6 sept 2011

INCREÍBLE (una de lingüística)

Increíble es uno de los adjetivos calificativos más utilizados en la actualidad. Desde hace algunos años, cuando se quiere expresar admiración por algo o por alguien es muy común entre los hablantes recurrir al socorrido increíble. También cuando se quiere ensalzar o alabar las condiciones de cualquier cosa, material, producto, etc., se dice que es increíble. O si se siente epatado positivamente por los actos de otra persona se la califica de increíble y a sus actos de increíbles... O sea, ahora todo lo ensalzable es increíble.

A la vez que el citado adjetivo ha ido ganando terreno en el lenguaje moderno, entre los usuarios del dichoso increíble lo han ido perdiendo los expresivos calificativos con que contamos en castellano para referirnos a las cosas, actos, circunstancias o personas que queremos ensalzar o que nos producen admiración. Así, se han arrinconado formidable, estupendo, imponente, hermoso, rico, bello, admirable, precioso, espectacular, impresionante, maravilloso, magnífico, excelente, espléndido, delicioso... y un largo etcétera que incluye hasta el humilde bonito ( y no me refiero al pez de increíble sabor). Ahora, de todo lo que nos gusta decimos que es increíble.

Increíble es una palabra formada con el prefijo in- que, como sabemos, indica negación; por tanto, increíble debería aplicarse a lo que no es creíble. Como dice el diccionario, increíble es lo «que no puede creerse» o lo que es «muy difícil de creer». En cambio, en la mayoría de las ocasiones se considera increíble lo evidente, es decir, lo creíble, constatable y obvio. Así, es muy frecuente que el hablante califique laudatoriamente de increíble lo que él y su interlocutor están presenciando o haciendo; es un poco absurdo.

¿Y por qué este uso desmedido e inapropiado de increíble?, cabría preguntarnos. Yo creo que hay varias razones: la más clara, por economía retórica, ya que es un adjetivo multiuso; otra, por su sonoridad, al menos a mí me lo parece; pero creo que la más importante es porque resulta un adjetivo efectista a la vez que ambiguo. Efectista, porque con su utilización se consigue eficazmente el efecto deseado: ensalzar lo calificado; ambiguo, porque no se precisa la razón de la alabanza, dejándolo a la interpretación de los demás, por lo que se ahorran explicaciones y se elude el compromiso de mostrar el propio criterio.

Con su «¡E increíble!», el inefable Bisbal contestaba una y otra vez a cualquiera que le preguntara por las diversas circunstancias de su trayectoria como cantante pop. Y así quedaba estupendamente: transmitía positividad y no se complicaba con respuestas complejas que vaya usted a saber cómo podrían haber sido interpretadas.

Así que, aunque no me guste, debo admitir que increíble es un útil recurso retórico. Ahora bien, yo no lo he utilizado nunca... ni volveré a hacerlo.


8 jul 2011

MESSI

Ya dije en otro post que entendía de fútbol; ahora, de entrada, precisaré que entiendo MUCHO de fútbol. La verdad, no conozco a nadie que entienda más que yo, por eso creo que puedo intervenir con solvencia en la polémica que estos días rodea al excelente futbolista argentino Lionel Messi, al que ahora están poniendo a caldo porque, al parecer, no está cumpliendo como se esperaba con su selección nacional en la Copa América que se esta disputando estos días en Argentina.

Y de su, según dicen, bajo rendimiento y sequía goleadora con su selección (en el actual torneo y en el último Mundial) se está llegando a la absurda deducción —repetida insistentemente en los medios de comunicación españoles— de  que si no juega tan bien como lo hace en el Barça es porque en la selección argentina no tiene a su lado los «jugones» Xabi, Iniesta, etcétera, o jugadores de características similares. Esto me parece, simplemente, una gran tontería.

Porque Messi —junto a Cristiano Ronaldo— está por méritos propios en lo más alto de la constelación de estrellas futbolísticas, sobresale de forma muy destacada sobre el resto de futbolistas y, por supuesto, brilla por sí mismo; es decir, tiene luz propia y necesita poco de los demás para que su juego deslumbre. Como en las innumerables ocasiones que le hemos visto hacerse con el balón en la zona media del campo y con su endiablada velocidad y habilidad portentosa sortear a cuantos adversarios le salieran al paso para presentarse ante la meta contraria y, en la mayoría de los casos, marcar o dar la pelota a un compañero para que marcara. Precisamente, las cualidades más destacables de Messi son su velocidad y rapidez, que le permiten realizar como nadie lo que  se suele denominar «jugada individual». O sea, si tuviera que definir el tipo de juego del astro argentino con una sola palabra utilizaría, precisamente, esa: individual.

En todo caso, son los que están en su equipo los que se benefician del juego del argentino, que propicia ocasiones para el lucimiento de sus compañeros al generar con sus genialidades un montón de ocasiones de gol y ser determinante en la consecución de triunfos y trofeos. Es decir, Messi no necesita tener de compañero a nadie en concreto para seguir siendo el puto amo (si se mantiene en forma); obviamente, le vendrá mejor, como a todos, tener cerca a futbolistas de clase que a tuercebotas, pero no creo que sean de estos los miembros de la selección argentina.

¿Y por qué no juega bien y marca goles con su selección?, listillo, me podría preguntar el lector. Y yo no sabría responder. Simplemente porque no he visto los partidos en los que dicen que no ha estado bien; porque estoy muy lejos del fútbol argentino y desconozco las circunstancias de su selección; porque no sé nada de las características personales y futboleras de sus miembros, así como de los problemas internos y extradeportivos que puedan afectar a la convivencia en el vestuario; porque no sé nada del seleccionador —sólo que, en el segundo partido de Argentina en la Copa América, cometió el sacrilegio de tener en el banquillo a Agüero (cuando lo abandonó, el Kun marcó un gol de antología), lo cual no me dice mucho en favor de él (del seleccionador)—... En fin, no puedo responder porque no tengo información sobre lo que le puede estar pasando a Messi con su selección. Sólo intuyo que algo le pasa.

Lo que sí puedo decir es que, en mi opinión —que, como he dicho al principio, es muy cualificada—, un fenómeno como Messi, en circunstancias normales y si pone el necesario interés, tiene que brillar y marcar goles juegue  en el equipo que juegue, máxime si sus compañeros son miembros de una selección nacional como la argentina, en las que se supone que jugarán buenos futbolistas, por lo que tengo que deducir que si no lo hace bien es porque hay circunstancias negativas que le afectan, si bien, estas circunstancias nada tienen que ver con el hecho de que no tenga cerca a Iniesta, Xabi y resto de sus compis del Barça, a no ser que sea porque con éstos tenga buen rollito personal y con sus compañeros de la selección esté a la greña; pero esto es harina de otro costal y no tiene que ver con la cuestión futbolística que nos ocupa.

Por tanto, esa deducción de que el mérito del deslumbrante juego que en innumerables partidos ha exhibido Messi y de los espectaculares goles que ha marcado con el Barça está en los compañeros que tiene en este equipo, como ya he dicho, no tiene fundamento; en realidad me parece una memez propia de los que no saben de esto.


17 jun 2011

El imperio de la ley (con matices)

Creo que todo el mundo acepta que una de las premisas básicas del Estado de Derecho es el «imperio de la ley»; o sea, que el cumplimiento de la ley sea una obligación permanente de todos los ciudadanos y, sobre todo, de los gestores de los poderes públicos.

Pero esta aseveración tiene «matices». No los tendría si en el estado en cuestión se diera la utópica hipótesis de que las oportunidades laborales, la cultura y el conocimiento, la capacidad económica y cualesquiera otros factores que conforman la potencialidad de desarrollo personal de los ciudadanos estuvieran distribuidos entre estos con criterios de equidad y justicia. Esto, obviamente, no es así; por el contrario, centrándonos en España, está a la vista que existen grandes diferencias socioeconómicas y culturales entre los ciudadanos; o sea, hay una gran desigualdad social. Dicho con trazo grueso, unos tienen mucho y, por tanto, todo a su favor, y otros (muchos, muchísimos más) carecen de casi todo, por lo que tienen muy pocas posibilidades de desarrollo personal; y esto no es justo.

Por eso, sabiendo que tales desigualdades e injusticia de partida son una realidad, el Estado —y más concretamente el Gobierno— a la hora de imponer a los ciudadanos el cumplimiento de la ley lo debe hacer con «matices», como decía antes.

Todo esto viene a cuento de lo que está ocurriendo en España estas últimas semanas. Los medios de comunicación nos están hablando todos los días de casos en los que el Estado está «tolerando» que se vulnere la ley: en el caso de las acampadas urbanas, que es el más sonado, y, con menor eco mediático, en el caso de la obstaculización y resistencia popular ante órdenes judiciales de desahucio por impago de la correspondiente hipoteca. En ambos casos la fuerza pública, con alguna excepción que hemos visto en la tele, ha mostrado cierta pasividad (hay que suponer que cumpliendo órdenes) ante lo que aparentemente podría ser motivo para la intervención. Y esta pasividad ha dado lugar a una agria polémica y a un chaparrón de inmisericordes y ácidas críticas al Gobierno, todas, lógicamente, provenientes de los sectores de opinión más conservadores (por decirlo finamente). Han puesto a parir a Rubalcaba, acusándole de blando y prevaricador por consentir lo que, según ellos, no se debe consentir en un estado de derecho, esto es, el incumplimiento de la ley.

Enlazando con lo que decía al principio, lo que ha hecho Rubalcaba, como ministro del Interior, es tener en cuenta los «matices» que, en mi opinión, hay que tener presente a la hora de aplicar lo de «el imperio de la ley». En líneas generales, estoy de acuerdo con la forma en que el ministro ha lidiado el miura de las acampadas y en que haya ordenado la no intervención o retirada de la policía en los casos de resistencia ante los pretendidos desahucios. Porque creo que un gobernante está obligado moralmente a «pecar» de blando con los desfavorecidos, del mismo modo que debe ser duro e implacable con los más poderosos (que son lo suficientemente fuertes para resistir y, en la mayoría de los casos, salir indemnes ante las dificultades); es decir, creo que hay que hacer cumplir la ley... pero «con matices».

Porque, a la postre, los primeros (los desfavorecidos) acabarán pasándolas putas; o sea, los del 15-M seguirán sin trabajo, sin dinero y sin que les hagan caso, y a los de las hipotecas acabarán quitándoles las viviendas. Por el contrario, los poderosos, aunque sean hostigados, seguirán viviendo de puta madre, y, para mantener su estatus, exigirán al Gobierno que, sin contemplaciones, de leña a la turba, si bien esta pretensión la enmascararán —aludiendo al Estado de Derecho— pidiendo a los gobernantes que hagan cumplir la ley, o sea, que preserven el «imperio de la ley SIN MATICES». ¡Qué ricos!


31 may 2011

¡Democracia real, YA!

No están muy claros los objetivos, digamos políticos, de los grupos de ciudadanos que desde el 15 de mayo están protagonizando a lo largo y ancho de España un buen número de acampadas urbanas de protesta. Pero sí parece claro que están descontentos o, más bien, indignados: con el sistema, con los políticos y con los poderes fácticos; y lo que quieren es que se sepa. A mí me parece bien que protesten y que evidencien su descontento e indignación, aunque ello suponga una perturbación urbana (que tampoco es tan grave).

Lo que no me parece bien es que la movida se quede —como parece, por lo que he leído— en la simple reivindicación o exigencia de que se cambie la Ley Electoral. Eso ya lo venían reivindicando algunos partidos (sobre todo los pequeños), por lo que, si realmente lo que piden se limita a eso, me temo que el esfuerzo que han hecho los acampados no va a tener la compensación que merecía. Porque, ya que se han decidido a la pelea, deberían haber madurado durante el tiempo de acampada algún objetivo político-social concreto, posible y, sobre todo, práctico que mereciera la pena. Y no digo que la modificación de la Ley Electoral no convenga, tampoco lo contrario; en esto no tengo formado criterio (más bien, tengo algunas dudas).

En lo que sí lo tengo es en que para conseguir alcanzar el objetivo de “Más participación”, que, por lo que he visto, ha sido uno de los principales leitmotiv de los acampados, no hay mejor fórmula que los postulados básicos de la llamada “DEMOCRACIA DIRECTA”, que, sin lugar a dudas —sí, sin lugar a dudas—, es la fórmula idónea para conseguir la “participación ciudadana” en las decisiones de gobierno. Los “indignados” consideran —y es verdad— que los políticos y los poderosos no cuentan con ellos; que no se les tiene en cuenta. A mí me pasa igual, por eso también estoy indignado. Pero yo propongo una solución eficaz y viable  —sí, sí, eficaz y viable— para remediar esa situación, es decir, para que pueda haber mayor participación de toda la ciudadanía en las decisiones gubernamentales de cierta enjundia: propongo que, de una puta vez, los políticos y los listillos de los medios de comunicación se den cuenta de que es de todo punto necesario conducir nuestro sistema democrático hacia el esquema participativo de la “Democracia directa”, y creo que esta propuesta se acomoda perfectamente a la exigencia de “¡Democracia real YA!”, que fue el eslogan reivindicativo con que comenzó el movimiento “15-M”.

Al que sienta curiosidad por saber algo más de esta propuesta le invito a leer el post “DEMOCRACIA DIRECTA-Referéndums por internet”, de junio de 2009, con el que inicié este blog. Es un poco largo, pero creo que merece la pena y, desde luego, viene al pelo.



4 may 2011

BIN LADEN: ¿VENGANZA LEGÍTIMA?

Era de esperar que tarde o temprano lo encontrasen y lo eliminaran. Obviamente, me refiero al asesinato de Bin Laden. En este hecho veo similitudes con el «caso Sortu», del que hablé en un reciente post que terminaba haciéndome la pregunta de «si era legítima la venganza ilegal del Estado», porque presumía que el Estado, a través del Poder Judicial, se iba a «vengar ilegalmente» de ETA impidiendo la legalización de Sortu (mi presunción del impedimento se confirmó ulteriormente). Ahora, el estado USA se ha vengado, según parece ilegalmente, de Bin Laden, al haberlo ejecutado en otro estado (Pakistan) sin juicio previo y, aparentemente, vulnerando un montón de acuerdos y convenciones internacionales.

En el Caso Bin Laden, también la gran mayoría de los voceros mediáticos —que, en el caso de Sortu, se esforzaron en influir en la opinión pública española para que el Tribunal Supremo sintiera la presión social para que sentenciara como lo hizo— están ahora congratulándose y felicitando a Obama por la caza y eliminación de Bin Laden. Hay evidente alborozo y general alegría. Todos felices, ¡qué ricos! Solo han fruncido el ceño y se han mostrado ásperos cuando han hablado o han dado noticia de algún comentario de algún «progre de pacotilla» que ha cuestionado la legalidad del asesinato. Naturalmente, a este general alborozo se han sumado los dos principales partidos españoles: PSOE y PP, que han felicitado calurosamente al «primo de Zumosol» (Obama), para dejar claro su apoyo a la acción bélica desarrollada. Esto en España.

En USA, por lo que nos llega, la inmensa mayoría de ciudadanos dan un apoyo incondicional y entusiasta a lo hecho por su gobierno, hasta tal punto que, según se dice, la caza de Bin Laden ha corregido el progresivo descrédito social que atosigaba a Obama. En los países de nuestro entorno tampoco parece que haya habido críticas; al contrario, los líderes de los diferentes gobiernos se han apresurado a felicitar a Obama. O sea, tanto en el caso Sortu como en el de Bin Laden ha habido un apoyo social y político mayoritario a la ilegal actuación de los respectivos estados que se han vengado de los que les habían hecho daño: por parte de nuestra Justicia, en el caso de Sortu, y por la del Gobierno USA, en el de Bin Laden. Es claro, pues, que en ambos casos la mayoría social ha entendido que «el fin justifica los medios», aunque estos sean ilegales.

Así las cosas, la cuestión ética que se plantea ante este tipo de hechos es si los estados, apoyados por una gran mayoría social, están legitimados para actuar ilegalmente. O sea, como en el post de Sortu, en éste me hago la pregunta: ¿ha sido legítima —y, por tanto, justificable— la venganza ilegal de USA? También ahora me tengo que responder que no, aunque me temo que la mayoría opina la contrario.

De lo que no me cabe duda es de que la cuestión planteada es de suma importancia, y que, por tanto, requeriría un profundo análisis y un sosegado debate social. Hay que tener en cuenta que, si tengo algo de razón, está en entredicho la premisa básica del Estado de Derecho: el imperio de la ley. Pero me parece que es una ingenuidad esperar que ese debate y análisis se haga aquí y ahora; o sea, que va a ser que no...¡mecagüen...!


14 abr 2011

GUDARIS (ficción)

Me imagino así a los «gudaris» actuales. No sé...


—¡Mecavendios!, Julen. ¡Estos de Sortu son unos mierdas! Me tienen hasta los cojones. Los hijoputas españoles sólo entienden una medicina: ¡dinamita!... y eso es lo que hay que darles—. Iker González Pinto, de 31 años, miembro de ETA desde hacía seis, mostraba así su indignación ante la propuesta leída por uno de los presentes, Julen Martínez Bengoetxea. Acababa de comenzar la reunión del comando “Borrokatu”, de ETA, en un pequeño apartamento de una tranquila localidad del sudoeste de Francia.

En la reducida salita, alrededor de una pequeña mesa circular, cuatro hombres y dos mujeres; sus edades estaban en torno a los 30. Todos fumaban y, salvo en el de una de las mujeres que tenía delante de sí un gintonic a medio consumir, en los vasos de los demás se adivinaban los restos de cubatas. El objeto de la reunión: fijar la opinión del comando ante la cuestión que se debatía en la cúpula militar de ETA después de que Sortu presentara su solicitud de inscripción como partido político.

—¡Joder, Iker, estamos en tregua —reconvino Julen secamente—. En este momento sobran los cojones y hace falta inteligencia. ¡Tenemos que pensar! —se dirigió a Itziar Garcia Maestre que en ese momento daba un pequeño sorbo a su gintonic— ¿Cómo lo ves tú, Itzi?

—No sé, Julen... no lo tengo claro; por un lado, estoy contigo en lo de estarnos quietos, pero, por otro, le entiendo a Iker... estoy confusa.

—¡Joder, Itzi!, alguna vez deberías ser más precisa... mira que le echas huevos a la hora de actuar, pero cuando hay que tomar decisiones... Sólo lo tienes claro a la hora de elegir polla: la de Iker...

Al decir estas últimas palabras, Julen había endurecido el gesto con una muestra de desagrado. Aún tenía presente la única vez que se había acostado con Itziar tras la primera reunión a la que ésta había asistido, hacía ya casi un año. A Julen le gustaba mucho esta menudita bilbaína y soportaba mal la evidencia de las relaciones entre ella e Iker. Al ver que Itziar fruncía el ceño en señal de desaprobación por sus palabras, Julen trató de arreglarlo. —Venga, es coña; vamos a lo que importa.

—No toques los cojones, Julen. ¡Mecavendios! —protestó Iker mientras golpeaba la mesa con su vaso en el que solo quedaban un par de pequeños trozos de hielo— Estamos aquí para hablar de la mierda de Sortu, no para soltar gilipolleces, ¡mecavendios!

—Venga, venga... dejaros de chorradas y vamos a lo nuestro —intervino conciliadoramente Eneko—. En realidad, su nombre era Modesto Blanco Muñagorri, si bien, al entrar en la organización se identificó como Eneko Goikoetxea Muñagorri y se cuidó de que no se conociera su verdadero nombre y primer apellido. Eneko pronto destacó por su eficacia en las ekintzas (acciones militares) que se le encomendaron; tras tres años en la kale borroka entró a formar parte del comando, y solo dos de actividad en éste le habían bastado para hacerse con el mando del grupo. Habitualmente, bebía mucho y fumaba Malboro sin parar; de vez en cuando se fumaba un “canuto”, aunque no le gustaba demasiado porque, como él decía, «le daba el muermo y se ponía tontito». Se le consideraba inteligente. —Opino que debemos hacer caso a los políticos... algunas veces, cuando pienso en nuestra guerra me entran dudas... no tengo claro a dónde coño vamos...

—Ya está este con sus paranoias —espetó Iker mientras se levantaba para dirigirse a la cocina para servirse otro cubata—. Déjate de hostias y haz caso a tu instinto guerrero, ¿quieres otro cuba?

—Vamos a ver... razonemos—. Cuando Ibón Arévalo Gómez comenzaba sus intervenciones con estas palabras concitaba la atención de los presentes; también en esta ocasión. —Lo que tenemos que hacer es forzar la negociación; lo que queremos lo tenemos claro y también lo que quieren. La cuestión es si tenemos que seguir quietos o les damos un susto para acojonarlos. Yo me inclino, como Iker, por esto último; hay que dar caña... estoy hasta los huevos de esta inactividad. Además estamos tiesos y nuestra situación puede hacerse insostenible. ¿Qué opinas tú, Esti?

Estíbaliz Goenaga Urruti, de 35 años, era la más veterana del grupo; llevaba más de 10 años en la lucha. Solo por eso se la respetaba. Natural de Errenteria, había comenzado muy joven en la kale borroka y era la única del grupo que había pasado por la cárcel (16 meses) tras su detención por la quema de un cajero automático en su pueblo. Desde que su novio —también de ETA— fue detenido y encarcelado hacía ya más de 5 años, había comenzado a beber con desmesura y, al contrario que Eneko, solo fumaba porros (no pocos diariamente); obviamente se pasaba el día en un estado de nirvana, del que, sin embargo, se sobreponía con facilidad cuando tenía que actuar. Muy disciplinada, no era proclive a opinar; «a mí, lo que me manden», solía decir cuando se le pedía su parecer.  No obstante, la pregunta de Ibón pareció despertarla de su aparente letargo, levantó la cabeza mostrando sus enrojecidos bellos ojos y respondíó:  —Aunque no lo tengo muy claro, yo me sumo a lo que decida la mayoría —balbuceó—, tengo plena confianza en vosotros, lagunak. ¡Sois la hostia! —dijo la última frase con énfasis y sonriendo antes de volver a su estado de aletargamiento—.

Se hizo un silencio. Itziar se levantó para ayudar a Iker a servir otra ronda.

—Mecavendios —masculló Iker en la cocina mientras ponía hielo en los vasos sobre los restos que contenían—, encima tenemos que estar en este puto pueblo tocándonos los huevos; cualquier día le doy un palo a la primera vieja que vea por la calle...

—Tranqui, chiqui —le interrumpió cariñosamente Itziar, y, acercándosele y bajando la voz, prosiguió— tú, al menos, me tienes a mí; estos pringaos lo tienen más crudo... Hala, vamos a la mesa.

En la habitación continuaban en silencio. Iker e Itziar depositaron sobre la mesa los cinco vasos llenos; a Estíbaliz no le dieron.

—Parece que no lo tenemos claro... pero hay que decir algo a los de arriba —Eneko rompió el silencio—... esto es una mierda...

—En eso creo que estamos todos de acuerdo: es una puta mierda —dijo con aplomo Itziar—.

—¿Ponemos la tele? —preguntó en buen tono Ibón—, es la hora del telediario en el canal internacional. A ver qué se dice del capullo de Zetapé.

—Lo malo es que abran con alguna caída; últimamente nos están dando de lo lindo... —sentenció Julen con afección—.

—¡Joder!, Julen, no seas aguafiestas —le reconvino ásperamente Eneko—.

—¿Por qué no me habéis puesto otro cubatita? —preguntó sorpresivamente Estíbaliz, saliendo, aparentemente, de su letargo—.

—¡Mecavendios! ¡Vaya tropa! —dijo ásperamente Iker mientras accionaba el mando a distancia—.


27 mar 2011

LOS INCONSISTENTES

Solemos utilizar el adjetivo inconsistente para referirnos a las personas que tras una apariencia de solidez intelectual adolecen de incapacidad resolutiva. Los inconsistentes resuelven poco y, por el contrario, suelen crear problemas.

La inconsistencia intelectual es una curiosa variante de la incompetencia. El rasgo más acusado del inconsistente es que lo disimula muy bien, por eso resulta más peligroso que el incompetente corriente, o sea, del que evidencia incompetencia. Éste, el incompetente corriente, da menos guerra, porque, una vez que se le tiene identificado, es difícil que acceda a posiciones protagonistas en las que su incompetencia resulte dañina para los demás; lo único que requiere es vigilancia para poder reaccionar ante los errores que, seguro, cometerá.

Pero el inconsistente, como he dicho, es más peligroso, porque, en su permanente actitud de camuflar su incompetencia y como no suele ser tonto y puede que tenga otro tipo de habilidades, puede conseguir dar el pego y acceder a niveles importantes del mundo empresarial, político o social. Y ahí está el peligro, porque, tras acceder a posiciones de poder, al inconsistente no le queda más remedio que seguir disimulando —ahora con más fuerza— su incompetencia resolutiva. Y, para esto, lo único que sabe hacer es proponer o sugerir medidas epatantes, con apariencia de innovadoras y atrevidas, preocupándose solo de que suenen bien ante los demás y sean aceptadas, pero sin detenerse en el análisis previo sobre su eficacia o viabilidad; para esto no está dotado. Su inconsistencia intelectual le impide realizar el necesario ejercicio imaginario para prever las consecuencias operativas o funcionales de sus propuestas o, mucho peor, decisiones. La nefasta «improvisación» es su arma favorita para salir, ulteriormente, de las situaciones problemáticas a las que lleva su incompetencia disimulada. 


Y el peligro del inconsistente no acaba ahí. Ya he dicho que no suele ser tonto y por eso sabe que, en posiciones de poder, no puede tener cerca gente avispada que pronto se dé cuenta de su incompetencia. Por eso procura rodearse de incompetentes como él o de personas de lealtad asegurada que aunque perciban su incompetencia la soporten disciplinada y estoicamente, llegando, incluso, a colaborar en la permanente tarea de disimular o camuflar la incompetencia del inconsistente. Si entre los que se rodea se repite la figura del inconsistente tendremos que de nuevo se reproduce el problema, por lo que la inconsistencia puede tener efectos multiplicadores en una estructura de gestión piramidal. La cosa es seria.

De lo dicho hasta ahora, resulta obvio que los inconsistentes que son hábiles y, por esto, alcanzan posiciones relevantes en la empresa o en la sociedad, es decir, que consiguen un protagonismo en la gestión, además de frívolos e incompetentes son impostores. Ocupan posiciones para las que no están dotados. Afortunadamente, tarde o temprano se descubre su impostura y son apeados de las posiciones que han ocupado indebidamente. Lo malo son las secuelas de su incompetente gestión.

Ahora que estoy acabando el post, he caído en la cuenta de que cuando lo he empezado a escribir tenía en la mente referencias de personas que me he encontrado en mi vida profesional, pero, a medida que he ido avanzando en la redacción, el espectro de referencias se ha ido achicando y concentrando en la figura de nuestro inefable ZP... ¡Joder!



19 mar 2011

COSAS QUE JODEN

Hay situaciones, circunstancias o hechos que, más que molestar o fastidiar, joden, porque, además de que son causados por la negligencia, incompetencia, descuido o falta de consideración de otros, son reiterativos o, lo que es igual, uno los padece con cierta frecuencia en el transcurso de su cotidianidad. Veamos algunos ejemplos.

Mira que jode que cuando tienes que hacer alguna gestión telefónica en una empresa o entidad no tengas más remedio que llamar a un teléfono 902; pero jode más, aún, que te responda un contestador automático que, además de darte la «bienvenida» con una estúpida locución, te obliga a escuchar un mensaje publicitario, tras lo que te ofrece una serie de opciones para redirigir la llamada pidiéndote que elijas la adecuada pulsando o diciendo el número correspondiente, o te pide que digas de forma breve o resumida una frase para que el contestador automático interprete qué gestión quieres hacer. Y mientras esto sucede, el tiempo transcurre y, por tanto, se va incrementando el coste de la llamada, que inexorablemente incluirá tu operadora telefónica en la factura telefónica del periodo. Pero la jodienda no acaba ahí, porque, tras redirigir la llamada en primera instancia, de nuevo escuchas la voz del maldito contestador automático ofreciéndote nuevas opciones a partir de la primera que has elegido, que te obliga a una nueva elección... y el segundero de la operadora sigue funcionando. Pero el remate del calvario jodiente es cuando, tras tu segunda elección, vuelves a escuchar el miserable contestador diciendo algo parecido a «Todos nuestros operadores están ocupados; rogamos que vuelva a...». No sé cómo acaba la frase porque sin esperar a oírla entera suelo soltar una imprecación mencionando a alguno de los «progenitores» del bellaco contestador automático... y cuelgo. Ya digo, a mí esto me jode muchísimo.

También me jode bastante que cuando voy en moto por Madrid, circulando entre dos hileras de coches parados en los habituales atascos que se producen en esta ciudad («embalsamientos» los denominó una responsable de tráfico cuando daba explicaciones sobre un monumental atasco que se produjo recientemente tras una fuerte nevada... y se quedó tan pancha), te encuentres con algún vehículo que inexplicablemente no está alineado con los de su hilera, o sea, que bloquea el pasillito por el que uno circulaba tan ricamente, con una gratificante sensación de ser en ese momento un ser privilegiado, por encima de los sufridos y pacientes conductores de automóviles, único capaz entre todos presentes en el «embalsamiento» de tener la seguridad de llegar a destino a la hora prevista. Pues todas esas agradables sensaciones se desvanecen al encontrarte con el vehículo desalineado. Jode un montón; además de que te tienes que parar, te imaginas al desalineado mirándote por su retrovisor y diciendo para sí «Venga, listillo, a aguantar y joderte como los demás». Cuando, por fin, los vehículos se ponen en marcha y te dispones a adelantar al desalineado y estás a su altura le echas una miradita furibunda a la vez que, por lo bajini, le dedicas algún «piropo». Curiosamente, según mi experiencia, los desalineados suelen ser taxistas o mujeres; o sea, aunque suene raro, los unos y las otras joden igual.

Dejo para otro día hablar de otras cosas que joden; hay muchas.


20 feb 2011

SORTU. ¿Legalidad o venganza?

El imperio de la ley

Asumiendo los fallos y excesos inevitables en cualquier obra humana, creo que se puede decir con propiedad que en España es una realidad el concepto Estado de Derecho; por tanto, se supone que está generalmente aceptada por los ciudadanos y asumida por los poderes públicos la premisa democrática del «imperio de la ley».

En consecuencia, es incuestionable que en las discrepancias sometidas a la función jurisdiccional del Poder Judicial, o sea, en las causas que juzgan los jueces, éstos deben sentenciar de acuerdo con la aséptica aplicación de las leyes, sin dejarse influir por motivaciones políticas, pasionales, resentimientos y rencores o cualesquiera otras razones de carácter emocional que pudieran alterar o condicionar el necesario objetivismo de los jueces; menos aún, éstos no deben dictaminar contaminando sus sentencias por deseos vengativos.

Tampoco los jueces pueden prestar oídos a las demandas de grupos sociales — y, por tanto, dejarse influir por éstos—, por muy numerosos que sean y por muy comprensibles o justificadas que sean las demandas, si éstas no se ajustan a derecho, es decir, si no están en consonancia con las leyes.
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Así, por ejemplo, por mucho que, como hemos visto recientemente en la tele, padres que han sufrido el asesinato de un hijo reclamen desgarradoramente sentencias condenatorias para los supuestos asesinos, el juez o el jurado deberán desoír todo eso y basarse exclusivamente en las pruebas y evidencias para sentenciar; obviamente, tampoco se podrán aplicar penas que no contemple la ley, y por mucho que alguien reclame la cadena perpetua para un culpable no se le podrá aplicar tal pena puesto que no está contemplada en nuestro ordenamiento jurídico.

Es decir, aquí sólo vale lo que diga la ley, asumiendo que el subjetivismo de los jueces sólo debe entrar en juego en los casos en que la aplicación de la ley no resulte clara y, por tanto, deba ser interpretada (de ahí la jurisprudencia como fuente de derecho).

La sentencia del juicio paralelo

Pero eso no es lo que pasa en los denominados «juicios paralelos», que, como es bien sabido, son la manifestación ostensible, generalmente a través de los medios de comunicación, de veredictos extrajurisdiccionales, que son pregonados y divulgados anticipadamente por aquellos que, por las razones que sean, tienen interés en las causas que se juzgan en los tribunales. En estos juicios paralelos, lo de menos suele ser la ley; lo de más, el subjetivismo e intereses de los que los llevan a efecto.


Es indudable que a Sortu o, mejor dicho, al proceso de su inscripción en el Registro de Partidos Políticos del Ministerio de Interior se le está haciendo un feroz y machacante juicio paralelo con el evidente objetivo de influir en la decisión de los jueces de la Sala especial del Tribunal Supremo que debe decidir sobre si procede tal inscripción. A nadie se le escapa que la «sentencia» ya dictada de este juicio paralelo es la de que no se autorice la inscripción y, en consecuencia, que Sortu no adquiera la condición de partido político.

¿Influirá tal «sentencia» del juicio paralelo en la que deba dictar el Tribunal Supremo? Ésta es la cuestión clave de este asunto. Teniendo en cuenta que casi todos los partidos políticos (especialmente los más importantes) parece que están a favor de la «sentencia» condenatoria del juicio paralelo, y que también lo está la mayoría de las opiniones que se leen u oyen en los medios de comunicación, ¿serán capaces los jueces de sustraerse a tal presión social y política y sentenciar con objetividad? Me respondo: creo que no; ni de coña.

La venganza


Tratemos sobre el porqué de la «sentencia» condenatoria en el juicio paralelo. La verdad es que es comprensible el rechazo social mayoritario que hay en España hacia la llamada izquierda abertzale; se lo han ganado a pulso. ETA ha causado gran dolor en la sociedad española y ha hecho muchísimo daño a la democracia, sobre todo en sus albores (década de los ochenta). Como dicen los modernos, ha sido muy fuerte. Sin entrar en más detalles sobre esto, puesto que es de sobra conocido, ETA —y los que la han jaleado y defendido— ha generado tal rechazo en el conjunto de la sociedad que ésta, ahora, se quiere cobrar su «venganza» —y enfatizo en este sentimiento porque lo que se está haciendo con el juicio paralelo a Sortu no es ni más ni menos que vengarse de ETA—, castigando al proyecto de partido que pretende incorporarse a la vida política.

Es verdad que las víctimas de ETA no han recurrido al «ojo por ojo...» y que el Estado, desde hace muchos años (época post Gal) tampoco ha utilizado —al menos no lo hemos sabido— métodos ilegales para combatir el terrorismo. Pero es obvio que ahora tanto las víctimas como una gran mayoría de la sociedad española quieren pasar la factura de los desmanes de ETA a los que considera sus afines, y, sin reparar en si es o no legal lo que intentan hacer, están presionando al Estado —más concretamente, al Gobierno y al Poder Judicial— para que en esta ocasión no se salgan con la suya aquellos a los que consideran cómplices de la banda. Por eso, desde hace ya mucho tiempo, en cuanto se barruntó que la izquierda abertzale podría solicitar la legalización de una nueva marca electoral, se puso en marcha una acción política y mediática para evitarlo a toda costa: por las buenas (con la ley en la mano) o por las malas (retorciendo la ley cuanto sea necesario).

Por eso, en el juicio paralelo, algunos «jueces» utilizan pretendidos argumentos legales que, a todas luces, no se sostienen. Hay muchos que —emulando a los que, como decía antes en un ejemplo, piden la cadena perpetua)— se han sacado de la manga, sin ninguna base legal, una especie de «periodo de prueba» al que debe someterse a Sortu hasta que demuestre fehacientemente sus buenas intenciones. También se argumenta que no se debe tolerar que los impuestos de los ciudadanos vayan a los amigos de ETA (como si los teóricos votantes del partido que pretende legalizarse no pagaran impuestos). En fin, se argumenta inconsistentemente, porque a estos «jueces» lo que les inspira no es su deseo del cumplimiento de la ley; al contrario, ésta ni les importa, lo que de verdad quieren es, como ya he dicho, vengarse de ETA y de sus «amigos», y evitar a toda costa que éstos accedan, a través de las próximas elecciones a los ayuntamientos y diputaciones de Euskadi.

La legalidad

Aunque resulte pretencioso, voy a tratar de analizar muy someramente si la solicitud de Sortu de ser inscrita como partido político se ajusta a la ley; es lo que estarán haciendo los jueces de la Sala especial del Tribunal Supremo. Después de leer la Ley de Partidos Políticos y los estatutos que Sortu ha presentado, a mí me parece que Sortu, desde la perspectiva estrictamente legal, tiene todo el derecho a la inscripción. Creo que sus estatutos cumplen los requerimientos de la Ley de Partidos Políticos, porque en ellos, entre otras muchas cosas que ahora no vienen al caso, dicen:

· Que adoptan «...una posición clara e inequívoca de actuación por vías exclusivamente políticas y democráticas...».

· Que su proyecto rompe «...con los modelos organizativos y formas de funcionamiento (...) del pasado...», y que rompe con los «vínculos de dependencia» anteriores de la Izquierda Abertzale, y con ello se trata «...de impedir su instrumentalización por organizaciones que practiquen la violencia...».

· Que muestran su voluntad «...de contribuir con el resto de agentes políticos y sindicales (...) a la definitiva y total desaparición de cualquier clase de violencia, en particular la de la organización ETA...», y al «reconocimiento y reparación» de todas las víctimas de la violencia.

· Que su compromiso es «...firme e inequívoco...» con las «...vías exclusivamente políticas y democráticas...».

· Que muestran de forma contundente su rechazo «firme e inequívoco de todo acto de violencia y terrorismo y de sus autores», y asumen lo que en este contexto requiere la Ley de Partidos Políticos.

¿Qué más pueden decir? Algunos les achacan su falta de «condena» a las acciones pasadas de ETA. Pero a eso no obliga la Ley de Partidos Políticos; tampoco a que los demás partidos condenen, por ejemplo, la dictadura de Franco.

También, en el juicio paralelo se dice —como argumento legal en contra de su legalización— que Sortu es una «continuidad» de los anteriores partidos de la izquierda abertzale que fueron ilegalizados anteriormente. Y es obvio que sí, si nos atenemos a su «clientela», porque está claro que los potenciales votantes de Sortu —ciudadanos normales, que trabajan y pagan sus impuestos como los que votan a otros partidos, pero que son partidarios del socialismo y de la independencia de Euskal Herria— tienen todo el derecho del mundo, reconocido por la Ley de Partidos Políticos, a tener una opción política que defienda sus intereses políticos. No hay que olvidar que esta ley, en su exposición de motivos, reconoce como legítimos los partidos que «... defienden y promueven sus ideas y programas, cualesquiera que éstas sean, incluso aquellas que pretenden revisar el propio marco institucional...», siempre que lo hagan «...con un respeto escrupuloso de los métodos y principios democráticos».

Naturalmente, Sortu nace para recoger los votos de los que antes votaron a Herri Batasuna, Herri Herritarrok, PCTV, ANV... y no sé si ha habido alguno más, ¿a quién van a pedir el voto si no? Pero eso no debería tener ninguna consecuencia legal si las prácticas políticas del nuevo partido se ajustan a lo que la ley dispone, y esto, a juzgar por lo que consta en sus estatutos, parece que lo quieren cumplir escrupulosamente. Y si lo dicen, ¿quién tiene derecho a cuestionar sus intenciones? ¿Dónde están las pruebas de que están engañando? En todo caso, si ulteriormente se apartan de lo que han prometido, se activarán los resortes legales para judicializar la desviación. Pero a priori no se puede asegurar que lo que dicen no se ajusta a sus intenciones, ni, por supuesto, tal presunción puede tener efectos legales. Por tanto, no creo que es de aplicación el apartado b) del punto 1 del artículo 12 de la citada ley, que trata sobre la improcedencia de la continuidad de un partido disuelto (ilegalizado) anteriormente.

Resumiendo, a mí me parece que con la ley en la mano no debería haber impedimento legal para que Sortu sea inscrito en el Registro de Partidos Políticos del Ministerio de Interior. Si los jueces del Supremo no lo aceptan, es claro que la motivación de la decisión sería, a mi humilde entender y como he dejado expuesto en el apartado anterior, consecuencia de la sed de venganza de la sociedad española respecto a ETA y sus «amigos».

La cuestión

Tras todo lo expuesto me planteo una cuestión: ¿es legítima la venganza ilegal del Estado, presionado por una gran mayoría social, como respuesta al dolor sufrido durante muchos años por la irracional y salvaje acción de ETA?

Yo respondería que no, pero comprendo que otros opinen lo contrario.