15 abr 2015

MUCHOS PEQUEÑOS ROBOS, GRAN NEGOCIO

Voy a hablar de lo que a mí me parece una práctica cuasidelictiva  de las operadoras de telefonía en España. Digo que me parece porque, aunque para mí es evidente, no he leído ni escuchado crítica ni denuncia alguna en los medios de comunicación, lo que me parece extraño y, por tanto, me hace pensar que pueda no estar acertado. También digo que es cuasidelictiva porque, al tratarse, cada caso por separado, de importes de muy pequeña cuantía (aunque sumando todos podríamos hablar de, como se verá al final, centenares de millones de euros al año), legalmente no sé si, individualmente, podría tratarse de un delito, si bien, en conjunto a mí me parece que sí lo es.

Hablo de pequeños importes que aparecen en nuestras facturas (de telefonía móvil y fija) por servicios que nosotros no hemos solicitado ni contratado en modo alguno con la operadora que nos proporciona el servicio y, por tanto, nos factura los consumos. En concreto, me refiero a los importes que en las facturas figuran con la denominación “Llamadas perdidas (mensajes dictados)”. El caso que a mí directamente me afecta tiene que ver con Movistar (Telefónica) y con importes individuales de 0,15 euros.
Cuando he preguntado/reclamado a la operadora el porqué de tales cobros me vienen a decir que estos costes provienen de las llamadas que he hecho y que, al no ser atendidas, una locución automática ofrece la posibilidad de dejar un mensaje grabado para que el destinatario de la llamada lo pueda escuchar cuando le venga bien. Y esta posibilidad operativa, según me han explicado los de Movistar, no tiene nada que ver con Movistar (mi operadora), sino que es un mecanismo ofrecido por la operadora del destinatario de la llamada —que puede ser cualquiera de las que operan en el mercado— a su cliente. (Supongo que tendrá que ver con Movistar cuando el que recibe la llamada sea cliente de esta operadora, o sea, el caso inverso). Por eso, los de Movistar, ante mis reclamaciones, se hacen los longuis, diciéndome que el asunto no tiene que ver con ellos. La cosa tiene su gracia. El caso es que no he conseguido aún que me devuelvan estos cobros (aunque no pierdo la esperanza porque voy a seguir insistiendo).
O sea, el que llama paga por un servicio contratado entre una operadora, que puede no ser la suya, y su cliente (el destinatario de la llamada), o, lo que es igual, paga las consecuencias de un contrato entre dos partes que nada tienen que ver con él. Pero lo más chistoso es que el cobro de tal servicio, no demandado por el que paga, lo cobra la operadora de este, que, supongo, luego transferirá lo cobrado, digo yo, a la operadora del destinatario de la llamada.
Así las cosas, me pregunto ¿quién ha autorizado a mi operadora a que me cobre servicios relacionados con una contratación entre dos partes que nada tienen que ver conmigo ni con ella? ¿Cómo es posible tal aberración, atropello, barbaridad y, por qué no decirlo, ilegalidad? Porque me resisto a creer que tal forma de operar pueda tener soporte legal.
Se supone que cuando contratamos con una operadora de telefonía conocemos y aceptamos su tarifa; es decir, sabemos qué servicios nos ofrece y lo que nos va a costar, que, ulteriormente, es lo que debe aparecer, exclusivamente, en la factura mensual. Pero no creo que nadie autorice a su operadora a que en tal factura incorpore costes derivados de servicios ajenos contratados entre terceros. Porque asumir esto supondría admitir, por ejemplo, que Movistar nos cargue en la factura mensual el importe de la compra del súper que pudiera haber hecho el vecino del 3º y que lo hubiese así solicitado a la cajera aportando mi número de teléfono. O sea, supondría una barbaridad de total inconsistencia legal.
Porque, volviendo a mi caso, ya he dicho que me vienen cobrando 0,15 euros por cada “llamada perdida (mensaje dictado)”, pero ¿quién me asegura que el mes que vienen no me cobren el doble?, teniendo en cuenta que el cobro se basa en una tarifa de una operadora con la que yo no tengo relación; o que, me empiecen a cobrar por “llamadas contestadas”, porque pueda haber operadoras que incluyan en su tarifa tanto las llamadas efectuadas como las contestadas. Realmente, es una práctica aberrante.
Es obvio que todas estas cosas son debido a la impunidad con que funcionan las operadoras; a los acuerdos entre ellas; a que los ciudadanos pasamos por alto sus abusos; a que se aprovechan de que son pequeños importes; a nuestra resignación ante sus “pequeños robos”. En suma, a que hacen lo que les da la gana; saben que son inmensamente más fuertes que cada uno de sus clientes. Pero, sobre todo, a la colaboración de los medios de comunicación (la publicidad manda) y, también, de las organizaciones de consumidores, porque, que yo sepa, no han denunciado estos abusos, mejor dicho, estos “pequeños robos”.
Para concluir, un simple cálculo.

Estimaciones 

Líneas de móvil existentes en España

50.000.000

Llamadas/mes (por cada línea)

200

Porcentaje de no contestadas

25%

No contestadas/mes  (por cada línea)

50

Porcentaje de mensajes dictados

5%

Mensajes dictados/mes (por cada línea)

2,5

Mensajes dictados (por el conjunto de líneas)

125.000.000

Coste de cada mensaje dictado

0,15

Ingresos/mes para el conjunto de operadoras

18.750.000

Ingresos al año - euros

225.000.000


Como se puede ver, aunque la incidencia en el bolsillo de cada ciudadano no es de gran impacto, para las operadoras no es un asunto baladí. Es como si todos los ciudadanos contribuyéramos altruistamente al pago de los sueldos de sus presidentes. En concreto, supongo que lo que, de este asunto, obtenga Telefónica cubrirá ampliamente el pago de la nómina de su presidente, el "locuaz" César Alierta (según El País, 7,3 millones en 2013).  ¡La hostia! ¡Algunos qué listos son!

12 abr 2015

CRÍTICOS TOCAPELOTAS


Me voy a referir al verbo criticar en su acepción de «censurar o vituperar las acciones o conducta de alguien». Del mismo modo, al sustantivo crítica.
 
Hay que admitir que todos tenemos derecho a criticar lo que hacen los demás, sobre todo cuando estos son los que mandan y, más aún, si son los gobernantes políticos. Dándole la vuelta, también debemos asumir que nuestra conducta o nuestros actos están expuestos a la crítica de los demás, es decir, a que otros manifiesten su opinión desfavorable sobre cómo nos comportamos o sobre lo que hacemos. Esto es incontrovertible y además es saludable; aunque algunas veces, lógicamente, las críticas resulten incómodas y molestas para el criticado. Por otro lado, el derecho a la crítica hay que entenderlo como una consecuencia de la bendita libertad de expresión, a lo que debe subordinarse cualquier molestia o incomodidad causada por la crítica, siempre que esta se haya hecho con cierto respeto, educación y, por supuesto, sin sobrepasar los límites que marque la ley.
 
O sea, me parece bien ejercer la crítica. Pero también debo decir que no me gusta cómo critican algunas personas. Me explico.
 
Criticar por criticar

Partiendo de que, como decía antes, la crítica siempre viene bien, tendremos que convenir en que hay que apoyarla en argumentos. No vale criticar sin fundamento, o sea, criticar por criticar; que es lo que hacen algunas personas. En mi opinión, los que así actúan es porque creen que ser crítico —es decir, mostrarse habitualmente como emisor de opiniones desfavorables— es un atributo positivo que enriquece su personalidad. Creen que decir «esto no me gusta o esto no está bien» tiene, per se, más valor que decir lo contrario. Yo creo que los que así actúan no son críticos, son tocapelotas, y su crítica no vale para nada.

El derecho a criticar

En cuanto a la crítica sobre las conductas o actos cercanos (me olvido, ahora, de la que se hace a los gobernantes y poderosos), creo que el derecho a criticar hay que ganárselo; y para ganárselo hay que exponerse; es decir, hay que ser de «los que hacen cosas». Me revientan los indolentes inútiles que se muestran críticos con «lo que hacen» los demás; o sea, creo que, en el ámbito a que me refiero, los que no hacen nada no tienen derecho a criticar a los que hacen, incluso aunque hubiera argumentos objetivos. Porque es obvio que «los que no hacen nada» nunca o casi nunca se equivocan, y, además, los errores o fallos por omisión son menos evidentes y admiten mejor las disculpas evasivas. Así que el derecho a criticar hay que ganárselo, simplemente «haciendo»; porque, si no, hay que entender su crítica como ganas de tocar las pelotas, y eso no tiene ningún mérito.
 
- - - - - - - -
 
Resumiendo, la crítica constructiva y argumentada está bien y es deseable en todos los ámbitos, pero la que, en lo cercano, se hace sólo por joder, o sea, por el insano placer de molestar o zaherir a los que, bien o mal, se ocupan de «hacer», es indeseable y propia de seres mezquinos, a los que hay que recomendar que se repriman y, en todo caso, que se contenten con automasajearse la entrepierna, o sea, con que se las toquen ellos.