Esta es la tercera entrega de mi narración del año 2001 "LA SUCESIÓN. Ficción de lo que pudo y podrá suceder", en la que conté cómo me imaginaba entonces los comportamientos de los principales involucrados en la tan cacareada "sucesión" de José María Aznar al frente del PP, de lo que tanto se habló en el tiempo en que la escribí.
El trabajo lo estoy publicando en este blog por capítulos, por lo que recomiendo al que se haya encontrado con esto que lea antes las entradas anteriores, empezando, lógicamente, por la primera. En su preámbulo comento el porqué de publicar ahora el trabajo.
Esta entrega contiene los capítulos V y VI.
Capítulo V. EL ASEDIO
Rato estaba decidido a la pelea. Las cosas no podían quedar en ese estado.
Había iniciado el acoso y ya no podía parar. No estaba dispuesto a resignarse,
como uno más, a la voluntad caprichosa de su jefe en un asunto de tanta
importancia para él. Pensaba, además, que había razones objetivas de índole
superior para que se despejara la incógnita cuanto antes. El
partido y la
nación estaban por encima de Aznar, pensó con convicción. Pero lo que más le
irritaba era que su jefe le hubiera integrado en el pelotón. Por ahí no paso,
se dijo. Si no hubiese sido por las insinuaciones que le habían hecho concebir
las esperanzas, ahora casi frustradas, él no se habría hecho a la idea de ser
el sucesor y habría aceptado, como los demás, cualquier decisión del
presidente. No era demasiado ambicioso y, si no fuera por lo que ahora le consumía, con
lo conseguido hasta este momento habría sentido la plena satisfacción de ver
cumplidas de sobra sus aspiraciones en política.
Sí, se decía amargamente, ha jugado conmigo; esto no se
lo puedo perdonar.
Rato siempre tuvo muy claro que en política, más que en cualquier otra
actividad, había que preocuparse de tener aliados a la vez que de no procurarse
enemigos. Esta regla la tenía permanentemente presente en su conducta política
y gracias a ello había solventado más de una situación difícil. "El elemento
humano es el único soporte que se tiene en política, por eso hay que procurar
tenerlo de tu lado", solía decir a sus colaboradores siempre que encontraba
ocasión propicia. Como siempre que se encontraba en dificultades, en esta
ocasión hizo un pausado repaso de los posibles aliados y potenciales
adversarios. De éstos aparecieron varios, de aquellos, sorprendentemente,
ninguno.
Le desagradó experimentar, por primera vez en su vida política, la angustia
de la soledad en la batalla. Efectivamente, la singular situación no admitía
aliados. Pero no se iba a arrugar. También él está solo, pensó envalentonado y
con ingenua determinación.
El insomnio de la noche del domingo, ya en su casa de Madrid y tras la
vuelta del fin de semana pasado con los Aznar en su finca, le sirvió para
trazar su estrategia. Como días atrás, pensó que tenía que presionar. Además,
percibía que el tiempo corría en su contra, pues tenía el convencimiento de que
en los últimos meses su colocación para la sucesión había entrado en una
tendencia que no le convenía. Mis posibilidades están en que no se produzca el
descarte definitivo; además, necesito que el asunto se aclare cuanto antes,
pensó. Así que hay que actuar y rápido, apostilló mentalmente.
Se trazó un plan bastante simple. Tenía que aprovechar cuantas ocasiones se
le presentaran para instar al jefe a que se pronunciara, aunque tampoco debía
mostrarse excesivamente ansioso. Decidió establecer una cadencia de dos o tres
semanas para sus instancias. Tampoco tenía que ser demasiado directo. Debía
aprovecharse de todas las circunstancias propicias que surgieran para poner el
asunto sobre la mesa. Para esto sí podía utilizar a sus aliados. Tenía que
procurar que los medios de comunicación hablasen de ello.
Por su parte, JMA también perfilaba su estrategia. Preveía el asedio. Por
nada del mundo deseaba un conflicto con Rato. Además de que sentía un sincero
afecto por su amigo, políticamente era lo que menos le convenía. Pero tampoco
se iba a dejar influir, y descartaba totalmente cambiar la decisión que ya
había tomado. Rato no le sucedería, se pusiera como se pusiese.
El
otoño del 2000 fue agobiante para JMA. Evidentemente Rato se había propuesto
forzarle el pronunciamiento. Desde el fin de semana en el campo hasta las vísperas de Navidad, Rato le había atacado casi una decena de veces. Unas
veces, directamente, le inquiría en el despacho:
—Presidente, te acuerdas de que
dejamos en suspenso lo de la sucesión. ¿Te parece que lo tratemos ahora?
—Presidente, ¿quieres que fijemos un
día para hablar tranquilamente de aquello?
—Presidente, me permito recordarte que
tenemos pendiente lo nuestro.
Nunca
tuvo que soportar de sus colaboradores impertinencias como aquéllas. Más que
impertinencias las consideraba insolencias. Pero, mientras Rato no pasara a
mayores y el pulso se mantuviera estrictamente entre ambos, JMA estaba
tranquilo. Lo que más le preocupaba era que trascendiese. Le espantaba pensar
en la posibilidad de que saltase a la prensa, ante lo cual le preocupaban más
los afines que los otros. Lo que dijeran los otros se consideraría como uno más de los constantes e infundados
ataques que recibía de los felipistas; habían perdido credibilidad y se les
podía acallar fácilmente o, simplemente, no hacerles caso. Pero no quería dar
lugar a críticas de los suyos. Sabía que Pedrojota tenía ganas de pillarle.
Alguna vez, en privado, ya le había hecho alguna pungente observación: "Jose,
eres un desagradecido. Parece que no te das cuenta de quiénes estamos de verdad
de tu lado. Está bien que trates de ser ecuánime, es tu obligación, pero los
amigos son para algo". Mucho se temía que a Pedrojota también le gustaría
hacerle una demostración de ecuanimidad, sobre todo si así favorecía a Rato,
con el que mantenía una excelente relación. A Jiménez Losantos y a Ansón
también les tenía respeto y le preocupaban. Con Herrero no habría problema,
salvo que hubiera mucho ruido. Del Olmo, que, aparentemente, no estaba ni con
los unos ni con los otros, era el que menos le preocupaba. Los demás influían
menos.
JMA
confiaba plenamente en la lealtad de Rato y estaba seguro de que, de momento,
la privacidad del contencioso se mantenía, por lo que optó por sufrir las
acometidas con resignación y buena cara. A cada embate, le respondía, con
afabilidad, más o menos:
—Rodrigo, créeme que estoy en ello y
que pronto os haré saber mi decisión.— El plural del dativo tenía mucha
intención. —Estate tranquilo. Hay tiempo.— Derivando inmediatamente hacia otro asunto—.
Rato
rabiaba. Me está toreando, pero no me voy a rendir, pensaba siempre al salir
del despacho.
En
otras ocasiones, Rato, más sutilmente, utilizaba comentarios de la prensa o de
la radio para traer el asunto a colación:
—Por cierto, presidente, ¿has leído El
País? Parece que han encontrado un filón con lo de la sucesión. Y estos cuando
empiezan...
—Supongo, presidente, que anoche
oirías la Cope. Ya comienzan a dar la lata con lo de la sucesión. Y si estos
empiezan los demás van detrás. Además, el Jiménez Losantos, aunque es afín, es
de los de colmillo retorcido.
—¿Sabes? Ayer me llamó Pedrojota.
Quería saber si te habías pronunciado ya ante nosotros. El asunto le trae loco.
Le tienes desconcertado.
Efectivamente,
a finales del 2000 se pudieron leer y oír en los medios de comunicación
comentarios criticando levemente el hermetismo de Aznar en relación con la
designación del próximo candidato del PP. Algo había tenido que ver Rato. Pero,
en cualquier caso, lo que se dijo no fue demasiado incisivo y, desde luego,
menos preocupante de lo que Rato pretendía hacer creer a JMA. Éste, que
percibía nítidamente la intencionalidad de Rato y que estaba al corriente de
los comentarios aludidos, respondía mintiendo conmiserativamente.
—Pues no me han pasado nada, Rodrigo.
Ya me voy a enterar. De todos modos, lo
mejor es no hacerles ni caso. Como no hay de qué de hablar, en algo se tienen
que entretener.
Rato,
aunque le reventaban las evasivas del Jefe, no se atrevía, de momento, a forzar
la situación. Soportaba resignado una y otra vez los regates. Pero no estaba
satisfecho; le estaba echando un pulso a Aznar y enseguida comprendió que así
llevaba las de perder. A perseverancia y resistencia, nadie ganaba a su jefe.
Rato, fijó la Navidad como límite temporal para su estrategia. Si, para
entonces, Aznar continuaba en su actitud le echaría el órdago.
Así
fue, tras el Consejo de Ministros del 15 de diciembre de 2000, Aznar y Rato, a
instancias de éste, se sentaron frente a frente en la mesa de reuniones del
despacho de aquél.
—Tú dirás, Rodrigo. —JMA, retrepado en la
silla y con las manos juntas sobre su regazo, había inclinado la cabeza hacia
delante y a la derecha, y miraba afablemente a su interlocutor—.
Rato,
apoyando los brazos sobre la mesa, sostenía las gafas con sus dos manos.
Levantó la cabeza, respiró hondo y, con gesto grave, miró al Presidente:
—Mira, presidente. Me ha costado dar
este paso. Pero créeme que no he visto otra salida. Te habrás imaginado que te
quiero hablar de la sucesión. Con mi insistencia de las últimas semanas he
querido hacerte ver que el asunto se ha tornado vital para mí. Sabes
perfectamente cómo soy. Siempre he estado a tu disposición y te he sido, y sigo
siendo, leal —hizo
una pequeña pausa que aprovechó para ponerse las gafas y volver a respirar
hondo—. No sé si hice bien cuando por
primera vez te planteé el asunto, pero en varias ocasiones anteriores te habías
dejado caer y pensaba que me estabas animando. El caso es que estas cosas...
una vez que se empiezan hay que llegar al final. Al menos yo, me siento fatal
en la duda. Hoy te he pedido que habláramos para que, de una vez, ventilemos el
asunto. Te he de decir —sonrió por
primera vez— que estoy preparado para
cualquier cosa, pero no quiero pasar las Navidades inmerso en la duda.
Aunque
JMA había adivinado que el aparte solicitado tendría relación con el maldito
asunto con que Rodrigo le estaba atosigando últimamente, no se esperaba de éste
tanta avilantez; pero también estaba preparado para esto. Me quiere poner contra
las cuerdas... pues está listo, se dijo, sin cambiar el gesto. Se daba cuenta
de que Rodrigo no estaba dispuesto a admitir una evasiva como las
acostumbradas. No había más remedio que poner fin a la pugna; pero no en ese
momento.
—Eres tremendo, Rodrigo. Cuando se te mete
una cosa en la cabeza eres peor que yo. Hoy es el día menos apropiado para
hablar sobre esto. Precisamente tengo casi a punto la decisión, pero quería
darle una última vuelta durante estas vacaciones. Si te parece, después de Reyes
nos sentamos y hablamos. Total un par de semanas... y estate tranquilo. Por
cierto, ¿cuándo salís de viaje?
Rato,
salió desolado de la entrevista. En Baqueira se dio más costaladas de lo
normal.
Capítulo VI.
EL ÚLTIMO ASALTO
Volvemos
al final del capítulo I, encontrando a un inapetente JMA a
punto de concluir su reflexión matutina sentado frente al ventanal sur del
comedorcito de La Moncloa.
¿Qué
hay de lo mío, presidente? ¿Qué hay de lo mío, presidente?... JMA oía una y
otra vez, envueltas en el crepitar de la lluvia, las palabras que le dirigía
aquel ectoplasma con el rostro de Rato. Estaba citado con éste a las 9 de la
mañana desde la víspera de Navidad. Aunque me gusta ser puntual le voy a hacer
esperar; seguro que ya está abajo, se dijo maliciosamente.
Como
otras veces que trataban algún asunto especial, aquella mañana de enero del
2001 se sentaron frente a frente en la mesa de reuniones del despacho del
presidente. Tras unos minutos de intrascendentes comentarios sobre las pasadas
vacaciones entraron en materia.
—Vamos al grano, Rodrigo —Aznar escrutó la ceja
derecha de Rato; se mantenía estática. Está muy tranquilo, se dijo con cierta
preocupación—. Te confieso que hasta no
hace mucho estaba en el convencimiento de que debías ser tú quien me sucediera,
pero durante los últimos meses, en los que, como sabes, me he dedicado
especialmente a reflexionar sobre este asunto, me he ido convenciendo de que
podría no ser lo prudente. Tú y yo formamos un tándem formidable. Lo hemos
demostrado. Es una combinación perfecta. Mucho mejor que la de Felipe y Guerra,
ni comparación. Sin histrionismos. Sin necesidad de aparentar roles
opuestos. Nosotros, además de
complementarnos, nos combinamos —la ceja de Rato se había movido levemente.
Esto le ha conmovido, pensó JMA—. Formamos
la mejor pareja de la escena política española de todos los tiempos. A mí me ha tocado el número uno y a ti el
dos, pero podía haber sido al revés —un nuevo temblor de la ceja. Esto sí
que le habrá gustado, se dijo—. Pero creo
sinceramente, y supongo que estarás conmigo, que ya no podemos alterar el
orden; resultaría chocante y absurdo. Esto por un lado —hizo una pausa—. Por otro, tengo también el convencimiento de
que, por separado, perderíamos gran parte de nuestra fuerza. Además, imagínate
tú de candidato en las próximas elecciones. Yo, para no quitarte protagonismo,
tendría, lógicamente, que mantenerme en segundo plano, pero tendría que
ayudarte. Aún así, todo lo que yo hiciera tendría mucha resonancia. Seguro que
te ibas a sentir incómodo. Luego, si ganaras, los maldicientes, que no son
pocos, te echarían en cara que había sido gracias a mí; si perdieses, quedarías
en evidencia y tendrías que escuchar algo parecido a sin Aznar no es nada —hizo
una nueva pausa—. No nos interesa,
Rodrigo —ahora la ceja de su
interlocutor permanecía estática—. Somos
muy jóvenes aún y tenemos por delante mucho camino que recorrer juntos —enfatizó
al pronunciar la última palabra—. Esto te
podría quemar.
Rato
escuchaba en actitud displicente, pero por dentro hervía. Qué chorradas me está
diciendo este capullo, ¿se creerá que soy tonto? ¿Se creerá lo que me está
diciendo? Éste está gilipollas. De tanto jugar a los misterios se ha
infantilizado. Me está poniendo de una hostia... Se reprimió.
—Tú sabrás, Jose —empleó el nombre
intencionadamente, como para dar a entender que no estaba impresionado—. Sabes que aceptaré lo que tú decidas. Pero
permíteme decirte que no estoy de acuerdo totalmente contigo. Cuando hemos ganado,
tú has sido el primer actor y, por tanto, el principal artífice de las
victorias. Indudablemente, los demás te hemos ayudado. Pero el mérito ha sido
tuyo, todos lo reconocemos. El día que le toque a otro, sea yo o no —parecía
que aún no lo tenía totalmente descartado—, será
él, principalmente, quien tenga que asumir las consecuencias del resultado. Así
es este circo. En cualquier caso, tú siempre quedarás bien —se arrepintió
de esta última frase—, quiero decir que
tú no tendrás que preocuparte —pensó que tampoco esto último había sonado
bien—...
Aznar aprovechó la ocasión para
interrumpir.
—Rodrigo, no lo has entendido. Al tomar la
decisión de que no seas tú —por fin lo dijo de forma inequívoca. Supongo
que así se habrá enterado, pensó Aznar—, más
que en las consecuencias que mi decisión pudiera tener sobre mí mismo —mintió
con descaro—, ha primado el evitarte
riesgos innecesarios y, como antes te decía, preservar el tándem. Como
comprenderás, yo no me voy a retirar. Habrá tiempo para volver y cuando eso
suceda espero tenerte conmigo, como ahora. En el 2004 se abrirá un paréntesis
que se cerrará a los cuatro u ocho años. Aún, nos esperan emociones fuertes.
Rato se dio perfecta cuenta de que no
había nada que hacer. Como siempre, se doblegó.
—Bien, bien,
presidente —empleó
el cargo como para distanciarse—. Es tu
decisión. Espero que hayas acertado —dijo con un deje de amargura. No se le
ocurrió preguntar por el elegido—.
Para
JMA la cosa estaba hecha. Asunto ventilado, pensó con firmeza. Había encarado
la conversación con la determinación que le era propia cuando se enfrentaba a
negociaciones difíciles en las que la firmeza de sus convicciones le hacían ser
inflexible. Pero en aquella ocasión se conmovió al percibir la aflicción de su
amigo. Nunca le había visto así. Tuvo un momento de debilidad.
—Rodrigo, para que no veas en mí ninguna
retorcida intención y para demostrarte que sigo considerándote el número dos y
que quiero reafirmarte en esa posición, te voy a decir algo que no pensaba
decirte todavía —mentía con soltura—. Como
sabes, en breve tendré que hacer cambios en el gobierno por la salida de Jaime.
Si te parece, tú serás Vicepresidente primero.
Rato
estaba tocado pero no K.O. Vio con claridad que Aznar estaba improvisando y que
seguía tratando de jugar con él. Y no
estaba dispuesto a permitir que siguiera divirtiéndose. ¡Al diablo con sus
migajas! Pensó indignado.
—Mira, presidente. Si así lo decides lo
acepto. Pero puede que en la situación actual sea contraproducente. Te sugiero que recapacites. —Habló con
seguridad y con dignidad—.
Aznar
sintió un ligero estremecimiento. Le asustó el rebote de Rato. Está realmente
dolido, pensó. Pero, inmediatamente, se sobrepuso. La verdad es que me viene de
perlas su rechazo; le tomo la palabra, concluyó mentalmente.
Después
del encuentro, Rato, tras la rabia contenida que sintió durante la conversación
cayó en un profundo abatimiento. Aznar había estado jugando con él. Sus temores
en ese sentido se habían confirmado plenamente. De nuevo se sentía un pelele.
Esto era lo que realmente le desazonaba. El estómago se le arrugó. Nunca había
experimentado una sensación de derrota como aquélla. Por un instante sintió la
tentación de abandonar. Rechazó el pensamiento. No podía pensar con claridad.
Ya lo haría más adelante. ¿Vicepresidente 1º? ¡Cabrón!, masculló mientras
abandonaba La Moncloa.
Pero algo le decía que las cosas no
iban a quedar así.
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