4 may 2015

EMOCIÓN


Creo que fue a mediados del pasado febrero cuando, estando en casa escuchando la radio, me pasó algo que no me había ocurrido nunca. Tomé unas notas para luego contarlo en el blog, pero, por pudor, supongo, no me pareció oportuno publicarlo. Hoy me he encontrado con aquellas notas y me he decidido a escribir lo siguiente.

Estaba en casa, a media mañana, escuchando en la radio el programa matinal de Carlos Herrera. Hablaban de la muerte del cantante bilbaíno Sergio Blanco, que formó parte de «Mocedades» y «Sergio y Estíbaliz». Tras algunos comentarios recordando la figura del fallecido y lamentando su muerte, dieron paso a las llamadas telefónicas de los oyentes; entre ellas, la de una mujer que, como los demás que llamaron, mostró su pesar por la muerte del cantante; pero, además, dijo otras cosas.

Comentó que a ella y a sus padres, también ya fallecidos, les gustaban mucho las canciones de Sergio. Contó que de pequeña tenía alguna patología que le producía mareos en el coche cuando, con su familia, salía de vacaciones. Cuando eso le ocurría, le ponían en el coche canciones de Mocedades, y su madre, que, según la oyente, cantaba muy bien (igual que su padre), acompañaba las canciones y le animaba a ella a que también lo hiciera. Parece que así, escuchando y cantando, se le pasaba el malestar y podía superar los mareos. A medida de que avanzaba en el relato de sus recuerdos su voz se iba quebrando y se le notaba con dificultades para decir lo que quería; era evidente que la emoción la estaba afectando.

Estaba claro, al menos para mí, que no estaba fingiendo ni nada perecido; la emoción de la interviniente era real. Supongo que ello era debido, más que al recuerdo del cantante, al de sus padres y sobre todo al de su madre cantando en los viajes. Y a medida que la mujer avanzaba en el relato de sus anecdóticos recuerdos relacionados con Sergio, nada trascendentales, y se iba percibiendo con más evidencia sus dificultades para contar lo que quería, yo me estaba contagiando de su emoción. Me conmovió. Me conmovió hasta tal punto que se me hizo un nudo en la garganta y tímidas lágrimas humedecieron mis ojos.

¡Cagüen la puta!, Julio, ¿estás tonto? me dije, entre sorprendido y molesto, con ánimo, supongo, de librarme de mi extraña reacción. —Debe de ser un síntoma de tu incipiente chochez—, me contesté tratando de quitarle importancia.

Pero me quedé pensando. No había motivos para mi conmoción; la mujer había hecho su relato sin pretender impresionar y en un clima amable y distendido, es decir, había contado una simple anécdota familiar relacionada con el cantante fallecido, mejor dicho, con sus canciones, pero sin dramatizar sobre el hecho luctuoso de la muerte de Sergio ni sobre sus recuerdos. ¿A santo de qué, mis lagrimillas?, me preguntaba intrigado, por lo que seguí pensando.

Creo que mi intriga se debía, principalmente, a que no me considero una persona, digamos, sensiblera. Desde luego, no soy de lágrima fácil. Echando la vista atrás, hasta donde alcanzan mis recuerdos, creo que, con alguna excepción, sólo he llorado en el cine (no en muchas ocasiones) y siempre conmovido al contemplar lo que podríamos llamar la exaltación/sublimación expresiva de lo mejor de la condición humana; es decir, cuando se nos muestra que las personas también somos capaces de movernos impulsados, exclusivamente, por valores positivos, como pueden ser la solidaridad, el cariño, la honestidad y la justicia. O, lo que es igual, cuando los comportamientos nada tienen que ver con el propio interés o con el egoísmo.  Pero, volviendo al relato de la mujer, tampoco se podía decir que había sido una demostración de esta exaltación/sublimación que acabo de mencionar. No, simplemente había contado una simple anécdota, por otro lado bastante intrascendente.

Pero la contó de verdad; lo que dijo le salió del alma, y con la única intención de, a través del recuerdo de las canciones de Sergio, hacer públicamente un cariñoso homenaje a su madre. Es posible que la mujer sintiera que se  lo debía. Fuera por lo que fuese, lo que percibí fue un sencillo y emotivo relato rebosante de sinceridad y honestidad. Supongo que por eso la mujer me contagió su emoción.

Le quedé muy agradecido por haberme conmovido; últimamente voy poco al cine.

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