7 dic 2012

CATALUNYA Y LOS CATALANES

A mí me parece que los catalanes son muy suyos..., extremadamente suyos; y que una de las cosas que menos les gusta es que les manden desde Madrid (también desde otros sitios, pero especialmente desde Madrid). O sea, me parece que son muy «independientes». Algo de esto ya percibí la primera vez que, por cosas del trabajo, estuve unas semanas en Barcelona; después se confirmó en ulteriores estancias en la Condal. Sin entrar en exquisiteces psicoanalíticas, a este rasgo de la personalidad colectiva de los catalanes lo denominaré «sentimiento» independentista catalán.

Otro de los rasgos que he percibido en los catalanes es que son listos y muy pragmáticos; la verdad, no he conocido ninguno tonto. Ahora bien, no sé si será por ese exceso de  pragmatismo o por algún condicionamiento genético del que ellos sabrán, pero son, también, muy interesados cuando hay dinero por medio; no es un tópico, lo de «la pela es la pela» lo llevan en la sangre, creo que más que su afición por las sardanas. Esta tendencia a priorizar lo económico lo denominaré la «actitud» pragmática catalana.

Además, los catalanes, como cualquier otro grupo humano con señas de identidad muy acusadas, tendrán sus virtudes y defectos, en lo que no voy a entrar porque no importa para lo que me ocupa ahora. Porque ahora quiero hablar de la posibilidad de que se separen de España, o sea, de lo que, a raíz de las iniciativas de Artur Mas tras la gran manifestación en Barcelona del 11 de septiembre pasado, ha sido el asunto estrella de la dialéctica/bronca  política en nuestro país. Y para hablar de esto hay que tener muy en cuenta el «sentimiento» y la «actitud» de los catalanes.

Es difícil predecir cómo evolucionará este asunto, si bien, en mi opinión, creo que su desenlace no será otro que la secesión de Catalunya. Es cuestión de tiempo y, posiblemente, de pasos intermedios, pero creo que el final de lo ya iniciado no es otro que la creación de un estado catalán. Es lo que pienso, que no quiere decir que me guste; tampoco que no me guste, la verdad, a mí me da lo mismo, allá ellos. Solo me preocupa por el efecto contagio que pueda tener en el País Vasco, que eso sí me afectaría personalmente.


Aclaro que no voy a entrar en consideraciones de tipo legal, salvo para decir que las leyes se cambian (incluso, a veces se incumplen o se ignoran); tampoco en lo de la admisión o  no del hipotético Estado Catalán en la UE, porque creo que es algo secundario (seguro que sería admitido). En democracia y en un entorno sólidamente democrático (como es la UE), contra la voluntad de los ciudadanos expresada en las urnas es muy difícil, por no decir imposible, oponerse.

Puestos a hacer futurología, para predecir la evolución de este asunto hay que tener en cuenta, principalmente, tres factores: por un lado, los dos rasgos ya citados de los catalanes, lo que he denominado el «sentimiento» y la «actitud», y, por otro, el efecto de la eventual secesión en los ciudadanos catalanes que se sienten españoles (o tan españoles como catalanes), o sea, el riesgo de fractura social que podría conllevar la secesión (que lo comentaré al final).

Empezando por los rasgos a que me he referido, parece que el «sentimiento» independentista en Catalunya está muy afianzado y es mayoritario; y creo que evolucionará en tal sentido, es decir, cada vez habrá más independentistas. Por tanto, el «sentimiento» catalán va a ejercer una presión, cada vez mayor, a favor de la segregación. Respecto a la «actitud» pragmática no lo tengo tan claro, porque me parece que puede influir en los dos sentidos: para algunos catalanes, como impulso para la separación, y, para otros, al revés. Y aquí puede estar la clave de la evolución del proceso, y, por eso, los políticos y los que tratan de influir en la opinión pública, de una y otra tendencia, aportan razones económicas, de las que afectan al bolsillo de los ciudadanos, para tratar de arrimar el ascua a su sardina, o sea, para que la «actitud» pragmática de los catalanes les secunde.

En este sentido, los independentistas segregacionistas (los que quieren la independencia a toda costa) se apoyan en razones económicas, con el argumento base de que el Estado esquilma económicamente a Catalunya ("España nos roba", dicen), y así tratan de influir en los ciudadanos para que les apoyen. En cambio, los que no quieren la separación pretenden convencer a los ciudadanos independentistas (los que no lo son, no les preocupan) argumentando que la segregación dañaría seriamente la economía de Catalunya. Por tanto, la «actitud» pragmática de los catalanes se va a ver sometida a dos presiones contrapuestas, y de la eficacia de ambas presiones dependerá la velocidad del proceso de secesión, que, como he dicho, me parece irreversible.

Porque, aunque al principio las presiones del bando no segregacionista sobre la «actitud» pragmática de los catalanes puedan resultar eficaces, tarde o temprano se verán desbordadas o superadas por las de sentido contrario; o puede ocurrir que, simplemente, el «sentimiento» independentista resulte tan mayoritario y apabullante que, incluso, fagocite a las reticencias provocadas por la «actitud» pragmática de los catalanes. Creo que es una cuestión de tiempo y, en todo caso, de pasos o estadios intermedios, o sea, de un proceso gradual que, insisto, no tiene otro final que la segregación, que, por otra parte, tampoco debe resultar demasiado traumática para la generalidad de los españoles. A la postre, es cuestión de asumir el eslogan de «España: una... y libre; aunque más pequeña».

Donde veo el gran problema de la eventual independencia es en cómo se articulará la convivencia en Catalunya —una vez consumada la secesión (e, incluso, en el proceso previo)— entre los ciudadanos partidarios, unos, y contrarios, otros, de la independencia. Podrían producirse graves enfrentamientos (de opinión o dialécticos o, lo más preocupante, de los otros).  Es decir, hay un serio riesgo de fractura social, y sus consecuencias son impredecibles. No sé si lo habrán previsto los políticos catalanes que han abierto el melón de la secesión y los que siguen cortando rodajas; me temo que no. Si, como es probable, se produjera la fractura, es obvio que resultarían perdedores y muy perjudicados los españolistas. Supongo que las autoridades del Estado también sabrán esto y, por tanto, tendrán su plan B. Sobre este no me atrevo a pronosticar, pero me hace pensar que puede que me equivoque en mis predicciones ya explicitadas.



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