De pequeño, en la
escuela me enseñaron que el género —como el número— es un «accidente
gramatical», y que puede ser masculino, femenino y neutro. También que estos
«accidentes» afectan a las «partes variables» de la oración (nombre, pronombre,
adjetivo, artículo y verbo). Y esto es, por lo que recuerdo, lo básico de lo
que me enseñaron y aprendí sobre el asunto del título.
Luego, de mayor, al
relacionarme con otros idiomas, con sorpresa vi que estaban concebidos sin el
«accidente gramatical» que nos ocupa: el género. En ingles, por ejemplo, el
género diferenciado solo está presente, creo, en algunos pronombres, en singular, de
tercera persona (he, she, him, her,...). En todo caso, en inglés para referirse a varones o
mujeres se utilizan sustantivos diferentes; p.e. en castellano decimos chico y
chica y ellos tienen boy y girl. Pero, en inglés, los determinantes y adjetivos
son los mismos para ambas palabras (p.e.: the/this boy y the/this girl o tall
boy y tall girl). Puede que en inglés las cosas no sean exactamente así (no lo domino como para ser rotundo), pero sí creo que al no tener un léxico permanentemente condicionado por el género de buena parte de sus palabras lo hace mucho, muchísimo, más lógico y funcional que el castellano.
En esto —también en
otras muchas cosas— los «inventores» del inglés superaron claramente a los del
castellano; sin lugar a dudas. Porque es indudable que el género nos da mucha
guerra a los castellanoparlantes y, prácticamente, no proporciona ninguna
ventaja lingüística. Mucho menos, cuando el género se aplica en sustantivos y
adjetivos relacionados con objetos, materiales, situaciones, circunstancias,
elementos y cosas así, donde no tiene ningún sentido su asignación: que aceite
sea masculino mientras que leche es femenino, o que idioma sea masculino
y lengua femenino, no responde a ninguna lógica. Alguien podrá considerar que
cuando hablamos de personas puede venir bien hacer uso del género gramatical, pero,
por lo que luego diré, creo que ni en estos casos la diferenciación del género gramatical
de nuestro castellano tampoco ayuda; al contrario nos da problemas.
O sea, creo que la
consideración de «accidente» al género gramatical le viene muy bien. Porque la
palabra accidente tiene un significado negativo (conflicto, problema, error,
incorrección, etc.) y eso es lo que me parece el «invento» del género en
nuestro idioma. Y lo malo es que no tiene remedio. El género es consustancial
al castellano y permanecerá siempre con él como una de sus, en mi opinión, más
negativas características… ¡una pena!
Y, claro, cuando las
cosas nacen mal, al final surgen los problemas. Me refiero a la beligerancia, en
los últimos años, que el feminismo muestra con el uso del género gramatical en
nuestro idioma, que se hace patente en las frases en que el sujeto o los
complementos se refieren, a la vez, a mujeres y varones. La RAE siempre ha
aconsejado utilizar solo el masculino para estos casos, por lo que, por ejemplo, basta
decir «los abogados» para referirse al conjunto de hombres y mujeres que
practican la abogacía, sin tener que recurrir al tedioso «los abogados y las
abogadas». Y esto ocurre con un sinfín de sustantivos y adjetivos relacionados
con personas, y con sus correspondientes determinantes; también con el plural de
los pronombres (personales, demostrativos y posesivos). Por todo esto, están surgiendo neologismos para
el femenino de la denominación de muchas actividades, profesiones, ocupaciones,
etc., de las personas, como es el caso de médica, fiscala, bombera... y
muchísimos sustantivos más. Unos se van imponiendo y a otros les cuesta más,
pero, tal y como están las cosas, no hay duda de que tarde o temprano se
impondrá el uso de todos ellos.
Y, por lo que se ve o
se oye, en esto vale todo Por eso, algunas mujeres con cierto protagonismo
social, por aquello de significarse en la lucha feminista (que ahora está muy
de moda), no se reprimen a la hora de utilizar el género femenino cuando antes
se utilizaba el masculino genérico. El caso que más me ha llamado la atención es el de Irene Montero (Podemos), que ha optado por utilizar
el «nosotras» cuando se refiere a algún colectivo de hombres y mujeres en el
que ella esté incluida (por ejemplo cuando se refiere a los —y las— integrantes de su partido). Se habló mucho del «miembras» con que nos sorprendió la exministra Aído. Recientemente ha surgido «portavoza» (¡que manda...!»). Y qué decir de los recurrentes «vascos y vascas», «españoles y
españolas», «ciudadanos y ciudadanas», «todos y todas», etc., presentes en todos
los discursos de los políticos. Así, de risa ha sido la reciente noticia de que
una empresa española ha dejado a sus trabajadoras sin la preceptiva subida
salarial porque la disposición o norma en que se apoyaba citaba como
beneficiarios de tal subida a los «trabajadores», lo que llevó a algún listillo
de la empresa a entender que no afectaba a las mujeres.
Lo último que me he
enterado es que la vicepresidenta del gobierno, Carmen Calvo, muy feminista
ella, se ha dirigido a la RAE solicitando un informe o la opinión de esta
institución sobre el uso, exclusivamente, del masculino en nuestra
Constitución, porque parece que a la corriente feminista actual presente en el
Gobierno de España no le parece bien que en la carta magna solo se cite, por
ejemplo, a los españoles o a los ciudadanos, por lo que la vicepresidenta
considera que la actual redacción es impropia de esta época, porque, según ella, se podría entender una explícita exclusión de las mujeres del colectivo afectado, y por eso quiere una redacción
«inclusiva» (así lo dicen) de la Constitución. O sea, quiere que cuando la norma constitucional afecte a las personas españolas o se diga así o se precise españoles y españolas o ciudadanas y ciudadanos; pero que desaparezca el masculino genérico.
Como digo, a mí todo
esto me parece de risa. En la medida de lo posible yo nunca me someteré a estos
usos —a mi entender, innecesarios— del femenino. No soy muy propenso a seguir
las pautas de lo políticamente correcto. Pero sí sería partidario de la eliminación
del género gramatical, empezando por suprimir los artículos determinados e indeterminados
actuales (el, la, un, una, con sus plurales), sustituyéndolos por unos nuevos
que valiesen para ambos géneros, como podrían ser «il e ils» (determinados) y «u
y us» (indeterminados). Tranqui, señora Calvo, es solo una idea... porque me temo que va a ser que no.
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