10 jun 2017

EL PAGASARRI

Esta mañana he subido al “Paga”, o sea, al monte Pagasarri de Bilbao. Sí, sí, de Bilbao, porque en el Botxo también ¡tenemos montes!, como tenemos, por citar lo más conocido, la ría, el Guggenheim y, por supuesto, el novísimo campo de San Mamés (“la Catedral”, en términos futbolísticos). Bueno, la verdad no sé si el Paga pertenece al municipio de Bilbao, pero es lo mismo, porque la mayoría de los muchos bilbaínos que suben a él lo hacen caminando desde sus propios domicilios. Dependiendo de dónde esté el domicilio y el ritmo, se pude tardar entre hora y media y tres horas en llegar a la cima. Realmente, un paseo; mejor dicho, un muy agradable paseo.

Y a hacer agradable el paseo contribuye la buena costumbre de saludarse entre los que suben o bajan con un “aúpa”, “qué hay”, “egun on”, etc., acompañado de un leve gesto con la cabeza y, en ocasiones, con una leve sonrisa de salutación. En el entorno que nos ocupa, el saludo es la expresión del reconocimiento de que los que se saludan pertenecen a un apócrifo mismo grupo: pagasarritarras. Pasa lo mismo entre los moteros cuando en la carretera nos cruzamos con otros moteros: hacemos un gesto con la mano a modo de saludo. Pero, volviendo al saludo en el Paga, debo decir que he notado que se está perdiendo; cada vez se ve más que los que suben o bajan se desentienden de los demás y ni miran ni, menos, saludan a los que se cruzan con ellos. Pasa más con los jóvenes. Eso no me parece bien; debería haber una campaña entre los pagasarritarras para recuperar y generalizar la buena costumbre del saludo.

A lo largo de mi vida he subido muchísimas veces al Paga, unas veces, como la mayoría, andando, pero también, en no pocas, en moto (de trial); antes estaba permitido, ahora ya no. Las primeras veces que subí fue con mi abuelo; yo tendría 5 o 6 añitos; pero después he subido, como ya he dicho, muchísimas veces. Incluso, hace muchos años, con mi amigo Sergio, subí una vez con traje y corbata (ya lo conté en mis recuerdos). De viejo, o sea, en estos tiempos, cuando voy a Bilbao procuro hacer una escapadita al Paga. Además de que me sirve para probar mi preocupante condición física actual, me permite reencontrarme con mi pasado o, dicho de otro modo, recordar vivencias de otro tiempo.

Por ejemplo, hoy he recordado que una vez, con otros dos, subí corriendo durante buena parte del trayecto y, también corriendo, bajamos hasta Santa Lucía (cerca de Llodio). Y lo he recordado mientras, apoyado en un pino, me recuperaba en una de las paradiñas a que me he visto obligado esta mañana. También he recordado cómo hace ya muchos años, subiendo mano a mano con Iñaki Heppe, a 200 metros de lo que se puede considerar el final de la subida, el citado esprintó sorpresivamente con la intención de llegar el primero; no se lo permití, mi sprint de reacción fue más poderosos (le jodió, seguro que se acuerda). Hoy, desde luego, no podría haber esprintado ni un par de metros. Otro de los recuerdos de esta mañana, estando en la fuente del Tarín, es que cuando subía con mi abuelo y llegábamos a ese lugar a refrescarnos, en alguna ocasión me duché (desnudo) en las rústicas duchas que, en un nivel más bajo, aprovechaban el agua de la fuente (ahora, en lugar de las duchas hay un abrevadero para el ganado).

Pero, sobre todo, me gusta subir al Paga porque es uno de los pocos –por no decir el único- espacios de mi Bilbao que se mantiene igual que hace muchísimos años. Prácticamente, no ha cambiado: el mismo camino, los mismos pinares, los mismos helechos, las mismas rocas, la misma campa… Todo permanece igual. Solo he cambiado el refugio –de la Paca, decíamos- que se ve que ha sido remozado, aunque está en el mismo lugar y tiene la misma utilidad.

Naturalmente, también me gusta subir al Paga por hacer un poco de ejercicio,  disfrutar del paisaje y echar una miradita a Bilbao desde arriba. Pero, la verdad, cada vez que subo me cuesta más. Sobre todo, me cuesta bajar. Mis rodillas, machacadas por el tenis, curiosamente me protestan más durante la bajada que en la subida. Pero, bueno, espero que la de esta mañana no haya sido la última; confío en poder subir al Paga un buen número de veces más, aunque la bajada la tenga que hacer deslizándome por la barandilla.


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