17 ene 2020

LA PAREJITA


La pareja (no sé si son matrimonio) Iglesias-Montero, en el Gobierno.

Aunque en los días previos al comunicado oficial ya se hablaba de que ambos formarían parte del gobierno de coalición que se estaba fraguando, yo creía que Pablo no se iba a atrever a que su pareja fuera nombrada ministra del nuevo gobierno en el que él iba a ser vicepresidente. Ingenuamente, yo creía que Pablo Iglesias tendría un poco de decoro; pero no ha sido así.

Es verdad que, tras la asamblea «Vistalegre II» de 2017 y el sonado abandono de Podemos de algunos de sus miembros relevantes (especialmente Íñigo Errejón), Irene Montero se había situado, aparentemente, como segunda de a bordo del partido, lo que se evidenció al ser nombrada en 2017 portavoz del grupo de Podemos en el Congreso de Diputados y, más aún, al ocupar el número dos en las candidaturas de Unidas Podemos en las últimas Elecciones Generales. Vale, asumo que era la segunda de a bordo. Y digo más. Aunque no sé mucho sobre ella —ni de sus condiciones intelectuales ni de su capacidad política— por no haber tenido, hasta ahora, un especial protagonismo que hubiera llamado la atención, no pongo en cuestión que Irene Montero tenga suficiente preparación y condiciones para ejercer el cargo de Ministra de Igualdad, para el que esta semana ha sido nombrada.

Pero en este nombramiento, además de las cualidades y capacidades de la nombrada, a mi entender tiene mucha más importancia el efecto estético de que haya un matrimonio (se podría considerar así) en el Gobierno. Hecho que no se había dado en la historia de nuestra democracia y, supongo, también inédito, en los gobiernos de los estados de nuestro espacio geopolítico. ¿¡Qué habría dicho Iglesias si Aznar hubiera incorporado al Gobierno de España a su mujer Ana Botella!? Esta fue alcaldesa de Madrid, pero no es lo mismo. Habría dicho de todo, ¡y con razón! Porque me parece totalmente antiestético y contraproducente que dos cónyuges compartan la mesa del Consejo de Ministros (no de Ministras, Irene). Y no voy a entrar en razones de tipo operativo o funcional (que haberlas, haylas). No, es, como he dicho, una cuestión de estética; o sea, una cuestión formal. Que, en este caso, siendo quienes son los protagonistas y de dónde vienen, así como la relevancia de sus nuevos cargos, me parece de la máxima importancia. Pablito, hay que tener respeto a los ciudadanos y un mínimo de vergüenza. Ya te perdonamos (bueno, Inda no) lo de la casa en Galapagar porque comprendimos que cedieses a la tentación y que en ti influyera tu recién, entonces, estrenada condición de padre. Pero lo de haber promovido a tu mujer, Irene, a la condición de ministra ha sido demasié.  Para mí, imperdonable. En un país de más de 47 millones de personas no le veo sentido a que en el gobierno estén dos de la misma familia. Ni los cónyuges, ni hermanos, ni padre o madre e hijos. Me parece indecente.

Además, no era necesario. Iglesias hubiera quedado muy bien contradiciendo los pronósticos que se manejaban, y nombrando a otro u otra de su partido. No le hubiera costado mucho la elección; menos para un ministerio como es el de Igualdad en el que, supongo, no se requiere ni especiales conocimientos ni otro tipo de condiciones técnicas, ya que es una tarea en la que, casi exclusivamente, se requiere compromiso, talante y convencimiento. Y seguro que a Pablito no le hubiera costado mucho convencer a Irene de que, políticamente, «no convenía» que los dos estuvieran en el Consejo de Ministros. Además, a ambos la «renuncia» les hubiera servido para ganar prestigio. Por otra parte y aunque desconozco los efectos económicos de las dos opciones (mantenerse como diputada, una, y ser ministra, la otra) no creo que hayan sido determinantes para la decisión. O sea, Irene, aunque le podría haber jodido, lo hubiera entendido y seguro que se hubiera resignado a continuar como estaba; siempre podría haberle sacado a Pablo alguna promesa para el medio plazo.

Aunque, ahora que lo pienso, lo que ha hecho Pablo podría haber sido consecuencia de la intolerancia y ambición de Irene que, de ninguna manera, hubiera querido que se le privara de la posibilidad de ser ministra. Puede que ante la insinuación de Pablo en ese sentido le hubiera espetado algo parecido a «¡Ni se te ocurra, Pablo. Por mis cojones seré ministra; que para eso soy la número dos!». Y Pablo se hubiera achantado.

Aparte de lo dicho, no quiero concluir sin referirme a algo que me ha llamado mucho la atención. Me refiero a la poca crítica que he escuchado sobre el caso. Tanto en los medios de comunicación como, menos, en sus adversarios políticos. ¿Por qué?, me he preguntado. Una de dos: o yo estoy equivocado y la cosa no tiene tanta importancia como a mí me parece o, lo más probable, es que hay muchas parejas o matrimonios en los diversos ámbitos de la política, o de la Administración, o de los jueces, o de las empresas de comunicación, o en otros ámbitos importantes. Algunas se conocen, pero, probablemente, muchas no.  Y, por aquello de que «el que esté libre de pecado...», se ha limitado la crítica. Lo cierto es que apenas ha habido ruido político por el caso comentado.Y mira que en estos días se están haciendo ácidas e inmisericordes críticas al Gobierno por temas que a mí me parecen de menor importancia o con menos razones que la comentada.

Así que, por el caso Irene, Iglesias y Sánchez han estado muy tranquilos.
- - - - - -
COMENTARIO ULTERIOR (14-7-2020): Ayer, en las elecciones autonómicas de Galicia y Euskadi, Unidas Podemos, el partido de iglesias, tuvo unos resultados catastróficos. Supongo que algo habrá tenido que ver lo que he comentado en este artículo. Pablito, toma buena nota.