12 abr 2015

CRÍTICOS TOCAPELOTAS


Me voy a referir al verbo criticar en su acepción de «censurar o vituperar las acciones o conducta de alguien». Del mismo modo, al sustantivo crítica.
 
Hay que admitir que todos tenemos derecho a criticar lo que hacen los demás, sobre todo cuando estos son los que mandan y, más aún, si son los gobernantes políticos. Dándole la vuelta, también debemos asumir que nuestra conducta o nuestros actos están expuestos a la crítica de los demás, es decir, a que otros manifiesten su opinión desfavorable sobre cómo nos comportamos o sobre lo que hacemos. Esto es incontrovertible y además es saludable; aunque algunas veces, lógicamente, las críticas resulten incómodas y molestas para el criticado. Por otro lado, el derecho a la crítica hay que entenderlo como una consecuencia de la bendita libertad de expresión, a lo que debe subordinarse cualquier molestia o incomodidad causada por la crítica, siempre que esta se haya hecho con cierto respeto, educación y, por supuesto, sin sobrepasar los límites que marque la ley.
 
O sea, me parece bien ejercer la crítica. Pero también debo decir que no me gusta cómo critican algunas personas. Me explico.
 
Criticar por criticar

Partiendo de que, como decía antes, la crítica siempre viene bien, tendremos que convenir en que hay que apoyarla en argumentos. No vale criticar sin fundamento, o sea, criticar por criticar; que es lo que hacen algunas personas. En mi opinión, los que así actúan es porque creen que ser crítico —es decir, mostrarse habitualmente como emisor de opiniones desfavorables— es un atributo positivo que enriquece su personalidad. Creen que decir «esto no me gusta o esto no está bien» tiene, per se, más valor que decir lo contrario. Yo creo que los que así actúan no son críticos, son tocapelotas, y su crítica no vale para nada.

El derecho a criticar

En cuanto a la crítica sobre las conductas o actos cercanos (me olvido, ahora, de la que se hace a los gobernantes y poderosos), creo que el derecho a criticar hay que ganárselo; y para ganárselo hay que exponerse; es decir, hay que ser de «los que hacen cosas». Me revientan los indolentes inútiles que se muestran críticos con «lo que hacen» los demás; o sea, creo que, en el ámbito a que me refiero, los que no hacen nada no tienen derecho a criticar a los que hacen, incluso aunque hubiera argumentos objetivos. Porque es obvio que «los que no hacen nada» nunca o casi nunca se equivocan, y, además, los errores o fallos por omisión son menos evidentes y admiten mejor las disculpas evasivas. Así que el derecho a criticar hay que ganárselo, simplemente «haciendo»; porque, si no, hay que entender su crítica como ganas de tocar las pelotas, y eso no tiene ningún mérito.
 
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Resumiendo, la crítica constructiva y argumentada está bien y es deseable en todos los ámbitos, pero la que, en lo cercano, se hace sólo por joder, o sea, por el insano placer de molestar o zaherir a los que, bien o mal, se ocupan de «hacer», es indeseable y propia de seres mezquinos, a los que hay que recomendar que se repriman y, en todo caso, que se contenten con automasajearse la entrepierna, o sea, con que se las toquen ellos.

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