9 jun 2015

LA SUCESIÓN. Ficción de lo que pudo y podrá suceder - 5



Esta  es la quinta entrega de mi narración del año 2001 "LA SUCESIÓN. Ficción de lo que pudo y podrá suceder", en la que novelé cómo me imaginé entonces los comportamientos de los principales involucrados en la tan cacareada "sucesión" de José María Aznar, de lo que tanto se habló en el tiempo en que la escribí.

El trabajo lo estoy publicando en este blog por capítulos, por lo que recomiendo al  que se haya encontrado con esto que lea antes las entregas anteriores empezando, lógicamente, por la primera; en su preámbulo comento el motivo por el que he decidido publicar ahora el trabajo. Esta entrega contiene el capítulo VIII.


Capítulo VIII. RAJOY


La Vicepresidencia 1ª del Gobierno fue la recompensa que obtuvo Mariano Rajoy por su inteligente planificación de la campaña para las elecciones generales de marzo del 2000. Realmente había sido brillante. «¡Es un crack..., un monstruo!», se le escapó en voz alta a Aznar refiriéndose con admiración a Rajoy, mientras a altas horas de la madrugada de la noche electoral se abrochaba la chaqueta del pijama de rayas marrones y verdes que le había regalado Ana en la última Navidad. Ambos, aún bajo los efectos de la desbordante euforia vivida esa noche, se disponían a acostarse.

—¿Un monstruo? ¿Qué? ¿Quién? — preguntó Ana, mientras, sentada al otro lado de la cama, procedía calmadamente y con coquetería —inadvertida por Aznar— a despojarse de sus medias. Ana preveía una noche agitada. Cada vez que tiene un éxito público lo remata con una demostración de virilidad, pensaba entre temerosa y orgullosa, así que después de lo de hoy... me puedo preparar—. ¿A qué te refieres, Jose?

—¿Eh?, no, nada —saliendo de su abstracción—.  Pensaba en Mariano. Es genial, ¿no te parece? Se merece un premio, tengo que recompensarle.

Ana no pareció interesada en las reflexiones de su marido. Además, Rajoy no era santo de su devoción, aunque le reconocía una gran valía.

-Jose, creo que por hoy ya has tenido bastante. Deja ya de pensar y relájate... Estás muy guapo con ese pijama... pero creo que te va a sobrar esta noche —le dijo con la más sensual de sus sonrisas—. 

Aznar, en un gesto de complicidad, dirigió la más maliciosa de las suyas a su mujer. Se despojó de la chaqueta del pijama y, tras apagar la luz, se dispuso a culminar como un verdadero campeón aquella jornada gloriosa.

Efectivamente, la misma noche de su espectacular triunfo electoral del 2000, JMA tomó la decisión del nombramiento de Rajoy como "segundo" en el nuevo gobierno. No tenía duda de que una de las claves del éxito había estado en cómo éste había dispuesto la campaña electoral. La gradualidad en la presentación de las propuestas había tenido muy positivo efecto en el electorado, que casi todos los días se encontró con una nueva aún más impactante que la del anterior. Además, la estrategia había descolocado y desorientado a los adversarios, especialmente a los socialistas, a los que la secuencia de propuestas les había impedido un contraataque razonado y eficaz, a la vez que les había desbaratado toda su estrategia para la campaña. Realmente, Mariano les había vuelto locos.

Todos los que le conocían suficientemente reconocían el talento de Rajoy. Además, por su carácter y exquisitez en el trato era muy querido y respetado en el partido y, en general, en todos los círculos políticos y gubernamentales. Por tanto, su nombramiento como Vicepresidente 1º fue muy bien acogido por casi todos.

JMA apreciaba y admiraba a Rajoy, aunque, por buscarle algún punto débil, le parecía algo blando de carácter. En más de una ocasión, siempre distendidamente, se lo había dicho. También, cuando, en presencia de Rajoy, pronunciaba su famoso lema "serenidad, rigor y firmeza" para la acción política en público, ponía especial énfasis al pronunciar la tercera cualidad. FIR-ME-ZA, decía separando las sílabas mientras miraba de reojo al destinatario de la indirecta.

Realmente Rajoy no adolecía de la debilidad que le atribuía el presidente, si bien era cierto que no le gustaba mostrarse ácido con sus adversarios políticos y que, si podía, rehuía la confrontación cuerpo a cuerpo con éstos.  Pero era un hábil político, de fina y punzante dialéctica cuando se lo proponía, aunque siempre procuraba mantener buenos modales, tanto con sus adversarios como con sus colaboradores.

Por otra parte, no era ambicioso. Cuando Aznar le comunicó su decisión de nombrarle Vicepresidente 1º no pudo reprimir la pregunta ¿y Rodrigo? Además de sentir un sincero agradecimiento hacia su jefe por el nombramiento, experimentó una sensación de culpa por haber desbancado al que él consideraba con mayores méritos para ocupar la privilegiada posición de segundo del gobierno: Rato. Incluso se sintió obligado a disculparse ante éste.

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Volvemos a febrero de 2001. Puntualmente, a las 19:00, Mariano Rajoy entró en el despacho de JMA sin saber nada de la conversación que, minutos antes, éste había tenido con Mayor Oreja.

—¿Qué tal?, Mariano. ¿Cómo van las cosas? —Le saludó Aznar mecánicamente.

Como deben ir, presidente.  Todo bajo control —contestó Rajoy jovialmente.

—Acabo de estar con Jaime —Aznar sin más preámbulos fue directamente al asunto—.  Hemos acordado que vaya a Vascongadas. —Se paró para ver la reacción de Rajoy, demandando un gesto de sorpresa admirativa, no por el sacrificio de Mayor Oreja, sino en reconocimiento por su habilidad para convencerle.

Pero Rajoy, que era de los pocos que no practicaba la adulación y que intuyó la demanda, aunque verdaderamente sorprendido no quiso demostrarlo. Esbozó una leve sonrisa, arqueó las cejas y con un gesto de aparente incredulidad continuó callado mirando a Aznar. A Rajoy no le gustaba entrar en el juego de los silencios misteriosos a los que tenía tanta afición su jefe. Los soportaba como todos, pero, si podía, no se prestaba a ellos.

—¿De veras? ¿Y cómo lo ha tomado?— Por fin se decidió. Con la segunda pregunta daba a entender que no había colado lo del acuerdo. 

Estupendamente. —Aznar captó la intención pero no hizo caso—. Está muy ilusionado. Para él es un reto. Es su tierra. Ya sabes cómo son estos vascos. Les va la marcha— bromeó. Hizo una pausa y se retrepó. Este Mariano qué poco expresivo es; a veces parece que no reconoce mis méritos, pensó mientras se inclinaba de nuevo sobre la mesa y abría el cuaderno azul. Pero ahora se va a enterar...—. Pero no sólo te quería hablar de eso. Jaime tendrá que dejar pronto el ministerio para ocuparse de la precampaña y meterse en harina; así que tenemos que sustituirle —usó el plural como para involucrar a su interlocutor— Interior es un departamento muy delicado. Ahí no puede estar cualquiera.

¿En quién has pensado?— Preguntó Rajoy esbozando una ingenua sonrisa.

Aznar abrió pausadamente su cuaderno por la última página escrita y miró fijamente a Rajoy, a la vez que iniciaba una tímida sonrisa que se cruzó con la que mantenía éste desde que hizo la pregunta. Tres segundos bastaran a Rajoy para comprender el significado de la sonrisa de su jefe, que, por momentos, se ampliaba a la vez que la suya se difuminaba para dar paso a una expresión de desagradable sorpresa que no pudo disimular.

—No estarás pensando... —Percibió con malestar que Aznar disfrutaba—. ¿Me vas a degradar, presidente? No fastidies...  que yo me llevo muy mal con los uniformes.

Aznar se divertía. La situación era de las típicas en que sentía el goce de su poderío. Sólo le falta decir "a que se lo cuento a D. Manuel", pensó Aznar extremadamente complacido al ver el mal trago que estaba pasando su segundo en el gobierno.

El presidente completó el trabajo con breves argumentos y sin demasiado esfuerzo. —En adelante serás Vicepresidente 1º y Ministro del Interior, ¡casi nada!, Mariano—, fue lo último que le dijo.

Rajoy salió de la entrevista con una desagradable sensación de desafecto hacia su jefe. Más que por la encomienda, que, aunque en un primer momento le contrarió, en el fondo le satisfacía porque  significaba para él un interesante reto en su trayectoria política, su desagrado provenía del hecho de que su jefe se había permitido disponer de él para tan delicada y especial misión sin haberse preocupado lo más mínimo de su opinión. Al menos podía haberlo hecho con más diplomacia, pensaba verdaderamente enojado. Ni un "te perece si..." o un "había pensado que te podía gustar ..." o al menos un "creo que convendría que...". ¡Nada! Lo apunta un su dichoso cuaderno azul y ¡hala! Éste cree que está tratando con estúpidos o con niños. No me extraña que Rodrigo esté como está. Tendré que hablar con él.

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