En el último año, uno de los asuntos más complejos de
la escena de la política española ha sido el relacionado con las iniciativas
secesionistas en Catalunya; es muy probable que en los próximos meses este
asunto siga focalizando la atención y que genere turbulencias sociales y
políticas en España, especialmente en Catalunya. De esto ya he hablado algo en
las entradas RAJOY vs MAS (de 2014) y CATALUNYA Y LOS CATALANES (de 2012). Y no es
que me quiera meter donde no me llaman, porque realmente creo que los que no
somos ciudadanos de aquella comunidad autónoma no tenemos vela en ese entierro:
en mi opinión, decidir sobre el futuro de Catalunya les compete,
exclusivamente, a ellos, a lo que, se diga lo que se diga,
tienen todo el derecho del mundo. Pero debo dejar claro que, personalmente, no
me gustaría que Catalunya dejase España; sería un muy mal trago. Además, en mi condición de vasco, temo que si Catalunya inicia el proceso para su independencia en Euskadi se produzca, inevitablemente, otro movimiento en la misma
dirección, y esto sí me preocupa porque creo que la independencia no nos
conviene a los vascos. Me explicaré.
En primer lugar, debo decir que considero que el
actual marco legal-constitucional posibilita que en el espacio de la Comunidad
Autónoma Vasca se den las condiciones apropiadas para que el sentimiento
nacional vasco y los naturales y tradicionales deseos de autogobierno se puedan
desarrollar satisfactoriamente. Creo, por tanto, que el actual nivel de
competencias se podría considerar aceptable y que, además, hay posibilidades
legales para elevar el listón y, así, cumplir con lo que los más exigentes
puedan esperar del actual Estatuto de Autonomía. Además, el Concierto Económico
permite que el gobierno autónomo gestione con casi plena autonomía las
políticas impositivas y la administración de lo recaudado (exceptuando el
cupo). Por otro lado, hay que admitir que en lo cultural, especialmente en lo
concerniente al apoyo del euskera, las condiciones actuales permiten al
gobierno autónomo llevar a cabo lo que, en este sentido, le demande la
sociedad.
Aquí conviene una pequeña digresión: he
dicho “demande” con plena consciencia, porque entiendo que es eso lo que tiene
que hacer cualquier gobierno: atender las demandas sociales. O sea, los
gobiernos no deben determinar e impulsar lo que a ellos les parezca o
consideren conveniente o bueno para los ciudadanos; no, lo que deben hacer es
estar muy atentos para conocer la realidad social, o sea, para detectar las
demandas y carencias de sus ciudadanos, para, atendiendo a las mayorías, tratar
de aportar soluciones para satisfacerlas o solucionarlas. La cuestión está en
qué tienen que hacer los gobiernos para conocer las demandas sociales y cómo
habilitan procedimientos para la participación ciudadana para, sobre
todo, poder conocer con precisión qué es lo que quiere la mayoría en
relación con los asuntos que puedan ser objeto de debate social o de
controversia. Sobre esto no tengo más remedio que hacer mención al primer post
de este blog DEMOCRACIA DIRECTA. Referéndums por internet , del ya lejano 2009.
Bien, volviendo al asunto, creo, como he dicho, que
con el actual marco legal y con los ajustes o cambios que fueran necesarios la
mayoría de los ciudadanos de Euskadi podrían tener colmadas sus expectativas de
autogobierno, es decir, de “independencia de hecho” del gobierno central.
Incluso, los más exigentes y partidarios de la Euskal Herria que incluya
Navarra podrían aspirar a la unificación utilizando el marco legal del Estado
Autonómico (la Constitución lo permite), eso sí, contando con la opinión
mayoritaria de los navarros; la incorporación de los territorios de Iparralde
la veo más difícil. Por tanto, se puede decir que, desde el punto de vista
emocional o sentimental, la situación actual se podría considerar como
aceptable, por lo que habría que considerar seriamente si merece la pena correr
el riesgo de la indeseable fractura social que podría producir la
iniciación de un eventual proceso independentista.
Por otro lado y hablando de lo práctico, convendría
mencionar algunas de las ventajas de formar parte de España. Bueno, voy a
hablar sólo de una: estar integrados, de pleno derecho, en un mercado, laboral
y comercial, muy amplio y bastante desarrollado. Antes de seguir, debo aclarar
que un análisis completo sobre este asunto daría para muchos folios; teniendo
en cuenta que estoy escribiendo en un blog, donde la excesiva extensión
puede resultar contraproducente, debo tratar de ser lo más breve posible,
asumiendo el riesgo de que el análisis pueda resultar incompleto o
simplista.
Empezando por lo laboral, no hay duda de que la
posibilidad de trabajar (estar empleado), sin ninguna traba ni condición por
razón de origen o pertenencia, en cualquier lugar de España es una posibilidad
real que podría desvanecerse con la independencia. Soy de los que creen que en
Euskadi, por lo que sea, siempre ha habido, en general, mucho talento; diría que,
incluso, más que en el resto de España (aunque no estoy muy convencido de esto,
lo digo porque soy de Bilbao), por lo que los vascos suficientemente formados
tienen muchas posibilidades de “triunfar” en sus incursiones laborales en el
resto de España. Por eso, creo que, en lugar de independizarnos, los vascos
deberíamos tratar de conquistar España (en el buen sentido), a base de
ocupar puestos de relevancia en su tejido empresarial, en lo intelectual o cultural y, por supuesto, en la política. O sea, no debemos mirar a Madrid
(la menciono por ser el símbolo, para algunos, de la opresión) como la fuente
de nuestros males, a la que los vascos debamos combatir, sino como espacio
propicio para el desarrollo profesional de los vascos que, por lo que sea,
quieran cambiar de aires en su trayectoria vital o profesional. Ha habido
muchos vascos que así lo han hecho y han triunfado. El ejemplo actual más
evidente es el de José Ignacio Goirigolzarri, presidente de Bankia, que a mí me
parece que, para lo que nos ocupa, es para tener muy en cuenta. También
valdrían los ejemplos de los comunicadores que han triunfado en la tele (ahí
están Anne Igartiburu y Ramontxu García), en la radio (Iñaki Gabilondo)... y
otros muchos más en diversos ámbitos. Realmente, han sido muchos, muchísimos,
los vascos, que en lo intelectual y profesional, han encontrado en España,
fuera de Euskadi, un ámbito muy propicio para su desarrollo. Y esto es muy
importante. Perder esa posibilidad creo que sería dramático: se nos achicaría
el terreno de juego y, por tanto, tendríamos menos espacio para demostrar y
hacer valer nuestras habilidades y capacidades.
En cuanto a lo comercial, no hace falta decir mucho.
Euskadi es una de las zonas más industrializadas de España, y, para la mayoría
de empresas vascas, España es el principal mercado. No quiero decir que en una
eventual independencia los españoles dejarían de comprar productos vascos;
puede que al principio, en alguna medida, se pudiera dar tal rechazo, pero,
posiblemente, pasado el tiempo se impondrían los criterios de calidad y precio
sobre los sentimentales o políticos. Pero siempre podría haber las trabas o
dificultades que imponen las fronteras. Sin ninguna duda, pensando en el
mercado español, las empresas vascas lo tienen ahora mucho más fácil que en una
eventual independencia.
Llegado a este punto, me permito el
siguiente comentario. Hace unos días he terminado de leer el libro “La política
como pasión”, en el que se cuenta la biografía de José Antonio Aguirre, primer
lehendakari vasco, presidente del gobierno autónomo vasco que se constituyó en
octubre de 1936. El libro me ha parecido un documento informativo excelente y
completísimo de los avatares políticos del intenso y difícil periodo
comprendido entre los años 1931 y 1960 (en el que falleció Aguirre),
focalizando siempre la atención sobre la actividad política del biografiado.
Una de mis deducciones de la lectura del libro es que ya el primer lehendakari
se vio turbado por el complejo dilema del nacionalismo vasco: independizarse
totalmente de España o mantener una gran autonomía pero dentro del estado; en
otras palabras, el dilema se podría sintetizar en “independentismo vs
autonomismo”. Por lo que he leído en el libro que he citado, parece que Aguirre
estuvo en las dos posiciones; o sea, según el momento, mantuvo posiciones
cercanas, unas veces, al independentismo, y, otras, al autonomismo, si bien,
hay que reconocer que las circunstancias graves y especiales de la época
pudieran haber influido en su posicionamiento. Así que el ejemplo del primer
lehendakari es algo confuso y no aporta demasiado para resolver adecuadamente
el dilema. No obstante, me ha parecido oportuno comentar esto para hacer ver
que el dilema a que me he referido no es de hoy; ya se enfrentaron a él los
nacionalistas de hace 70 u 80 años, y no parece que quedó resuelto.
No conozco el nacionalismo vasco por dentro, más allá
de lo que se puede saber a través de los medios de comunicación o de lo que se
dice en la calle o en las comidas familiares, pero supongo que el debate sobre
«independentismo vs autonomismo» sigue vivo, porque, además de muy importante,
no es de fácil decisión. Posiblemente, las formaciones políticas que integran
lo que se denomina el nacionalismo radical (dicho de otro modo, mundo de
Batasuna) tendrán claro su posicionamiento a favor del independentismo; también
creo posible que en el nacionalismo moderado (PNV) la cosa no estará tan clara,
o sea, el dilema estará latente, teniendo en cuenta el componente social
transversal de la militancia y simpatizantes de este partido.
Sin temor a equivocarme, creo que el dilema
«independentismo vs autonomismo», por una u otra razón, va a gravitar sobre la
sociedad vasca en los próximos años. Y lo malo es que, como en todo dilema,
ambas opciones tienen inconvenientes; lo importante es dar con la mejor (o
menos mala). El asunto es muy complejo, sobre todo, porque entran en juego eso
que llamamos los sentimientos; y los sentimientos, muchas veces (o casi
siempre), utilizan caminos vetados a la razón.
Como estas cosas del patriotismo no activan mis
sentimientos, yo las analizo tratando de usar exclusivamente la razón.
Por eso, me decanto hacia el autonomismo. Espero, confío... mejor dicho, estoy
seguro de que los de Podemos opinarán como yo.
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