Me imagino así a los «gudaris» actuales. No sé...
—¡Mecavendios!, Julen. ¡Estos de Sortu son unos mierdas! Me tienen hasta los cojones. Los hijoputas españoles sólo entienden una medicina: ¡dinamita!... y eso es lo que hay que darles—. Iker González Pinto, de 31 años, miembro de ETA desde hacía seis, mostraba así su indignación ante la propuesta leída por uno de los presentes, Julen Martínez Bengoetxea. Acababa de comenzar la reunión del comando “Borrokatu”, de ETA, en un pequeño apartamento de una tranquila localidad del sudoeste de Francia.
En la reducida salita, alrededor de una pequeña mesa circular, cuatro hombres y dos mujeres; sus edades estaban en torno a los 30. Todos fumaban y, salvo en el de una de las mujeres que tenía delante de sí un gintonic a medio consumir, en los vasos de los demás se adivinaban los restos de cubatas. El objeto de la reunión: fijar la opinión del comando ante la cuestión que se debatía en la cúpula militar de ETA después de que Sortu presentara su solicitud de inscripción como partido político.
—¡Joder, Iker, estamos en tregua —reconvino Julen secamente—. En este momento sobran los cojones y hace falta inteligencia. ¡Tenemos que pensar! —se dirigió a Itziar Garcia Maestre que en ese momento daba un pequeño sorbo a su gintonic— ¿Cómo lo ves tú, Itzi?
—No sé, Julen... no lo tengo claro; por un lado, estoy contigo en lo de estarnos quietos, pero, por otro, le entiendo a Iker... estoy confusa.
—¡Joder, Itzi!, alguna vez deberías ser más precisa... mira que le echas huevos a la hora de actuar, pero cuando hay que tomar decisiones... Sólo lo tienes claro a la hora de elegir polla: la de Iker...
Al decir estas últimas palabras, Julen había endurecido el gesto con una muestra de desagrado. Aún tenía presente la única vez que se había acostado con Itziar tras la primera reunión a la que ésta había asistido, hacía ya casi un año. A Julen le gustaba mucho esta menudita bilbaína y soportaba mal la evidencia de las relaciones entre ella e Iker. Al ver que Itziar fruncía el ceño en señal de desaprobación por sus palabras, Julen trató de arreglarlo. —Venga, es coña; vamos a lo que importa.
—No toques los cojones, Julen. ¡Mecavendios! —protestó Iker mientras golpeaba la mesa con su vaso en el que solo quedaban un par de pequeños trozos de hielo— Estamos aquí para hablar de la mierda de Sortu, no para soltar gilipolleces, ¡mecavendios!
—Venga, venga... dejaros de chorradas y vamos a lo nuestro —intervino conciliadoramente Eneko—. En realidad, su nombre era Modesto Blanco Muñagorri, si bien, al entrar en la organización se identificó como Eneko Goikoetxea Muñagorri y se cuidó de que no se conociera su verdadero nombre y primer apellido. Eneko pronto destacó por su eficacia en las ekintzas (acciones militares) que se le encomendaron; tras tres años en la kale borroka entró a formar parte del comando, y solo dos de actividad en éste le habían bastado para hacerse con el mando del grupo. Habitualmente, bebía mucho y fumaba Malboro sin parar; de vez en cuando se fumaba un “canuto”, aunque no le gustaba demasiado porque, como él decía, «le daba el muermo y se ponía tontito». Se le consideraba inteligente. —Opino que debemos hacer caso a los políticos... algunas veces, cuando pienso en nuestra guerra me entran dudas... no tengo claro a dónde coño vamos...
—Ya está este con sus paranoias —espetó Iker mientras se levantaba para dirigirse a la cocina para servirse otro cubata—. Déjate de hostias y haz caso a tu instinto guerrero, ¿quieres otro cuba?
—Vamos a ver... razonemos—. Cuando Ibón Arévalo Gómez comenzaba sus intervenciones con estas palabras concitaba la atención de los presentes; también en esta ocasión. —Lo que tenemos que hacer es forzar la negociación; lo que queremos lo tenemos claro y también lo que quieren. La cuestión es si tenemos que seguir quietos o les damos un susto para acojonarlos. Yo me inclino, como Iker, por esto último; hay que dar caña... estoy hasta los huevos de esta inactividad. Además estamos tiesos y nuestra situación puede hacerse insostenible. ¿Qué opinas tú, Esti?
Estíbaliz Goenaga Urruti, de 35 años, era la más veterana del grupo; llevaba más de 10 años en la lucha. Solo por eso se la respetaba. Natural de Errenteria, había comenzado muy joven en la kale borroka y era la única del grupo que había pasado por la cárcel (16 meses) tras su detención por la quema de un cajero automático en su pueblo. Desde que su novio —también de ETA— fue detenido y encarcelado hacía ya más de 5 años, había comenzado a beber con desmesura y, al contrario que Eneko, solo fumaba porros (no pocos diariamente); obviamente se pasaba el día en un estado de nirvana, del que, sin embargo, se sobreponía con facilidad cuando tenía que actuar. Muy disciplinada, no era proclive a opinar; «a mí, lo que me manden», solía decir cuando se le pedía su parecer. No obstante, la pregunta de Ibón pareció despertarla de su aparente letargo, levantó la cabeza mostrando sus enrojecidos bellos ojos y respondíó: —Aunque no lo tengo muy claro, yo me sumo a lo que decida la mayoría —balbuceó—, tengo plena confianza en vosotros, lagunak. ¡Sois la hostia! —dijo la última frase con énfasis y sonriendo antes de volver a su estado de aletargamiento—.
Se hizo un silencio. Itziar se levantó para ayudar a Iker a servir otra ronda.
—Mecavendios —masculló Iker en la cocina mientras ponía hielo en los vasos sobre los restos que contenían—, encima tenemos que estar en este puto pueblo tocándonos los huevos; cualquier día le doy un palo a la primera vieja que vea por la calle...
—Tranqui, chiqui —le interrumpió cariñosamente Itziar, y, acercándosele y bajando la voz, prosiguió— tú, al menos, me tienes a mí; estos pringaos lo tienen más crudo... Hala, vamos a la mesa.
En la habitación continuaban en silencio. Iker e Itziar depositaron sobre la mesa los cinco vasos llenos; a Estíbaliz no le dieron.
—Parece que no lo tenemos claro... pero hay que decir algo a los de arriba —Eneko rompió el silencio—... esto es una mierda...
—En eso creo que estamos todos de acuerdo: es una puta mierda —dijo con aplomo Itziar—.
—¿Ponemos la tele? —preguntó en buen tono Ibón—, es la hora del telediario en el canal internacional. A ver qué se dice del capullo de Zetapé.
—Lo malo es que abran con alguna caída; últimamente nos están dando de lo lindo... —sentenció Julen con afección—.
—¡Joder!, Julen, no seas aguafiestas —le reconvino ásperamente Eneko—.
—¿Por qué no me habéis puesto otro cubatita? —preguntó sorpresivamente Estíbaliz, saliendo, aparentemente, de su letargo—.
—¡Mecavendios! ¡Vaya tropa! —dijo ásperamente Iker mientras accionaba el mando a distancia—.