4 jun 2015

LA SUCESIÓN. Ficción de lo que pudo y podrá suceder - 3

Esta es la tercera entrega de mi narración del año 2001 "LA SUCESIÓN. Ficción de lo que pudo y podrá suceder", en la que conté cómo me imaginaba entonces los comportamientos de los principales involucrados en la tan cacareada "sucesión" de José María Aznar al frente del PP, de lo que tanto se habló en el tiempo en que la escribí.

El trabajo lo estoy publicando en este blog por capítulos, por lo que recomiendo al que se haya encontrado con esto que lea antes las entradas anteriores, empezando, lógicamente, por la primera. En su preámbulo comento el porqué de publicar ahora el trabajo. 

Esta entrega contiene los capítulos V y VI.


Capítulo V. EL ASEDIO


Rato estaba decidido a la pelea. Las cosas no podían quedar en ese estado. Había iniciado el acoso y ya no podía parar. No estaba dispuesto a resignarse, como uno más, a la voluntad caprichosa de su jefe en un asunto de tanta importancia para él. Pensaba, además, que había razones objetivas de índole superior para que se despejara la incógnita cuanto antes. El
partido y la nación estaban por encima de Aznar, pensó con convicción. Pero lo que más le irritaba era que su jefe le hubiera integrado en el pelotón. Por ahí no paso, se dijo. Si no hubiese sido por las insinuaciones que le habían hecho concebir las esperanzas, ahora casi frustradas, él no se habría hecho a la idea de ser el sucesor y habría aceptado, como los demás, cualquier decisión del presidente. No era demasiado ambicioso y, si no fuera por lo que ahora le consumía, con lo conseguido hasta este momento habría sentido la plena satisfacción de ver cumplidas de sobra sus aspiraciones en política.

Sí, se decía amargamente, ha jugado conmigo; esto no se lo puedo perdonar.

Rato siempre tuvo muy claro que en política, más que en cualquier otra actividad, había que preocuparse de tener aliados a la vez que de no procurarse enemigos. Esta regla la tenía permanentemente presente en su conducta política y gracias a ello había solventado más de una situación difícil. "El elemento humano es el único soporte que se tiene en política, por eso hay que procurar tenerlo de tu lado", solía decir a sus colaboradores siempre que encontraba ocasión propicia. Como siempre que se encontraba en dificultades, en esta ocasión hizo un pausado repaso de los posibles aliados y potenciales adversarios. De éstos aparecieron varios, de aquellos, sorprendentemente, ninguno.

Le desagradó experimentar, por primera vez en su vida política, la angustia de la soledad en la batalla. Efectivamente, la singular situación no admitía aliados. Pero no se iba a arrugar. También él está solo, pensó envalentonado y con ingenua determinación.

El insomnio de la noche del domingo, ya en su casa de Madrid y tras la vuelta del fin de semana pasado con los Aznar en su finca, le sirvió para trazar su estrategia. Como días atrás, pensó que tenía que presionar. Además, percibía que el tiempo corría en su contra, pues tenía el convencimiento de que en los últimos meses su colocación para la sucesión había entrado en una tendencia que no le convenía. Mis posibilidades están en que no se produzca el descarte definitivo; además, necesito que el asunto se aclare cuanto antes, pensó. Así que hay que actuar y rápido, apostilló mentalmente. 

Se trazó un plan bastante simple. Tenía que aprovechar cuantas ocasiones se le presentaran para instar al jefe a que se pronunciara, aunque tampoco debía mostrarse excesivamente ansioso. Decidió establecer una cadencia de dos o tres semanas para sus instancias. Tampoco tenía que ser demasiado directo. Debía aprovecharse de todas las circunstancias propicias que surgieran para poner el asunto sobre la mesa. Para esto sí podía utilizar a sus aliados. Tenía que procurar que los medios de comunicación hablasen de ello. 

Por su parte, JMA también perfilaba su estrategia. Preveía el asedio. Por nada del mundo deseaba un conflicto con Rato. Además de que sentía un sincero afecto por su amigo, políticamente era lo que menos le convenía. Pero tampoco se iba a dejar influir, y descartaba totalmente cambiar la decisión que ya había tomado. Rato no le sucedería, se pusiera como se pusiese. 

El otoño del 2000 fue agobiante para JMA. Evidentemente Rato se había propuesto forzarle el pronunciamiento. Desde el fin de semana en el campo hasta las vísperas de Navidad, Rato le había atacado casi una decena de veces. Unas veces, directamente, le inquiría en el despacho:

—Presidente, te acuerdas de que dejamos en suspenso lo de la sucesión. ¿Te parece que lo tratemos ahora?
—Presidente, ¿quieres que fijemos un día para hablar tranquilamente de aquello?
—Presidente, me permito recordarte que tenemos pendiente lo nuestro.

Nunca tuvo que soportar de sus colaboradores impertinencias como aquéllas. Más que impertinencias las consideraba insolencias. Pero, mientras Rato no pasara a mayores y el pulso se mantuviera estrictamente entre ambos, JMA estaba tranquilo. Lo que más le preocupaba era que trascendiese. Le espantaba pensar en la posibilidad de que saltase a la prensa, ante lo cual le preocupaban más los afines que los otros. Lo que dijeran los otros se consideraría   como uno más de los constantes e infundados ataques que recibía de los felipistas; habían perdido credibilidad y se les podía acallar fácilmente o, simplemente, no hacerles caso. Pero no quería dar lugar a críticas de los suyos. Sabía que Pedrojota tenía ganas de pillarle. Alguna vez, en privado, ya le había hecho alguna pungente observación: "Jose, eres un desagradecido. Parece que no te das cuenta de quiénes estamos de verdad de tu lado. Está bien que trates de ser ecuánime, es tu obligación, pero los amigos son para algo". Mucho se temía que a Pedrojota también le gustaría hacerle una demostración de ecuanimidad, sobre todo si así favorecía a Rato, con el que mantenía una excelente relación. A Jiménez Losantos y a Ansón también les tenía respeto y le preocupaban. Con Herrero no habría problema, salvo que hubiera mucho ruido. Del Olmo, que, aparentemente, no estaba ni con los unos ni con los otros, era el que menos le preocupaba. Los demás influían menos.

JMA confiaba plenamente en la lealtad de Rato y estaba seguro de que, de momento, la privacidad del contencioso se mantenía, por lo que optó por sufrir las acometidas con resignación y buena cara. A cada embate, le respondía, con afabilidad, más o menos:

—Rodrigo, créeme que estoy en ello y que pronto os haré saber mi decisión.— El plural del dativo tenía mucha intención. —Estate tranquilo. Hay tiempo.— Derivando inmediatamente hacia otro asunto—.

Rato rabiaba. Me está toreando, pero no me voy a rendir, pensaba siempre al salir del despacho.

En otras ocasiones, Rato, más sutilmente, utilizaba comentarios de la prensa o de la radio para traer el asunto a colación:

—Por cierto, presidente, ¿has leído El País? Parece que han encontrado un filón con lo de la sucesión. Y estos cuando empiezan...

—Supongo, presidente, que anoche oirías la Cope. Ya comienzan a dar la lata con lo de la sucesión. Y si estos empiezan los demás van detrás. Además, el Jiménez Losantos, aunque es afín, es de los de colmillo retorcido.

—¿Sabes? Ayer me llamó Pedrojota. Quería saber si te habías pronunciado ya ante nosotros. El asunto le trae loco. Le tienes desconcertado.

Efectivamente, a finales del 2000 se pudieron leer y oír en los medios de comunicación comentarios criticando levemente el hermetismo de Aznar en relación con la designación del próximo candidato del PP. Algo había tenido que ver Rato. Pero, en cualquier caso, lo que se dijo no fue demasiado incisivo y, desde luego, menos preocupante de lo que Rato pretendía hacer creer a JMA. Éste, que percibía nítidamente la intencionalidad de Rato y que estaba al corriente de los comentarios aludidos, respondía mintiendo conmiserativamente.

—Pues no me han pasado nada, Rodrigo. Ya me voy a enterar.  De todos modos, lo mejor es no hacerles ni caso. Como no hay de qué de hablar, en algo se tienen que entretener.

Rato, aunque le reventaban las evasivas del Jefe, no se atrevía, de momento, a forzar la situación. Soportaba resignado una y otra vez los regates. Pero no estaba satisfecho; le estaba echando un pulso a Aznar y enseguida comprendió que así llevaba las de perder. A perseverancia y resistencia, nadie ganaba a su jefe. Rato, fijó la Navidad como límite temporal para su estrategia. Si, para entonces, Aznar continuaba en su actitud le echaría el órdago.

Así fue, tras el Consejo de Ministros del 15 de diciembre de 2000, Aznar y Rato, a instancias de éste, se sentaron frente a frente en la mesa de reuniones del despacho de aquél.

—Tú dirás, Rodrigo. —JMA, retrepado en la silla y con las manos juntas sobre su regazo, había inclinado la cabeza hacia delante y a la derecha, y miraba afablemente a su interlocutor—. 

Rato, apoyando los brazos sobre la mesa, sostenía las gafas con sus dos manos. Levantó la cabeza, respiró hondo y, con gesto grave, miró al Presidente:

—Mira, presidente. Me ha costado dar este paso. Pero créeme que no he visto otra salida. Te habrás imaginado que te quiero hablar de la sucesión. Con mi insistencia de las últimas semanas he querido hacerte ver que el asunto se ha tornado vital para mí. Sabes perfectamente cómo soy. Siempre he estado a tu disposición y te he sido, y sigo siendo, leal —hizo una pequeña pausa que aprovechó para ponerse las gafas y volver a respirar hondo—. No sé si hice bien cuando por primera vez te planteé el asunto, pero en varias ocasiones anteriores te habías dejado caer y pensaba que me estabas animando. El caso es que estas cosas... una vez que se empiezan hay que llegar al final. Al menos yo, me siento fatal en la duda. Hoy te he pedido que habláramos para que, de una vez, ventilemos el asunto. Te he de decir —sonrió por primera vez— que estoy preparado para cualquier cosa, pero no quiero pasar las Navidades inmerso en la duda.

Aunque JMA había adivinado que el aparte solicitado tendría relación con el maldito asunto con que Rodrigo le estaba atosigando últimamente, no se esperaba de éste tanta avilantez; pero también estaba preparado para esto. Me quiere poner contra las cuerdas... pues está listo, se dijo, sin cambiar el gesto. Se daba cuenta de que Rodrigo no estaba dispuesto a admitir una evasiva como las acostumbradas. No había más remedio que poner fin a la pugna; pero no en ese momento.

Eres tremendo, Rodrigo. Cuando se te mete una cosa en la cabeza eres peor que yo. Hoy es el día menos apropiado para hablar sobre esto. Precisamente tengo casi a punto la decisión, pero quería darle una última vuelta durante estas vacaciones. Si te parece, después de Reyes nos sentamos y hablamos. Total un par de semanas... y estate tranquilo. Por cierto, ¿cuándo salís de viaje?

Rato, salió desolado de la entrevista. En Baqueira se dio más costaladas de lo normal. 



 Capítulo VI.   EL ÚLTIMO ASALTO  


Volvemos al final del capítulo I, encontrando a un inapetente JMA a punto de concluir su reflexión matutina sentado frente al ventanal sur del comedorcito de La Moncloa.

¿Qué hay de lo mío, presidente? ¿Qué hay de lo mío, presidente?... JMA oía una y otra vez, envueltas en el crepitar de la lluvia, las palabras que le dirigía aquel ectoplasma con el rostro de Rato. Estaba citado con éste a las 9 de la mañana desde la víspera de Navidad. Aunque me gusta ser puntual le voy a hacer esperar; seguro que ya está abajo, se dijo maliciosamente. 

Como otras veces que trataban algún asunto especial, aquella mañana de enero del 2001 se sentaron frente a frente en la mesa de reuniones del despacho del presidente. Tras unos minutos de intrascendentes comentarios sobre las pasadas vacaciones entraron en materia.

—Vamos al grano, Rodrigo —Aznar escrutó la ceja derecha de Rato; se mantenía estática. Está muy tranquilo, se dijo con cierta preocupación—. Te confieso que hasta no hace mucho estaba en el convencimiento de que debías ser tú quien me sucediera, pero durante los últimos meses, en los que, como sabes, me he dedicado especialmente a reflexionar sobre este asunto, me he ido convenciendo de que podría no ser lo prudente. Tú y yo formamos un tándem formidable. Lo hemos demostrado. Es una combinación perfecta. Mucho mejor que la de Felipe y Guerra, ni comparación. Sin histrionismos. Sin necesidad de aparentar roles opuestos.  Nosotros, además de complementarnos, nos combinamos —la ceja de Rato se había movido levemente. Esto le ha conmovido, pensó JMA—. Formamos la mejor pareja de la escena política española de todos los tiempos.  A mí me ha tocado el número uno y a ti el dos, pero podía haber sido al revés —un nuevo temblor de la ceja. Esto sí que le habrá gustado, se dijo—. Pero creo sinceramente, y supongo que estarás conmigo, que ya no podemos alterar el orden; resultaría chocante y absurdo. Esto por un lado —hizo una pausa—. Por otro, tengo también el convencimiento de que, por separado, perderíamos gran parte de nuestra fuerza. Además, imagínate tú de candidato en las próximas elecciones. Yo, para no quitarte protagonismo, tendría, lógicamente, que mantenerme en segundo plano, pero tendría que ayudarte. Aún así, todo lo que yo hiciera tendría mucha resonancia. Seguro que te ibas a sentir incómodo. Luego, si ganaras, los maldicientes, que no son pocos, te echarían en cara que había sido gracias a mí; si perdieses, quedarías en evidencia y tendrías que escuchar algo parecido a sin Aznar no es nada —hizo una nueva pausa—. No nos interesa, Rodrigo —ahora la ceja de su interlocutor permanecía estática—. Somos muy jóvenes aún y tenemos por delante mucho camino que recorrer juntos —enfatizó al pronunciar la última palabra—. Esto te podría quemar.

Rato escuchaba en actitud displicente, pero por dentro hervía. Qué chorradas me está diciendo este capullo, ¿se creerá que soy tonto? ¿Se creerá lo que me está diciendo? Éste está gilipollas. De tanto jugar a los misterios se ha infantilizado. Me está poniendo de una hostia... Se reprimió.

Tú sabrás, Jose —empleó el nombre intencionadamente, como para dar a entender que no estaba impresionado—. Sabes que aceptaré lo que tú decidas. Pero permíteme decirte que no estoy de acuerdo totalmente contigo. Cuando hemos ganado, tú has sido el primer actor y, por tanto, el principal artífice de las victorias. Indudablemente, los demás te hemos ayudado. Pero el mérito ha sido tuyo, todos lo reconocemos. El día que le toque a otro, sea yo o no —parecía que aún no lo tenía totalmente descartado—, será él, principalmente, quien tenga que asumir las consecuencias del resultado. Así es este circo. En cualquier caso, tú siempre quedarás bien —se arrepintió de esta última frase—, quiero decir que tú no tendrás que preocuparte —pensó que tampoco esto último había sonado bien—... 

Aznar aprovechó la ocasión para interrumpir.

Rodrigo, no lo has entendido. Al tomar la decisión de que no seas tú —por fin lo dijo de forma inequívoca. Supongo que así se habrá enterado, pensó Aznar—, más que en las consecuencias que mi decisión pudiera tener sobre mí mismo —mintió con descaro—, ha primado el evitarte riesgos innecesarios y, como antes te decía, preservar el tándem. Como comprenderás, yo no me voy a retirar. Habrá tiempo para volver y cuando eso suceda espero tenerte conmigo, como ahora. En el 2004 se abrirá un paréntesis que se cerrará a los cuatro u ocho años. Aún, nos esperan emociones fuertes.

Rato se dio perfecta cuenta de que no había nada que hacer. Como siempre, se doblegó.

—Bien, bien, presidente —empleó el cargo como para distanciarse—. Es tu decisión. Espero que hayas acertado —dijo con un deje de amargura. No se le ocurrió preguntar por el elegido—.

Para JMA la cosa estaba hecha. Asunto ventilado, pensó con firmeza. Había encarado la conversación con la determinación que le era propia cuando se enfrentaba a negociaciones difíciles en las que la firmeza de sus convicciones le hacían ser inflexible. Pero en aquella ocasión se conmovió al percibir la aflicción de su amigo. Nunca le había visto así. Tuvo un momento de debilidad.

Rodrigo, para que no veas en mí ninguna retorcida intención y para demostrarte que sigo considerándote el número dos y que quiero reafirmarte en esa posición, te voy a decir algo que no pensaba decirte todavía —mentía con soltura—. Como sabes, en breve tendré que hacer cambios en el gobierno por la salida de Jaime. Si te parece, tú serás Vicepresidente primero.

Rato estaba tocado pero no K.O. Vio con claridad que Aznar estaba improvisando y que seguía tratando de jugar con él.  Y no estaba dispuesto a permitir que siguiera divirtiéndose. ¡Al diablo con sus migajas!  Pensó indignado.

Mira, presidente. Si así lo decides lo acepto. Pero puede que en la situación actual sea contraproducente.  Te sugiero que recapacites. —Habló con seguridad y con dignidad—.
Aznar sintió un ligero estremecimiento. Le asustó el rebote de Rato. Está realmente dolido, pensó. Pero, inmediatamente, se sobrepuso. La verdad es que me viene de perlas su rechazo; le tomo la palabra, concluyó mentalmente.

Después del encuentro, Rato, tras la rabia contenida que sintió durante la conversación cayó en un profundo abatimiento. Aznar había estado jugando con él. Sus temores en ese sentido se habían confirmado plenamente. De nuevo se sentía un pelele. Esto era lo que realmente le desazonaba. El estómago se le arrugó. Nunca había experimentado una sensación de derrota como aquélla. Por un instante sintió la tentación de abandonar. Rechazó el pensamiento. No podía pensar con claridad. Ya lo haría más adelante. ¿Vicepresidente 1º? ¡Cabrón!, masculló mientras abandonaba La Moncloa.

Pero algo le decía que las cosas no iban a quedar así.


FIN DE LA PRIMERA PARTE - Julio 2001





No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escribe tu comentario