27 jun 2018

EL PROBLEMA DE LOS VASCOS

Acabo de leer el libro titulado «El sueño de la libertad-Mosaico vasco de los años de terror», escrito por Manuel Montero, catedrático de Historia Contemporáneo de UPV (de la que fue rector de 2000 a 2004). Aunque coincido, en general, con el mensaje, me ha parecido algo pesado, así que muchos capítulos me los he «leído» en diagonal. Pero me ha servido para recordar que en 2001 escribí algo que, en parte, tiene relación con lo que se dice en el libro (400 páginas), y, como mi escrito es más ligero (22 folios) y además resulta gratis, me he animado a incluirlo en el blog, siendo consciente de que es bastante largo; desde luego, bastante más que lo que es deseable en un blog.

Por otra parte y afortunadamente, debo reconocer que mi trabajo ha quedado desactualizado gracias al abandono de ETA, pero como lo tenía escrito lo expongo por si alguien se anima a su lectura. Para el que se anime, que no olvide que fue escrito en 2001. También debo llamar su atención sobre que el título no es una deformación del tantas veces repetido «problema vasco»; yo hablé de "el problema de los vascos", que no es lo mismo.

Por cierto, he oído y leído no hace mucho que hay un plan para explicar en los colegios de Euskadi la historia de las cinco décadas de terrorismo y sus consecuencias. Por lo que he podido saber, me temo que no se explicará la patología de la que hablo en este trabajo, que, en mi opinión, afectó durante muchos años a la sociedad vasca (desde que a finales de los setenta se recuperó la Democracia en España). Creo que, al hablar de las «consecuencias», no vendría mal explicar también en los colegios un resumen de lo que expongo a continuación.

1.    Análisis inicial

La síntesis de los discursos de los diferentes bloques políticos que tienen mayor protagonismo en el debate público relacionado con el llamado conflicto o problema vasco podría ser el siguiente:

·         El nacionalismo radical (mundo de Batasuna) por encima de todo defiende las reivindicaciones políticas nacionalistas, subordinando el fin de la violencia a la consecución o, al menos, al claro encauzamiento de tal objetivo político.

·         El bloque constitucionalista (PP y PSOE) por medio de medidas políticas, policiales y legales (o judiciales) tiene como objetivo principal la erradicación del terrorismo, como condición previa e inexcusable para aceptar, eventualmente, el debate de las reivindicaciones políticas nacionalistas.

·         El nacionalismo moderado (PNV y EA) trata de combinar los dos planteamientos anteriores, al mantener sus reivindicaciones políticas nacionalistas, propias de su ideología partidaria, a la vez que, por su protagonismo institucional, le corresponde combatir el terrorismo.

Así pues, dejando al margen lo relacionado con su aspecto más dramático, que no es otro que el de las víctimas, y, en menor medida, lo referente a las demandas sobre los presos, en el debate público relacionado con este conflicto habitualmente se manejan argumentos, razones, propuestas, demandas, iniciativas, etc. de naturaleza política, policial o jurídica, en correlación con el ángulo político, policial o jurídico, respectivamente, desde que se esté enfocando el análisis.

Y es obvio que el conflicto vasco necesita de medidas de los tres tipos, pero, actualmente, el conflicto requiere ser analizado desde un cuarto ángulo: el sociológico. Porque, adelantando la tesis, es en la actitud y en el comportamiento colectivo de una parte muy importante de la propia sociedad vasca, concretamente de los sectores afines al nacionalismo moderado, donde se pueden encontrar algunas claves que podrían proporcionar las pistas para la solución. Por eso, en este trabajo se va a hacer el análisis del conflicto vasco casi exclusivamente desde la perspectiva sociológica, dirigiendo la atención especialmente al sector social que apoya al nacionalismo moderado. Por tanto, cuando en este documento hablemos de “nacionalistas” nos queremos referir a los que apoyan, concretamente, a PNV, a EA y a ARALAR.

Aclararé que si voy a dirigir la atención al citado sector es porque, por ser mayoritario, es el que tiene más posibilidades de condicionar la evolución política de Euskadi y, además y principalmente, porque en el análisis de sus comportamientos y actitudes nos toparemos con la patología que da título a este documento y que es su objeto principal. Del sector social que apoya al nacionalismo radical no voy a hablar porque me temo que el análisis de las motivaciones sociológicas, políticas e intelectuales de este colectivo podría resultar engorroso, complejo y, a la postre, poco fiable. Del colectivo social que apoya al bloque constitucionalista no me voy a ocupar demasiado, porque no influye en lo que ahora nos interesa.

Finalizando esta introducción, debo dejar constancia de que, si bien este trabajo no está exento de crítica al nacionalismo y más directamente a su soporte social, no es menos cierto que su motivación exclusiva es la de aportar a este sector de la ciudadanía vasca argumentos para estimular su reflexión sobre la problemática sociopolítica de la que es actor principal, aunque sólo sea por el hecho de que con su voto viene decidiendo quién y cómo se gobierna en Euskadi en las dos últimas décadas. Con esta crítica o, mejor dicho, autocrítica (pues el autor es vasco y habla de la problemática vasca), no se pretende la confrontación ideológica ni nada parecido; al contrario, sólo se pretende, sin el condicionamiento de filiación ni vinculación política alguna, crear en los que la tienen (al nacionalismo vasco), formal o sentimentalmente, cierta inquietud sobre su comportamiento, reclamándoles o exigiéndoles más intervención y protagonismo en la solución a la grave situación actual de Euskadi. Por eso, el autor se permite pedir al lector, especialmente si es vasco nacionalista, un esfuerzo para seguir la lectura despojado de toda beligerancia intelectual, tratando de ver en estas líneas simplemente el punto de vista particular de un vasco sobre la cuestión vasca.

2.    El  conflicto (o problema) vasco

Como en cualquier problema, para tratar de analizarlo y solucionarlo lo primero que se requiere es tener claro su enunciado. Es decir, es necesario identificar con claridad el problema o, lo que es igual, identificar las causas que dan lugar o determinan la situación problemática. Esto es aún más importante en un conflicto como el que nos ocupa, en el que la intensidad dialéctica, cuando no los excesos verbales, es una constante en el escenario en el que transcurre su trama política. Así, no es extraño que los ciudadanos que contemplan el debate sientan cierto aturdimiento y confusión, hasta el punto que hayan podido perder la perspectiva del conflicto real por haber llegado a un estado de desconcierto en el que se puede decir con toda propiedad que “los árboles impiden ver el bosque”. Y esto puede ser la causa de que la ciudadanía vasca, que es la que vive más de cerca el conflicto, tenga dificultades, ya no para el análisis, sino simplemente para la identificación del problema. Por tanto, antes de nada, tratemos de precisar o concretar las coordenadas del conflicto o problema vasco o, recurriendo a la metáfora empleada, a describir con precisión “el bosque”.

Y para ello, basta con reflexionar sobre lo que hemos dicho en la introducción al referirnos a la síntesis de los discursos de los bloques políticos litigantes. Basándonos en ello se llega a la conclusión de que el conflicto vasco, actualmente, estriba en la presencia simultánea de dos fenómenos sociales:

·         Por un lado, la violencia terrorista de ETA y sus derivados.
·         Por otro, las demandas políticas de naturaleza nacionalista gestionadas por los partidos nacionalistas.

Aunque se podría decir que ambos fenómenos sólo son los aspectos visibles o superficiales del conflicto y que éste tiene unas raíces más profundas y complejas no es menos cierto que si los dos fenómenos no se simultanearan o convivieran el conflicto vasco dejaría de tener el dramatismo y las ácidas connotaciones sociales que tiene actualmente. Es decir, sin el terrorismo se mantendría un conflicto político pero, indudablemente, con efectos totalmente diferentes, desde luego mucho más suaves. Sería un conflicto diferente... un conflicto estrictamente político.

Consecuentemente, debemos insistir en que, actualmente, hay que identificar el conflicto en la presencia simultánea de los dos fenómenos, porque es indudable que lo que impide el diálogo, el acercamiento o el entendimiento entre los bloques enfrentados es, en síntesis, que mientras que los nacionalistas, con mayor o menor énfasis, están empeñado en abordar ambos aspectos a la vez, superponiéndolos, relacionándolos o subordinándolos, el constitucionalista mantiene lo contrario, es decir, considera que las dos caras del problema deben ser tratadas de forma diferenciada e independiente y, además, por orden: primero el terrorismo debe desaparecer y después ya se hablará de las reivindicaciones políticas.

De esto se deduce que la actual situación de enquistamiento y bloqueo que presenta el conflicto vasco no se debe a complejas y discutibles raíces históricas, sociológicas o políticas en las que puede estar su origen, sino en la forma de abordar sus dos actuales manifestaciones, por lo cual, como primera conclusión, tenemos que el problema vasco, o sea, “el conflicto”, hoy por hoy, se basa en el enfrentamiento de las siguientes posiciones:

·         Los nacionalistas: Quieren resolver las dos caras del problema (política y violencia terrorista) a la vez, simultáneamente. O con más precisión, consideran que si se van dando pasos para la solución del conflicto político se facilitará la solución de la violencia. Resumiendo, consideran que si se arregla la política desaparecerá el terrorismo.
·         Los constitucionalistas: Lo tienen claro. Mientras haya terrorismo, ni una concesión a la política. O sea. primero que desaparezca el terrorismo y luego hablaremos de política.

Al ver lo anterior, un lector nacionalista puede que diga que ellos, los nacionalistas, en múltiples ocasiones su han pronunciado en contra del terrorismo y le han pedido a ETA que desaparezca. Es verdad. Pero no es menos cierto que, mientras dicen esto, mantienen tensas sus reivindicaciones políticas soberanistas y proponen medidas de alto impacto político como han sido el “Plan Ibarretxe” y la propuesta de “referéndum” presentada por este Lehendakari, a la vez que se sube de tono el discurso que reclama la autodeterminación o la capacidad del pueblo vasco para decidir por sí mismo su futuro.

Volviendo al problema, tenemos que, al menos en su enunciado o identificación, el conflicto vasco es bastante más simple de lo que parece. Sorprendente pero cierto. Pero es obvio que su solución no lo es tanto, porque en su sencillo enunciado se evidencia el abismal antagonismo ideológico-político presente en la sociedad vasca, que se ha gestado, moldeado y madurado a través del tiempo, de modo más o menos natural o artificial, con el resultado de una sociedad claramente dividida. Porque no hay duda de que si los partidos políticos litigantes mantienen sus posturas es porque los respectivos colectivos sociales que los apoyan, o, lo que es igual, a los que representan, se muestran de acuerdo con ello.

Sin entrar ahora en el análisis de las razones, argumentos, compromisos y convicciones en que cada bloque sustenta su postura ideológica, resulta evidente que se mantienen por cada uno con el apasionamiento propio de los conflictos con trasfondo sentimental. Y no hay que olvidar que, aunque el apasionamiento es una actitud legítima y muchas veces deseable como impulso del comportamiento humano, también es verdad que puede debilitar o anular los mecanismos de reflexión o raciocinio ante las situaciones problemáticas. Si se perciben síntomas de esto último, como se expondrá más adelante, y se pretenden soluciones, no hay duda de que, en aras de la higiene intelectual que requiere este conflicto, habrá que desoír ciertos impulsos viscerales y hacer más caso a la razón.

3.    Sinrazón del terrorismo

Por mucho que en los rifirrafes políticos se oigan descalificaciones generales o particulares (ante determinados comportamientos en la acción política) y se hayan detectado e, incluso, juzgado y condenado disfunciones, excesos o delitos en los poderes públicos del Estado, no hay duda de que en España, hoy en día, el devenir político se ajusta a las reglas democráticas homologadas por la llamada sociedad occidental o avanzada. Es decir, admitiendo los fallos, es incuestionable que en España, actualmente, esta vigente el Estado de Derecho.

Por otro lado, excluyendo las posturas extremistas, la inmensa mayoría de la sociedad española, incluida la totalidad de la vasca, admitiría la legitimidad formal de las demandas políticas nacionalistas siempre que se canalizasen por los cauces del ordenamiento jurídico vigente limitado por la Constitución (incluso las que pretendieran su modificación). Al menos así se manifiestan los partidos políticos; otra cosa es que éstos —y los sectores sociales a los que representan— estén o no de acuerdo con tales demandas, y, por tanto, que, llegado el momento, las apoyaran o las rechazasen, siempre, también, por los mismos cauces legales y democráticos.

Por tanto, sin extendernos en excesivos razonamientos, se tiene que admitir la evidencia de que en el marco político del estado español se dan plenas garantías democráticas para la expresión y defensa de cualquier reivindicación política. Además y circunscribiéndonos a Euskadi, es innegable lo siguiente:

·         Las altas cotas de autogobierno autonómico.
·         La atención preferente desde los poderes públicos autonómicos al mantenimiento de los rasgos culturales autóctonos
·         Una situación de bienestar socioeconómico relativamente aceptable y con posibilidades para su mejora

De este retrato elemental y básico del entorno y del escenario en que se desenvuelve la actividad sociopolítica de Euskadi se podrán discutir los matices, se podrán incorporar elementos, se podrán manifestar insatisfacciones, se podrán añadir ambiciones o demandas, etc., como en cualquier otro ámbito social, pero, objetivamente, difícilmente se negará que ofrece  condiciones, más que aceptables, para la convivencia pacífica, por un lado, y para la canalización por vías democráticas de cualquier requerimiento o reivindicación de la sociedad.

Resulta, por tanto, incongruente y anacrónico que en tal escenario haya sectores que, negando la evidencia y arrogándose indebidamente la representación de toda la sociedad o, al menos, de una parte muy importante, se empeñe en el recurso a la violencia y al terrorismo para tratar de conseguir sus demandas. Es decir, sin manejar otras consideraciones de tipo moral, legal, político, económico o social, sólo sobre la base de la lógica democrática y del sentido común, es una aplastante evidencia, se mire como se mire, que el terrorismo de ETA es, ante todo, una absurda y dramática sinrazón. Si a esto le añadimos la brutal nocividad de sus efectos, resulta más que evidente la necesidad de que el terrorismo sea rechazado inequívocamente por la ciudadanía y, por tanto, combatido con contundencia por los poderes públicos.

Este elemental razonamiento, que de simple se podría catalogar de perogrullada, es compartido por la totalidad de la sociedad española a excepción, si nos atenemos a los comportamientos (sobre los que más adelante nos extenderemos), de una parte importante de la ciudadanía vasca. Esta parte es la que da su apoyo social, con el voto y con su actitud seguidista, al nacionalismo vasco moderado, los más, y al radical, los menos. Porque, dejando de lado a éste, por no ser objeto de este trabajo, y centrándonos en aquél, resulta evidente que la acción política del nacionalismo moderado frente al terrorismo, resulta, cuando menos, confusa, por su permanente alternancia entre la crítica enérgica, la tibia reprobación y, lo que es peor, la explícita comprensión.

Por tanto, en esta actitud social colectiva y mayoritaria que, aparentemente, no muestra una contundente beligerancia frente al terrorismo o, lo que es igual, que apoya a los partidos políticos que actúan así, se percibe el principal síntoma de que algo pasa en la sociedad vasca, puesto que no parece asumir la lógica del razonamiento anteriormente expuesto que concluye en que los poderes públicos están obligados a combatir el terrorismo con contundencia. Tratar de analizar lo que pasa es el objeto de este trabajo 

4.    Efecto sociológico del conflicto-El problema de los vascos

A juzgar por su duración, por el número de víctimas ocasionadas y por las tensiones políticas y sociales que genera, no hay duda de que el conflicto vasco ha sido y es el mayor problema interno de la historia democrática reciente de España. Si a ello se añade la desazón que produce en la ciudadanía la convicción muy extendida de que, con el paso del tiempo, el conflicto, en lugar de ir debilitándose, presenta síntomas de enquistamiento o, incluso, de agravamiento, se comprende el hastío social con que se contempla la cuestión vasca.

Desde la perspectiva de la sociedad española no vasca, de un tiempo a esta parte tal hastío está ya degenerando en la afloración de sentimientos más agrios, como pudiera ser la animadversión hacia el nacionalismo vasco en particular y, lo más grave, hacia lo vasco en general, que se acrecientan cada vez que se produce algún atentado de ETA e, incluso, cuando se escuchan algunas manifestaciones de los líderes políticos de las diferentes versiones del nacionalismo vasco. No es objeto de este trabajo el análisis de esta preocupante transmutación de sentimientos, por lo que no vamos a detenernos en ella, salvo para decir que es de esperar que la madurez y razonabilidad de la inmensa mayoría de la sociedad española, demostradas en incontables ocasiones de nuestra historia reciente, eviten su propagación y, desde luego, su generalización.

También la sociedad vasca, generalizando, ha sido presa del hastío, pero aquí el deslizamiento degenerativo ha sido hacía la resignación a convivir con los efectos del conflicto. Hay que precisar que esta resignación es más acusada en los sectores sociales cercanos a las diferentes versiones del nacionalismo. Centrándonos en éstos, se podría decir, incluso, que de la resignación se ha pasado a la indiferencia e insensibilidad. Esta preocupante actitud se puede percibir especialmente en las reacciones o, mejor dicho, en la falta de reacción de esa parte de la ciudadanía tras los atentados de ETA. La tendencia a no comentarlos abiertamente o, si se habla de ellos, hacerlo sólo en términos descriptivos, evitando o, al menos, suavizando la crítica o el reproche, es práctica habitual entre buena parte de los ciudadanos cercanos ideológicamente al nacionalismo o entre los ciudadanos en general cuando se está en presencia de alguno de aquéllos. Naturalmente, el miedo, la desconfianza o, simplemente, el “no querer complicarse la vida” pueden tener mucho que ver en tales comportamientos, pero, a la postre, la consecuencia, al menos superficial, es que buena parte de la sociedad vasca practica y consiente la indiferencia ante los salvajes crímenes del terrorismo.

Lo mismo ocurre ante otras flagrantes anormalidades sociopolíticas presentes en la convivencia en Euskadi, como es el caso de las amenazas y hostigamiento que sufren, además de las fuerzas de seguridad del estado y autonómicas, gran número de ciudadanos por el hecho de haber manifestado su compromiso ideológico o su posicionamiento intelectual contrario a las tesis políticas del nacionalismo radical o simplemente en contra del terrorismo, como es el caso de la totalidad de políticos pertenecientes a los partidos del bloque constitucionalista y de buen número de ciudadanos relevantes de los ámbitos intelectual, mediático, cultural, jurídico, docente y empresarial.

Curiosamente,  a estos mismos sectores resignados o que practican la indiferencia les resulta extremadamente irritante que haya quien actúa opuestamente; es decir, no soportan bien o no comprenden la actitud de aquéllos que sí enfatizan sobre la nocividad de las acciones terroristas, bien mostrando y denunciando su barbarie o bien protestando con rabia y energía. Así, se percibe un rechazo instintivo ante los medios de comunicación de ámbito estatal cuando se ocupan de los desgraciadamente frecuentes hechos noticiables de signo negativo relacionados con Euskadi, interpretando la lógica periodística que tiende a destacar “lo malo” (“lo bueno” o normal de cualquier sitio no suele ser noticiable) como signos de hostilidad. Por ello, suele ser frecuente que quienes así reaccionan procuren enfatizar, cuando encuentran ocasión ante los ajenos a Euskadi, sobre sus aspectos positivos destacables, que, afortunadamente, no son pocos, y a tratar de transmitir una sensación de tranquilidad social con aquello de “no es tanto como dicen”. Pero sí es; por lo que decir lo contrario no es más que el efecto de un lógico y muchas veces inconsciente impulso de encubrir o no querer ver una realidad que duele.

Esta falta de objetividad o de realismo no es más que un efecto colateral de la indiferencia y resignación ya comentada, que ha degenerado en que los intermitentes golpes del terrorismo y la continua acción de la violencia callejera, junto con los demás efectos de la anormalidad social presente en la convivencia en el País Vasco, han sido asumidos por determinados sectores de la sociedad como “parte del paisaje”. Esto se puede considerar comprensible, hasta cierto punto, y tristemente coherente en el sector afín al nacionalismo radical; pero no debería ser así en el sector que da su apoyo al nacionalismo moderado.

Bien sea por idiosincrasia, por tradición, por el propio conflicto o por la razón que sea, Euskadi posiblemente es la comunidad autónoma más politizada de España, por lo que parece un contrasentido lo dicho en el párrafo anterior. Efectivamente, resulta una amarga paradoja constatar que donde, relativamente, se leen más periódicos, se habla y se escucha más de política y, obviamente, se vive más de cerca el conflicto, haya una parte muy importante de la sociedad peligrosamente resignada a convivir con él e insensibilizada ante sus efectos. Y, por aclarar, de esta resignación son partícipes también los que con aparente y pretendida indignación e implicación tratan de escudarse en el tramposo y muy corriente escuchado latiguillo de “que hagan algo”, con el que, refiriéndose a los políticos, muchos ciudadanos tratan de esconder su indolencia o inhibición descargando toda la responsabilidad en los que habitualmente denuestan.

En esta resignación, insensibilización e inhibición están los síntomas del efecto más grave —al margen de las víctimas— del conflicto vasco: el problema de los vascos (que da título a este trabajo).  Como trataremos de explicar más adelante, este problema sociológico se podría definir como la coyuntural dificultad para la reflexión y el raciocinio que se observa en los sectores sociales afines al nacionalismo moderado, que les impide la percepción y enjuiciamiento objetivo de la realidad que les circunda, especialmente del fenómeno terrorista. Ni que decir tiene que ésta, como cualquier otra generalización, resulta injusta e inexacta, si bien para un análisis como el que nos ocupa no hay más remedio que utilizarla.

Por concluir este apartado conviene precisar que, como ya habrá quedado entendido, al referirnos hiperbólicamente al problema de los vascos estamos dirigiendo la atención al sector de la sociedad vasca que apoya al nacionalismo moderado. Por tanto, sería más preciso hablar del “problema de una parte importante de los vascos", aunque, hecha la matización, mantendremos la hipérbole por una cuestión de simple retórica.

5.    El impulso social

Llegados a este punto conviene hacer un paréntesis en el análisis para hacer algunas reflexiones en abstracto de tipo sociológico que pueden ayudar al lector a comprender la intencionalidad del artículo.

Es indudable que un conflicto como el que nos ocupa, de repercusión generalizada en la sociedad afectada, atañe a todos y cada uno de los miembros de ésta. Por tanto, aunque se le califique de político, policial, histórico, cultural, etc. o cualesquiera otros adjetivos, no significa que quienes no están en las funciones públicas u ocupen posiciones relevantes en la sociedad quedan exentos de responsabilidad ante el problema. Por el contrario, en el conjunto de actitudes y voluntades individuales, o sea en la actitud o voluntad mayoritaria, ha de estar la clave para la solución. Esta fuerza es lo que podríamos denominar el impulso social.

El impulso social se materializa por la suma de las actitudes y opiniones individuales, se canaliza por las diferentes vías de que dispone la sociedad para dar a conocer la opinión pública —que van desde las conversaciones en el bar o durante la comida familiar del domingo hasta las manifestaciones colectivas en la calle, pasando por los medios de comunicación— y determina o, por lo menos, influye en el rumbo de la acción política de los poderes públicos. Ahora bien, el impulso social se puede demostrar por acción o por omisión.

En el primer caso, impulso social activo, la ciudadanía expresa con claridad lo que echa en falta y lo reivindica, y los poderes públicos, que perciben con claridad lo que se les pide, se ven obligados a hacerlo Es decir, la sociedad manifiesta sus demandas y los gobiernos las atienden.

Por el contrario, en el caso del impulso social por omisión, o sea, cuando la sociedad no se manifiesta con claridad o se inhibe, demuestra una actitud conformista y de seguidismo de los poderes públicos, por lo que éstos tienden a interpretar, con cierta lógica, que su gestión se acomoda a los intereses de los ciudadanos (el que calla otorga) y, por tanto, que es apoyada por la sociedad. En este caso los gobiernos, sin trabas, actúan como locomotora de la sociedad. Dicho de otra forma, la ciudadanía se deja arrastrar por los que mandan. Aunque también esta opción es democrática y legítima, no hay duda que entraña el riesgo de que si la locomotora se equivoca de vía arrastre a la sociedad por el camino erróneo.

Obviamente, una sociedad será más vigorosa y saludable cuanto más demuestre, por su acción, el impulso social activo. No sólo mediante el ejercicio democrático de elegir cada cuatro años a los poderes públicos, que no es poco, sino, sobre todo, por una permanente actitud de alerta ante la gestión de éstos, y, especialmente, por el ejercicio individual y colectivo del derecho a la crítica y a la manifestación de sus deseos y opiniones sobre los problemas, eventos y situaciones que se vayan presentando. Esto, que es saludable en situaciones normales de cualquier grupo social, resulta inexcusable y vital cuando el grupo se enfrenta con situaciones extremadamente conflictivas, como es el caso que nos ocupa.

De lo dicho se desprende que si, ante un conflicto grave, la sociedad o buena parte de ella se inhibe o se resigna, esta demostrando claramente su debilidad o degradación. Cuando esto se produce en una sociedad como la vasca, que históricamente ha dado muestras de extraordinario vigor, tendremos que inferir que la afección es sobrevenida y coyuntural, por lo que cabe confiar en que puede ser superada.

6.    El  problema de los vascos – Causas

Recordemos que hemos denominado el problema de los vascos a los comportamientos y actitudes observables en los sectores cercanos al nacionalismo moderado que evidencian la resignación, insensibilización e inhibición ante los efectos de la cara violenta del conflicto vasco, es decir del terrorismo y sus derivados.

Naturalmente, como cualquier otra alteración en el comportamiento humano, individual o colectivo, la que nos ocupa también tiene sus causas y razones que la explican y, en cierto modo y con benevolencia, la podrían justificar. Hay una razón que salta a la vista: el miedo. Sobre ésta no hay mucho que decir porque su origen y motivación son evidentes. Sólo cabe significar que, con mayor o menor intensidad, afecta a la totalidad de la sociedad vasca, si bien puede que en el colectivo que ahora más nos interesa (sector afín al nacionalismo moderado) no sea la causa principal, ya que, por razones obvias, este sector no es el de mayor exposición al riesgo. No obstante, conviene aclarar que muchos no son conscientes del miedo que padecen “porque nunca dan motivos”, sin percatarse de que tal actitud es, precisamente, la consecuencia de su padecimiento.

Otras causas son menos evidentes, como podría ser el cansancio por la larga duración del conflicto, la frustración por la ineficacia de las soluciones intentadas, el desconcierto motivado por la frecuente ambigüedad de algunos líderes políticos, el “conmigo no va ni se van a meter, por lo tanto paso”, etc. Unas más y otras menos, según los casos, han podido influir en cada individuo para llegar a la situación colectiva de resignación e inhibición ya comentada. Pero, además, y posiblemente como una consecuencia síquica de todas las causas citadas, la principal y más preocupante causa de el problema de los vascos es de naturaleza intelectual, y en ella nos vamos a detener.

Nos referimos a la dificultad o incapacidad para enfocar o analizar objetivamente el problema o, dicho de otro modo, a la coyuntural falta de raciocinio, en relación con el conflicto, que se observa, en general, en los sectores sociales próximos al nacionalismo moderado.

Partiendo de que, como se ha dicho, hay una tendencia clara a no hablar demasiado del terrorismo, cuando se hace, tanto en privado como en público (especialmente por la radio), se percibe en los ciudadanos afines al mencionado sector cierta resistencia a enjuiciar al terrorismo como fenómeno independiente y, de seguido, a desplazar dialécticamente el epicentro de la cuestión hacia lo que al principio identificábamos como la cara política del problema, es decir hacia las reivindicaciones políticas de naturaleza nacionalista. Indefectiblemente, se mezclan las dos cuestiones y, además, se enfatiza en esta última a la vez que se suaviza el tono en las referencias a la primera. Se percibe claramente que para los ciudadanos afines al nacionalismo moderado la cuestión terrorista, intelectualmente, resulta incómoda y se rehúye, a la vez que, por el contrario, en el debate relacionado con la reivindicación nacionalista se encuentran más confortablemente. Percibiendo este comportamiento se obtiene la clara sensación de que se evita el análisis, la reflexión y el debate sobre la cara terrorista del conflicto porque, simplemente, se teme llegar a la elemental conclusión, ya expuesta anteriormente, de su absurda sinrazón. Dicho de otro modo, este comportamiento intelectual no es otra cosa que un inconsciente mecanismo de autodefensa para eludir una realidad que no gusta. Porque no es aventurado decir que, por idiosincrasia, tradición y, sobre todo, por los fundamentos morales y humanistas de su propia ideología, el nacionalismo moderado, internamente, rechaza de plano la actual barbarie de ETA.

Conviene, pues, profundizar en las razones que pueden estar influyendo para que se produzca la citada incoherencia entre el enjuiciamiento interno y la manifestación externa que se aprecia en el sector social afín al nacionalismo moderado, que, a la postre, le lleva a contemplar con cierta benevolente indiferencia la cuestión del terrorismo vasco y derivados. A poco que se analice este comportamiento se llega a diagnosticar que es la manifestación de un doble sentimiento:

·         Por una parte, el nacionalismo moderado considera al mundo radical, incluida ETA, copartícipe de los objetivos políticos nacionalistas, aunque discrepe con él en el método para conseguirlos.
·         Por otra, a la vez siente que tiene una deuda con ETA.

Sobre el primer punto, del que se ha dicho y escrito mucho, por estar implícita o explícitamente contenido en buena parte de las críticas políticas que desde el bloque constitucionalista se dirigen al nacionalismo moderado, no vamos a añadir gran cosa. Sólo que nos parece un sentimiento primario que se apoya, principalmente, en el inconsistente e irreflexivo argumento tribal de “son de los nuestros”. Este mismo sentimiento es el que activa en los sectores sociales nacionalistas el rechazo visceral y sistemático a cuanto proviene “de los otros”, especialmente si no son vascos. Aunque desde la perspectiva sociológica pueda ser entendible, no es menos cierto que, intelectual y racionalmente, tales actitudes no tienen justificación.

Al hablar del segundo, o sea del sentimiento de deuda con ETA, hay que comenzar admitiendo que es indudable que, especialmente en la segunda mitad de la época franquista, ETA llevó casi todo el peso de la reivindicación nacionalista vasca y que su presión fue determinante para que, ulteriormente, ya en el periodo democrático, la Constitución recogiera las bases legales para la articulación de la España de las autonomías, cuyo posterior desarrollo ha propiciado las altas cotas de autogobierno de que hoy goza Euskadi, por lo que es comprensible que los nacionalistas sientan que algo deben a ETA  Pero, dicho esto, también hay que decir con la misma claridad que la deuda está pagada con creces. El daño que ETA ha ocasionado a Euskadi, en lo social, moral y económico, especialmente durante el periodo democrático, en el que el terrorismo se ha manifestado con especial virulencia, con un brutal y dramático coste en vidas humanas y, por otro lado, con el también altísimo coste que representa la fractura social que se ha producido en Euskadi, ha contrarrestado, de largo, la contribución de ETA los logros políticos a que aludíamos. Si a ello añadimos los incalculables efectos negativos, en sus más variados aspectos, que para el pueblo vasco puede tener el rencor y animadversión que, como ya se ha dicho, ETA ha podido sembrar en la sociedad española en contra del nacionalismo, en particular, y de lo vasco, en general, hay que concluir que, sin ninguna duda, el terrorismo de ETA presenta un saldo sustancialmente negativo para la sociedad vasca y, por consiguiente, para el nacionalismo. Por tanto, en el nacionalismo ni, mucho menos, en el pueblo vasco en su conjunto está actualmente justificado ningún sentimiento de deuda hacía ETA. Además, no hay que olvidar que la ETA de la época preautonómica o preconstitucional poco tiene que ver con la actual. Por precisar lo aquí dicho, conviene aclarar que al referirnos al nacionalismo estamos identificando, especialmente, su base social, es decir a los ciudadanos nacionalistas de a pie; porque si pensásemos en la clase política o en los que se benefician directamente (con cargos, empleos y prebendas) del amplio poder que ostenta el nacionalismo en Euskadi, puede que tendríamos que decir otra cosa respecto a la deuda con ETA.

Para concluir este apartado, en el que nos hemos referido a las causas del problema de los vascos, conviene decir que, como ante cualquier patología o situación problemática, para enfrentarse a él y tratar de remediarlo lo primero que hay que hacer es tomar consciencia de su existencia. Este es el exclusivo propósito de este trabajo.

7.    El problema de los vascos – Efectos

Expuestas las causas y razones del problema de los vascos volvamos a sus manifestaciones o efectos. Ya se ha dicho que, sea como consecuencia de las diferentes causas comentadas o por otras razones que se nos escapan, lo cierto es que el sector social más numeroso de Euskadi aparenta tener bloqueados sus mecanismos de análisis y facultades para la reflexión objetiva cuando el debate versa sobre la cara violenta del conflicto vasco, y que así se explica la tendencia a rehuir ese saludable y necesario ejercicio intelectual.

Esta especie de aturdimiento o confusión mental dificulta o impide a los ciudadanos nacionalistas fijar su propio criterio, obligándoles a establecer su posicionamiento personal ante el conflicto basándose, exclusivamente, en “lo que les dicen”, aceptando, en consecuencia, como suya la opinión de los líderes y portavoces del nacionalismo y rechazando, mecánica y sistemáticamente, los mensajes políticos provenientes del bloque constitucionalista.

Como ejemplo de tal seguidismo irreflexivo se podría citar las constantes apelaciones al diálogo, como fórmula de solución, que no deja de ser un ambiguo subterfugio político carente de contenido, esgrimido insistentemente por los portavoces de los partidos nacionalistas o del propio Gobierno Vasco, sin una clara ni concreta intencionalidad, a no ser que se entienda como táctica moratoria en el debate político, o sea, como aquello de “marear la perdiz”. Por tanto, el recurso al “que dialoguen” o al “que hagan algo” es el síntoma más visible de la inhibición particular (consciente o inconsciente) de los que lo dicen y, además, en éstos, la expresa declaración de la evidencia de su bloqueo intelectual para encararse con el conflicto.

En consecuencia, el efecto principal del problema de los vascos es una patológica resignación de los ciudadanos afectados a dejar totalmente en manos de los líderes —a los que apoyan— la iniciativa y las soluciones del conflicto. En otras palabras, el efecto del problema de los vascos es una clara sumisión intelectual de las bases sociales del nacionalismo moderado ante sus líderes, en una actitud colectiva que podría considerarse paradigma de lo que antes hemos denominado impulso social por omisión.

En ese contexto sociológico se inscribe la ya comentada actitud de indiferencia y resignación ante el terrorismo, según la cual una parte muy importante de la ciudadanía elude enfrentarse intelectualmente al enjuiciamiento del fenómeno terrorista, “delegando” ese compromiso en sus líderes políticos o, dicho de otro modo, abdicando en éstos de su derecho al protagonismo.

Y en esta abdicación está una de las claves del problema y, por tanto, de su solución. Porque lo que realmente está haciendo el grupo social abdicante es, emulando a Pilatos, lavarse las manos colectivamente (aunque en su escenificación los papeles serían opuestos), descargando en sus líderes políticos —y además gobernantes— la “desagradable” tarea de criticar y combatir al “molesto” terrorismo.

Pero es comprensible que los políticos no pretendan ser recordados como héroes, por lo que, conscientes de los riesgos que comporta un posicionamiento abiertamente crítico y frontal contra el terrorismo, reciban “la patata caliente” con el comprensible pragmatismo propio de la clase política. Es decir, la clase política nacionalista no va a mostrarse beligerante con el terrorismo mientras sus bases no se lo demanden con claridad. Así, nos encontramos que, en relación con el terrorismo, entre las bases sociales del nacionalismo moderado y sus líderes políticos, a lo largo de los años, se ha gestado, posiblemente de forma impremeditada, un bucle-vínculo que les une y les hace cómplices y, por tanto, responsables a los unos del comportamiento de los otros y viceversa.

Obviamente, si, ya de por sí, el desempeño profesional de la política tiene en Euskadi un plus de dificultad y riesgo, no es de esperar de los que están en esta tarea (y, sobre todo, si ostentan el poder) la iniciativa para deshacer el citado vínculo. Por el contrario, es comprensible, que se esfuercen en mantenerlo. También para los ciudadanos afines al nacionalismo la situación propiciada por el vínculo resulta más confortable, pues en la actitud tibia de sus líderes encuentran la justificación de su propia y cómoda tibieza e inhibición. Así pues, nos encontramos con que el bucle-vínculo —o complicidad en continua retroalimentación— existente entre los líderes políticos (gobernantes) del nacionalismo moderado y sus bases sociales proporciona una gran confortabilidad para la acción política de aquéllos, a la vez que para éstas representa un eficaz bálsamo tranquilizador ante posibles inquietudes o problemas de conciencia.

Y este fenómeno es uno de los efectos más dañinos del repetido problema de los vascos y, además, uno de los escollos claves que impiden la solución del conflicto vasco. Porque la complicidad existente entre los gobernantes y el sector mayoritario de los gobernados en Euskadi, es lo que impide que en la sociedad vasca se perciba el necesario “impulso social” para erradicar el terrorismo. Porque es indudable que si la sociedad vasca mayoritaria mostrara inequívocamente su rechazo intelectual a ETA y, especialmente, a sus métodos, y, por los conductos que citábamos al hablar del “impulso social”, se hiciera llegar, tanto a la organización terrorista como a los gobernantes y a su soporte político, un clamor social de repudio a la violencia y a la intervención de ETA en la convivencia sociopolítica de Euskadi nos encontraríamos con que, por un lado, el Gobierno Vasco tendría que posicionarse sin ambigüedades en contra de ETA y mostrarse mucho más contundente en la lucha antiterrorista, y, por otro y puede que más importante, ETA quedaría despojada de la, en cierto modo, cobertura social que le proporciona la actual tibieza en la crítica del nacionalismo, en la que hoy se ampara para barnizar de legitimidad su permanente presencia en el devenir sociopolítico de Euskadi.

Resumiendo este capítulo, podría decirse que si se admite que hay razones para pensar que, además de las medidas policiales, políticas y legales, para erradicar el terrorismo es necesario la demanda expresa, contundente, inequívoca y mayoritaria de la sociedad vasca, incluido, naturalmente, el sector nacionalista, habría que concluir que la desaparición de ETA está condicionada por la eliminación del problema de los vascos.

En otras palabras, la solución al conflicto vasco pasa por que los sectores sociales afines al nacionalismo moderado recuperen su protagonismo, de modo que, sin renunciar a su ideología y a sus aspiraciones políticas, pero despojándose de ciertos atavismos afectivos y encorsetamientos sentimentales, encaren el conflicto reflexivamente, sin complejos, con valentía  y con inteligencia, especialmente en lo que concierne a su manifestación violenta, o sea frente a la sinrazón terrorista, diciendo de modo inequívoco y clamoroso NO a ETA.

8.    Las reivindicaciones nacionalistas

En un anterior apartado hemos resaltado la sinrazón de la cara violenta del conflicto vasco. Ahora corresponde hablar del otro efecto visible del conflicto, es decir, de las reivindicaciones políticas de naturaleza nacionalista, si bien no vamos a entrar en el análisis de sus fundamentos porque esto no es el propósito de este trabajo. Así que nos vamos a limitar a un análisis de la proyección sociológica de tales reivindicaciones cuando son utilizadas instrumentalmente: por parte de los partidos nacionalistas moderados, como resorte para mantener la adhesión de sus bases, y por el nacionalismo radical, ante la sociedad en general, como pretendida justificación o coartada del terrorismo. En la línea que venimos manteniendo, nos ocuparemos exclusivamente de los primeros.

Y como podría resultar muy prolijo tratar de todas las reivindicaciones del nacionalismo moderado nos vamos a centrar en lo que se considera el objetivo político final o supremo de esta ideología, que, a juzgar por lo que se oye, se podrían concretar en las aspiraciones a la soberanía o independencia del territorio que, según la teoría nacionalista actual, en la que coincide todo el nacionalismo (el moderado y el radical),  hoy se conoce como Euskal Herria, es decir, Euskadi y Navarra, en el estado español, y los territorios de Lapurdi, Behenafarroa y Zuberoa, en el estado francés. Y hemos precisado que esto es según la teoría nacionalista actual porque en otro tiempo, no demasiado lejano, no ha sido así, si nos atenemos a las fronteras del hipotético Estado Vasco que describían algunos teóricos del independentismo vasco que tuvieron gran protagonismo e influencia en los primeros pasos de ETA durante los pasados años sesenta (véase “Vasconia”, 1963, de Federico Krutwig). 

Al margen de esta puntualización y centrándonos en la teoría nacionalista actual, nos encontramos con que las pretensiones soberanistas afectan a diversos territorios en los que es incuestionable que existe un desigual apoyo social a tales objetivos. Mientras que en Euskadi podría llegar a ser mayoritario, es indudable que no sucede así en Navarra y en los territorios franceses. Incluso, entre los territorios históricos de Euskadi se dan diferencias importantes. En Álava, al menos hoy, el nacionalismo es minoritario.

Se puede decir, por tanto, que, en una parte muy importante del territorio afectado por los objetivos soberanistas, el nacionalismo, actualmente, no cuenta con el soporte social suficiente que los justifique, si es que tal justificación se ha de basar en una voluntad mayoritaria de la sociedad implicada. Y, a juzgar por las tendencias, da la sensación de que mucho tendrían que cambiar las inquietudes, aspiraciones y comportamientos sociopolíticos de los grupos sociales afectados para que las cosas fueran de otro modo.

Hemos hablado de Euskal Herria como territorio objeto del hipotético Estado Vasco. Pero puede que haya quien opine que se podría construir este estado por fases, limitándolo en un principio al territorio de la actual Comunidad Autónoma Vasca para, así, hacer más factible una respuesta mayoritaria de la sociedad, dejando para fases ulteriores la anexión de los demás. Así se podrían entender algo las confusas e inconcretas referencias que desde la cúpula del gobierno autonómico se hacen sobre la posibilidad de un referéndum de autodeterminación (puesto que este gobierno sólo tiene jurisdicción sobre Euskadi), aunque si éste se llegara a plantear seguro que habría quien discutiría la participación de Álava.

De cualquier modo, lo que parece evidente es que las reivindicaciones políticas nacionalistas que hacen referencia al soberanismo o a la independencia adolecen, al menos aparentemente, de dos importantísimos defectos que las desnaturalizan: uno, que no están claras y, dos, que, sean como sean, actualmente resultan, sencillamente, utópicas. En otras palabras, no se sabe bien lo que se quiere y, además, ahora es imposible. Pero, siendo esto así, lo curioso es que una parte muy importante de la sociedad vasca asume sin ningún reparo intelectual la presencia de tales reivindicaciones en la dialéctica política cotidiana e, incluso, las hace suyas y las apoya, aunque sea de forma pasiva. A la vez, es posible que este mismo sector social tenga la absurda convicción de que si estas reivindicaciones no prosperan es porque el bloque constitucionalista o el gobierno de España lo impide. Nos encontramos, así, otra vez, con una falta de clarividencia social: de nuevo el problema de los vascos.

A tenor de lo dicho y tratando de encontrar alguna lógica a tales reivindicaciones, hay que interpretar que son, en realidad, una artificiosidad política con dos claras intenciones sociológicas: por un lado, provocar tensión e insatisfacción social entre las bases o sectores afines a los partidos nacionalistas moderados y, por otro, generar en estos mismos sectores un malestar hacia los que se perciben como responsables de la insatisfacción, es decir, hacia el bloque constitucionalista. En consecuencia, cabe deducir que obedecen a una estrategia que aporta réditos sociales a los partidos que la emplean, especialmente al PNV. Y estos réditos se materializan en votos y, a la postre, en el poder autonómico.

Porque si no es por este motivo estratégico, es difícil entender que un partido como el PNV, con fuerte implantación transversal en la sociedad vasca y en los sectores claves de su economía, introduzca estas reivindicaciones que, además de tensionar el clima político y social, le acercan políticamente a los sectores más radicales de la izquierda vasca.

Pero lo más grave es que tales reivindicaciones se hacen en una situación político-social condicionada por la violencia, en la que las amenazas y el miedo perturban la acción política y el debate social, por lo que quedan distorsionadas. Porque no hay duda de que cualquier eventual decisión colectiva de la trascendencia que podrían tener las que estamos comentando requeriría ser tomada en un clima de normalidad sociopolítica y de estabilidad democrática. Quiere esto decir que, por lógica democrática, las reivindicaciones nacionalistas pierden toda su legitimidad si se plantean con la presencia condicionante de la violencia terrorista y, aún más, si se apoyan en ésta. 

Así y sin cuestionar la legitimidad, en abstracto, de las reivindicaciones políticas nacionalistas que propugnan el soberanismo o la independencia, sí se pueden cuestionar por su ambigüedad e inoportunidad, y, sobre todo, si en ellas se pretende encontrar la justificación o el apoyo a la barbarie terrorista. Por ello, los sectores sociales afines al nacionalismo moderado deberían preguntarse si, en un contexto de violencia, es éticamente justificable que, en la lucha por el poder, se utilicen instrumentalmente las reivindicaciones nacionalistas como estrategia para conseguir adhesiones sociales y, en consecuencia, votos.

Y trasladando estos razonamientos al análisis general sobre el conflicto vasco, en el que, según se ha expuesto al principio, las diferencias de los bloques políticos litigantes estriban precisamente en que unos defienden y otros rechazan  la interrelación de sus dos efectos visibles (la violencia y las reivindicaciones políticas), habrá que admitir que las posturas que propugnan o apoyan la interrelación no tienen fundamento racional, puesto que, como hemos visto, las reivindicaciones políticas, sólo ya por su extemporaneidad, están descalificadas.

9.    El PNV

Aunque en este trabajo pretendo no desviarme del enfoque sociológico, quedaría incompleto si no se dieran unas pinceladas valorativas sobre la responsabilidad que los partidos políticos tienen en la realidad social de Euskadi. Para no extenderme y porque, además, puede ser suficiente, me voy a limitar al PNV y al PP. Al primero, porque es el mayoritario y porque, tradicionalmente, ha abanderado el sentimiento nacionalista vasco; al PP porque, además de ser el segundo en importancia en Euskadi y dar soporte al gobierno central, es el que muestra una postura política más distante del nacionalismo, especialmente del radical.

El PNV, por su arraigo y, sobre todo, por haber, prácticamente, monopolizado el poder político autonómico desde que se instituyó hace ya algo más de veinte años, es la organización política con mayor influencia en Euskadi y, por tanto, es —y lo viene siendo desde los comienzos del actual periodo democrático— la locomotora de la sociedad vasca (utilizando la metáfora empleada al hablar del impulso social). Por ello, para lo bueno y para lo malo, tiene que afrontar su responsabilidad en la situación actual de Euskadi y, mirando a lo que nos ocupa, en la situación del conflicto vasco. No vamos a entrar en la que le podría corresponder en relación con la violencia de ETA y sus derivados, pero sí en la que se le puede imputar en relación con los comportamientos sociales a que nos hemos venido refiriendo, es decir con el problema de los vascos.

Es evidente el fuerte vínculo sentimental existente entre el PNV y sus afines, que se evidencia en el respeto y cariño que éstos sienten por los dirigentes del partido. En este vínculo, que en el caso de los militantes roza la veneración, puede que esté la razón del seguidismo o mimetismo irreflexivo con que este sector de la sociedad vasca digiere intelectualmente los planteamientos políticos que provienen de los líderes nacionalistas. En parte, esto explica los comportamientos evasivos, antes referidos, con que los afines al nacionalismo reaccionan ante el debate relacionado con el terrorismo.

Porque es evidente que tales comportamientos se perciben también en los líderes, que con frecuencia recurren al funambulismo dialéctico y la ambigüedad calculada para tratar de eludir expresiones o posicionamientos comprometidos frente a la sinrazón terrorista. Se podrían poner infinidad de ejemplos, pero, posiblemente, los más evidentes se pueden observar cada vez que el PNV, por sí o a través de su presencia en las instituciones vascas, obligado por las consecuencias de las acciones terroristas, tiene que patrocinar o apoyar pronunciamientos de repulsa públicos o populares. Nos referimos a las manifestaciones en la calle y a los lemas de las pancartas que las encabezan o que se exhiben en algunos ayuntamientos. En las manifestaciones, el silencio suele ser la consigna y en las pancartas se leen lacónicos y ambiguos lemas que casi resultarían inexpresivos o incomprensibles para cualquier ajeno a la situación a que pretenden referirse.

Naturalmente, todo esto obedece, principalmente, a la excepcionalidad que aporta la violencia a la vida pública en Euskadi, que, por el efecto del miedo, condiciona la exteriorización de posicionamientos contrarios al terrorismo, por aquello de “no vaya a ser que vengan a por mí”. Pero también se podría achacar a otras motivaciones: unas de carácter sentimental (las mismas que hemos comentado al tratar de explicar las causas del bloqueo intelectual de sus sectores sociales afines); otras, de naturaleza política, por su comprensible, aunque difícilmente justificable, afán de no romper todos los puentes políticos con el nacionalismo radical o de evitar una frontal confrontación con éste. También es posible que se deba a que el PNV sabe que, potencialmente, una parte muy importante del sector social nacionalista más radical, el que apoya a Batasuna, puede ser reconducida hacia su redil electoral, como así se ha demostrado en las últimas elecciones. Por último, hay quien piensa que si el PNV suaviza su beligerancia frente a ETA y sus derivados es por simple estrategia política, al entender que el PNV recoge la cosecha política que los efectos del terrorismo siembra.

Sea por lo que sea, no hay duda de que, institucionalmente, también el partido muestra poca contundencia, al menos dialéctica, contra el terrorismo y sus derivados, que se manifiesta, unas veces, por sus tibias expresiones de condena y, otras, al optar por el recurso fácil a la repulsa silenciosa (si es que se puede decir así). Con ello, teniendo en cuenta el comportamiento seguidista de las bases del PNV, el partido, consciente o inconscientemente, está, también, fijando las pautas de comportamiento ante el terrorismo a sus sectores sociales afines.

En este sentido y situándonos en la actualidad (2001), conviene hacer una rápida reflexión sobre las consecuencias de sus más recientes posicionamientos o pronunciamientos reivindicativos de sus objetivos políticos. Nos referimos de nuevo a los que hablan de autodeterminación y soberanismo.

Sin entrar en su análisis, hay que decir que, aunque es obvio que la autodeterminación y el soberanismo están implícitos en la ideología y fundamentos del nacionalismo, por lo que hay que admitir su legitimidad y coherencia, también hay que admitir que, además de suponer una radicalización reivindicativa —si se plantean cuando tales objetivos son el argumento político principal (o único) en que hoy se apoyan las acciones terroristas— parece, como ya hemos comentado antes, cuanto menos, una peligrosísima extemporaneidad y, desde luego, una tabla de salvamento para ETA y el mundo radical en su naufragio ético, político e intelectual.

En el contexto del análisis sociológico que estamos haciendo, sobre este planteamiento se podría decir que el PNV, haciendo uso desmedido del cheque en blanco que le ha entregado el impulso social por omisión, ha ido más allá de lo que realmente demandaba la sociedad y se ha precipitado por una pronunciada pendiente reivindicativa, que podría considerarse peligrosa por las incertidumbres y riesgos que comporta. Porque no está nada claro que la sociedad vasca, que ya era presa de las tensiones y agobios del conflicto, reclamase un posicionamiento tan radical del nacionalismo moderado, que, indudablemente, supone echar carbón a la caldera del debate político con el poder central y con el bloque constitucionalista.

Puede que, en este nuevo rumbo de sus planteamientos políticos nacionalistas, el PNV no esté pretendiendo otra cosa que buscar soluciones definitivas al conflicto vasco, aunque, a tenor de los resultados, parecen que no están siendo eficaces, porque, al menos por su impacto inmediato, no sólo no han conseguido apaciguar al terrorismo sino que han contribuido a crear más tensión, crispación y confusión en la sociedad vasca, al haberse introducido, artificiosamente, nuevos elementos para elevar el grado de insatisfacción social. De cualquier modo, parece que, al menos, hay razones para preguntarse, recurriendo de nuevo a la metáfora, si la locomotora social de Euskadi no se ha equivocado de vía.

En cuanto al impacto sociológico de esta radicalización reivindicativa, de lo que no hay duda es de que, por el seguidismo del que el PNV goza entre sus afines, éstos, análogamente a sus líderes, también han radicalizado su criterio o, mejor dicho, su postura. Y así, hoy, en Euskadi, los sectores sociales afines al nacionalismo moderado también manejan en tono reivindicativo —con evidente ambigüedad e imprecisión, a la vez que, lo que es peor, con una irreflexiva frivolidad— los conceptos de autodeterminación y soberanismo, como si fueran algo consuetudinario y tradicional en la sociedad vasca. Con sorprendente facilidad, el nacionalismo moderado institucional ha conseguido que sus sectores sociales afines asuman como propias, con rapidez y naturalidad, unas reivindicaciones políticas que hasta no hace mucho estaban consideradas un tabú, transgredido únicamente por el nacionalismo más radical.

La consecuencia sociológica de esto es que, al margen de que esta especie de reconversión social reivindicativa sea una demostración del grado de influencia que el PNV tiene sobre sus bases sociales, su efecto en éstas podría comportar también el fortalecimiento del sentimiento de afinidad política con el nacionalismo radical e, incluso, con el terrorismo. Por una parte, porque se ha acentuado la convergencia de objetivos y, por otra, porque ha reforzado la sensación de compartir la misma insatisfacción política. Indudablemente, si este fortalecimiento se produce se habrán acentuado las causas antes comentadas en que hemos basado el problema de los vascos y, en consecuencia, se habrá dado un paso atrás para la solución del conflicto vasco.

Y, de alguna forma, este efecto se produce cada vez que el PNV tensa la cuerda de sus reivindicaciones o de su pugna política con el poder central, especialmente si no consigue lo que pretende. Cuando sucede esto último, invariablemente, los líderes del PNV transmiten a la sociedad vasca sus lamentaciones victimistas procurando que sean percibidas, especialmente en los sectores nacionalistas, como agresiones del “estado opresor. Así el PNV consigue crear artificiosamente una especie de estado de permanente insatisfacción en esta parte tan importante de la sociedad vasca, que le sirve como retroalimentación propulsora de sus reivindicaciones ante el gobierno central. Es como un círculo vicioso: reivindicación > lamento victimista > sociedad insatisfecha > fuerza para mantener la reivindicación.

Concluyendo y como resumen de este apartado dedicado al PNV y ciñéndonos al análisis sociológico, hay que recalcar que este partido tiene una responsabilidad directa en el posicionamiento intelectual o anímico de sus sectores afines frente al terrorismo. En otras palabras, el PNV es el responsable principal del problema de los vascos.

10. El PP

Para hacer la valoración del impacto sociológico en la sociedad vasca de la acción política del PP hay que partir de dos premisas: uno, el PP, como decíamos al principio, dirige su acción política, casi exclusivamente, a la erradicación del terrorismo, subordinando a la consecución de este objetivo el eventual debate sobre las reivindicaciones políticas de signo nacionalista, y dos, especialmente en las últimas elecciones autonómicas, la estrategia electoral de este partido para desbancar del poder al nacionalismo moderado —concretamente, al PNV— ha sido, en síntesis, parecida a la que a escala estatal le sirvió para derrotar al socialismo; es decir, la estrategia del PP en Euskadi se ha basado mucho más en tratar de destacar y denunciar lo negativo de sus adversarios que en la de ensalzar sus propias virtudes.

Es muy probable que tal comportamiento político del PP sea apoyado por una gran mayoría del conjunto de la sociedad española y, desde luego, por la totalidad de su base social, pero también es probable que, para él, tenga un efecto contraproducente por el impacto que esta estrategia tiene en amplios sectores de la sociedad vasca y, especialmente, en los cercanos al nacionalismo. Porque en estos sectores la beligerancia política del PP, frontal contra el nacionalismo radical y muy acusada contra el nacionalismo moderado, se puede percibir —y de hecho se percibe— como antivasquismo.

Y así, nos encontramos al sector social mayoritario de Euskadi que se siente situado en medio de dos tendencias políticas que no le gustan: por un lado, la violencia y el radicalismo revestido de vasquismo y, por otro, el antivasquismo. Teniendo en cuenta los componentes sociológicos de los sectores afines al nacionalismo moderado, de los que ya hemos hablado, no es de extrañar que, por reacción de los mecanismos emocionales o sentimentales, sienta cierta propensión a decantarse afectivamente por la primera tendencia.

Abundando en esto, hay que tener en cuenta que uno de los rasgos sociológicos más acusados de cualquier colectivo social con ideología nacionalista es la aversión a la autocrítica y, mucho más, a la crítica ajena, que suele ser entendida como pura hostilidad. En esto puede que esté una de las razones principales de que el nacionalismo vasco considere hoy al PP su enemigo principal, no sólo en el plano institucional o partidario, sino, también, en el ámbito social. Por ello, los líderes del PP que llevan la voz cantante de la crítica a los partidos nacionalistas generan gran animadversión entre las bases de éstos y su mensaje es visceralmente rechazado. Y puede que los partidos nacionalistas moderados, especialmente el PNV, encuentren en este sentimiento colectivo el soporte social para mantener su equidistancia política con el PP, por un lado, y con el radicalismo, por otro (equidistancia tantas veces criticada y denostada desde los sectores constitucionalistas y más en concreto desde el propio PP).

Por tanto, se podría inferir que la estrategia política del PP, basada en la áspera e inmisericorde confrontación dialéctica con el nacionalismo, produce un doble efecto sociológico en los sectores sociales afines al nacionalismo moderado: por un lado, un cierre de filas en torno a sus líderes y, por otro y más preocupante, su más o menos consciente decantación sentimental por el mundo radical. Obviamente, tal estrategia no ha contribuido en absoluto a facilitar que el sector social afín al nacionalismo se libere de sus atavismos sentimentales y se enfrente intelectualmente y con objetividad a la sinrazón terrorista. Por el contrario, ha contribuido a fortalecerlos y, en consecuencia, a agravar la dolencia social a que nos hemos referido repetidamente con la denominación de el problema de los vascos.

Rubricando esta negativa valoración general de la acción política del PP en relación con el lado sociológico del conflicto vasco, hay que destacar un importantísimo detalle de su estrategia, del que ya he hablado antes y que puede tener consecuencias imprevisibles. Me refiero a la responsabilidad del PP en la salida a la escena política de Euskadi de la reivindicación de la autodeterminación y, más tímidamente, del soberanismo, enarbolada por los partidos nacionalistas moderados (PNV y EA) y, como antes se ha dicho, rápidamente asumida por los sectores sociales que les apoyan. No hay duda de que, repitiéndonos, ambas reivindicaciones han estado siempre implícitas en la ideología nacionalista, pero hasta la última campaña electoral no se habían planteado abiertamente e, incluso, esgrimido como señuelo electoral.

Previamente a esta campaña, uno de los argumentos de ataque del PP al PNV, fue la acusación de que este partido no actuaba limpiamente ante su electorado al ocultar sus intenciones en relación con ambos objetivos, desafiándole insistentemente a que se atreviera a hacerlo. Bien por su propia iniciativa o empujado por la postura de EA (que en esta reivindicación se adelantó al PNV), lo cierto es que el PNV, de forma más o menos clara, recogió el guante. Y, si bien no podemos saber si este reto fue lo que determinó el ulterior posicionamiento de los citados partidos —aunque es muy probable que algo tuviera que ver—, de lo que no hay duda es de que el PP calculó muy mal el impacto electoral que para el nacionalismo tuvo el mostrar las cartas de la autodeterminación y del soberanismo, y, desde luego, no supo prever el efecto sociológico de que se planteasen estas reivindicaciones, de lo que ya he hablado en apartados anteriores.

Ahora, el Gobierno Vasco resultante de aquellas elecciones se ve con dificultades para materializar su ambiguo compromiso, y, aunque en ello el PP pueda encontrar motivos de crítica en el debate político, es obvio que el reto no ha tenido buenas consecuencias.

Es evidente que el PP es la organización política más duramente castigada por el terrorismo de ETA. Esto, indudablemente, marca y puede condicionar la acción política. Pero también es indudable que su actual posición al frente de la gobernación en España y de segunda fuerza política en Euskadi le obliga a un ejercicio sereno y objetivo de su gestión política, anteponiendo el objetivo de resolver el conflicto a cualquier otro sentimiento visceral, afectivo, o de compromiso con el pasado. Y, aunque la gestión política del PP en Euskadi pueda ser elogiable por otros motivos, y especialmente por el valor del que hacen gala quienes diariamente tienen que convivir y afrontar sus quehaceres políticos con la amenaza constante del terrorismo, de lo dicho en este capítulo se desprende que no ha sido muy afortunada en lo que en este trabajo consideramos como clave para la solución al conflicto, que, como venimos reiterando,  no es otro que el conseguir un cambio de posicionamiento intelectual, frente a la sinrazón de la violencia, de los sectores sociales afines al nacionalismo moderado.

11. Conclusiones

Como aquí lo hemos explicado, el conflicto vasco, en su estadio actual, no tiene otra salida que la de la erradicación del terrorismo, primero, y después el planteamiento y, en su caso, la negociación de las reivindicaciones nacionalistas, una vez que estén concretadas.

Para lo primero, al margen de las medidas policiales o judiciales, no hay duda de que la fórmula más efectiva ha de ser el clamor social activo. Es decir, ETA debe sentir un rechazo social clamoroso, que le haga salir de su autismo y reconocer que está equivocada y que la sociedad vasca no la necesita y, más aún, la repudia. Y para que tal clamor social sea eficaz tiene que provenir, especial e inequívocamente, con mayor sonoridad, de los sectores sociales afines al nacionalismo moderado.

Para ello, como ya se ha dicho, estos sectores deben solucionar antes su propio problema, es decir el problema de los vascos, poniendo en funcionamiento toda su capacidad intelectual y de raciocinio para enjuiciar con libertad y objetividad la realidad actual del fenómeno terrorista. Naturalmente, esto supondrá un acto de valentía que, tal y como están las cosas, no resultará fácil.

Obviamente, para facilitar la solución del problema de los vascos, la influencia de los partidos políticos será determinante. Al PNV hay que demandarle honestidad, puesto que, olvidándose del posible efecto electoral, debe contribuir a la libertad intelectual de sus bases. Al PP (y también al PSOE) hay que exigirle más inteligencia y pragmatismo, para despojarse de etiquetas y para conseguir ser percibido en el conjunto de la sociedad vasca sin el prejuicio de su antivasquismo.


Julio Elejalde Gainza
Escrito en diciembre de 2001

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escribe tu comentario