En un post de hace casi un año que titulé LOS
LÍOS DE LOS POLÍTICOS ya alertaba de que tendríamos bronca política a
cuenta de la eutanasia. Ya ha empezado.
El detonante ha sido la reciente noticia de que una enferma terminal se ha
suicidado con la ayuda de su marido (ambos aparecen en la foto). Hace ya más de 10 años, el caso de Ramón
Sampedro, que Amenábar trató maravillosamente en la peli MAR
ADENTRO, ya generó mucha polémica sobre esta cuestión, aunque, por lo
visto, no sirvió para que se adecuara nuestra legislación a lo que se podría
denominar «muerte digna», que, en mi opinión, es un incuestionable derecho que
nos corresponde a todos.
María José Carrasco y su esposo Ángel Hernández
Realmente, ambos casos no han sido de
eutanasia, sino de lo que se denomina, creo, suicidio asistido. Pero, para lo que me trae aquí, es igual. Porque
la eutanasia y el suicidio asistido —acciones, como es sabido, castigadas por
nuestro Código Penal— y alguna otra variante similar de la que resulte la
muerte, con su consentimiento, de una persona en estado terminal o con algún
padecimiento incurable y doloroso, requieren ser tratadas en nuestro ordenamiento
jurídico, reitero, como un derecho de
las personas.
Obviamente habrá que regularlo estableciendo los
protocolos que deben cumplirse a fin de evitar que actos homicidas se camuflen
en tal derecho. No creo que sea difícil. Según dicen, algunos partidos ya han
anunciado que incluirán en su programa electoral legislar sobre ello. Unos lo defienden sin ambages; otros a medias tintas, y algún otro se ha mostrado
totalmente contrario.
Pues si, tras las próximas elecciones,
gobiernan los primeros, espero que en las primeras semanas de su gobierno propongan
el proyecto de ley para regular este asunto a fin de que se legisle con urgencia. Si los que gobiernen son los que no son
partidarios del derecho a la muerte digna inducida (eutanasia o suicidio
asistido), no se les puede exigir que legislen para ello; pero si, por esta
razón y como suele ocurrir con los temas espinosos, se produce un ácido y agrio
debate social, creo que el gobierno debería someterlo a referéndum; o sea, al criterio mayoritario del conjunto de
ciudadanos.
Como ya he dicho, espero que pronto se
regule. Creo que para las personas que, como en su día Sampedro y recientemente
la señora que se suicidó en Madrid con la ayuda de su esposo, vimos o
hemos visto en la tele en su lecho en un penoso estado de padecimiento por su
incapacidad y sufrimiento, sin ninguna posibilidad de curación ni de simple
mejora, sin el mínimo atisbo de esperanza, lo mejor que les pudo pasar es que
tuvieron a su lado a quienes se arriesgaron a una condena por ayudarles a
morir. Porque la muerte, en esos casos,
es una solución. Nadie debería verse obligado a vivir —si así se le puede
llamar a lo que nos ocupa— en las condiciones de los casos comentados. O sea,
sufriendo y haciendo sufrir a sus más próximos; eso no es vida.
Entre la eutanasia y el suicidio asistido, yo
preferiría la primera. Es decir, si me viera en la circunstancia prefiero dejar
en manos de los médicos el método y momento para dar el paso al «otro
barrio». Tener que ingerir un veneno, tirarme por la ventana y cosas así me
parecen una ordinariez; puede que resultara más épico, pero no va conmigo. Ahora
bien, si no hay más remedio…
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COMENTARIO ULTERIOR (17-12-2020): Hoy, por fin, en el Congreso de Diputados, con la oposición del PP y Vox, se ha aprobado el proyecto de ley de regulación de la eutanasia. Me he alegrado; más vale tarde que nunca.
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