18 ene 2013

UNA RELACIÓN DURADERA

Llegó a mí, o llegué a él, cuando, con más o menos 17 años, uno iniciaba la actividad social que en el Bilbao de hace muchos años denominábamos «alternar». En aquel Bilbao de los sesenta el modo clásico y habitual de «alternar» era yendo de bar en bar bebiendo: por el mediodía, vino blanco; por la tarde noche, tinto (txikitos) y por la noche-noche... cubata. Los bilbaínos siempre hemos alternado mucho, es decir, hemos tenido mucho apego a los bares y hemos bebido bastante... realmente, demasiado. Naturalmente, hablo en general y desde mi experiencia personal, y de la de todos los que, como yo, hemos sido, como dicen en México, algo pendejos, sobre todo en la época de la juventud, o sea, cuando uno se siente más vigoroso, con más ganas de marcha... y es más gilipollas.

En Bilbao, el bar ha sido el espacio donde ha transcurrido la actividad social de los bilbaínos (menos, de las bilbaínas). Desde luego, para los tíos, era el punto encuentro, lugar para el ocio, zona de ligoteo (para los menos), espacio para la diversión e, incluso, para las demostraciones líricas. Los bares de Bilbao han sido muy importantes. También, todo hay que decirlo, el bar ha sido un buen sitio para la bronca y refugio de los inadaptados e indolentes. Hablando en general, en la época de la que hablo no sabíamos dónde estaba la biblioteca municipal pero nos conocíamos todos los bares de Bilbao... ¡y mira que hay unos cuantos! Ahora creo que las cosas están mejor, aunque no estoy seguro.

Dicho lo dicho, es lógico que, como decía al principio, en un bar me encontrara con el «cubata». Debo aclarar que entonces no lo denominábamos así; al principio, pomposamente, decíamos «cuba libre», pero con el tiempo, a medida que cogimos confianza, lo apocopamos y lo dejamos en el familiar «cuba», al que le añadíamos el nombre del licor con el que a cada cual le gustaba combinar: originariamente y por su procedencia caribeña era el ron, o sea, «cuba de ron», pero luego, muchos (entre los que me cuento) cambiaron el gusto y se decantaron por la ginebra, «cuba de ginebra». Por cierto, a principio de los ochenta, cuando pedías un «cuba de ginebra» corrías el riesgo de encontrarte con un barman, de los que se las dan de enterados, que te corregía diciéndote, con cierta suficiencia, que el nombre correcto era «raf» (o como se escriba), nombre que no sé de dónde se lo habían sacado. A mí me molestaba la reconvención y nunca la acepté, así que si volvía al mismo bar y pedía lo mismo empleaba el «cuba de ginebra» con un retintín desafiante, ¡qué cojones!, ¿no dicen que el cliente siempre tiene razón?

Pues, desde aquel encuentro a temprana edad que he citado al comienzo, el «cubata» y yo hemos sido inseparables. Si excluyo los malditos  garrafonazos, nunca me ha decepcionado... y yo le he sido sumamente fiel, de verdad. Debo reconocer que, hace ya mucho, tuve devaneos con la «vaca verde» (leche con Pippermint) y con el destornillador (Schweppes de naranja con wodka); también confieso que de vez en cuando (sobre todo en verano) aún flirteo con el gin-tonic, pero ni unos ni otro han sido ni son nada serio. El «cubata» ha sido y sigue siendo mi preferido... y él lo sabe.

Como digo, llevamos una relación de casi medio siglo (este verano tendré que hacer algo para celebrar nuestras bodas de oro). Recuerdo la tibieza de nuestros comienzos cuando yo era, prácticamente, un adolescente («medios cubas», pedíamos entonces y nos servían una sola coca-cola para dos combinados); también recuerdo la febril intensidad de nuestra relación en los inconsistentes años de la juventud, y nuestra más pausada convivencia en la madurez, coincidente con la trepidez de la actividad profesional. Han sido etapas diferentes de una misma relación, pero de todas tengo un recuerdo agradable. Ha sido bonito.

Y lo sigue siendo. Porque ahora, en los albores de la plenitud degenerativa que proporciona la decadencia carrocil, que es cuando afloran los cariños y vinculaciones de verdad, nuestra relación aún, si cabe, es mejor. Sin el impulso de la concupiscencia, con la relajación que proporciona el apacible visionado de algún programa-coñazo de la tele, yo nunca me acuesto sin haberme tomado un «cubata»... ¡por lo menos!



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