Listo: Supongo, Julio, que estarás al
corriente de la movida migrante que, procedente de África o de algunos países
del Oriente Próximo, afecta a la UE. Es muy fuerte, ¿no?
Julio:
Pues sí, listillo, está muy de actualidad en los medios de comunicación. Por lo
que parece, es un asunto muy grave, gravísimo. No solo por la cantidad de gente
que está muriendo, que ya de por sí resulta dramático, sino por la terrible situación
en que deben de estar en sus países de procedencia todas las personas que, casi
con lo puesto, deciden abandonar sus casas y emprender un viaje que, con final
incierto y sin ninguna garantía, lo más probable es que esté lleno de
penalidades y sufrimientos. Y todo ello, en muchos casos, como hemos visto en
la tele, con bebés, niños y viejos. ¡Espeluznante!
L: Vale, Julio, esto ya lo dicen los
reporteros que informan de estas noticias, o lo comentan los «opinólogos» de
las tertulias de la radio o de la tele. No has sido nada original. Esperaba
algo más de ti...
J:
Es que sobre estas situaciones no es fácil decir nada nuevo y tampoco conviene
frivolizar; son muy muy serias. Así que no esperes de mí ningún chascarrillo.
No obstante, para no defraudarte, te voy a decir algo por si te aporta un
enfoque nuevo. Me refiero al componente hipocresístico que se da en casi todos
cuando se comenta o comentamos sobre este problema.
L: ¿Hipocresístico? ¡Vaya palabreja!
Anda, anda, explícate.
J:
Vale, tío, me la acabo de inventar. Lo que quiero decir es que cuando se habla
o hablamos de este asunto, es muy corriente que se haga o lo hagamos con cierta
hipocresía. Por eso, creo que, además del drama en sí, también nos debería
preocupar cómo se analiza o lo analizamos.
L: ¿Y...?
J:
La cuestión está en que, aparte de los propios migrantes, en este gravísimo
problema hay otros dos sujetos colectivos: por un lado, los gobernantes de los países
receptores de la migración y, por otro, los respectivos ciudadanos, o sea, los
que se pueden ver «afectados» por los efectos de tal fenómeno social. Y sobre
estos —o sea, sobre nosotros, los ciudadanos contempladores de la tragedia
desde nuestra sala de estar y en zapatillas— quiero hablar.
L: ¿Quieres decir que los gobernantes,
en este caso de los países de la UE, no tienen nada que ver en el problema?
J:
No, no he dicho eso. Claro que tienen mucho que ver, pero, como he dicho que
voy a hablar de la hipocresía con que se contempla o contemplamos el problema,
el enfoque no les afecta. Porque a los gobernantes, en su papel de impedir o
dificultar este tipo de inmigración, no les puedo reprochar nada; hacen lo que
tienen que hacer, o, mejor dicho, lo que les toca hacer. Y eso, aunque no lo
expresemos (ya voy a emplear sólo la primera persona) abiertamente, es lo que, en
el fondo, queremos los ciudadanos. Y en esta contradicción entre lo que, por un lado, internamente nos gusta y, por otro, el
disgusto que manifestamos cuando hablamos de estas cosas entra en juego nuestra
hipocresía.
L: O sea, según lo que te he entendido,
somos unos hipócritas porque manifestamos nuestra pena y compasión cuando vemos en la tele
a los emigrantes hacinados en los barcuchos, en los trenes o en los improvisados campamentos
que forman en las fronteras y, sobre todo, cuando nos enteramos de sus muertes
en el intento. Venga, Julio, no te pases. ¿Nos deberíamos alegrar?
J:
No, naturalmente que no nos deberíamos alegrar. Lo malo, es que lo hacemos, aunque
en la mayor parte de las personas sea de modo inconsciente; en otras palabras,
internamente sentimos cierto alivio cuando nos enteramos de que no los dejan pasar. Hablando
de lo cercano, cuando vemos que en Ceuta ponen una enorme valla con peligrosos pinchos
para que no accedan los que vienen de África, o que los guardias los detienen en la
frontera y les impiden el paso a la península, en nuestro fuero interno, casi todos,
sentimos cierto alivio; aunque puede que no nos demos cuenta y, por supuesto,
no lo manifestemos.
L: Hombre, ahora que lo dices... Puede
que tengas algo de razón. Pero, en cierto modo, es normal. Lo que la mayoría
queremos es que esos movimientos migratorios se hagan legalmente, no sé...,
como pasaba con la emigración española hacia el centro de Europa de los años
cincuenta o sesenta... O que nuestros gobiernos hicieran algo en los países de
origen para que las personas no tuvieran que emigrar. Es normal pensar así,
¿no?
J:
Pues sí, es normal. Pero es una postura hipócrita. Porque, por encima de la
pena que expresamos, está el alivio interior que nos produce que los
gobernantes actúen como actúan, o sea, que impidan la inmigración de la que
hablamos.
L: ¿Y que sugieres que deberíamos
hacer?
J:
Pues lo que hacen algunas ONGs o asociaciones que, abiertamente y con
encomiable afán, se ocupan de facilitar las cosas y ayudar a los inmigrantes,
vengan como vengan, legales o ilegales. Las personas que en ellas militan no se
preocupan por las consecuencias, de tipo social o económico, que pueda tener la
entrada masiva de migrantes irregulares en el país. Ellos solo ven que son
personas que necesitan ayuda y a eso se dedican. Y eso, en mi opinión, es lo
importante y de todo punto loable.
L: ¡Anda!, ¿y por qué no te apuntas a
alguna de esas asociaciones?, Julio.
J:
Pues porque, como te pasa a ti y a la mayoría, en mí también está presente el
componente hipocresístico del que te hablaba al principio.
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