Según
he visto y oído en los medios de comunicación, los yihadistas del Estado
Islámico (IS) quieren, con su “guerra santa”, dominar la mitad norte de África, Asia hasta la India, y en
Europa los Balcanes, Austria, España y Portugal; y parece que lo quieren hacer en cinco años. ¡Cómo
son! Obviamente, es una pretensión ridícula. Por tanto, no me voy a detener en
ella. Sí en lo que puede haberles movido a incluir España en tales intenciones,
para, así, enlazar con lo medular de lo que quiero hablar, que es de cómo
algunos se sirven de la Historia para dar soporte a sus propósitos, demandas
políticas e, incluso, ideología, cuando se trata de lo que podríamos llamar "cuestiones
territoriales".
Volviendo
a las intenciones conquistadoras del IS y refiriéndome exclusivamente a la
inclusión de la península Ibérica (del resto no voy a hablar porque no conozco
la historia de los otros territorios que señalan), supongo que los yihadistas
pretenden de nuevo dominar España y Portugal basándose en que durante casi ocho
siglos —desde que en el 711 los árabes derrotaron al rey godo Rodrigo en la
batalla de Guadalete hasta que se culminó la reconquista a finales del siglo XV—
los árabes o islamistas dominaron buena parte de la península. Todo lo dicho,
según la Historia oficialmente contada, que, aunque suelo ser bastante
escéptico con estas cosas, no voy a cuestionar, por lo que vamos a admitir que
fue así, más o menos.
Estamos,
por tanto, ante una especie de reivindicación territorial —además de
estrafalaria, imposible de materializar— que se apoya, exclusivamente, en cómo
fueron las cosas hace tiempo o, mejor dicho, en un determinado periodo de
tiempo (el que a los reivindicadores les interesa). Por supuesto, a los
ideólogos del IS no les preocupa cómo eran las cosas en la península Ibérica
antes del 711 y, por supuesto, les importa un pito lo que pensemos o queramos
los que vivimos actualmente en los territorios que quieren conquistar o
reconquistar, ellos pasan de nosotros, ¡qué majos! Y esta es la cuestión que me
interesa y que planteo en las siguientes preguntas:
- ¿Vale servirse de la Historia para cambiar el presente, sin la conformidad de los ciudadanos afectados?
- ¿Son legítimas las reivindicaciones territoriales para rehacer situaciones del pasado, sin tener el consentimiento de los ciudadanos del presente?
- Y volteando la cuestión, ¿se pueden cambiar las situaciones territoriales del presente si los ciudadanos afectados lo quieren? Esta pregunta encierra otra cuestión: ¿cómo se determina el colectivo de los “ciudadanos del presente”?
A mi
entender, las preguntas 1 y 2 solo admiten una respuesta: un rotundo NO. Para
responder la tercera, la cosa se puede poner más difícil, sobre todo si
pensamos en el actual proceso soberanista de Catalunya, que es a donde quiero
llegar. Yo la voy a responder.
Creo
que a la primera pregunta de la cuestión número 3 se debe contestar
afirmativamente. Es decir, creo que los ciudadanos de un determinado
territorio, si forman un colectivo con evidentes elementos identitarios
singulares, tienen derecho a constituirse en unidad política soberana e
independiente, siempre que, como es lógico, haya una mayoría de ciudadanos que
lo quiera. Esto de la mayoría nos abre otra cuestión: ¿qué mayoría o porcentaje
se necesita? Yo creo que no vale o no es suficiente la mayoría de los que voten.
Creo que, para algo de tanta trascendencia, se debe requerir la mayoría de los ciudadanos censados, es decir, al
menos la mitad más uno de los ciudadanos con derecho a voto. Para apoyar esto,
se podrían dar muchos argumentos, si bien, el más simple y a la vez contundente
es el que acabo de decir, o sea, que segregar un territorio del Estado al que
pertenece es algo tan importante que no lo puede decidir una "minoría" de sus
ciudadanos; se necesita una clara “mayoría”.
La
segunda pregunta de la cuestión número 3 hace referencia a qué ciudadanos
tendrán derecho a manifestarse sobre la primera pregunta de la misma cuestión.
Mi respuesta es que la decisión se debe tomar, exclusivamente, entre los
miembros del colectivo que plantea su segregación. En el caso de Catalunya, por
los ciudadanos de esa comunidad autónoma. Y aquí es donde topamos con el meollo
de la situación actual del proceso soberanista catalán.
Porque
el gobierno de España y los que se oponen a la consulta anunciada por la
Generalitat dicen, básicamente, que, en caso de que se hiciera, deberían participar
todos los ciudadanos del Estado, por lo que si solo se diera la oportunidad de
votar a los catalanes la consulta sería ilegal y, por tanto, no se podría
llevar a efecto. A mí me parece que tal actitud del gobierno de España se
asemeja, salvando las inmensísimas distancias, al comportamiento del IS del que
hablaba al principio, porque lo que intenta es una probable imposición de sus
deseos apoyándose en la “fuerza” de un mucho mayor número de votantes (los del
resto de España) que, probablemente, podrían oponerse a la independencia de
Catalunya. Y he hecho la comparación con lo del IS porque tal oposición sería
también hecha por la «fuerza» (no bélica) y basada también en la Historia, puesto
que el argumento básico de los votantes del resto de España para decir NO a la
independencia de Catalunya no sería otro que el de que “siempre ha sido España”,
aunque tal argumento carece de fundamento porque España, aunque como tal tiene
sus años, no ha existido siempre, o sea, el territorio catalán (con sus habitantes)
tuvo su existencia antes de que se crease el estado España.
Por
su parte, también los secesionistas catalanes se apoyan en la Historia para
respaldar sus reivindicaciones; sin detenerme en ello (porque no hace falta),
solo diré que en esto también se parecen, salvando las inmensísimas distancias,
a los del IS. Porque, a su forma, emplean la “fuerza” de la propaganda,
mediante —según se denuncia con frecuencia— la sutil y sesgada utilización de
los medios de comunicación públicos (gestionados o dirigidos por partidarios de
la independencia) que, indudablemente, influyen mucho en los ciudadanos y, por
tanto, podrían influir en su voto ante un eventual referéndum. (Como no vivo en
Catalunya, no tengo constancia de lo que he dicho, pero no me extrañaría que
fuera como se denuncia).
Resumiendo
y dejando de lado lo referente a la utilización de la “fuerza” (que en el caso
del IS es, por decirlo suave, un completo sinsentido), en las confrontaciones
políticas relacionadas con las reivindicaciones territoriales —tanto en las que
pretenden la anexión como en las que
quieren la segregación— los argumentos basados en la Historia ocupan un lugar
muy importante. Seguro que hay casos en que eso sea razonable, sobre todo
cuando se pretende revertir modificaciones territoriales relativamente
recientes que fueran conseguidas por la fuerza de las armas. Pero, cuando la
reversión pretende «retroceder» a la situación territorial existente varios
siglos atrás, a mí me parece que los argumentos basados, exclusivamente, en la
Historia son inconsistentes. Y esto, en mi opinión, vale para Catalunya y, por
supuesto, para la locura del IS.
Por
eso, como ya he dicho, creo que para modificar fronteras territoriales lo único
que vale es la voluntad de los ciudadanos que, en el presente, ocupan el
territorio en litigio, que debe expresarse en referéndum y con todas las
garantías democráticas. O sea, en el caso de Catalunya, mediante consulta
exclusivamente a los catalanes, que deberían manifestarse según sus propios
intereses y deseos, sin presiones de “fuerza” que puedan influir en su voluntad,
y en un escenario en que solo se muestre el presente y, en todo caso, el
futuro; o sea, sin mirar al empañado retrovisor de la lejana Historia. Y, muy
importante, para que la decisión sea vinculante tiene que estar
apoyada en, al menos, la mitad más uno de los ciudadanos que estén en el censo
del referéndum.
Por
tanto, en mi opinión sería conveniente modificar las leyes en España para que
esto fuera factible legalmente; no debería ser muy difícil si, como algunos
propugnan, se acomete una revisión de la Constitución. Lo realmente difícil va a ser impedir que los
catalanes se larguen a la brava como parece que quieren hacer, aunque Rajoy
diga que eso es imposible.
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