Esta es la segunda entrega de la ficción sobre la vida de Lisa Simpson ya adulta. Contiene el capítulo II. Si te interesa la historia, conviene que empieces a leerla por el principio, o sea, por aquí.
CAPÍTULO II. Inicios
laborales y otras experiencias
Aparte del episodio del
aborto, el paso por la universidad resultó apasionante y muy gratificante para
Lisa. Aunque su principal interés estuvo
en el aprendizaje y enriquecimiento intelectual, se preocupó mucho de entablar
buenas relaciones con los demás estudiantes para que no se reprodujeran los
rechazos que soportó en la primaria de Springfield; así que hizo muchos y muy
buenos amigos (de ambos sexos).

atuendo más normal); Bart, con chupa de cuero y vaqueros; Maggie, convertida ya en una guapísima jovencita, luciendo tipazo con un llamativo vestido azul que estrenaba, que, pese a la oposición de su madre, destacaba por sus raquíticas dimensiones —por el contrario, Homer estaba encantado: «Es mi hija», decía con orgullo a todos lo que veía cómo la miraban—, y el abuelo Abraham, en silla de ruedas por estar convaleciente de una reciente caída que había tenido al tratar de acceder por una ventana al Hogar del Jubilado (por una apuesta con un compañero). También asistió un buen grupo de sus amigos de la primaria, que, junto a otros allegados de la familia (incluidos el señor Burns, Krusty el payaso, el jefe de policía Wiggum, Ned Flanders y el jardinero Willie), habían alquilado un autobús para asistir a la ceremonia y a las posteriores celebraciones. Aparte de tener que soportar, de buen grado, las ridículas memeces de su padre y las abundantes lágrimas de su emocionada madre, Lisa disfrutó mucho; fue un día inolvidable.



El nuevo trabajo en la
capital le agradó. La situaron en el departamento de «Fusiones y Adquisiciones»
en el que enseguida se hizo casi una experta. En los dos primeros años ya tuvo
algunos éxitos profesionales que le proporcionaron gran reconocimiento de los
socios propietarios del despacho y cierto prestigio en los medios
profesionales. Se estaba haciendo un nombre, pero su trayectoria ascendente no
tenía reflejo en sus ingresos.
Realmente, no le preocupaba mucho, nunca había sido ambiciosa ni el
dinero era una preocupación importante para Lisa. Pero, Grace, la despampanante
secretaria del socio-director del despacho, con la que había hecho gran
amistad, se ocupaba, siempre que había ocasión, de hacer ver a Lisa que la
estaban explotando, o sea, que no le pagaban como merecía. Al principio, Lisa, con un «Qué cosas dices,
Grace», no le hacía mucho caso, pero la insistencia de Grace tuvo su efecto. El
caso es que Lisa, impulsada por Grace, cuando ya llevaba tres años trabajando
en el despacho, a sus 27, se atrevió a solicitar al socio-director del despacho
un aumento de sueldo. Con un áspero «No
tengas tanta prisa, Lisa, que aún eres muy joven» se la quitó de encima el
experimentado director. Lisa acusó el golpe. Y como no estaba del todo
satisfecha con los métodos que empleaba la firma para la que trabajaba (los
escrúpulos no estaban bien vistos) decidió que debía explorar otros ámbitos
laborables donde la experiencia y conocimientos adquiridos fueran más útiles
para el sector más desfavorecido de la sociedad; no como en el despacho, en el
que solo defendía intereses de empresarios y «tiburones» financieros. “Me
enfrentaré a ellos”, se dijo con determinación.
Tras dejar el despacho, no
le costó mucho encontrar la tarea que buscaba. Se integró en un grupo de
abogados que había adquirido cierto prestigio defendiendo a gente humilde en la
que se cebaba el inmisericorde capitalismo. “Desahucios y despidos” puso en la
puerta del humilde despacho compartido con Jimmy —un desarreglado pero con
cierto atractivo joven (33 años) abogado— en la destartalada sede del grupo. Y así
inició una intensa y gratificante etapa profesional que le proporcionó muchas
alegrías e innumerables sinceras muestras de agradecimiento de sus defendidos.
Pero muy pocos ingresos. Tuvo que abandonar su coqueto apartamento en el centro
mudándose a otro de la periferia, que compartió con otras dos abogadas de su
estilo: Estefany, la gorda, y Laura, una simpática morenita hija de mejicanos
inmigrantes. Aunque cada una disfrutaba de su propia habitación, a Lisa no le
hacía mucha gracia la falta de intimidad propia de la convivencia obligada.
Pero lo soportó bien el primer año; en el segundo ya se produjo algún roce con
Estefany, la gorda, aunque la sangre no llegara al río.
Por el contrario, la
relación con la morenita Laura fue mejorando hasta el punto de que se hicieron
uña y carne. En ese clima, una noche, estando Lisa y Laura solas en el
apartamento, la morenita preparó unos tacos mejicanos para cenar. Laura los
solía preparar con frecuencia adaptándolos al gusto de Lisa, es decir, a base
de vegetales. Es verdad que con frecuencia incluía trocitos de pollo, que Lisa,
aunque los percibía, se los comía muy a gusto saltándose así su régimen
vegetariano habitual.
«Están riquísimos» le dijo Lisa mientras,
sentada a la mesa de la cocina, masticaba el que estaba a punto de engullir y
se llevaba otro a la boca. Laura, de pie junto a Lisa, con un brillo especial
en sus ojos, le contestó con un «Los he preparado con amor», mientras rodeaba
con su brazo los hombros de Lisa, a la vez que presionaba con su cadera uno de
los brazos de Lisa. El contacto y el tono de aquellas palabras hizo que Lisa
clavara su mirada en los ojos de Laura a la vez que, con la boca semiabierta y
ocupada por un buen pedazo de taco, esbozara algo parecido a una sonrisa.
No acertó a decir nada; solo se le ocurrió poner su mano libre sobre la de Laura
en un gesto de cariño. Laura se apretó más al brazo y con la mano atrajo hacia
sí y con delicadeza el rostro de Lisa; esta se dejo hacer y, sin casi darse
cuenta, notó que la lengua de Laura se mezclaba en su boca con los restos del taco que estaba comiendo. Tampoco supo cómo llegaron a la cama de Laura ni
cómo se desvistió. El caso es que, durante más o menos una hora, Lisa yació
entre los brazos y piernas de Laura... y disfrutó. Disfrutó y sintió como nunca
había disfrutado y sentido. El máximo placer le llegó cuando, en su éxtasis,
percibió que Laura con suavidad y entre besos y caricias deslizó su cuerpo
desnudo por entre las sábanas hasta situar la cabeza junto a los muslos de
Lisa, buscando con la boca la vulva de esta en la que introdujo con nerviosa
pasión la lengua. Lisa, entre gemidos y lágrimas, experimentó el primer orgasmo
de su vida.
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