Esta mañana, como no tenía mejor plan, me he subido en
la moto y me he dado un garbeo hasta Segovia (desde Madrid). Esto, desde hace
unos 15 años, lo suelo hacer una vez cada verano; merece la pena. Suelo ir por
Navacerrada y vuelvo por el puerto de Los leones. Es un recorrido de unos 250
Km. en el que se puede disfrutar de la moto, sobre todo si la temperatura es la
apropiada y el sol luce radiante, como ha sido el caso. Se puede curvear y
darle caña; recomiendo la ruta a todos los moteros.
Pero en esta escapada anual, además de disfrutar de
una mañana de verano sobre la moto, a mí lo que realmente me mueve a hacerla es
poder contemplar, una vez más, el grandioso espectáculo con que uno se topa
cuando está a punto de acceder al casco histórico de la ciudad castellana; no
conozco nada parecido.
Para llegar al casco histórico de Segovia hay que
bajar por una calle empedrada que transcurre entre edificaciones normales, en
la que, tras su última curva a la izquierda, repentinamente se amplía el campo
visual y se presenta un panorama único e inigualable: en toda su grandiosidad,
el acueducto de Segovia. Es un espectáculo soberbio y esplendoroso. Esta
mañana, igual que me ocurrió la primera vez, la súbita aparición de esta
panorámica mientras conducía me ha deslumbrado y me ha obligado a detener la
moto para poder saborear la visión y obtener la foto que sigue. Realmente, la
impresión de la primera vez fue mayor, por la sorpresa que causa lo inesperado;
en las siguientes (incluida la de esta mañana), la impresión la ha producido la
satisfacción por encontrar lo esperado.
No es nada original decir que parece mentira que esta
singular muestra de la arquitectura romana continúe en tan magníficas
condiciones teniendo en cuenta que se construyó hace unos 2000 años, pero hay
que decirlo. Porque es verdad que el acueducto tiene muy buen aspecto (ha
tenido algunos «retoques») y parece que los años no pasan por él, siendo, como
es, de apariencia frágil, como lo es todo lo que destaca por su esbeltez y
estilización; y a esbelto y estilizado al acueducto de Segovia no le supera
ni la torre Eiffel. Como es sabido, está construido a base de piezas de granito
que se sujetan por si solas, es decir, sin argamasa ni sustancia alguna; o sea,
se ha mantenido durante siglos gracias a la precisión en la colocación de las
piedras con que está construido y, sobre todo, por la perfección de los arcos,
que son, supongo, los que dan solidez y consistencia al conjunto de la obra.
Pero, siguiendo con la comparación, así como,
difícilmente, alguien podría decir que la visión cercana de la Eiffel le resultó
inesperada o sorpresiva (se «ve venir» desde cualquier lugar de París), con el
acueducto casi te das de bruces al doblar una esquina, y esa «aparición»,
aparte de lo puramente histórico, arquitectónico y, por qué no decirlo,
misterioso de su existencia, es, para mí, lo más espectacular e impresionable
que tiene el magnífico acueducto de Segovia. Por eso, recomiendo al que aún no
lo haya visto que, si tiene oportunidad, procure llegar a él por la cuesta
empedrada a la que antes me he referido (hay otros accesos) y antes de la curva
a la izquierda aminore la velocidad para prepararse para disfrutar de una visión
única.
Para acabar, aclaro que he dicho lo de «misterioso»
porque resulta difícil creer que los romanos, conquistadores de buena parte de
la Europa de su tiempo y capaces de construir magníficas obras de ingeniería y
arquitectura, de las que muchas aún perduran, no supieran o intuyeran la teoría
de los «vasos comunicantes», y acometieran esta imponente obra arquitectónica
con el único fin de, según los expertos y como lo dice su nombre, posibilitar que el agua procedente de los manantiales de la sierra de Guadarrama llegara hasta una de las
partes altas de la ciudad, salvando así la vaguada en la que hoy se encuentra la plaza de Azoguejo. A mí no
me convence del todo esta teoría, aunque, por otra parte, debo reconocer que, si
no, el acueducto no tiene aplicación aparente, salvo que fuera un capricho de
algún visionario y potencial promotor de turismo empeñado en epatar a los
visitantes de la bella ciudad castellana 2000 años más tarde.
Si fue por esto último,
conmigo acertó el visionario, Y eso que soy de Bilbao, y allí tenemos el
Guggenheim, el puente colgante, el de Cantalojas... ¡y más cosas!
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