7 oct 2015

¡COÑO!


La del título es una de las interjecciones más utilizadas en España. No me gusta; prefiero otras, que, aunque suenen más fuerte o puedan considerarse más groseras, me parecen mejor. Así que vaya por delante que, salvo que se me escape, no forma parte de mi vocabulario. Por aclarar mi gusto en materia de interjecciones, lo primero que debo decir es que ¡coño! me resulta una interjección, además de ambigua, meliflua. Me explico.
Lo de ambigua lo digo porque su utilización requiere ser acompañada del gesto y tono para que tenga una significación inequívoca. Realmente, eso pasa con casi todas las interjecciones, pero con esta creo que más. Porque ¡coño! se puede utilizar para muchas cosas: desde el simple saludo (antes del vocativo, como en “¡Coño!, Pepe, ¿qué haces por aquí?”) hasta para reafirmar una orden (“¡Se sienten, coño!”, que dijo Tejero en el Congreso), pasando por su utilización para mostrar sorpresa, alegría, tristeza, interés, dolor repentino, admiración y muchas otras cosas.
¡Coño! es la interjección malsonante preferida por los que se consideran bienhablados, o sea, por la gente que se considera bien educada y que evita las palabrotas (seguramente así se consideraría Tejero), para ser utilizada coloquialmente para demostrar firmeza o determinación. Además, como es un “taquillo” (no llega a taco), saben que, dicho con energía, en sus ambientes habituales no solo no se lo reprobarán, sino que es casi seguro que se lo agradecerán e, incluso, se lo premiarán. Imaginemos a María Dolores de Cospedal en un mitin de la campaña electoral acabando su vibrante discurso con un “…y estas elecciones las vamos a ganar, ¡coño!” La ovación de sus fieles resultaría atronadora y nadie le recriminaría el taquillo.
Por eso, lo que menos me gusta de ¡coño! es que muchas de las personas que lo utilizan hacen, con su utilización, un melifluo ejercicio expresivo, en el que, por un lado, quieren demostrar que, en un alarde de campechanía, son capaces de utilizar expresiones “del pueblo”, pero no se atreven a utilizar las que, aunque suenen peor, resultan muy expresivas y contundentes. O sea, quieren demostrar que son capaces de decir palabrotitas para que, en ciertos ambientes, no se les tome por remilgadas o mojigatas, pero, a la vez, mucho se cuidan para no ser tomadas por maleducadas o groseras. O sea, un sí es, no es.
Y no quiero decir que convenga mostrarse maleducado o grosero, no. Sé que eso nunca está bien, aunque debo reconocer que, con más frecuencia de la deseable, mi vocabulario no se ajusta a las buenas prácticas recomendables; o sea, que soy bastante malhablado. Yo me disculpo achacando tal defecto a las secuelas de haber crecido en un barrio en que los tacos y palabrotas eran moneda corriente a la vez que el lenguaje florido brillaba por su ausencia. Así he salido.
Y volviendo al melifluo ¡coño!, opino que si alguien quiere expresarse con corrección, porque así lo considera conveniente en atención a quienes le escuchan, que no emplee esa interjección, que no deja de ser una ordinariez. Pero entre los cercanos, cuando se sienta libre y sin condicionamientos en su expresividad, que haga uso de otras interjecciones disponibles en lo que llamamos habla coloquial. Un ¡cojones!, ¡hostias!, ¡cagüenlaputa!, o el más primitivo ¡mierda! siempre resultan más contundentes y, si se dicen con naturalidad, deberían ser tolerables.
Seguro que resultaría más movilizador en su campaña electoral escuchar a la antes citada secretaria general del PP motivando a sus huestes con algo parecido a "…y, ¡mecagüenlaputa!, estas elecciones las vamos a ganar ¡por cojones!, ¡hostias!". Si lo dice así, igual la voto.

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