28 ago 2015

EL COMPONENTE HIPOCRESÍSTICO



Listo: Supongo, Julio, que estarás al corriente de la movida migrante que, procedente de África o de algunos países del Oriente Próximo, afecta a la UE. Es muy fuerte, ¿no?
Julio: Pues sí, listillo, está muy de actualidad en los medios de comunicación. Por lo que parece, es un asunto muy grave, gravísimo. No solo por la cantidad de gente que está muriendo, que ya de por sí resulta dramático, sino por la terrible situación en que deben de estar en sus países de procedencia todas las personas que, casi con lo puesto, deciden abandonar sus casas y emprender un viaje que, con final incierto y sin ninguna garantía, lo más probable es que esté lleno de penalidades y sufrimientos. Y todo ello, en muchos casos, como hemos visto en la tele, con bebés, niños y viejos. ¡Espeluznante!   
L: Vale, Julio, esto ya lo dicen los reporteros que informan de estas noticias, o lo comentan los «opinólogos» de las tertulias de la radio o de la tele. No has sido nada original. Esperaba algo más de ti...
J: Es que sobre estas situaciones no es fácil decir nada nuevo y tampoco conviene frivolizar; son muy muy serias. Así que no esperes de mí ningún chascarrillo. No obstante, para no defraudarte, te voy a decir algo por si te aporta un enfoque nuevo. Me refiero al componente hipocresístico que se da en casi todos cuando se comenta o comentamos sobre este problema.
L: ¿Hipocresístico? ¡Vaya palabreja! Anda, anda, explícate.
J: Vale, tío, me la acabo de inventar. Lo que quiero decir es que cuando se habla o hablamos de este asunto, es muy corriente que se haga o lo hagamos con cierta hipocresía. Por eso, creo que, además del drama en sí, también nos debería preocupar cómo se analiza o lo analizamos.
L: ¿Y...?
J: La cuestión está en que, aparte de los propios migrantes, en este gravísimo problema hay otros dos sujetos colectivos: por un lado, los gobernantes de los países receptores de la migración y, por otro, los respectivos ciudadanos, o sea, los que se pueden ver «afectados» por los efectos de tal fenómeno social. Y sobre estos —o sea, sobre nosotros, los ciudadanos contempladores de la tragedia desde nuestra sala de estar y en zapatillas— quiero hablar.
L: ¿Quieres decir que los gobernantes, en este caso de los países de la UE, no tienen nada que ver en el problema?
J: No, no he dicho eso. Claro que tienen mucho que ver, pero, como he dicho que voy a hablar de la hipocresía con que se contempla o contemplamos el problema, el enfoque no les afecta. Porque a los gobernantes, en su papel de impedir o dificultar este tipo de inmigración, no les puedo reprochar nada; hacen lo que tienen que hacer, o, mejor dicho, lo que les toca hacer. Y eso, aunque no lo expresemos (ya voy a emplear sólo la primera persona) abiertamente, es lo que, en el fondo, queremos los ciudadanos. Y en esta contradicción entre lo que, por un lado, internamente nos gusta y, por otro, el disgusto que manifestamos cuando hablamos de estas cosas entra en juego nuestra hipocresía.
L: O sea, según lo que te he entendido, somos unos hipócritas porque manifestamos nuestra pena y compasión cuando vemos en la tele a los emigrantes hacinados en los barcuchos, en los trenes o en los improvisados campamentos que forman en las fronteras y, sobre todo, cuando nos enteramos de sus muertes en el intento. Venga, Julio, no te pases. ¿Nos deberíamos alegrar?
J: No, naturalmente que no nos deberíamos alegrar. Lo malo, es que lo hacemos, aunque en la mayor parte de las personas sea de modo inconsciente; en otras palabras, internamente sentimos cierto alivio cuando nos enteramos de que no los dejan pasar. Hablando de lo cercano, cuando vemos que en Ceuta ponen una enorme valla con peligrosos pinchos para que no accedan los que vienen de África, o  que los guardias los detienen en la frontera y les impiden el paso a la península, en nuestro fuero interno, casi todos, sentimos cierto alivio; aunque puede que no nos demos cuenta y, por supuesto, no lo manifestemos.
L: Hombre, ahora que lo dices... Puede que tengas algo de razón. Pero, en cierto modo, es normal. Lo que la mayoría queremos es que esos movimientos migratorios se hagan legalmente, no sé..., como pasaba con la emigración española hacia el centro de Europa de los años cincuenta o sesenta... O que nuestros gobiernos hicieran algo en los países de origen para que las personas no tuvieran que emigrar. Es normal pensar así, ¿no?
J: Pues sí, es normal. Pero es una postura hipócrita. Porque, por encima de la pena que expresamos, está el alivio interior que nos produce que los gobernantes actúen como actúan, o sea, que impidan la inmigración de la que hablamos.
L: ¿Y que sugieres que deberíamos hacer?
J: Pues lo que hacen algunas ONGs o asociaciones que, abiertamente y con encomiable afán, se ocupan de facilitar las cosas y ayudar a los inmigrantes, vengan como vengan, legales o ilegales. Las personas que en ellas militan no se preocupan por las consecuencias, de tipo social o económico, que pueda tener la entrada masiva de migrantes irregulares en el país. Ellos solo ven que son personas que necesitan ayuda y a eso se dedican. Y eso, en mi opinión, es lo importante y de todo punto loable.
L: ¡Anda!, ¿y por qué no te apuntas a alguna de esas asociaciones?, Julio.
J: Pues porque, como te pasa a ti y a la mayoría, en mí también está presente el componente hipocresístico del que te hablaba al principio.

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