13 jun 2015

LA SUCESIÓN. Ficción de lo que pudo y podrá suceder - 7

Esta  es la séptima entrega de mi relato del año 2001 "LA SUCESIÓN. Ficción de lo que pudo y podrá suceder", en el que intenté novelar cómo me imaginaba entonces los comportamientos e intrigas de los principales involucrados en la tan cacareada "sucesión" de José María Aznar, de lo que tanto se habló en el tiempo en que la escribí.

El trabajo lo estoy publicando en este blog por capítulos, por lo que recomiendo al  que se haya encontrado con esto que lea antes las entregas anteriores empezando, lógicamente, por la primera, en cuyo preámbulo explico la razón de publicar ahora el trabajo. Esta entrega contiene los capítulos X y XI.


Capítulo X. ARENAS



"Es un caso parecido al de Raúl. Donde empezó no le quisieron –se refería a los pobres resultados obtenidos por Javier Arenas como candidato a la presidencia de Andalucía– y luego mira el juego que ha dado: como un verdadero crack". Fue casi el único argumento que JMA dio a su mujer al ver el nulo entusiasmo de ésta cuando, en privado, le anunció los cambios que decidió en el 99, de los que el más espectacular era la sustitución de Álvarez Cascos por Javier Arenas al frente de la secretaría general del partido. No es que a Ana le cayese mal Arenas, por quien, realmente, sentía cierta simpatía; es que Ana no ocultaba sus negativos prejuicios hacia los políticos andaluces. En más de una ocasión, al hablar con su marido de los escándalos de la época del gobierno socialista, Ana concluía con una alusión al gentilicio regional de Felipe González como la clave del origen de aquellos problemas. Decía con desenfado: "no hay como los andaluces para la juerga, pero para gobernar y administrar...", completando la inacabada frase con un inequívoco gesto de negación moviendo repetidamente la cabeza lateralmente.

No fue ésta la única ocasión en que JMA utilizó la metafórica analogía de Javier Arenas con Raúl González, el extraordinario futbolista del Real Madrid, para, además de alabar el excelente comportamiento de Arenas al frente del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, resaltar su propio acierto al haberle designado para tal cargo. En realidad, ésta era la verdadera intención al utilizar la analogía, por eso solía añadir "aunque en el caso de Raúl gran parte de su éxito es imputable a Valdano, que supo ver a tiempo el talento del chaval".  Obviamente, del añadido se tenía que inferir que la analogía se hacía extensiva a la importancia del papel de los mentores o descubridores. Y es que JMA sentía gran admiración por Jorge Valdano (descubridor del futbolista en su época de entrenador del Real Madrid), no tanto por su faceta deportiva como por su retórica. "Lástima que no sea español; sería un inmejorable Ministro de Cultura y Deportes", pensó en más de una ocasión al escuchar en la radio o en la tele los exornos del argentino.

Efectivamente, Arenas había sido una revelación como ministro en el primer gobierno del PP. Tuvo el gran mérito de conducir con éxito el diálogo social y de propiciar importantes acuerdos con la Patronal y con los Sindicatos que sosegaron el clima social y laboral, lo que, además de eliminar las reticencias que en los ámbitos sindicales podía haber ante el acceso al poder de la derecha, permitió al gobierno afrontar con tranquilidad las reformas económicas pactadas con Convergència i Unió. Por otra parte, Arenas, por talante, carácter y, además, por estar afectado, como otros cracks, por el síndrome de agradecimiento hacia su mentor, mostraba una actitud de total entrega y fidelidad hacia Aznar.

Así pues, éste consideró a Arenas como el más adecuado para llevar las riendas del partido. Si ha sido capaz de manejar y dominar a los sindicatos, también sabrá manejar el partido, pero siempre en la línea que le marque yo; no como Paco —refiriéndose a Álvarez Cascos—, que hacía lo que le daba la gana, se dijo Aznar con determinación cuando tomó la decisión.

Arenas no le defraudó. Manejó el partido de acuerdo totalmente con las directrices del presidente, quien en todo momento estaba al corriente de cuanto sucedía en su seno. El encargo en que más énfasis puso Aznar al aleccionar al nuevo secretario general para su nuevo cometido fue el de evitar cualquier movimiento o iniciativa en el seno del partido en relación con la sucesión. "De esto nada de nada... hasta que toque", le dijo Aznar con energía. "Como tú ordenes, presidente", fue la lacónica pero decidida respuesta de Arenas, que, efectivamente, cumplió pulcramente el mandato. La verdad es que para ello tampoco tuvo que esforzarse mucho. Aquellos parcos mensajes de "todavía no toca" que de vez en cuando lanzaba Aznar bastaron para que nadie osara plantear el asunto.

Por eso, Arenas se sorprendió —y se preocupó— cuando Rato, en una inesperada visita a la sede de Génova en la segunda semana de enero de 2002, le habló del asunto.

Me alegro de verte, vicepresidente —saludó Arenas al ver a Rato entrar a su despacho precedido por la secretaria que había abierto la puerta y anunciado con cierta solemnidad la visita.  Mientras se acercaba al recién llegado y le tendía su mano continuó con el afable recibimiento—. Dichosos los ojos. ¿A qué se debe el honor?

¿Cómo estás, Javier?— saludó sonriente Rato mientras recibía un excesivo apretón de manos. —Ya ves, pasaba por aquí y me he dicho: hay que saludar a los amigos— continuó en tono distendido.

Por favor, siéntate —dijo Arenas, señalando el tresillo, en el que Arenas gustaba recibir a los visitantes importantes—.

Se sentaron, Arenas ofreció café, que Rato aceptó, e iniciaron una conversación intrascendente en la que, manteniendo ese tono, se preguntaron sobre las recientes vacaciones de Navidad.

Por cierto, creo que coincidiste con Mariano y Jaime en Baqueira — dejó caer Arenas con naturalidad.

Pues sí. Estuvieron en casa —sin darle importancia—. Ya sabes que hay sitio de sobra. A propósito, a ver si también os animáis vosotros, aunque ya sé que a ti lo que te tira es Sevilla. La verdad es que en invierno es donde mejor se está. Pero ya sabes que, cuando queráis, tenéis mi casa a vuestra disposición; díselo a tu mujer.

Arenas agradeció con sinceridad el ofrecimiento. Era la primera vez que Rato le hacía una demostración de amistad. Aunque siempre se habían llevado bien, Arenas siempre había notado cierta distancia en el trato con Rato. La cercanía y buenas relaciones de éste con el presidente, que trascendían de lo político a lo personal, le conferían una posición relevante en el partido, en general, y en el resto de allegados al presidente, en particular. También, obviamente, su destacada posición en el gobierno contribuía a que Rato fuera siempre visto con cierto respeto por todos. Éste, consciente de todo ello, contribuía sin excesiva preocupación a mantener el estatus, guardando las distancias y, desde luego, evitando aproximaciones de aquellos a los que veía proclives a aprovecharse de las relaciones personales para mejorar sus posiciones políticas. Así veía Rato a Arenas, por eso siempre había tratado de, en lo personal, mantenerlo a cierta distancia.

Hablando de otras cosas, ¿cómo van los preparativos del congreso? Supongo que estarás muy ocupado preguntó Rato con naturalidad refiriéndose al cercano congreso del PP, que habría de celebrarse a finales de ese mes de enero de 2002—.

Andamos todos locos. Ya sabes cómo es el Jefe. No quiere que haya ningún cabo suelto y que todo salga a la perfección. Y como no sea así, te puedes imaginar lo que me espera.

Ya sé, ya sé. Yo le entiendo. La verdad es que hay cosas que hay que hacer y otras que hay que hacer bien —puso énfasis en el adverbio—. Ésta es de las segundas —apostilló con gravedad—.

Se está poniendo en plan jefe, pensó Arenas; a qué cojones habrá venido, se preguntó inquieto sin acertar a continuar la conversación, por lo que aprovechó para tomar la taza de café y beber.

Rato, en un gesto de indecisión, imitó a Arenas, bebiendo también. Mientras se limpiaba los labios con la servilleta de papel pensó que no debía dilatar más el objeto de la visita.

Porque este congreso puede ser muy importante, ¿no, Javier? Se rumorea que cambias. Que entras de nuevo en el Gobierno. Por otra parte, está lo de la sucesión. ¿Crees que el presidente va a hacer pública su decisión? Puede resultar movido, ¿no te parece?— Había hablado con tranquilidad, con gesto afable, como para animar a Arenas a la confidencia—.

¡Ah, pájaro! Ya te veo venir. No tienes ni puta idea de lo que va a hacer el jefe y quieres que yo te dé pistas. Estás listo. Pensó Arenas con regocijo.

Pues, chico —se creció—, estoy como tú. Se dicen cosas pero todas sin fundamento. Jose  —empleó el nombre para dar a entender que también él era de los cercanos— lo tendrá todo en su cabeza pero no suelta prenda. Ya sabes cómo es. Aunque yo creo que sí habrá alguna sorpresa —aunque no tenía ni idea, lo dijo para intrigar—.

¿Y cuál crees tú que puede ser?

No lo sé, créeme, Rodrigo —agravó el tono—.

Ese es el problema, ninguno lo sabemos —Rato se quedó pensativo, mirando con gesto serio al ficus del rincón—. 

No te entiendo, Rodrigo. ¿A qué problema te refieres?

Rato había preparado la entrevista. Sabía que Arenas era muy listo y escurridizo, y que si, en relación con la sucesión, le colocaba bruscamente ante la disyuntiva de tener que decantarse por él o por lo que Aznar dispusiera no encontraría el apoyo que pretendía. Por eso, sabía que tenía que ser cauto y que debía poner por delante los apoyos ya conseguidos en Baqueira. Si Arenas percibía que estaba bien arropado la cosa sería diferente.

Me refiero a que la sucesión es algo muy importante que no debería quedar supeditada, exclusivamente, a la discrecionalidad del presidente. En esto nos va mucho a todos y por encima de cualquier individualidad debe estar el partido y la nación. —Miraba con intensidad a Arenas, para reafirmar la trascendencia de las palabras que estaba pronunciando, sabedor de que estaban haciendo efecto en su interlocutor—.

Efectivamente, Arenas estaba sorprendido y asustado. ¡Hostia! Esto si que no lo esperaba. Este se va a enfrentar al jefe y me parece que quiere que me ponga de su lado, ¡joder! La que se puede armar. ¡Cuidado, Javier!

He hablado de esto con Mariano y con Jaime –Rato continuó, interrumpiendo la apresurada meditación de Arenas— y ellos también son de la opinión de que es el partido quien debe pronunciarse, atendiendo a criterios objetivos, y que el presidente debe hacer suyo el pronunciamiento. Naturalmente, la opinión de él también debe contar, y mucho, pero no debe ser la única.

Hombre, Rodrigo, el partido sigue las consignas de su jefe o, mejor dicho, de sus jefes –se corrigió por si acaso—. Así lo hemos hecho desde el principio y no nos ha ido mal. Por tanto, todos estamos expectantes ante la decisión que tome el jefe. No es una novedad decir que lo que él decida será aceptado por el partido, a menos que haya circunstancias especiales que nos obliguen a actuar de otro modo  quiso, también por si acaso, dejar abierta una puerta—. Pero, al menos hasta ahora no han surgido. Si vosotros veis las cosas de otro modo, creo que lo mejor es que habléis con el presidente.

Lo has dicho bien, Javier. La cuestión está en si, ante una situación tan especial como ésta, el partido debe seguir ciegamente las consignas del jefe o, por el contrario, él debe hacer caso al sentimiento general o a lo que la mayoría, democráticamente, decida. Esto es sobre lo que hemos hablado con calma Mariano, Jaime y yo, porque, como miembros destacados del partido, entendíamos que teníamos que dar ese paso en beneficio de todos, aun a sabiendas de que nuestra acción podía no gustar al presidente. Posiblemente, tú tenías que haber participado también en la discusión, pero consideramos que, por tu posición en el partido, debías quedar al margen de los preliminares para no comprometerte. Ahora, una vez que entre nosotros tres ya hemos tomado una posición, te toca a ti opinar y tomar postura. De cualquier modo, debes saber que creemos que cada cual debe actuar según su conciencia, sin verse sometido a ninguna, a ninguna –recalcó— presión, porque, en definitiva, lo que todos buscamos es lo mejor para el partido y también para Jose. Yo creo que le hemos dejado muy solo ante esta decisión. Él lo ha querido hacer así, porque así es él, pero, en este caso, los que estamos más cerca, posiblemente, hemos pecado de perezosos por haber optado por lo fácil: descargar en el jefe toda la responsabilidad y así no comprometernos.

A ver si me aclaro, Rodrigo –sacudió la cabeza como para librase del aturdimiento que le había producido la larga parrafada—, dices que vosotros ya habéis tomado posición y que me toca a mí pronunciarme— era lo único que había entendido de la última intervención de Rato—,  pero exactamente sobre qué.

Perdona si no he sido claro –Rato se percató de la confusión de Arenas—. Mariano y Jaime, haciéndose eco del sentir general, me pidieron que tomara alguna iniciativa para que la decisión del presidente recayera sobre mí. Ellos opinan que sería lo mejor para todos y me insistieron para que reconsiderase mi autodescarte, algo en lo que, no lo puedo negar, ya estaba pensando en los últimos meses. Así que recogí el guante y les prometí que tomaría las iniciativas oportunas. Esta visita es la primera, que tiene un doble objetivo: por una parte, informarte; por otra, preguntarte cómo están las cosas, es decir, si, de tus contactos con el presidente, tienes alguna constancia o indicio sobre sus intenciones. Hombre, también me gustaría contar con tu apoyo, pero, como te decía antes, no querría que te sintieras ni presionado ni condicionado.

Arenas alucinaba. ¡Joder! ¿Estaré soñando? A éste se le han fundido los plomos.  No acababa de creerse lo que estaba oyendo. ¡Rato le pedía apoyo para ir en contra, sí en contra, se repetía, del jefe! Debía serenarse y pensar con calma. La situación era peligrosa. Trató de ganar tiempo.

Sinceramente, yo también creo que tú serías un excelente candidato, Rodrigo. Pero, a estas alturas, ¿crees que es momento de tratar de variar lo que, hasta ahora, todos aceptábamos? ¿No crees que lo mejor es que todo siga su curso y asumir lo que él decida? Porque, joder, ¿quién va ahora a decirle que debe escuchar al partido? ¿Le sugerimos primarias? Después de lo que nos hemos descojonado comentando con él las de los socialistas. Faltan muy pocos días para nuestro congreso... 

Hay tiempo suficiente para, si fuera necesario, preparar algo –interrumpió Rato resueltamente—. Pero antes de nada, te agradecería sinceridad a la pregunta que antes te hacía con relación al estado actual de las cosas. ¿Crees que el jefe tiene algún otro candidato? ¿Tiene algo preparado para el congreso?

Ni puta idea, Rodrigo, de verdad. No tuvo que pensar la respuesta. Fue totalmente sincera—.

Pues si tú no sabes nada y nosotros estamos igual es que aún no tiene la decisión. Estamos a tiempo. Hizo una pausa. Se podría intentar preparar algo para el congreso pero podría ser precipitado. Lo mejor sería que el tema no se tratara, como parece que va a ser, por lo que te he oído. Ya habrá tiempo a lo largo del año para tratar el asunto con calma con el jefe. Al fin y al cabo es él quien debe comunicar la decisión del partido.

Yo te he dicho que no tengo ni idea, pero el presidente podría tener intenciones ocultas y darnos a todos la sorpresa, ya sabes cómo es. —Arenas se estaba tranquilizando. Mientras no me ponga en mayores aprietos le sigo la corriente, pensó—.

Tienes razón. Yo voy a utilizar otras vías para asegurarme –pensaba en Pedrojota—. A ti, Javier, sólo te pido que me tengas al corriente si hay alguna novedad. Supongo que en los próximos días tendrás intensos contactos con el jefe.

Descuida, Rodrigo. Espero que si surge algo sobre esto el presidente no lo catalogue como materia reservada, porque entonces me vería obligado a la más estricta reserva. Ya comprenderás.

Hombre, en tal caso al menos me podrás pasar la seña de que hay algo, sin entrar en detalles. Creo que eso no sería una indiscreción.

Tienes razón. Es que lo de la confidencialidad me lo tomo muy en serio. Siempre me ha parecido que es la consecuencia más inmediata de la lealtad.

Estoy totalmente de acuerdo. Por cierto, hablando de lealtades, espero que esta conversación quede entre nosotros.

Por supuesto, Rodrigo.— Lo dijo con rotundidad, acercando la barbilla al pecho, a la vez que adelantaba las palmas de ambas manos extendiendo los dedos.

Rato consideró que era suficiente. No había querido forzar una adhesión incondicional porque no las tenía todas consigo y porque no era su objetivo en aquel primer encuentro. Se conformaba con mostrar sus decididas intenciones, hacer ver a Arenas que no estaba sólo y que, además, contaba con él. Si Arenas era inteligente comprendería que le interesaba subir a su carro.  Por ahora, no podía hacer otra cosa.

Se despidieron amigablemente.

Ya en el coche oficial, camino del ministerio, Rato repasó la entrevista. Era consciente de que, mientras él había puesto sus cartas boca arriba, Arenas apenas había mostrado las suyas.  Pero, tal y como estaban las cosas, no tenía más remedio que actuar así. La incertidumbre sobre lo que haría Arenas le dejo algo intranquilo.

Por su parte, Arenas, en cuanto despidió a Rato en la puerta del ascensor hasta el que le había acompañado, decidió sin el mínimo titubeo  lo que tenía que hacer. 

Capítulo XI.   PEDROJOTA 


Rato estaba dispuesto a utilizar todos los resortes a su alcance para conseguir su objetivo de ser el próximo candidato del partido a las elecciones del 2004. Incluso asumió el riesgo de buscar la ayuda de Pedro J. Ramírez. Obviamente este periodista podía ser un apoyo clave y determinante, pero, conociéndole como Rato le conocía, podía resultar navaja de doble filo. Con Pedrojota revolviendo nunca se podía estar seguro de nada.

Profesionalmente, Ramírez ha tenido una trayectoria muy singular. Director de Diario 16 a los 28 años; tras 9
años en este cargo fue destituido en 1989, según él cuenta, a raíz de la publicación de una entrevista con la cúpula de ETA, que protagonizó y publicó en 1988. A los pocos meses de su destitución fundó El Mundo, donde continúa. De una tendencia claramente amarillista en sus comienzos en Diario 16, encontró en la guerra sucia contra ETA y en los escándalos de los últimos años de gobierno del PSOE el filón para hacer el tipo de periodismo que, según él, le apasiona: la denuncia de los excesos del poder.  Su beligerante posicionamiento ante los citados escándalos le convirtieron en el periodista posiblemente más temido y odiado de España, especialmente en los sectores más cercanos a Felipe González. Actualmente, se le considera el más influyente. De fina pluma y fácil palabra, hoy es el comentarista político más punzante, preclaro y ameno del periodismo español.

En lo personal, se podría decir que también tiene comportamientos muy peculiares si se hiciera caso a algunos malintencionados "montajes" que divulgaron sus supuestas singulares "ocupaciones antiestrés". No obstante y sin ir tan lejos, el uso de tirantes denota cierta tendencia a la diferenciación u originalidad.

Por las razones que fueran, Pedrojota sintonizó muy bien con Aznar y su equipo en los tiempos en que éstos combatían desde la oposición al socialismo dominante. Su ayuda, basada en la permanente denuncia en El Mundo y en la Cope de los casos de corrupción y guerra sucia del PSOE, fue determinante para el triunfo electoral del PP en el 96.

PJ fue, por tanto, el principal aliado de Aznar para desbancar a González, lo que propició un acercamiento en lo personal entre ambos. También Rato intimó con el periodista, incluso más que Aznar. No obstante, el rumbo profesional tomado por PJ a raíz de sus denuncias contra el PSOE —justificadas siempre por la proclama de ser consecuencia de su ética profesional— marcó un compromiso irreversible en el periodismo de PJ. En más de una ocasión había manifestado la advertencia de que si denunció los errores y excesos del PSOE actuaría igual con el PP y con quien pudiera ostentar el poder si se dieran las mismas o perecidas circunstancias. Tanto Aznar como Rato sabían que la advertencia iba en serio. La prueba la tuvieron con el asunto Gescartera en el verano del 2001.

Por tanto, sabían que debían andar con cuidado con PJ. Estos fundamentalistas son tremendos –le dijo Rato a Aznar durante una de las entrevistas que tuvieron a raíz del escándalo citado; se toman su papel muy a pecho. En el fondo creo que lo que quieren es trascender. Éste –se refería a Ramírez-, igual que Arzalluz, lo que realmente quiere es pasar a la historia y que pongan su nombre a la mejor plaza de su pueblo. A Aznar aquello le sonó a indirecta, aunque no hizo caso.

Cuando, el jueves 10 de enero de 2002, Pedro J. Ramírez recibió la llamada de Rato invitándole para el sábado a su casa en el campo, "y así charlamos", no pudo evitar una sonrisa malévola. Por fin se ha decidido a pedir árnica..., ya le ha costado..., lo tiene que tener muy mal, dedujo maliciosamente.

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En los mismos sofás que ocuparon Aznar y Rato cuando, en el otoño del 2000, éste planteó directamente al presidente, por primera vez, sus inquietudes por la sucesión, se encontraban aquel sábado Rato y PJ. También en esta ocasión estaban solos y fumaban habanos. Sobre la mesita la copa y la botella de brandy, para Rato, y el vaso, la botella de güisqui y el recipiente con hielo para PJ.

Vamos, Rodrigo, que sé que tienes que decirme algo importante. Suéltalo ya –dijo sin demasiadas contemplaciones PJ con su típica sonrisa socarrona—.

Estoy totalmente decidido, Pedro –no se hizo de rogar—. Quiero ir a por todas. Pese a quien pese. Mariano y Jaime están de acuerdo en que sea yo el candidato. También he hablado con Arenas y, aunque no se ha comprometido, creo que estará de mi parte. Sé que vamos contrarreloj, por la inminencia del congreso, pero estoy dispuesto a todo. 

Bien recostado, con una pierna sobre otra, Ramírez miraba a Rato con su característica actitud de atención, achicando los ojos y enseñando los dientes, en un gesto que bien parecía una sonrisa o simple protección ante la luminosidad proveniente de la ventana del oeste de la estancia. Me parece que te vas a divertir, Pedro, pensó. 

No pretendo que tomes partido –continuó Rato, si así lo quieres, pero sí que me eches una mano sin comprometerte. Sabes mejor que nadie cómo están las cosas. Entre Jose y yo se ha cortado la comunicación. Está resentido desde cuando tú sabes y supongo que, después de mis vacaciones con Mariano y Jaime, estará echando humo.  Así que con él no puedo hablar de estas cosas. Por eso recurro a ti. Necesito saber si Jose tiene algo decidido, si tiene algún candidato y, sobre todo, si piensa hacer el anuncio en el congreso del partido. Seguro que tú puedes tener alguna pista sobre todo esto.

¡Vaya! No se anda con rodeos, se dijo PJ mientras se inclinaba para tomar el vaso de güisqui. Dio un trago.

Supongo que me creerás si te digo que no tengo ni la más remota idea sobre todo lo que me preguntas. Y no creas que no he intentado saberlo, porque esas mismas preguntas nos las estamos haciendo en el periódico desde hace tiempo. No tienes más que leer mi carta del domingo pasado PJ se refería al artículo, casi siempre de contenido político, que escribía cada domingo en El Mundo con el título genérico de "Carta del director". Es más, esas preguntas se las he hecho directamente a Jose y, chico, lo único que me ha respondido es un seco "ya lo sabrás a su debido tiempo".  Si supiera algo te lo diría, Rodrigo; y no es que quiera tomar partido, es que creo, te lo digo sinceramente, que eres tú quien le debería suceder y, por eso, en lo que yo pueda, te ayudaré.

Pedrojota era sincero; además, interesadamente, le convenía Rato como sucesor, no sólo por la buena relación que mantenían, sino porque si Rato se salía con la suya y en ello participaba él de nuevo se establecería una deuda que tendría sus réditos. Por ello, PJ no dudó en prometer apoyo a su amigo.

Te lo agradezco de veras— continuó Rato. Y, naturalmente, te creo lo de que no tengas idea de sus intenciones. No me extraña porque no he conocido a nadie que sea tan hermético como éste. En esto es único. Hizo una pausa que aprovechó para beber y dar varias caladas—. Pues te tomo la palabra, Pedro. En mi situación necesito ayuda y tú puedes dármela. Me interesa ganar tiempo; que en el congreso no se decida la sucesión, ahí estás tú: un par de editoriales durante la próxima semana, rematadas por tu epístola del domingo, pueden tener su efecto. Jose te respeta mucho y en el partido se te tiene mucho en cuenta. El mensaje debería ser que la designación del sucesor ha de contar con la aprobación meditada del partido, para lo que se requiere abrir en su seno un sosegado debate que requerirá su tiempo. El otoño de este año podría ser el momento adecuado para hacer público el nombre. Naturalmente, el presidente debe ser el mentor pero tiene que escuchar a su gente. Tomar la decisión en el congreso sin haber tenido un previo debate restaría legitimidad al sucesor, parecería poco democrático. No sería bueno para el designado ni para el partido.

Bueno, si hubiera sacado el magnetófono ya tendría hecho el primer editorial –bromeó PJ. No te preocupes, ya me ocuparé; no sólo por ayudarte, también porque estoy totalmente de acuerdo con lo que has dicho. Me parece de otro tiempo la actitud de Jose en este asunto; yo no sé si se da cuenta de que está dando la imagen de un iluminado que está a la espera del mensaje divino para transmitirlo al resto de los mortales.

O, más bien, la de un prestidigitador de feria que se dispone a sacar el conejo de la chistera ante un corro de expectantes pueblerinos. Que yo creo que así nos consideradijo Rato ásperamente.

Sigues dolido, ¿no, Rodrigo?  preguntó PJ con afable gravedad.

Cómo quieres que esté, siendo consciente de que me ha tomado el pelo. Sabes que siempre le he sido leal y que, cuando ha sido necesario, me he partido la cara por él. ¿A santo de qué su rectificación? Lo fácil hubiera sido hacer lo que estaba cantado y todos daban por hecho: mi designación. Pero no, él se tiene que divertir haciendo algo que nadie espera. Eso le priva –se estaba calentando—.  De verdad, Pedro, me ha jodido mucho, y como sé que con él ya no tengo nada que hacer, tanto por él como por mí, siento que no tengo nada que perder, así que estoy dispuesto a hacer lo que haga falta para evitar que se salga con la suya... Dio una larga calada mirando a PJ—.

Éste disfrutaba. Ha empeorado desde la anterior confesión, pensaba con regocijo acordándose de la entrevista solicitada por Rato a primeros del 2001 para anunciar públicamente su autodescarte. Entonces le vi entre abatido y cabreado. Ahora se le ve encabronado y, además, con ganas de venganza, concluyó PJ.

Uno de los malsanos placeres de PJ era ver empequeñecidos por sus miserias a los poderosos. No era la primera vez que lo experimentaba. Por su osadía y rebeldía natural, muchas veces había tenido que soportar los correctivos que impone el arrogante Poder a quienes se atreven a desafiarlo. Por eso, había surgido en él una incontrolada animadversión hacia el Poder, en abstracto, y, en concreto, hacía las personas que lo ostentan, que superaba y anulaba los afectos que podían generarse a través del trato personal.

Así que, aunque fugazmente percibió un sentimiento de compasión y comprensión hacia su amigo, no se conmovió en absoluto ante el desasosiego y aflicción de Rato. Por el contrario, quiso aprovechar la ocasión para hurgar en la herida y, a la vez, tirarle de la lengua. Al fin y al cabo, por encima de todo, soy periodista, se justificó.

La verdad, te ha hecho una gran putada... ¿Y por qué habrá sido? Hizo la pregunta a la vez que dirigía la mirada a la lámpara y hacía ligeros movimientos con la cabeza, arriba y abajo, dando a entender que también se lo preguntaba a sí mismo.

Me lo he preguntado mil veces y no he hallado respuesta. Comprenderás que no se lo voy a preguntar a él –se sirvió otra copa de brandy. Sírvete tú mismo, Pedro, si quieres.

Pero, hombre, algo tuvo que pasar entre vosotros para que Jose cambiara respecto a ti. ¿Aún no lo sabes?

No, no lo sé. Posiblemente sepas tú más que yo...  Como no tenga que ver con el mal de altura... —Bebió—.

¿El mal de altura? ¿Qué quieres decir?

Nada, nada, no me hagas caso, es una tontería. —No estaba seguro de que la explicación que dio en Baqueira serviría para la ocasión, ni estaba con ánimo para repetirla. Además, seguro que a éste no le convenzo, pensó—.

Humm...”mal de altura”. Suena bien. Podía formar parte de algún titular: “El mal de altura de Aznar causa de la reciente crisis gubernamental”. No está mal, pensaba por su parte PJ. Debería apuntarlo, que luego se me olvida.

¿No será que pretende  seguir él? —preguntó PJ —.

Joder, Pedro. No me sometas a un tercer grado.  Me haces las preguntas que yo creía que tú me ibas a responder. Olvida que eres periodista –dijo hoscamente mientras se servía otra copa.

Me parece que el coñac se le está subiendo a la cabeza, pensó PJ, al que no le había gustado el tono empleado por Rato.

Bueno, Rodrigo, no hay que enfadarse.  Si te hago preguntas es por tratar de ayudarte a dar con las claves de tu descarte. Pero si quieres lo dejamos.

Perdona, Pedro. Creo que este maldito asunto me está afectando. Últimamente estoy muy irritable. Creo que no tenemos que darle más vueltas. Es inútil. Yo no sé nada... Tú tampoco... Nadie sabe nada. A veces pienso que ni él tomó la copa. Bebe, Pedro, que el güisqui, además de ser bueno para las arterias, proporciona lucidez. ¿Ponemos la tele? Creo que ponen una de Juanito Navarro en “Cine de barrio”.

Al poco, entraron las mujeres. "¡Uy que ojitos!" Exclamó divertida Ágatha al mirar a Rato.

Pedrojota y Ágatha volvieron a Madrid la misma tarde. "Todos los días hay que estar al pie del cañón", se justificó él. "A ver cómo salen esos editoriales y tu carta", le recordó Rato, mientras que, junto a su mujer, les despedía junto al coche. 

  

FIN DE LA SEGUNDA PARTE
Agosto 2001


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