Como me temía, tras las elecciones generales pasadas (20-D) los ciudadanos estamos contemplando un escenario político complicado; los políticos nos están bombardeando —a mí y supongo que a muchos, aburriendo— con sus declaraciones, propuestas, contrapropuestas, acuerdos, desacuerdos, eslóganes, ocurrencias, etc. Yo creo que, dejando al margen lo de la corrupción, los políticos nos están mostrando lo peor de la Política, que, dicho de forma resumida, es la mentira y el cinismo. Así que, mientras nos tomábamos unos cubatas, he charlado sobre esto con Listo, mi habitual interlocutor.
Listo: De tu vaticinio tras las elecciones
generales, en lo único que acertaste, Julio, es en que
íbamos a sufrir un latazo de los políticos; pero aún no se ha resuelto ninguna
incógnita sobre la futura gobernabilidad de España.
Julio: Bueno, pero como aún no se han resuelto, todavía podría acertar
en mis predicciones, ¿o no?
L: Sí, pero, por lo que oigo en los medios, me
parece que no vas a acertar, porque no he escuchado a nadie decir, ni siquiera
insinuar, que Albert Rivera podría ser el presidente del próximo gobierno. Tus
predicciones no están en las quinielas que se manejan.
J: Pero no te fíes de lo que se dice. Los políticos están en una especie
de partida de póker o múltiple de ajedrez en la que, además de esconder sus
verdaderas intenciones, cada cual realiza sus movimientos con un solo propósito:
despistar al adversario. O sea, listillo, para interpretar lo que dicen o hacen
los políticos actualmente, hay que tener muy en cuenta la socorrida frase
“cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”. Mienten más que
hablan.
De lo único que se preocupan en sus comparecencias en público es en
“quedar bien”. O sea, en no aparecer como intransigentes, para que, si no hay
arreglo, no se les pueda echar la culpa; en mostrar su cara más amable y ánimo
conciliador, para que parezcan decididos a encontrar soluciones; en que sus
eslóganes resulten imaginativos, para que se vea que son ingeniosos; etcétera.
Es decir, lo único que les preocupa en estos días cuando hablan
en público es que parezcan que son muy buenos.
L: No sé, Julio, supongo que, simplemente,
cada cual está mostrando sus propuestas, como no puede ser de otro modo en democracia.
J: Así debería ser. Pero me temo que no es. Creo que estamos asistiendo
a un espectáculo que nos muestra lo peor de la Política; me parece,
sencillamente, asqueroso y repudiable.
L: No exageres, Julio. La Política es así;
¿cómo crees tú que debería ser?
J: Pues no lo sé con precisión; no tengo experiencias porque, echando la
vista atrás, en el actual periodo democrático no ha habido ningún periodo de
gobierno que nos pueda servir de referente o de ejemplo de buena gestión
POLÍTICA (así, con mayúsculas). Pero eso no obsta para que, como cualquier otro
ciudadano, muestre mi interés por los que pueden tener la responsabilidad de
dirigir la sociedad, o sea, de gobernarnos.
L: A casi todos nos interesa lo que hacen los
políticos, especialmente aquellos a los que empleamos y pagamos para que nos
gobiernen.
J: ¿Que empleamos y pagamos? Eso es lo que se dice con mucha frecuencia
y que a mí me parece una solemne capullada. Los políticos gobernantes no son
nuestros empleados, Listo; en todo caso, son nuestros jefes. Son los que nos
mandan y dirigen; los que nos dicen lo que está bien y mal; los que fijan el
castigo si no hacemos lo que ellos dicen; los que establecen lo que tenemos que
pagar al Estado y deciden a qué se destina lo recaudado; los que marcan quiénes
son nuestros amigos y enemigos, y, si llega el caso, contra quién debemos
guerrear. En fin, son los putos amos de la sociedad, y, además, ellos mismos se
fijan lo que les tenemos que pagar; mejor dicho, lo que se tienen que cobrar
por su dedicación, y, encima, a veces se cobran ilícitos “extras”. Así que eso
de que son nuestros empleados es una memez, aunque se diga con mucha frecuencia
en esas tertulias radiofónicas que a ti tanto te gustan.
L: Bueno, bueno... no te calientes.
J: Perdona, Listo. Es que cada vez que oigo que los gobernantes son “nuestros
empleados” me pongo de una hostia...
L: Vale, pues son nuestros jefes; lo asumo.
Pero insisto en mi pregunta anterior, ¿cómo crees que deberían comportarse en
la situación actual?
J: Para contestarte, habría que establecer antes cómo debería ser la Política;
no es cuestión fácil pero te voy a decir algo. En mi opinión, en democracia
debería ser la misión o función más importante y noble a la que pueden
dedicarse las personas. (Habrás notado que he utilizado el condicional debería).
Por tanto, la Política es la actividad a la que deberían dedicarse los mejores
en todos los sentidos, especialmente en lo referente al talento, conocimiento
y, sobre todo, honestidad. Si así fuera, la Política se autodotaría de los
controles y reglas para que los políticos actuasen con rectitud y, si se diera
el caso, se detectasen y corrigiesen las desviaciones.
L: Permíteme que me descojone, Julio. Lo que
dices es utópico.
J: Ya lo sé; pero, precisamente por ser utópico, debe entenderse como un
objetivo deseable. O sea, un referente a tener siempre presente. En la medida
en que nos acerquemos a este referente sabremos que estamos en el buen camino;
si nos alejamos, es que lo estamos haciendo fatal. En otras palabras, la Política
se acercará a lo que a todos nos gustaría en la medida en que se eleve el nivel
intelectual y moral de los políticos; es una perogrullada.
De lo que ya he dicho se desprende que los políticos deberían ser, sobre
todo, talentosos y honestos; lo del conocimiento es menos importante porque se
puede adquirir. A esos condicionantes habría que añadir, naturalmente, el
talante; o sea, la voluntad, en este caso de servicio a la sociedad. Y, por
supuesto, cada cual con su ideología o, lo que es igual, con su método para
conseguir alcanzar sus propósitos en su tarea de dirigir la sociedad para que
sus miembros, los ciudadanos, vivamos cada vez más y mejor. Así las cosas, los
políticos deberían tratar de mostrarnos que son portadores de esos nobles atributos
para que los ciudadanos, cada cual con sus intereses, tendencias y preferencias,
luego les elijamos para que gobiernen, o sea, para que nos dirijan y manden.
Ahora bien, al mostrarse ante los ciudadanos y tratar de evidenciar que
nos convienen, lo deben hacer con honestidad; no nos tienen que engañar. Y ahí
está la madre del cordero, porque, según te decía, a mí me parece que mienten
más que hablan. Y lo peor es que ese deleznable comportamiento lo consentimos; sí,
sí, aunque no nos demos cuenta, lo consentimos. Al menos, no lo castigamos como
se merecería. Quiero decir que, como nos hemos acostumbrado y resignado, hay un
consentimiento tácito de los ciudadanos a los comportamientos tramposos de los
políticos
L: Hombre, Julio, al que le pillan en una
mentira se le critica.
J: ¿Sí? No lo suficiente; hay ejemplos a porrillo. Yo creo que los
ciudadanos hemos asumido que en Política vale todo, incluido el engaño y la
mentira. Creo que hasta se admira a los que hacen eso con cierta gracia. Por
eso, uno de los atributos que se considera indispensable en un “buen” político
es que tenga “buen pico”; o sea, que su verbo florido y fluido resulte
convincente. Que sepa hablar, sobre todo en público, es lo que más se valora.
En otras palabras, que tenga carisma, lo cual siempre me ha parecido una inconveniencia.
No me gustan los carismáticos; son los que probablemente engañen más.
L: Tener “buen pico” siempre está bien; los
políticos tienen que saber comunicar...
J: Pero más importante es tener buen talante, talento y honestidad. Y
que se evidencie. O sea, que se note que nos dicen lo que de verdad piensan,
aunque resulte doloroso. Tengo ganas de
ver un político tartamudo; seguro que sería, de verdad, “bueno”.
L: Pues espera sentado, Julio; me temo que de
esos, no hay muchos.
J: Estoy de acuerdo, Listo. Fíjate que yo creía que uno de ellos podría ser
Pablo Iglesias, pero, por lo que le estoy viendo en estas semanas de las
negociaciones y pactos postelectorales, me temo que se está haciendo un cínico
de aúpa. Cada vez que le veo que, en sus comparecencias públicas, levanta las
cejas al hablar y pone cara de bueno lo único que se me ocurre pensar es
“Pablo, Pablito, Pablete, te estás contagiando...; me gustabas más cuando nos
hablabas frunciendo el ceño”.
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