31 may 2020

LOS MISERABLES


No voy a hablar de la conocida obra de Victor Hugo, cuyo título coincide con el de esta entrada. No, simplemente me propongo exponer mi reflexión sobre el adjetivo que, de un tiempo a esta parte o, mejor dicho, durante la maldita pandemia que nos está afectando, es el que con más frecuencia me viene a la cabeza cuando veo, oigo o leo lo que dicen algunos de nuestros políticos. Bueno, debo confesar que miserable es, a la vez, de los más suaves; alguno de los epítetos que se me escapan en voz alta cuando veo en la tele a los políticos más importantes de los partidos de la derecha o ultraderecha suelen ser mucho más fuertes, por eso no los reproduzco aquí, solo diré que uno de los que más utilizo hace referencia a la madre del calificado —y reconozco que eso está muy feo—. O sea, a veces los califico de forma parecida a como lo hizo recientemente la portavoz del PP, Álvarez de Toledo, refiriéndose al vicepresidente Iglesias. 

El término miserables también lo he leído en algún artículo de los opinadores críticos con el comportamiento de la derecha en estos días, lo cual me ha agradado porque así he visto que no era una ocurrencia exclusivamente mía. Parece que hay bastantes otros a los que les pasa lo mismo que a mí al escuchar lo que dicen Abascal, Casado y sus adláteres. Y como la tengo más cerca, también me tengo que referir a la repulsiva —para mí— Díaz Ayuso.

Miserable es un adjetivo calificativo muy negativo y rotundo, que, curiosamente, tiene muchos sinónimos. Supongo que será porque, entre las debilidades del ser humano, su tendencia a comportarse mal —o sea, a ser malo— ha hecho que en nuestro idioma surgieran muchos adjetivos, cada uno con sus matices, para calificar tal tendencia y su materialización en el comportamiento del calificado. Así, dependiendo de la condición, característica, peculiaridad que el hablante quiera resaltar, también valdrían otros sinónimos, como son canalla, despreciable, ruin, vil o, incluso, bellaco. Pero a mí, miserable me parece el más expresivo.

Por eso creo que hay que ser miserable para que, en una situación sociopolítica tan grave, tan imprevista, tan compleja, tan difícil y, además, inédita como la que estamos viviendo, que al Gobierno de España —como a los de los demás países de casi todo el mundo— le ha tocado afrontar, los voceros de los partidos de la derecha, de forma continua e inmisericorde, sin tregua, y de la forma más agresiva que pueden, estén en una permanente mal entendida oposición ¿? al Gobierno, en la que no faltan los más groseros insultos —incluido el de criminal—, las denuncias judiciales, las trabas y todos los obstáculos que se les ocurren para denigrarlo, vejarlo, desprestigiarlo  y, lo peor, dificultarle la tarea que le ha tocado afrontar: combatir la pandemia. Incluso, da la impresión de que estos miserables están deseando que la cifra de afectados y fallecidos crezca cuanto más mejor, para así encontrar motivos para, en su miseria, justificar la intensificación de su asquerosa y permanente diatriba contra el Gobierno. 

Y no vale que traten de escudarse o justificarse en los errores que haya podido cometer el Gobierno, que seguro que ha habido unos cuantos, unos graves y otros menos trascendentes. No; porque en este asunto tan grave y complejo es normal que haya fallos, tanto en la previsión como en la gestión, porque ningún gobierno tenía preparada la hoja de ruta para combatir esta, hasta ahora, desconocida pandemia. Y la evidencia está en que España, con un plan de acción parecido, supongo, al de los demás países más afectados por la pandemia, como es el caso de Italia, Francia, Reino Unido —por citar los más importantes de los cercanos— e incluso el poderoso USA, está sufriendo un daño parecido al de los demás. Aunque es seguro que en estos otros países el comportamiento de la oposición no ha sido tan negativo como en el nuestro. Es decir, no han tenido que sufrir o soportar una oposición tan miserable como aquí.


Y lo peor de todo es que los miserables van a continuar con su actuación destructiva. ¡Son incansables! Para esto cuentan con la importante colaboración de, por un lado, algunos medios de comunicación y, por otro, de sus incondicionales. Entre los primeros destaca el comunicador radiofónico Federico Jiménez Losantos, que cada mañana alienta a la oposición para que mantenga su miserable beligerancia contra el Gobierno. Y lo hace sin escatimar insultos, mentiras y las más zafias descalificaciones. Obviamente, también se ha hecho acreedor al calificativo que nos ocupa: miserable; aunque puede que le vendría mejor el de «canalla». Aparte, está la emisora de TV El Toro TV, que cada día, sin tregua, anima a Vox a mantener su actitud, ensalzando toda su actividad agresiva y descalificadora hacia el Gobierno, y si no aportan ideas a Vox es porque no dan la talla.

Y por último debo decir algo de los ciudadanos incondicionales de Vox, que, con ridícula y absurda disciplina ideológica, ante los ya comentados comportamientos de la oposición, se creen todas las barbaridades, patrañas y bulos que los miserables puedan poner en circulación  por las RRSS, sobre todo por WhatsApp. Y así, sin ningún filtro o comprobación y con una preocupante actitud seguidista, asumen —con subordinación y automatismo intelectual— lo que los miserables quieren que se divulgue. Y en esto no les preocupa que sea cierto o no, lo importante es que sirva para dejar en mal lugar al Gobierno. También estos incondicionales de Vox son los que siguen sus consignas en relación con la participación en caceroladas y manifestaciones.

La obra Los miserables se desarrolla en una época convulsa de la Francia de la primera mitad del siglo XIX. Los miserables de los que he hablado no tienen nada que ver con los del retrato literario de Victor Hugo; los de ahora son mucho peores y más peligrosos. En fin, la situación política está muy alterada. No sé cómo acabará. Los miserables son muchos y además no son tontos; también son numerosos sus incondicionales. Confío en que el resto, los ciudadanos corrientes en los que prima la sensatez, aunque no tan beligerantes seamos más. En democracia es lo que importa.




3 may 2020

LA DESESCALADA


A partir de ayer parece que se puede salir de casa para determinadas actividades, en determinados horarios y en determinados espacios. Comienza, pues, el llamado proceso de desescalada. ¡Qué bien!, pero no voy a hacer ni puto caso.

Porque yo no voy a salir. Me niego a salir con el condicionado impuesto. Sobre todo, porque a los mayores de 70 años nos han limitado a que demos un solo paseo diario entre las 10 y las 12 de la mañana o 7 y 8 de la tarde. Es decir, han establecido un horario exclusivamente para viejos, porque a los que aún no han llegado a septuagenarios les han puesto un horario distinto (y más amplio) a lo largo del día para que no coincidan con nosotros en el tiempo ni en el espacio. No tengo claro si lo han hecho para que no nos contagiemos o para no contagiar, nosotros, a los demás.

Quiere decir esto que los putos (con perdón) viejos no vamos a poder convivir con los demás; entendiéndose en este caso la convivencia como, por ejemplo, salir a correr o a hacer ejercicio a la misma hora y por el mismo sitio; o salir a dar un paseo por los alrededores (máximo 1 Km.) de nuestro domicilio. Me ha parecido humillante, por eso, reitero, no voy a hacerles ni puto caso.

Dicen que los viejos somos el grupo con mayor riesgo de letalidad por la pandemia. Vale, lo admito, a juzgar por los datos que conocemos. Pero, precisamente por eso, o sea, por la cuenta que nos tiene, los viejos deberíamos ser considerados como el grupo con mayor grado de prudencia y sensatez, porque el acopio de años no tiene, necesariamente, que atontar. Al contrario, se suele decir que la experiencia es un grado o que más sabe el diablo por viejo que por diablo. Pues esta característica positiva de los viejos no se ha tenido en cuenta en absoluto. Imperdonable, Sr. Sánchez.

Creo que las medidas gubernamentales relacionadas con la pandemia que padecemos han dado pie a la crítica más desaforada, intensa y ácida que ha soportado ningún Gobierno en España. Incrementada y divulgada con una intensidad que no habíamos conocido, debido a la presencia de los medios de comunicación y, sobre todo, a la utilización de las RRSS. A Sánchez le han dicho de todo, desde incompetente a criminal, pasando por mentiroso y otros terribles calificativos. A mí, la mayoría de la crítica que le han hecho me ha parecido inapropiada y basada, exclusivamente, en intereses partidistas de sus rivales políticos. Me ha parecido repugnante. 

Pero, curiosamente, aunque todos los medios de comunicación se están ocupando, prácticamente de forma exclusiva, de la tan cacareada desescalada, no he escuchado ninguna crítica a lo que a mí me preocupa y molesta: la discriminación de los viejos en su reciente normativa.

¿Qué hubiera pasado si, por ejemplo, se hubiese establecido un horario diferente para hombres y mujeres? Lo podrían haber hecho con la justificación de evitar la simultaneidad en la salida de los domicilios. Se hubiera montado un pollo de mil demonios; seguro. Pero, como he dicho, sobre la discriminación de los viejos nada de nada. Es decir, no importa nada.


¿Será que no es tan grave como a mí me parece? ¿O será que los que escriben o hablan en los medios no han llegado a los 70 años y no les importa lo que pensemos o sintamos los que ya los hemos sobrepasado? Sea como sea, a mi me ha jodido… y mucho. Así que me quedo en casa. Seguiré disfrutando de las estupendas vistas que tengo (una parte se puede apreciar en la foto) y de la bici estática mientras las contemplo.

Pero, Pedro, te recuerdo que no te lo perdono.