y que esto último debe prevalecer sobre lo otro. En lo que nos ocupa, lo importante es la promesa y lo trascendente es tu continuidad. Así que obra en consecuencia y déjate de gaitas.
Hombre, don Manuel,...
Sí, José María, gaitas, ñoñerías... Pues no habré incumplido yo promesas... ja, ja, ja... y aquí me tienes.

Aznar daba buena cuenta de la tostada. Le resultaba gratificante el entusiástico apoyo de Fraga y no tenía en cuenta las libertades que se tomaba su interlocutor al hacer uso de su desparpajo irreverente. Al fin y al cabo fue su patrocinador y siempre le había proporcionado su incondicional apoyo. Le permitió continuar.

Esto lo vamos a solucionar por la vía rápida. Dile a Arenas que me dé la palabra en el congreso. Yo me ocuparé de que el partido te pida que continúes. Y no hay más que hablar, José María.

Efectivamente, a partir de aquellas palabras el objeto de la conversación tomó otros derroteros. Para Aznar, la decisión sobre su sucesión estaba ya clara. El dilema estaba solucionado.

Tras despedir a Fraga, Aznar volvió al comedorcito. Se sentó en la silla que había ocupado el visitante y meditó durante unos minutos. Estaba decidido. Incumpliría su promesa. Ya se las arreglaría para justificarlo. Pero no se precipitaría. En el congreso no diría nada. Esperaría a que se presentase la ocasión propicia. Había tiempo de sobra.

¡Y que digan lo que les dé la gana! –dijo en voz alta y con jovial determinación mientras se levantaba.


FIN

Julio Elejalde Gainza
Septiembre de 2001 


NOTA ULTERIOR DEL AUTOR: Como lo dice el título, todo este relato es pura ficción, aunque puede que la palabra más apropiada hubiera sido fantasía. Solo algunos de los eventos o acontecimientos que se citan, como es la tragedia del 11 de septiembre de 2001, son hechos reales. Evidentemente, los personajes también son reales, como lo son también los cargos que se les atribuye en el relato. Todo lo demás, absolutamente todo, especialmente las situaciones, conversaciones, pensamientos, inquietudes, reacciones, etc., atribuidos a los personajes, son fruto de la imaginación del autor; por tanto, aquí vendría al pelo la socorrida frase de "cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia".

Es obvio que el final narrado, el que hace referencia a la designación del sucesor, no se corresponde con la decisión que, en la realidad, tomó JMA, que, como es de sobra sabido, propuso, para sorpresa de casi todos, a Mariano Rajoy para sucederle y, por tanto, para ser candidato del PP en las elecciones generales del 14 de marzo de 2004, que, tras los atentados de Madrid del 11-M, fueron ganadas por el PSOE y permitieron el acceso a la presidencia del gobierno de España a su secretario general José Luis Rodríguez Zapatero. La decisión de José María Aznar se conoció en agosto de 2003, casi dos años más tarde de haber escrito este relato.
J.E.-Junio 2015


15 jun 2015

LA SUCESIÓN. Ficción de lo que pudo o podrá suceder - 8

Esta  es la octava entrega de mi narración del año 2001 «LA SUCESIÓN. Ficción de lo que pudo y podrá suceder», en la que intenté novelar cómo me imaginaba entonces los comportamientos de los principales involucrados en la tan cacareada sucesión de José María Aznar, de lo que tanto se habló en el tiempo en que la escribí.

El trabajo lo estoy publicando en este blog por capítulos, por lo que recomiendo al  que se haya encontrado con esto que lea antes las entregas anteriores empezando, lógicamente, por la primera. En su preámbulo explico la razón de publicar ahora el trabajo. Esta entrega contiene el capítulo XII.


Tercera parte

EL DESENLACE


Capítulo XII. LA TRAMPA




—¿Está todo claro, no? –Aznar miró con seriedad y por encima de las gafas a Arenas—. Y no quiero ni el más mínimo fallo –dijo con calma pero amenazante mientras apuntaba con el dedo índice de su mano derecha al pecho de su interlocutor, dando, así, por concluida, aquel lunes 14 de enero de 2002, la rutinaria revisión de la situación de los preparativos del Congreso previsto para los próximos  25, 26 y 27.

Todo clarísimo, presidente.Para entonces, a Arenas ya no le impresionaba la teatralidad de su jefe, aunque se guardaba muy bien de demostrarlo. Por el contrario, ante Aznar procuraba dar sensación de acatar sus instrucciones con temerosa subordinación. Para ello, muchas veces utilizaba el castrense “a tus órdenes” que sabía que agradaba a su jefe, especialmente cuando se lo decía en presencia de terceros. Alguna vez había estado tentado de utilizar simultáneamente el taconazo, aunque se reprimió. 

Presidente, creo que debes saber algo –dijo Arenas con gesto grave, algo importante. 

¿Qué pasa ahora? Preguntó Aznar con aparente desgana.

No sé cómo decírtelo, porque el asunto es verdaderamente delicado. La semana pasada apareció el vicepresidente segundo por mi despacho...

Ya lo sé, el jueves a las 9:38— le interrumpió secamente. A raíz de enterarse de la reunión de Baqueira, Aznar había dado algunas instrucciones para asegurarse de que ningún movimiento de los tres, especialmente de Rato, le sorprendiera—. Has tardado mucho en decírmelo. Javier; a estas alturas ya deberías saber qué cosas me interesan conocer con celeridad... 

Perdona, presidente. Como sabía que tenía que verte hoy, no quise molestarte antesdijo con aparente compunción.

Venga, venga, cuenta. Animó Aznar ásperamente.

Pues parece que quiere que el partido le proclame tu sucesor. Según me dijo, Mariano y Jaime están de acuerdo y le apoyarán. Mostró mucho interés en saber tus intenciones, sobre todo si tenías ya algún candidato y si pensabas decir algo en el congreso. También me echó los tejos para que le apoyara desde el partido, y remató pidiéndome que le tuviera informado de tus movimientos sobre este asunto. Yo alucinaba. Así que pensé que lo mejor era seguirle la corriente y contártelo en cuanto tuviera ocasión.

Aznar escuchó con serena atención.

¿Dijo algo de Pedrojota?El editorial de El Mundo de ese lunes le había desagradado. Había estado a punto de llamar a Ramírez.

No, nada, Pedrojota no salió en la conversación.

¿Seguro?

Seguro, presidente. Te lo hubiera dicho.

Bien, bien...— Aznar, quedó pensativo mirando la foto de su sonriente familia en un anaquel de la estantería lateral. Si sobre este asunto te enteras de algo nuevo me lo dices inmediatamente enfatizó en el adverbio. Espera... te pidió que le informaras ¿no? Arenas asintió con la cabeza. Pues arréglatelas para decirle que crees que en el congreso voy a dar a conocer públicamente mi sucesor, aunque no sabes el nombre.

Como tú digas, presidente. Tuvo que hacer un esfuerzo para salvar el nudo que se le había formado en la garganta.

Arenas salió muy preocupado del despacho. Javier, en menudo lío te has metido, mejor dicho, te han metido estos dos gallitos. Esto va a acabar en fuerte bronca y se puede escapar más de una hostia, así que...  Javier, anda con cuidado, se dijo.

También Aznar se quedó preocupado y meditando. Como me temía, Rodrigo ha pasado descaradamente al ataque y ha arrastrado a los otros dos panolis. Josémari, tranquilo, en peores te has visto y mira dónde estás. Lo que más me jode es que Rodrigo, conociéndome como me conoce, se haya atrevido a desafiarme. ¡Es que es de tontos! Se le escapó la exclamación en voz alta a la vez que encogía el cuello y golpeaba la mesa con ambos puños pero sin demasiada fuerza. Tengo que hablar con Jaime y con Mariano.

A Mayor Oreja, que estaba en Bilbao, le llamó inmediatamente por teléfono.

Hola, presidente, ¿cómo estás?

Estupendamente, Jaime; aunque estaría mejor si no fuera por los chismes que a uno le llegan.

¿A qué chismes te refieres?— Mayor Oreja empezaba a inquietarse

No te hagas el tonto, que ya sabes por dónde voy. No me gusta hablar de estas cosas por teléfono. En cuanto vuelvas ven a verme. Si es mañana mejor. Ahora sólo te diré que me siento bastante decepcionado.

¿No puedes ser más explícito? –Mayor Oreja, que sabía de sobra por donde iba su jefe, trataba de disimular. No estaba dispuesto a reconocer la traición. Bueno, espero que pueda volver mañana y paso a verte.—  Lo negaría. Le diría que se vio improvisadamente en una encerrona y que su única participación fue dejarse llevar, por no liarla. Al fin y al cabo, fue un invitado del principal instigador y no le podía hacer un feo en su propia casa. No le había dicho nada a él porque tampoco le quedó claro si Rodrigo iba a pasar de las palabras a los hechos. Había estado trabajando toda la semana anterior en Bilbao y en Vitoria (en realidad, había considerado prudente quitarse de en medio por si acaso; había que estar lo más lejos posible de la zona de peligro por si se iniciaba el fuego) y casi se había olvidado del asunto. Jose, ya sabes que siempre he estado a tu lado, le diría con convicción.

Realmente Mayor Oreja estaba arrepentido de no haberse desmarcado, inequívocamente y en el momento, del contubernio de Baqueira. Por varias razones, pero principalmente porque su intuición le decía que Rato estaba equivocándose y que se podía estrellar, y con él quien le acompañase en la aventura. Por eso había decidido no tomar ninguna iniciativa en la línea trazada en aquella nefanda reunión. Tampoco iba a decir nada al presidente; si se viese obligado a dar la cara con él simplemente negaría su participación intelectual en el plan de Rato y, mucho más, cualquier tipo de apoyo.

Fue tal su decisión y aplomo al hablar al día siguiente con Aznar que éste no pudo por menos que disculparse ante su amigo por haber dudado de su lealtad.

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Hola, vicepresidente; te llamaba simplemente para saber si ibas a asistir mañana, martes, al Congreso de Diputados. Arenas se disponía a cumplir el encargo presidencial que había recibido ese mismo día.

Pues no tenía intención –a Rato le extrañó la pregunta, pero rápidamente cayó en la cuenta—, bueno, espera... sí, ahora que lo pienso, sí, sí, tengo que ir.

Te lo preguntaba porque tenía algo que decirte, pero, bueno, como yo también estaré en el Parlamento te lo digo allí.

Rato comprendió que Arenas tenía algo importante que decirle y que no se fiaba del teléfono.

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En un descanso de la sesión del Congreso, Rato se puso en pie, se volvió hacía el hemiciclo y mientras se ajustaba la cintura del pantalón cruzó una disimulada mirada con Arenas, que estaba en su escaño. Un leve gesto de Rato con los ojos fue la señal captada perfectamente por el otro; ambos, por separado, se dirigieron al despacho de Rato en el Congreso.

Tú dirás, Javier. 

No es que esté totalmente seguro, pero me da que el jefe piensa presentar al sucesor en el congreso. Anteayer, al repasar los preparativos, me dijo que tenía que dejar una silla libre en la primera fila, junto a Ana. Le pregunté para quién y riéndose me dijo "a lo mejor para el que un día puede ser tu jefe". No me atreví a preguntarle más. Tampoco me dijo nada sobre la confidencialidad del detalle, así que no he visto inconveniente para contártelo.

Gracias, Javier. Ya sabes, si hay alguna otra novedad... No hubo más comentarios.

Rato se quedó solo en el despacho. Lo que había escuchado era lo que más temía. Sabía que si Aznar daba el paso y presentaba a su sucesor la situación sería irreversible. Si sucedía esto podía considerarse derrotado. Había que evitarlo a toda costa. Se puso a pensar. "Una silla en la primera fila... No puede ser de la ejecutiva porque estaremos en el estrado. Tampoco será ministro ni presidente autonómico, porque ya tienen asegurado su sitio en primera fila... O sea, se ha buscado un delfín desconocido o, al menos, que no es de los pesos pesados del partido. ¡Joder!, si éste tenía que hacer alguna de las suyas... Esto me puede venir bien sonrió por primera vez desde que había entrado en el despacho. Hay que hacer correr la voz entre la primera línea del partido para crear malestar y predisponer en contra. Y Pedrojota que ataque".

Hizo algunas llamadas, entre ellas a Rajoy, Mayor Oreja y PJ. Rajoy, que se  mostró muy sorprendido, le dijo "no lo deberías consentir". Mayor estuvo algo esquivo y poco impresionado: "No te agobies, Rodrigo, igual sería mejor dejar que las cosas sigan su curso". Me parece que Jaime se está acojonando, se dijo Rato al escucharle. En cambio, a PJ le pareció un notición e inmediatamente le brindó su adhesión a la causa de no consentir que un advenedizo tomara el relevo. "Está claro: Jose quiere poner a alguien al que pueda dominar y manejar desde la sombra. Y eso no está bien. Lee mañana el editorial".

Efectivamente, el editorial de El Mundo del día siguiente fue muy expresivo: "...la sucesión de Aznar es, desde la refundación, el hito más importante con que se deberá enfrentar el PP...", "...las instituciones políticas deben estar por encima de sus miembros, incluso de los más destacados...", "...el noble gesto de Aznar, de autolimitarse el tiempo de permanencia en el poder, podría quedar empequeñecido y empañado si la designación del nuevo candidato no se somete a elementales principios democráticos...", "...el PP no debe tener problemas para encontrar el sucesor de Aznar; sólo hay que mirar a su actual primera línea para encontrar un buen ramillete de posibles candidatos, pero sí los podría tener si la designación no es bien acogida por los notables...", "...la convocatoria de las próximas generales queda lo suficientemente lejos como para que el PP pueda permitirse el lujo de tomarse aún varios meses, incluso un año, para decidir sin precipitación...", "...sería descabellado pensar que en la estrechez temporal de un congreso (tres días) se pueda llevar a efecto el debate y decisión sobre la sucesión...". Fueron algunas de las frases que Rato leyó con satisfacción. Pedrojota se ha portado, pensó.

También Aznar lo leyó. Bueno... bueno... se dijo sonriendo, que Rato haya tragado el anzuelo no me extraña, porque seguro que su ofuscación le ciega, pero no esperaba que Pedrojota entrara al trapo... al menos sin decirme nada. No tengo más remedio que llamar a ese chisgarabís. Prefirió marcar por su móvil directamente al de Ramírez.

Qué hay Jose. Ya lo has leído, ¿eh?... —Dijo PJ, tras presionar la tecla verde al haber leído en la pantalla de su móvil “ASTERIX”. Pedrojota, como una más de sus singularidades, en la agenda de su supermóvil tenía identificados a los políticos con nombres de personajes de ficción.

Hola, Pedro. Sí, lo he leído y me ha disgustado profundamente. ¿A qué vienen esas tonterías?trató de endurecer el tono para hacer notar su enfado—. Estoy tratando de mantener tranquila a la gente, de tener un congreso pacífico, de mantener la cohesión del partido, en fin, de que la gente se dedique a lo importante, o sea, a trabajar en el cometido de cada uno, y sales tú con esas tonterías en plan apocalíptico. Seamos serios, Pedro.

Bueno, Jose. Tampoco ha sido para tanto. Nos ha parecido que había que alertar sobre cierto riesgo. 

¿Riesgo? ¿Qué riesgo?

Hombre...  PJ estaba algo desconcertado nos había llegado la noticia de que en el congreso ibas a presentar a tu sucesor.

Eso es una tontería, ¿quién os lo ha dicho?... Pedro, cuida tus fuentes. Si tuviera esa intención te habría informado. 

Me dejas helado. Nos había llegado por vías solventes. Comprenderás que no te diga por dónde, pero, confieso que me lo había creído. Si tú me dices que no hay nada te creo y te aseguro que trataremos de arreglarlo.

Pues hazme caso. No hay nada de nada. Así que tranquilízame a la gente y la próxima vez asegúrate mejor.

Al concluir la conversación, Pedrojota dio rienda suelta al enojo que había estado conteniendo durante su transcurso. ¡Mecagüenlaputa!. Lo que me faltaba, tener que aguantar broncas de Asterix. Y lo peor es que tenía razón. Este Rodrigo me ha hecho meter la pata. Aunque la culpa la tengo yo por fiarme. No sé por qué, pero me ha dado la sensación de que en lugar de estar enfadado se estaba cachondeando. No me extrañaría que éste haya puesto el anzuelo y que Rodrigo haya picado. Y ahora se estará descojonando de los dos. ¡Mecagüenlaputa! Creo que en este asunto lo mejor va a ser quedarse al margen. Allá ellos. Es su problema, no el mío. 

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Por la tarde, Rajoy estaba citado en la Moncloa. 

Hola, Mariano. Toma asiento. ¿Cómo van las cosas? Saludó Aznar con el tono habitual

Buenas tardes, presidente. Bastante liado, Interior da mucha guerra contesto el recién llegado mientras se sentaba.

Supongo que ya tendréis elaborado el plan de máxima seguridad para el congreso.  ¿Hablaste de ello, como te dije, con Jaime? Él tiene gran experiencia de acontecimientos similares anteriores.

Sí. Todo está bajo control, presidente. El próximo lunes se pone en marcha el operativo. Hasta el miércoles las medidas serán suaves y a partir del jueves espectaculares. No te preocupes, que los que están al frente saben bien el oficio.

No te preocupes... repitió las palabras de Rajoy mientras balanceaba ligera y verticalmente la cabeza dando a entender que reflexionaba sobre la recomendación—. Sobre estas cosas siempre hay que estar preocupado... y bien alerta, que por donde menos te lo esperas pueden llegar los problemas... hablaba serenamente. No te puedes fiar de nadie, Mariano dijo, tras una pausa, mirando fijamente a los ojos de Rajoy.

Éste captó la indirecta. Venía preparado. Sospechaba que la citación tendría relación con los movimientos de Rato. Suponía también que Aznar podría estar enterado de su posicionamiento en la reunión de Baqueira. No le preocupaba demasiado. Había preparado dos estrategias: una, para el caso de que el presidente reaccionara de forma directa y se viera obligado a darle explicaciones; otra, para el caso de que Aznar optara por un contraataque más sibilino.

En el primer caso, si el jefe le pedía explicaciones de su participación a favor de la candidatura de Rato, Rajoy había decidido no negarlo ni excusarse. Le confesaría con inocente naturalidad que era decido partidario de que Rato fuera el sucesor. Por dos motivos principales: primero, porque tenía el convencimiento de que, a pesar de las cosas que se oían, eso era lo que Aznar también deseaba. Segundo, porque no quería, ni por asomo, correr el riesgo de que fuera él mismo el elegido. "Tienes razón, Ppesidente, cuando me atribuyes ciertas debilidades. Me aterroriza pensar en la posibilidad de que pudieras decantarte por mí»" le diría con gesto angustiado, agregando "por eso admiro tanto a los que, como tú, asumís con tanta entereza y decisión el protagonismo total de la acción de gobierno. Creo que hay que tener un don especial; yo no he nacido para eso". Rajoy confiaba en que viniendo de él, poco dado a la adulación, estas palabras conmoverían a Aznar, ahuyentado de él cualquier tentación de reproche o castigo. En todo caso, un acto de humildad de ese tipo podría influir en Aznar para que le asignara una puntuación extra en sus particulares calificaciones a los que pudieran estar en la secreta lista de candidatos a su sucesión.

Para el segundo caso, es decir, ante el supuesto de que Aznar no le dijera nada directamente y comenzara a maniobrar más oscuramente o de forma sibilina, Rajoy optaría por esperar y ver cómo evolucionaba el asunto. Estaría muy atento pero no haría nada tampoco en la línea prometida a Rato. Siempre habría tiempo de actuar según cómo conviniera. "En las reyertas políticas internas, si vas de cara lo más fácil es que te la rompan", le habían dicho hacía años en Galicia.

De nadie... repitió Aznar a la vez que dirigía su mirada a la foto de familia en la estantería—. Bueno... de la familia sí se corrigió.

Y de los buenos amigos... y de los leales colaboradores..., presidente —completó Rajoy animosamente.

Y cómo os tengo que considerar a Rodrigo y a ti, ¿amigos?, ¿leales colaboradores? o...

Ambas cosas, presidente interrumpió Rajoy en el mismo tono animoso. No lo dudes...

Y, entonces, qué me dices de lo de Baqueira. De vuestra conspiración para nombrar a Rodrigo candidato a la sucesión. Seguía hablando con calma, aunque se notaba que estaba esforzándose en ello.

Vamos a ver, presidente Rajoy hizo un gesto conciliador bajando la cabeza y adelantando las manos. Estaba suponiendo que eso era la causa de tu alegato a favor de la desconfianza. No sé lo que te habrán contado. Pero, si me permites, yo te diré lo que hablamos en Baqueira entre Rodrigo, Jaime y yo—. Hizo una pausa esperando el consentimiento. Un leve gesto de Aznar le animó a continuar. Principalmente estuvimos intercambiando impresiones para tratar, entre los tres, de encontrar la razón de tu creciente malhumor a lo largo del pasado año. Siento decirlo así, Joseempleó el nombre para transmitir cercanía—, pero nos tenías, nos tienes, preocupados y desconcertados. Tienes que reconocer que últimamente nos has tratado a gorrazos vio un gesto de desacuerdo en Aznar—. Sí, Jose. Puede que tú no te hayas dado cuenta por estar volcado en los asuntos y problemas del gobierno, pero es así.  

Pues yo veo las cosas de otra manera. Creo que vosotros, especialmente Jaime y tú, sois los que en los últimos meses habéis estado muy distantes y hasta antipáticos conmigo. Lo de Rodrigo es aparte.

Sí, tienes razón. Lo reconocimos todos. En el año pasado ocurrieron cosas que nos descolocaron un poco a todos. Pero, bueno veía que tenía que concluir cuanto antes ese capítulo, el caso es que convinimos en que deberíamos esforzarnos en volver a la normalidad. El otro tema que tratamos tuvo que ver, efectivamente, con tu sucesión. Pero tengo que dejar claro que no fue, como has dicho, ninguna conspiración.

Pues tú me dirás cómo hay que llamar al acuerdo que tomasteis espetó Aznar con gesto serio.

El asunto de tu sucesión salió de rebote. No pensábamos hablar de ello. Rodrigo lo mencionó —había que dejar claro quién había sido el inductor de la trama y hablamos sobre ello como habla todo el mundo en el partido. Supongo que de eso no te extrañarás. Tu sucesión es una de las mayores preocupaciones que tenemos. Te digo sinceramente que hasta ese día yo había seguido tus instrucciones de no tocar el tema hablaba con total calma y naturalidad pero, no sé por qué, aquel día no pude reprimirme, y en el transcurso de la conversación manifesté mis preferencias por Rodrigo... Continuó con la confesión y adulación que había preparado y que ha sido ya narrada en líneas precedentes... Jaime también estuvo de acuerdo, en lo de la candidatura de Rodrigo concluyó.

Aznar quedó algo desconcertado. Estaba preparado para escuchar forzadas excusas, rebuscados argumentos y mentiras; no para un sencillo reconocimiento del delito de traición. Porque era así como valoraba el posicionamiento de Rajoy a favor de Rato. Pero lo raro de la situación, la causa del desconcierto de Aznar, era que si bien Rajoy asumía los hechos no parecía que asumiera su punibilidad. No se le veía ni atemorizado ni arrepentido y, además, pensaba Aznar, las lisonjas que habían formado parte de la explicación de sus motivaciones eran sinceras. Ya es hora de que éste reconozca en voz alta los méritos de uno, se había dicho Aznar al escuchar a Rajoy reconocer sus limitaciones y la declaración admirativa por quien no las tenía. 

Trató de salir de su desconcierto. Tuvo que pensar con rapidez y claridad para poder enjuiciar la actuación de su interlocutor: si no es consciente de su traición no se le puede considerar culpable de tal delito, sentenció mentalmente Aznar, exculpando a su segundo. Así era mejor. Si hubiese tenido que condenarle se habría visto ante una situación difícil y delicada, que, precisamente por eso, no tenía claro cómo la hubiera afrontado. Por tanto, el presidente sintió un gran alivio al decidir la sentencia absolutoria. Está claro quién es el único culpable, se dijo pensando en Rato. A éste era a quien realmente debía condenar y, llegado el momento, castigar. 

Pero tampoco debía dejar ir de rositas a Rajoy. Si no de traición, sí le tenía que culpar de irresponsable. De haberse atrevido a dar determinados pasos que, exclusivamente, concernían al jefe sin haberle pedido permiso o, al menos, consultado. Debía mostrarse dolido con Rajoy y hacerle ver su falta. En el pecado llevará la penitencia, se dijo.

Pero no me negarás que trazasteis un plan para propiciar la candidatura de Rodrigo sin considerar mi opinión. A eso le llamo yo conspirar.

Hombre, presidente –dijo mientras, con un movimiento brusco, se echaba para atrás dando a entender su disgusto por la reiteración de la acusación

Aznar consideró que, como el veredicto estaba pronunciado, no debía tensar más la situación.

Bueno, la palabra conspiración puede ser fuerte. Quiero decir que actuasteis irresponsablemente al  tratar por vuestra cuenta algo que sólo a mí me corresponde —se inclinó ligeramente hacia delante al pronunciar las últimas palabras.  Piensa en las consecuencias de haber trascendido lo que hablasteis. Lo que nos faltaba. Dar que hablar a los que están locos por detectar fisuras. Creo, Mariano, que os pasasteis.

Puede que tengas razón, presidente.Rajoy puso gesto compungido.

¿Has leído el editorial de El Mundo? Porque me parece que algo tiene que ver con lo que estamos hablando —dijo Aznar.

Sí, lo he leído. Yo creo que son las ganas de enredar de Pedrojota... No sé si Rodrigo tendrá algo que ver, aunque no lo creo. Trató de dejar claro su desvinculación con las posibles iniciativas de Rato.

¿Algo que ver? ¡Todo!, diría yo —replicó Aznar ásperamente.

Rajoy no contestó, limitándose a levantar las cejas y encoger el cuello, dando a entender que eludía el compromiso de asumir o contradecir la apreciación de su Jefe.

El que calla, otorga –masculló Aznar casi ininteligiblemente. Rajoy simuló no haberle entendido. Pues como habrás visto, el editorial es un manifiesto incitando a la sublevación del partido... Una gracia en vísperas del congreso... —Hizo una pausa que aprovechó para echar un vistazo a la foto de Ana y los chicos. —Creo que alguien se está equivocando gravemente —dijo solemnemente, refiriéndose a Rato. ¿No crees, Mariano?

El último tramo de la conversación, a partir de su confesión, estaba provocando cierta inquietud en Rajoy. Parecía que la adulación no había surtido el efecto esperado, a juzgar por la áspera actitud que mantenía su jefe. Por eso, sintió verdadero alivio al comprender la verdadera intención de la última pregunta del presidente. Se podría traducir por "Rodrigo es el único culpable. Está haciendo el tonto y se la va a dar; más te vale estar de mi lado ¿No crees?". Rajoy no dudó en su respuesta.

Creo que tienes toda la razón, presidente.

Tenlo por seguro. Espero que me tengas al corriente de cualquier movimiento que detectes en relación con lo que hemos hablado. Ahora volvamos al asunto de la seguridad en el congreso...

Media hora después se despidieron cordialmente. Cuando, al cabo de un minuto, acudiendo presto a la llamada del timbre, Esteban, el ordenanza, entró con el ceremonial habitual en el despacho presidencial, sufrió un sobresalto por lo insólito de lo que contempló: el presidente, con un estilo comparable al mejor de Clint Eastwood, le sonreía abiertamente desde detrás de las suelas de sus zapatos y a través del ángulo formado por sus pies sobre la mesa. Esteban, dio un respingo, balbuceó una excusa, e intentó salir. "Espere, espere, Esteban; por favor, tráigame un gin-tonic de Beeffiter", oyó decir desde el fondo del sillón. Mientras que, al salir, cerraba la puerta, escuchó una sonora carcajada.

Al mismo tiempo, Rajoy descendía por las escaleras de la entrada principal  del Palacio de la Moncloa mesándose los cabellos con la mano izquierda (de la derecha colgaba su maletín). "¡Uff!, creo que he salido de ésta".