Hace poco llegó a mis manos el programa electoral de uno de los partidos políticos que participaron en las elecciones del pasado 21-O en Euskadi. Nada menos que ¡262 páginas! ¡De no creer! Para saber si tal exceso era o no algo extraordinario, me preocupé de obtener los programas de los otros partidos competidores en las mismas elecciones, y pude comprobar lo que me temía: los demás programas, aunque no tanto, también eran unos tochos de echar para atrás. La media rondaba las 200 páginas, que no está nada mal (y estoy hablando de las elecciones de una autonomía; ¡cómo serán en las del estado!).
¿Habrá habido alguien que se haya leído completo alguno (no voy a decir varios ni, mucho menos, todos) de estos ladrillos? Yo creo que ni los propios equipos de redactores (porque supongo que se escribirán entre varias personas); ni los militantes del propio partido; ni, incluso, sus líderes; ni, mucho menos, los que simplemente formamos parte del censo electoral. Es que nada más ver semejantes mamotretos se quitan las ganas, ya no solo para leerlos completos, sino, incluso, para iniciar su lectura; son una barbaridad.
Obviamente, no hay que ser un lince para darse cuenta de que ningún ciudadano corriente, o sea, ninguno de los potenciales electores a los que, precisamente, va dirigido el programa, se va a leer algo así, por lo que deduzco que los responsables de los partidos —que suelen ser gente lista— son plenamente conscientes de ello. Entonces, ¿por qué se hacen los programas electorales tan infumables? Pues, a mi entender, porque lo que quieren es eso, que los ciudadanos no los leamos; esta sería la explicación inmediata o simple. Buscando una razón algo menos simplona, se me ocurre que cuando no se tienen claros las ideas o los mensajes políticos que se quieren poner en juego en la cancha de la confrontación partidista, o, lo que es peor, se pretende que no queden claros para los electores, suele ser muy corriente y eficaz emplear un exceso de retórica. O sea, hablar (o escribir) mucho y decir poco.
Un ejemplo de lo que digo podría ser el siguiente párrafo que he tomado al azar de entre los cientos que llenan las 262 páginas del programa en cuestión. Hablando, creo, de los principios ideológicos o programáticos del partido redactor se dice: «... propone una política de juventud desde la convicción de que las personas jóvenes son las verdaderas protagonistas de su propia vida y porvenir. Desde (...) planteamos un modelo sin afán paternalista ni de victimización de la juventud. Los compromisos e iniciativas que proponemos son herramientas a disposición de la juventud para que sean protagonistas en la construcción de su propio futuro. Ésa es la filosofía del proyecto que presentamos en materia de juventud: (...). Se trata de una propuesta ajustada a los centros de interés, necesidades y motivaciones de cada ciclo vital. Una propuesta coordinada, con visión estratégica, coherente y compartida con jóvenes, agentes y administraciones».
¿Mandeeeee...? ¡¿Qué nos prometían?! No me he enterado, pero les quedó muy bien. El redactor se lució. ¡Para que luego digan que los vascos somos parcos y lacónicos!
Hablando en serio, esto no es nada serio. Así no hay quién se entere y, por tanto, luego no es nada fácil que los ciudadanos podamos reprochar a los partidos no seguir los postulados o promesas electorales de sus programas, ni, como sucede con mucha frecuencia, que podamos echarles en cara que tomen iniciativas que no habían anunciado. En el párrafo que he transcrito cabe todo, para lo bueno y para lo malo. Desde luego, así no podremos llegar a lo que yo proponía en este blog en un antiguo post titulado «Democracia directa», en el que, en síntesis, propugnaba los referendums para los casos en que los partidos gobernantes tomaran iniciativas no contempladas en sus programas; desde luego, con programas como el que nos ocupa cualquiera sabe lo que los partidos prometen o no.
Por eso, creo que habría que regular la redacción de los programas que los partidos presentan en las elecciones; no sería muy difícil, no. Habría que limitar la extensión, por ejemplo, máximo 10 cuartillas A4 a un espacio con letra del 12, por decir algo. Y nada de paja literaria; concisos, concretos y claritos. Apurando, se podría prefijar el índice o materias a programar (economía, empleo, sanidad, obras públicas, etc.), dejando siempre un capítulo para las iniciativas programáticas singulares que no estén en el índice estándar. Además, se podría establecer que un organismo o institución oficial del ámbito en que se celebren las elecciones diera a los programas su previo visto bueno, atendiendo a su concisión, concreción y claridad. No hay que asustarse por estas cosas; no son tan difíciles, no. Para los partidos, debería resultar más fácil (esto, por lo que ya he dicho, no lo tengo muy claro) hacer un programa de 10 páginas que de 200, y los ciudadanos nos podríamos enterar. Y que no digan que no tendrían espacio para exponer sus promesas electorales, porque para decir lo que se quiere hacer en cuatro años (no en un siglo) con 10 páginas es más que suficiente si se tienen claros los objetivos.
Si los programas electorales de los partidos políticos tuvieran un máximo de 10 hojas, aunque no sea la literatura que más me pone, posiblemente me leería más de uno... y, como yo, también otros ciudadanos; entre ellos, seguro, los que hayan tenido la perseverancia e interés de leer este artículo. Pues ¡hala!, a divulgar la sugerencia.
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