13 ago 2012

JJ.OO.

Han finalizado los JJ.OO. de Londres 2012, que, por la tele, he seguido con mucho interés; me tragué (disfrutando) completos  los espectáculos (o ceremonias) de la inauguración y de la clausura. Al margen de lo puramente deportivo o competitivo, creo que un evento como el que nos ocupa podría ofrecer un sinfín de enfoques analíticos sobre su impacto, significación y alcance. Yo me voy a detener en lo puramente estético; es decir, voy a comentar sobre el espectáculo que se ofrece al espectador por el desarrollo de las competiciones.

Y para centrar el comentario en lo estético de las pruebas tengo que prescindir de dos elementos fundamentales: uno, de las ceremonias que ya he mencionado (de las que sí diré algo luego) y, dos, del aspecto emocional o partidario con que casi todo el mundo ve las competiciones de los JJ.OO, sobre todo si en las pruebas que se contemplan participan deportistas del país de cada cual. Ya sé que prescindir de este segundo elemento —la emotividad que proviene del partidismo— es algo así como desnaturalizar o dejar sin la sustancia principal a la contemplación de una competición deportiva. Pero eso es lo que quiero, porque de lo que va este escrito es de comentar, desde una perspectiva limitada a los aspectos estéticos, la plasticidad de uno de los eventos de mayor importancia (por no decir el más importante) del planeta. De las sensaciones, alegrías, frustraciones, marcas, victorias, derrotas, anécdotas, etc. se ha hablado, se habla y se hablará hasta aburrir, así que eso queda para otros o para otros momentos.

Refiriéndome a las propias competiciones, como espectáculo me parecen una birria. Y eso que, gracias a la excelente técnica y medios de los realizadores de la tele, resultan un producto televisivo de calidad. Pero, a lo que voy, es que en las competiciones de los JJ.OO. brilla por su ausencia lo que en los espectáculos humanos debe ser una constante en los que los conciben y los ejecutan: el talento, entendido, este, como capacidad creativa, imaginación, originalidad, arte, virtuosismo, etc. Es decir, el talento del ideador o creador del espectáculo y el de las personas que lo ponen en escena es el intangible en el que se sustenta la conexión que se establece entre el espectáculo y el espectador para disfrute de este.  Creo que no hace falta más explicaciones; todos —cada cual con sus gustos y preferencias— apreciamos el talento cuando asistimos a un espectáculo (cine, teatro, concierto, recital, circo, etc.) y disfrutamos, sentimos y nos emocionamos con lo que vemos o escuchamos.

Pero, como decía, en las competiciones de los JJ.OO. el talento creativo, la originalidad y la imaginación en las performances de los deportistas competidores es, prácticamente, cero. Debo excluir de esta aseveración a las competiciones en las que los resultados se basan en la subjetividad del jurado calificador, principalmente la gimnasia rítmica  y la natación sincronizada, en las que, precisamente, los aspectos estéticos o la creatividad en las ejecutorias priman sobre lo puramente deportivo o físico; también en las competiciones de lucha, judo y boxeo hay más campo para la singularidad en la ejecución, si bien estas competiciones no son de las que tienen mayor protagonismo o importancia en el contexto de la Olimpiada. El fútbol o baloncesto —sobre todo el primero— también podrían incluirse entre las competiciones que ofrecen cancha al talento de los participantes, si bien, al menos en el caso del fútbol, no es necesario esperar cuatro años para ver los mejores partidos (de hecho, en los JJ.OO no participan los mejores futbolistas).

En cambio, sí están los mejores del atletismo, considerado como el deporte rey de los JJ.OO, y que es el que suscita mayor atención y expectación, y, desde luego, el que tiene mayor cobertura televisiva. Pero, con criterios exclusivamente estéticos, tendremos que reconocer que no resulta muy espectacular ver a un grupo de deportistas corriendo, saltando o lanzando objetos, cuando todos los participantes lo hacen igual, y, además, prácticamente igual que lo hacían los que competían hace cientos de años. La única diferencia está en unos segundos (o décimas de segundo) o en unos centímetros; pero, a los efectos estéticos a que me refiero, esas diferencias son imperceptibles.

Por comentar algo de lo visto, diré que con el Maratón me pasa lo mismo que con los toros, lo más espectacular me resulta el desplome de los exhaustos atletas en la llegada (en los toros, las cogidas); ahora, ver cómo corren los sufridos y esmirriados maratonianos no me parece espectacular en absoluto. Y de la prueba reina del atletismo a la más mediática: los 100 metros lisos; la ganó un macizo jamaicano que llegó a la meta unas décimas antes que sus competidores, que, a lo largo del recorrido, corrieron, aunque un poco menos rápidos, de forma muy parecida al ganador (y también de forma similar, supongo, a los que ganaron la misma prueba en todos los JJ.OO de la historia). Ver a los ágiles atletas saltar (a lo largo o a lo alto) tampoco dice mucho; en todo caso, la pértiga ofrece algo más de espectáculo, pero, lo que decía, también todos lo hacen exactamente igual. Menos espectacular y mucho más antiestético me resulta ver a los gordos y gordas en los lanzamientos; todos utilizan la misma técnica y se mueven exactamente igual... no emocionan en absoluto.

Lo dicho sobre el atletismo sirve para las competiciones de natación; con leer los resultados en el periódico del día siguiente es suficiente para los que tengan algún interés en estas disciplinas; para los que no tenemos mucho interés, resultan una lata. Y qué decir sobre las competiciones de tiro, tiro con arco, hípica, halterofilia, remo y algunas otras; desde luego, su estética tampoco me pone. La verdad, en buena parte de las competiciones que he citado, el espectáculo está en la estética de los propios atletas (abdominales y paquetes, en ellos, y culetes y muslamen, en ellas).

Dicho todo esto, cabe preguntarse ¿por qué tienen tanto éxito como espectáculo los JJ.OO.? La respuesta es fácil: porque, por encima de la pobre plasticidad de las pruebas en sí, está la grandiosidad de la exaltación del espíritu competitivo y de superación del ser humano. Además, los JJ.OO. son el santuario mundial para la sacralización de la victoria y para el culto y veneración a los triunfadores (sobre todo si son «de los nuestros»); también, muchas más veces de las que se ven, representan la frustración humillante para los perdedores. Y supongo que esto de ver ganar y perder gusta. Ahora bien, gusta porque los JJ.OO. son cada cuatro años, porque si fueran cada año la expectación decrecería. No digo nada si las competiciones fueran, como el fútbol, cada domingo... las iba a ver su prima.

Pero por lo que parece que más gusta este evento es por ser ocasión para dar rienda suelta al patriotismo desmedido y a las demostraciones exultantes de nacionalismo estatal tolerable o consentido; por eso las banderas y los himnos tienen un papel importante. De esto se podría hablar bastante... pero no ahora. De nacionalismo estatal tolerable o consentido saben mucho los británicos, y en estos JJ.OO. han hecho constantes demostraciones de ello, no solo durante el desarrollo de las competiciones (en las que han obtenido una buena cosecha de triunfos), sino, sobre todo, en las ceremonias de inauguración y clausura. Como he dicho al principio, disfruté con los dos espectáculos, a pesar de que me resultó excesivo tanta exhibición de la Union Jack; aun con eso, ambas ceremonias me parecieron espectaculares y una demostración de talento creativo y, sobre todo, organizativo.

Para concluir, tengo que confesar que, olvidándome de la coña de la estética de las competiciones —que, la verdad, tampoco tiene demasiada importancia, porque en cualquier competición lo que realmente vale e importa es el hecho en sí—, vi por la tele buena parte de las competiciones de los JJ.OO y, especialmente, las de atletismo... y me lo pasé debuten. Que los de Jamaica, un país de menos de 3 millones de habitantes, les mojen la oreja a los del todopoderoso USA (más de 300 millones) me priva; también, ver el triunfo de los famélicos africanos en las pruebas de resistencia. Esto solo pasa en el atletismo y lo solemos ver en los JJ.OO.


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