Nueva entrega de cosas que, más que molestar, joden.
Los comentaristas de los partidos de fútbol que se ven por la tele.
Me refiero a los futbolistas (generalmente, ya retirados) que colaboran en las retransmisiones por la tele de los partidos de fútbol. ¡Qué plastas son! Exceptuando a alguno, como es el caso de Kiko Narváez, la mayoría son insufribles Se extienden en complejas explicaciones como si lo que se estuviera retransmitiendo fuera una operación a corazón abierto o algo desconocido para la generalidad de los espectadores. ¡Pero si el fútbol es más que elemental...! Y, además, es algo de lo que cualquier aficionado (los que ven los partidos por la tele se supone que lo son) es capaz de entender, de sobra, lo que ve en el terreno de juego. Pero es que, además de perderse en explicaciones supérfluas, sin ningún interés, suelen ser bastante aburridos; que hayan sido buenos futbolistas no es garantía, ni mucho menos, de que sean buenos comunicadores. No salvo ni a mi admirado Sarabia (¡qué golazo le vi meter al Barça en San Mamés!), que, como comentarista, es más aburrido que Aznar hablando de sus ligues (¿habrá tenido?).
¡Cómo echo de menos a José Ángel de la Casa! Se limitaba a nombrar el jugador que intervenía, a decir si le parecía que había sido o no penalty... y poco más (salvo cuando le salió el gallo al cantar el duodécimo gol de España a Malta). Pues eso, que los futbolistas comentaristas de TV sean más parcos y que se dejen de explicaciones inservibles... que joden bastante, porque, además de no interesar, impiden que te digan quién es el jugador que, mientras ellos hablan, lleva la pelota, que es lo que nos interesa a los televidentes, porque, como es natural, no conocemos o identificamos a todos los futbolistas que intervienen en el partido.
Yo, a veces, he tenido que quitar el sonido de la tele porque no lo podía aguantar; como decía Sinhué, las palabras del comentarista casi siempre me suenan como el zumbido de las moscas.
Que te sirvan el cubata «ya preparado».
A veces, cuando estás en una mesa o terraza de cualquier bar o cafetería y solicitas al camarero un cubata o cualquier otro combinado o bebida, te sirven lo pedido “ya preparado”; es decir, preparan lejos del alcance de tu vista lo que has solicitado, por lo que no puedes saber qué te han servido realmente, ni en qué proporción, ni cómo lo han preparado. Si, además, esto ocurre en un establecimiento donde te van a cobrar unos 8 o 10 euros por lo que has pedido, lo que no es nada raro en estos tiempos, es para coger un rebote de mil demonios.
Los cubatas, combinados y cualquier bebida, excepto el café por razones obvias, se deben “preparar” en la mesa del cliente; o sea, el camarero debe venir con el vaso vacío (como mucho, se puede tolerar que contenga el hielo, aunque ni eso debería), y servir a la vista del cliente el licor y refresco del combinado o lo que haya solicitado. Así el cliente podrá comprobar si lo que le sirven es lo que quiere y, si lo desea, podrá influir en que la proporción y cantidad sea de su gusto; es lo mínimo exigible. Si no se hace así, a mí me jode.
No poder saber cuál es el recipiente del champú.
Normalmente nos duchamos sin gafas, incluso los que las usamos habitualmente, como es mi caso. En las duchas suele haber varios recipientes: champú, gel, suavizante o acondicionador, etc. Cuando estás en tu casa, más o menos ya los distingues, bien por el color del contenido, por el tamaño del recipiente o por los colores predominantes en la etiqueta o en el envase, así que, aunque no puedas leer las etiquetas, no resulta difícil elegir el que se desea. Pero cuando uno, por las razones que sean, se ducha en baño ajeno, para saber el contenido de los recipientes que encontrará no le queda más remedio que leer la etiqueta. Y aquí viene el problema para los que, en ese momento, estamos sin las habituales gafas. Porque los fabricantes de los envases o, mejor dicho, de sus etiquetas, utilizan caracteres minúsculos para identificar el contenido, por lo que se corre el riesgo de utilizar el champú para frotar los pies o que se aplique al cabello después del suavizante.
Y esto, aunque no es un problema grave, jode, porque, sobre todo, tiene solución fácil. El problema no existiría con el simple hecho de utilizar letras grandes para la palabra que identifica el contenido de estos envases. ¿Tanto costará?
Y esto, aunque no es un problema grave, jode, porque, sobre todo, tiene solución fácil. El problema no existiría con el simple hecho de utilizar letras grandes para la palabra que identifica el contenido de estos envases. ¿Tanto costará?
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