No voy a hablar de la conocida obra de Victor
Hugo, cuyo título coincide con el de esta entrada. No, simplemente me propongo
exponer mi reflexión sobre el adjetivo que, de un tiempo a esta parte o, mejor
dicho, durante la maldita pandemia que nos está afectando, es el que con más
frecuencia me viene a la cabeza cuando veo, oigo o leo lo que dicen algunos de nuestros
políticos. Bueno, debo confesar que miserable es, a
la vez, de los más suaves; alguno de los epítetos que se me escapan en voz alta
cuando veo en la tele a los políticos más importantes de los partidos de la
derecha o ultraderecha suelen ser mucho más fuertes, por eso no los reproduzco
aquí, solo diré que uno de los que más utilizo hace referencia a la madre del
calificado —y reconozco que eso está muy feo—. O sea, a veces los califico de
forma parecida a como lo hizo recientemente la portavoz del PP, Álvarez de
Toledo, refiriéndose al vicepresidente Iglesias.
El término miserables
también lo he leído en algún artículo de los opinadores críticos con el comportamiento
de la derecha en estos días, lo cual me ha agradado porque así he visto que no
era una ocurrencia exclusivamente mía. Parece que hay bastantes otros a los que
les pasa lo mismo que a mí al escuchar lo que dicen Abascal, Casado y sus
adláteres. Y como la tengo más cerca, también me tengo que referir a la
repulsiva —para mí— Díaz Ayuso.
Miserable es un
adjetivo calificativo muy negativo y rotundo, que, curiosamente, tiene muchos
sinónimos. Supongo que será porque, entre las debilidades del ser humano, su
tendencia a comportarse mal —o sea, a ser malo— ha hecho que en nuestro idioma
surgieran muchos adjetivos, cada uno con sus matices, para calificar tal
tendencia y su materialización en el comportamiento del calificado. Así,
dependiendo de la condición, característica, peculiaridad que el hablante
quiera resaltar, también valdrían otros sinónimos, como son canalla,
despreciable, ruin, vil o, incluso, bellaco. Pero a mí, miserable me
parece el más expresivo.
Por eso creo que hay que ser miserable para
que, en una situación sociopolítica tan grave, tan imprevista, tan compleja, tan
difícil y, además, inédita como la que estamos viviendo, que al Gobierno de
España —como a los de los demás países de casi todo el mundo— le ha tocado
afrontar, los voceros de los partidos de la derecha, de forma continua e
inmisericorde, sin tregua, y de la forma más agresiva que pueden, estén en una
permanente mal entendida oposición ¿? al Gobierno, en la que no faltan los más
groseros insultos —incluido el de criminal—, las denuncias judiciales, las
trabas y todos los obstáculos que se les ocurren para denigrarlo, vejarlo,
desprestigiarlo y, lo peor, dificultarle la tarea que le ha tocado
afrontar: combatir la pandemia. Incluso, da la impresión de que estos miserables
están deseando que la cifra de afectados y fallecidos crezca cuanto más mejor,
para así encontrar motivos para, en su miseria, justificar la intensificación
de su asquerosa y permanente diatriba contra el Gobierno.
Y no vale que traten de escudarse o justificarse
en los errores que haya podido cometer el Gobierno, que seguro que ha habido
unos cuantos, unos graves y otros menos trascendentes. No; porque en este
asunto tan grave y complejo es normal que haya fallos, tanto en la previsión
como en la gestión, porque ningún gobierno tenía preparada la hoja de ruta para
combatir esta, hasta ahora, desconocida pandemia. Y la evidencia está en que
España, con un plan de acción parecido, supongo, al de los demás países más
afectados por la pandemia, como es el caso de Italia, Francia, Reino Unido —por
citar los más importantes de los cercanos— e incluso el poderoso USA, está
sufriendo un daño parecido al de los demás. Aunque es seguro que en estos otros
países el comportamiento de la oposición no ha sido tan negativo como en el
nuestro. Es decir, no han tenido que sufrir o soportar una oposición tan miserable como
aquí.
Y lo peor de todo es que los miserables van a
continuar con su actuación destructiva. ¡Son incansables! Para esto cuentan con
la importante colaboración de, por un lado, algunos medios de comunicación y,
por otro, de sus incondicionales. Entre los primeros destaca el comunicador
radiofónico Federico Jiménez Losantos, que cada mañana alienta a la oposición
para que mantenga su miserable
beligerancia contra el Gobierno. Y lo hace sin escatimar insultos, mentiras y
las más zafias descalificaciones. Obviamente, también se ha hecho acreedor al
calificativo que nos ocupa: miserable; aunque
puede que le vendría mejor el de «canalla». Aparte, está la emisora de TV El
Toro TV, que cada día, sin tregua, anima a Vox a mantener su actitud,
ensalzando toda su actividad agresiva y descalificadora hacia el Gobierno, y si
no aportan ideas a Vox es porque no dan la talla.
Y por último debo decir algo de los ciudadanos incondicionales de Vox, que, con ridícula y absurda disciplina ideológica, ante los ya comentados comportamientos de la oposición, se creen todas las barbaridades, patrañas y bulos que los miserables puedan poner en circulación por las RRSS, sobre todo por WhatsApp. Y así, sin ningún filtro o comprobación y con una preocupante actitud seguidista, asumen —con subordinación y automatismo intelectual— lo que los miserables quieren que se divulgue. Y en esto no les preocupa que sea cierto o no, lo importante es que sirva para dejar en mal lugar al Gobierno. También estos incondicionales de Vox son los que siguen sus consignas en relación con la participación en caceroladas y manifestaciones.
La obra Los miserables se desarrolla en una época convulsa de la Francia de la primera mitad del siglo XIX. Los miserables de los que he hablado no tienen nada que ver con los del retrato literario de Victor Hugo; los de ahora son mucho peores y más peligrosos. En fin, la situación política está muy alterada. No sé cómo acabará. Los miserables son muchos y además no son tontos; también son numerosos sus incondicionales. Confío en que el resto, los ciudadanos corrientes en los que prima la sensatez, aunque no tan beligerantes seamos más. En democracia es lo que importa.
Y por último debo decir algo de los ciudadanos incondicionales de Vox, que, con ridícula y absurda disciplina ideológica, ante los ya comentados comportamientos de la oposición, se creen todas las barbaridades, patrañas y bulos que los miserables puedan poner en circulación por las RRSS, sobre todo por WhatsApp. Y así, sin ningún filtro o comprobación y con una preocupante actitud seguidista, asumen —con subordinación y automatismo intelectual— lo que los miserables quieren que se divulgue. Y en esto no les preocupa que sea cierto o no, lo importante es que sirva para dejar en mal lugar al Gobierno. También estos incondicionales de Vox son los que siguen sus consignas en relación con la participación en caceroladas y manifestaciones.
La obra Los miserables se desarrolla en una época convulsa de la Francia de la primera mitad del siglo XIX. Los miserables de los que he hablado no tienen nada que ver con los del retrato literario de Victor Hugo; los de ahora son mucho peores y más peligrosos. En fin, la situación política está muy alterada. No sé cómo acabará. Los miserables son muchos y además no son tontos; también son numerosos sus incondicionales. Confío en que el resto, los ciudadanos corrientes en los que prima la sensatez, aunque no tan beligerantes seamos más. En democracia es lo que importa.