Esta es la sexta entrega de la ficción sobre la vida de Lisa Simpson ya adulta. Contiene el capítulo VIII. Si te interesa la historia, conviene que empieces a leerla por el principio, o sea, por aquí.
CAPÍTULO
VIII – Navidad en familia
En sus habituales
conversaciones telefónicas, Lisa ya le había contado a su madre que mantenía
contactos con el Partido Demócrata, aunque quitándole importancia y dando a
entender que era una actividad informal y sin compromiso. Al aceptar su
incorporación formal al partido y, por tanto, dejar su empleo en el despacho se
sintió obligada a informar a su familia. Pero no se precipitó, «Ya les diré en
Navidad».
Como todos los años,
en Navidad de 2036 Lisa fue a Springfield a pasar tres o cuatro días en su casa
familiar. En los últimos años, las visitas navideñas eran las únicas que hacía
a su familia. Eran reencuentros muy agradables, que todos, incluida ella,
esperaban con muchas ganas e ilusión. La efusividad de los besos y abrazos que
se daban al encontrarse y despedirse era merecedora de emitirse en los
telenoticias; todo un espectáculo.
Lo único que
preocupaba a Lisa era la posibilidad de encontrarse con Milhouse; para evitarlo
contaba con la complicidad de Bart. Este, unos años atrás, ya le había
confesado a Lisa que sabía lo que había tenido en la universidad con el memo de
su amigo, quien, como si fuera una gran hazaña, se lo había contado a Bart al
poco tiempo de suceder, aunque compungidamente había completado el relato
diciendo «...me temo que no le pareció muy bien». Por su parte, Lisa le había
contado a su hermano las circunstancias especiales que concurrieron. No le dijo
nada del aborto, que seguía siendo el secreto mejor guardado de Lisa. Cuando
conoció la versión de Lisa, a Bart le faltó tiempo para ajustar cuentas con
Milhouse, que desde entonces luciría una evidente fractura de su tabique nasal,
aunque eso no le impidió seguir con su subordinación reverencial ante su amigo
de la infancia. Por eso, Bart, en las visitas navideñas de su hermana, se
ocupaba de que Milhouse no apareciese por donde Lisa pudiera estar.
Lisa llegó a casa de
sus padres a bordo de su flamante coche eléctrico que había comprado de segunda
mano. Lo traía repleto de regalos, que intercambiaría con los no pocos que
recibiría de sus familiares. Por aquel año, 2036, el país estaba dejando atrás
una depresión económica muy grave que se produjo al final de la década
anterior; o sea, curiosamente más o menos 100 años después de la de 1929. En
tal clima de optimismo económico, los Simpson se animaron a ser generosos en
sus regalos navideños.
En la cena de Navidad
estuvieron los cinco de la familia, además de las dos tías de Lisa, Patty y
Selma. Homer no había conseguido evitar que asistieran sus cuñadas, aunque
impuso la condición de que si quisieran fumar lo hicieran fuera de la casa; a
esto accedió Marge de buen grado. El abuelo Abraham ya había fallecido. Después
de la cena, como en los últimos años, pasaron a tomar una copa Moe y Ned
Flanders. De la cena se ocupó, como siempre, Marge, si bien contó con la eficaz
colaboración de Maggie. A Lisa no la dejaron hacer nada. «Cuando tengas tu
propia casa, cariño, ya te tocará», le dijo su madre, como todos los años.
Pasando revista a los
que estuvieron, hay que decir:
- Marge, a sus 63 años, aunque había engordado algo, seguía luciendo buen tipo y mantenía el cabello azul, si bien había cambiado su espectacular peinado anterior por una discreta melena que solía recogerse en coleta. Continuaba manteniéndose animosa y cariñosa con sus hijos; por el contrario y en relación directa con el decaimiento del reclamo libidinal, con Homer cada vez se mostraba menos tolerante y, en consecuencia, más enérgica en sus reproches.
- Homer, con casi 65 años, seguía siendo una calamidad, a pesar de que había dejado de tomar bebidas alcohólicas desde que, dos años antes, le diagnosticaran serios trastornos en el aparato digestivo, lo que no le impedía tomarse de vez en cuando —nunca en presencia de su mujer— alguna cerveza Duff. También la enfermedad le había obligado a reprimir su glotonería. Todo esto y su inminente jubilación le había producido cierto decaimiento, que trataba de combatir en la taberna de Moe, donde se atiborraba de refrescos mientras soportaba las mofas de sus amigos Carl y Lenny.
- Bart, ya con 38 años, pesaba más de 90 kilos y había perdido bastante pelo. Aunque seguía siendo un bromista se había formalizado mucho. Tras haber formado parte, como batería y durante nueve años, de un grupo musical bastante gamberro, que adquirió cierta fama en Springfield y en localidades cercanas, y haberse tomado varios años sabáticos, llevaba dos años trabajando en el Hogar del Jubilado, donde había pasado su abuelo sus últimos años. Precisamente por la alegría que aportaba Bart a todos los ancianos residentes en sus numerosas visitas al establecimiento a acompañar a su abuelo, sus gestores le propusieron, cuando falleció el abuelo, que se incorporara a la plantilla como «monitor de actividades lúdicas», lo que, como no le pagaban mal y le resultaba divertido, Bart aceptó encantado. Desde hacía un año tenía novia; seguía viviendo con sus padres. Su madre veía con mucha satisfacción el rumbo que había tomado; su padre no tenía muy claro a qué se dedicaba.
- Maggie, de 29 años, tras estudiar la carrera de periodismo, llevaba cuatro años trabajando en la emisora de televisión local de Springfield. Su bonita cara ya era muy conocida en la ciudad. Tenía previsto casarse el año siguiente con un compañero de la emisora.
Tras la cena, en la sobremesa, Lisa, con
cierto ceremonial, informó a todos de su incorporación al Partido Demócrata y
de que había dejado el despacho de abogados. Fue una gran sorpresa, que tuvo
desigual acogida:
—Me lo temía, Lisita —le dijo su madre con
cara de preocupación—. La política es peligrosa, por eso es para hombres. Ya
puedes andar con cuidado, cariño.
—¡Jo, Lisa! ¡Qué guay! Cuando te nombren
Secretaria de Estado me llevas contigo a Washington. Soy multiuso, me puedes
encargar lo que más rabia te dé— le dijo un divertido Bart.
—Lo que tenías que
hacer es casarte, Lisa, que ya tienes una edad —masculló Homer con indiferencia—.
Se te va a pasar el arroz —concluyó.
Y hablando sobre la
noticia que les había dado Lisa se pasaron buena parte de la sobremesa. En el
fondo, a todos les gustó y se sintieron orgullosos. También todos le desearon a
Lisa acierto y éxitos en su nueva actividad. En las próximas semanas, la
noticia se extendería con rapidez por todo Springfield.
Ya puedes leer la séptima entrega aquí.
- - - - - - - - - - -
Ya puedes leer la séptima entrega aquí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Escribe tu comentario