De un tiempo a esta parte me
ha dado por fijarme en las orejas de las personas. No se puede llegar a viejo;
se cogen unas manías... ¿Por qué habrá sido? ¿Qué perturbación psicológica
habrá influido en mí para que me dé por esto a estas alturas de la vida? He
pensado mucho en ello y no he encontrado explicación. Porque nunca me había dado
por ahí. Ni de niño, ni de adolescente, ni de joven, ni en la madurez había
sentido ningún tipo de curiosidad por las orejas; ni he tenido ningún trauma
estético por culpa de ellas (mis orejas son, creo, normalitas), ni he tenido
ninguna desviación sexual relacionada con las orejas... Nada de nada. Para mí,
las orejas han sido, hasta hace poco, una parte sin ningún interés del paisaje
facial humano.
Como todos, al estar cara a
cara con otra persona, siempre me había fijado, principalmente, en los ojos y
en la boca, que podrían considerarse, con la nariz, los rasgos faciales más
definitorios de la estética de la cara de las personas.
También uno se fija en el pelo, sobre todo cuando falta, o sea en las frentes
despejadas o en las calvas, ¡pero en las orejas...! Hombre, cuando sobresalen
demasiado (como ocurre con las de «soplillo») llaman la atención, pero si
no es excesivamente pasan casi desapercibidas. Pero ahora las orejas de la otra
persona son el objetivo principal de mi primer vistazo. ¡Ya, ya...!, sé que no
es normal, pero qué le voy a hacer.
Por eso, últimamente, ya
digo, cuando estoy viendo la tele y aparece en la pantalla una cara o, mejor dicho,
una cabeza humana, en lo primero que me fijo es en las orejas. Debo aclarar que
también mi fijo en los demás rasgos, como todo el mundo, pero siempre después
de examinar y hacer un rápido dictamen de las orejas del individuo o individua
compareciente... Es lo mío. Porque, como digo, no solo me fijo en las orejas
sino que las examino con espíritu critico y, para mis adentros, emito un juicio
estético.
Despegadas, exceso de cartílago, poco lóbulo, puntiagudas, muy grandes, etc. son algunos de los dictámenes que emito. Porque casi siempre las veo defectuosas. Las que menos me gustan son, obviamente, las de soplillo (muy separadas de las sienes), pero tampoco me gustan nada las que el contorno exterior de su parte inferior se pega en el lateral de la cara sin marcar, por tanto, la redondez inferior del lóbulo; o sea, prefiero las orejas con el lóbulo bien marcado. Tampoco me gustan las de contorno irregular; me explico. El borde exterior de las orejas (a excepción del lóbulo) lo forma un pliegue de cartílago (supongo) que actúa a modo de bastidor que da la forma al contorno. Pues la oreja queda mejor si ese pliegue es, digamos, regular en su consistencia y forma. Es decir, el pliegue debe tener una anchura uniforme y en él se deben apreciar curvas regulares. Creo que se me habrá entendido. Y hablando de lo que podríamos denominar la zona interna (la que se ve) debo decir algo de sus horrendas protuberancias cartilaginosas: cuanto más discretas sean, mejor. Por último, hay que asumir que, hablando de orejas, el tamaño también importa; importa mucho, y, en esto, cuanto menor, mejor.
Despegadas, exceso de cartílago, poco lóbulo, puntiagudas, muy grandes, etc. son algunos de los dictámenes que emito. Porque casi siempre las veo defectuosas. Las que menos me gustan son, obviamente, las de soplillo (muy separadas de las sienes), pero tampoco me gustan nada las que el contorno exterior de su parte inferior se pega en el lateral de la cara sin marcar, por tanto, la redondez inferior del lóbulo; o sea, prefiero las orejas con el lóbulo bien marcado. Tampoco me gustan las de contorno irregular; me explico. El borde exterior de las orejas (a excepción del lóbulo) lo forma un pliegue de cartílago (supongo) que actúa a modo de bastidor que da la forma al contorno. Pues la oreja queda mejor si ese pliegue es, digamos, regular en su consistencia y forma. Es decir, el pliegue debe tener una anchura uniforme y en él se deben apreciar curvas regulares. Creo que se me habrá entendido. Y hablando de lo que podríamos denominar la zona interna (la que se ve) debo decir algo de sus horrendas protuberancias cartilaginosas: cuanto más discretas sean, mejor. Por último, hay que asumir que, hablando de orejas, el tamaño también importa; importa mucho, y, en esto, cuanto menor, mejor.
Habrá quedado claro que,
para mí, las orejas son feas de por sí. O sea, que se podrían considerar como
un fallo estético en el proceso de diseño en la creación del ser humano. Porque
hay que tener en cuenta que, aunque su situación en la cabeza es algo discreta
(en los laterales y muchas veces ocultas por el pelo), no cabe duda de que las
orejas tienen su importancia en lo que podríamos denominar la armonía estética
de la cara. Por eso, el «diseñador», en mi opinión, no estuvo muy acertado.
Mira que se esmeró con los ojos, con la boca y, también, con la mayoría de
las otras partes del cuerpo humano; pero en las orejas estuvo
fatal. Además, según tengo entendido, las orejas no dejan de crecer y, lo
peor, en ellas crece ese vello molesto y antiestético que acentúa su fealdad.
Estoy por pensar que si las mujeres lucen, en general, cabelleras largas es por
tapar las orejas... ¿Será así? La verdad, no me lo había preguntado hasta
ahora.
Puede que en ese originario
proceso de diseño de la morfología del ser humano, el equipo diseñador, que
tuvo que ser muy, muy, pero muy bueno, ¡sobrenaturalmente bueno!,
previera, hace unos cuantos cientos de miles de años, que un día los seres
humanos inventaríamos las gafas para corregir nuestra defectuosa visión y, sin
reparar demasiado en si quedaban bien o no, diseñó nuestras orejas pensando,
además de en su función en el aparato auditivo, simplemente en que fueran un
adecuado soporte para el enganche y sujeción de las patillas de las
gafas.
Resumiendo, para sujetar las gafas
nuestras orejas están fenomenalmente... aunque sean, desde el punto de vista
estético, una verdadera birria.
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