28 mar 2010

LA RELIGIÓN ES LA HOSTIA

Aunque no soy creyente, creo que tengo derecho a opinar sobre la religión o, mejor dicho, a decir cómo veo yo lo de la religión. Como es la que más conozco y creo que es la que, todavía, tiene más adeptos e influencia por estas latitudes, me voy a referir a la que promueve la iglesia Católica, e decir, al cristianismo.

Como otras religiones, la Católica se apoya en tres pilares: las creencias, las normas y los ritos. De los tres, el más importante, el fundamental, es el primero, que entre los católicos se conoce como «fe», de la que la Iglesia enseña que es una de las tres virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) y que «tener fe» es «creer en lo que no vimos porque ‘Dios lo ha revelado’ y la Santa Madre Iglesia nos lo enseña». Esto de la fe, para mí, es el paradigma de las creencias (aunque no sé si sería más correcto hablar de imposiciónes): hay que creer porque sí o porque lo digo yo... y punto. Y, prácticamente, ése es el principal fundamento (¿) de la religión Católica. Las normas de conducta, es decir, los «Mandamientos», son para el día a día, y hay que admitir que son pura lógica y no tienen nada de especial, salvo el que obliga a «amar a Dios sobre todas las cosas», que me parece algo raro, y el que impone «no fornicar», que es bastante drástico. El tercer pilar, que es el más visible, son los adornos y el folclore, es decir, los ritos; en las religiones tienen mucha importancia la liturgia y las celebraciones.

Además, hay que decir que la iglesia Católica, como otras religiones e iglesias, difunde e impone la imagen y «personalidad» de su particular Dios, o sea, del «Dios católico», diciéndonos cómo es, cómo piensa, cómo son sus gustos, cómo reacciona ante los actos humanos, lo que le gusta, lo que le molesta, etc. Y todo basándose en «revelaciones» bastantes sospechosas y nunca demostradas, y en «testimonios» poco fiables, que han sido recogidos en la Biblia, en unos casos por autores anónimos o de los que se sabe muy poco (Antiguo Testamento) y en otros por los evangelistas (Nuevo Testamento), de los que tampoco se puede decir que ofrecen muchas garantías. Resumiendo lo dicho hasta aquí, parece obvio que la religión Católica se basa en débiles fundamentos.

Si esto que digo es o ha sido así, es decir, si los fundamentos son tan endebles, cabe preguntarse cómo es posible que la religión Católica (como otras), ha tenido tan importantísimo desarrollo y ha sido asumida y seguida por tantas personas y durante tantos años. Para mí, la respuesta es clara: el ser humano, especialmente si sus condiciones de vida no son nada favorables, como lo fueron en las épocas de mayor desarrollo y esplendor del catolicismo, necesita creer en lo que ofrece y asegura la religión; principalmente por dos motivos. Primero, porque es la única fórmula que permite al ser humano sentirse en igualdad de condiciones con sus semejantes (todos somos hijos de Dios) y, segundo y probablemente más importante, porque ve en el Dios justiciero la única esperanza de una vida mejor (el cielo, en la vida eterna) para los humildes y buenos, y, a la vez, el castigo (el fuego eterno, en el infierno) para cuantos le hacen penosa la vida terrenal, es decir, para los poderosos, aprovechados y explotadores, los malos.

Así, la religión ha ofrecido al creyente una especie de realidad virtual que es justo lo contrario o el contrapunto de su cruda realidad. En ésta ha encontrado sometimiento, dificultades y penuria, y la realidad virtual le ofrece lo que ansía: igualdad de oportunidades, y en la eternidad el premio o castigo a los actos y comportamientos en vida. Indudablemente esta realidad virtual que ofrece la religión es atractiva, sobre todo para los más humildes o para los que peor les va, y, además, es lo que se enseña, es gratis y nadie puede demostrar lo contrario; por eso tantos se apuntaron a ella. Así pues, el ser humano ha abrazado con fervor lo que ha considerado que es la opción más favorable para sus intereses particulares, que no es otra que la religión reparadora o compensadora de sus penurias terrenales. Es lógico y comprensible.

Pero, afortunadamente, las cosas han cambiado y probablemente seguirán cambiando. Aunque aún hay mucho camino por recorrer, no hay duda de que hemos evolucionado, especialmente en los países del llamado primer mundo, donde las personas, en general, encuentran oportunidades para su desarrollo cultural e intelectual, y, también, para cubrir con cierta holgura sus necesidades vitales materiales; además, están protegidas por las leyes, el estado del bienestar les proporciona oportunidades para el disfrute, y las relaciones humanas se basan, en general, en el respeto y en la libertad... En fin, en estos países se dan las condiciones para que la mayor parte de las personas no tengan que soportar las penurias de otras épocas e, incluso, puedan alcanzar unos mínimos de confortabilidad durante su vida. Ya no hay tantas desigualdades ni hay que esperar a morirse para alcanzar la felicidad. La religión, por tanto, ya no es el único salvavidas y las creencias ya no son el motor en que se fundamenta la existencia de las personas. O sea, la realidad virtual que ofrece la religión ya no es diametralmente opuesta a la cruda realidad (ahora menos cruda).

En otras palabras, podríamos decir que el producto que vende la religión, la fe, ya no resulta tan atractivo. Si a esto añadimos que en los países a los que me refiero, los del primer mundo, las personas están cada vez más formadas y tienen más acceso al conocimiento, lo que les lleva a formar su criterio con más rigor y precisión y, en consecuencia, cada vez son más reticentes y reacios ante el dogma y la imposición ideológica, lo de la fe cada vez cuela menos. Los que la venden y ven cómo la cifra de ventas se va reduciendo inexorablemente se justifican y a la vez nos lo reprochan espetándonos aquello de que padecemos una «crisis de valores». Pero no, al contrario, en todo caso la crisis era real cuando el ser humano, aferrándose con desesperación al tablón de salvamento que le proporcionaba la fe, abrazaba sin reflexión las creencias religiosas. No sé si a aquella realidad se le podía llamar crisis de valores, pero sí de conocimientos y de cultura, o sea, crisis intelectual, afortunadamente y en buena medida felizmente superada.

Y supongo que esto lo saben los que se ocupan de mantener viva la llama de la fe, es decir, los profesionales de la religión (el clero con el Papa al frente). Por eso, sabedores de que lo de las creencias cada vez tiene menos adeptos, se preocupan mucho por mantener la presencia de la religión fomentando los aspectos más superficiales de ésta, es decir, lo que antes he denominado como los adornos y el folclore, o, dicho más finamente, los ritos. De ahí que la Iglesia se preocupe mucho de evidenciar su presencia en la sociedad con actos vistosos y multitudinarios. Así, las misas dominicales, las procesiones de Semana Santa, las navidades, los viajes y las visitas del Papa, los grandes actos ecuménicos, las manifestaciones en la calle, el incienso y la parafernalia ritual, etc., son ingredientes que consideran necesarios, no sólo para hacerse presentes y reafirmar su posición e influencia en la sociedad, sino, principalmente, para promocionar su producto en crisis: la fe. Por eso, la Iglesia, en todos estos actos, da especial relevancia a lo que podría considerarse como la expresión máxima de la fe católica, que no es otra cosa que la comunión: nada menos que recibir en el estómago del que comulga —aunque sea simbólicamente— el «cuerpo» de Dios; ¡casi ná!

Por eso, y aunque es verdad que la religión es y se compone de otras muchas cosas, creo que haciendo una síntesis se podría decir que, actualmente, «la religión es la hostia».





No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escribe tu comentario