22 jul 2017

LOS EXPERTOS


Ya he dicho en alguna ocasión que desconfío de los «expertos»; en concreto, de los que, adornados con tal condición, nos hablan desde los medios de comunicación audiovisuales. En los programas de la tele o de la radio siempre le viene bien al presentador presumir de que está con un «experto» cuando se trata sobre cualquier asunto, especialmente si tiene que ver con la sociología, con la historia, con la economía, con la ciencia del pasado y del futuro y con cualquier otro tema de los que podríamos catalogar como «abstractos no constatables»; es decir, esos temas en los que las opiniones y valoraciones subjetivas tienen la ventaja de que, aunque no pueden demostrarse fehacientemente, tampoco pueden rebatirse contundentemente.
Y así, con la, a mi entender, impostada solvencia de quien es presentado como «experto», se dicen unas cosas que, a poco que el que las escuche tenga un mínimo de criterio o sentido crítico para no dar por bueno todo lo que oye, a veces resultan hilarantes y casi siempre cabreantes.
De risa me pareció la afirmación que escuché hace unos días en la tele cuando un «experto» (no recuerdo en qué) estaba hablando de lo conveniente que era que los bebés aprendieran a mantenerse a flote para que, ante una contingencia en el agua, no perecieran ahogados. Porque, afirmó el «experto», un bebé al que no se enseñe a mantenerse a flote se ahogaría ¡en 27 segundos! Ni en uno más ni en uno menos, ¡en 27! Podía haber dicho en medio minuto aproximadamente, o entre 20 y 30 segundos, o cualquier otra lógica imprecisión; pero no, el «experto», para que, supongo, se notara que lo era, precisó el tiempo y se quedó tan pancho.
¿Cómo podría saber eso?, me pregunté al escucharle. ¿Habrá una estadística de los cronometradores de los ahogamientos?¿O el «experto» habría presenciado muchos ahogamientos de bebés? Y, en tal caso, ¿habría cronometrado esos tristes episodios? ¿O es que habría experimentado con bebés para saber estas cosas y poder ser tan preciso? Y ante una contingencia de este tipo, ¿todos los bebés reaccionarán o se defenderán igual, por lo que todos perecerán en exactamente 27 segundos? Obviamente, son preguntas absurdas; no tienen sentido. Lo único que tiene sentido es que el «experto» se tiró el pegote. En otras palabras, dijo una memez mayúscula y, como he dicho, se quedó tan pancho. Y la presentadora, impresionada. ¡Qué tío!, ¡qué listo es!, ¡lo que sabe!, puede que pensaría.
También, hace algún tiempo, me hizo mucha gracia un «experto» en paleontología, colaborador del famoso —también «muy experto»— paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga en las no menos famosas excavaciones de Atapuerca, que en la tele se permitió la boutade de decir que nuestros más antiguos antepasados —los que, según este «experto», vivieron por tierras burgalesas hace muchos ¡cientos de miles de años! (que se dice pronto)— ¡usaban palillos mondadientes! o algo parecido. Y para demostrarlo tuvo el morro de
presentar en el programa unas fotos de unas piezas dentales halladas, según él, en la excavación que presentaban con meridiana claridad una especie de estrías o rasponazos que el experto atribuyó, sin sonrojarse, a los «delicados» palillos mondadientes de nuestros antepasadísimos. Desde luego, tendrían que ser muy brutos para que, por quitarse los restos de comida tras un banquete de paletilla de dinosaurio, los prehistóricos de Atapuerca se rasparan los incisivos de tal manera que la marca se ha podido ver con nitidez después de 500.000 o 600.000 años… o más (porque estos paleontólogos, como no se les puede rebatir, tiran de cientos de miles de años como nosotros de lustros o de décadas). Pues también este «experto» dijo lo que dijo sin que demostrara ninguna duda y, como el de los bebés, se quedó tan pancho. Y el presentador del programa, epatado. Y seguramente el «muy experto» Arsuaga, después, felicitaría a su colaborador por la seguridad y contundencia demostrada en la exposición de sus tesis.

Pues a mí, como he apuntado, los «expertos» de la radio y de la tele me parecen, en general, unos cantamañanas. Tiendo a no creerme nada, nada, nada de lo que nos cuentan. Siempre que puedo, recomiendo a los demás que no les hagan ni puto caso.


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