El otro día, en la tele, le oí a Celia
Villalobos referirse a Hillary Clinton como Hilaria. O sea, la asidua, por lo
que parece, jugadora del Candy Crush —es su única actividad de que tuvimos noticia
durante los cuatro años que fue vicepresidenta primera del Congreso de
Diputados— se tomó la libertad de castellanizar el nombre de la candidata del
Partido Demócrata en las próximas elecciones presidenciales en USA. Le llamó
Hilaria (supongo que con hache) y se quedó tan pancha. ¡Qué rica! Después he
oído la misma castellanización a alguno de los habituales de Intereconomía, uno
de los medios de comunicación más derechosos del espectro mediático español. Afortunadamente,
salvo en estas dos ocasiones no he escuchado más por estos lares la citada irrespetuosa
y ridícula españolización del nombre de la candidata norteamericana.
¿Por qué estos representantes o
voceros de la derecha actuarán así? ¿Querrán evidenciar de ese modo su
patriotismo? ¿O solo pretenderán demostrar que son defensores a ultranza del
castellano? Me respondo: creo que llamar Hilaria a Hillary Clinton es, simplemente,
una soberana gilipollez.
También me parece una gilipollez que
los locutores del medio de comunicación que ya he citado empleen la antigua denominación «Vascongadas» para referirse al País Vasco o Euskadi. Y digo lo
mismo de los que pretenden vasquizar algunas denominaciones de calles de mi
Bilbao —en lo que me he fijado recientemente—, como es el caso de la calle
María Díaz de Haro, que en algún sitio (incluso en planos de utilización
general) la he visto denominada «Maria Diaz Haroko». Tampoco me gusta que mi Bilbao aparezca en algunas indicaciones como «Bilbo»
(supuestamente, su denominación en euskera).
Porque me molesta que los que se
consideran ultranacionalistas o muy patriotas se permitan cambiar, sin pedir
permiso a sus legítimos propietarios, las denominaciones de algunos nombres
propios, tanto de personas (antropónimos) como de lugares (topónimos). Y he
dicho «sin pedir permiso» porque creo que, hablando de personas, cada cual es
el único propietario de su nombre y apellidos; del mismo modo, hablando de
lugares, los propietarios son los ciudadanos que viven en ellos, representados,
lógicamente, en las correspondientes instituciones (municipales, autonómicas y estatales).
Así que, respecto a las personas, los
únicos que podemos cambiar, si así lo queremos, nuestros nombres de pila o nuestros
apellidos somos sus propietarios. Conozco a algún Carlos que ha decidido
llamarse Karlos y a alguna Carmen que se ha cambiado a Karmele; también algunos
que se apellidaban Echevarria lo han cambiado por Etxebarria, o Garcías que
ahora son Gartzias (en Euskadi hay infinidad de ejemplos; supongo que también
habrá en Galicia y Catalunya). A mí, si ellos lo quieren, me parece bien,
porque todos tenemos derecho a llamarnos y que nos llamen como queramos, al
menos en lo que podríamos considerar ámbitos informales; en los formales, creo que legalmente también se pueden hacer los cambios, especialmente en las comunidades con
idioma propio oficial además del castellano.
Pero no me parece nada bien, mejor
dicho, me parece fatal que caprichosamente se le cambie a alguien, sin su
permiso, la grafía de su nombre o apellidos; y si ese alguien ya ha fallecido todavía
me parece peor. A mi entender, no hay razones lingüísticas ni de ningún otro
tipo para esos cambios no autorizados. Yo, desde luego, sabiendo que cambios como los que he citado en el párrafo anterior se han producido en gran número en los últimos años, y teniendo en
cuenta que por una de mis actividades tengo que manejar con cierta frecuencia
nombres de vascos, procuro ceñirme, a la hora de escribirlos, a la grafía que
utiliza o que admite como buena la persona afectada.
Respecto a los lugares, ha habido
topónimos que han cambiado porque así lo han decidido, formal y
democráticamente, las instituciones propias competentes; pues vale, también están
en su derecho y los demás tenemos la obligación de utilizar el nuevo nombre: «Vascongadas»
ya no existe en la geografía española; del mismo modo, por citar otros
ejemplos que oficialmente ya no existen, «La Coruña», «Lérida», «Gerona» o
«Vizcaya» han cambiado a A Coruña, Lleida, Girona y Bizkaia,
respectivamente. Por eso, opino que los que, sabiendo esto, se empeñan en
utilizar las antiguas denominaciones no están actuando bien. Si algún día el
Ayuntamiento de Bilbao, de acuerdo con la mayoría de bilbaínos, formalmente
adoptare la denominación «Bilbo» me joderá, ¡mucho!, pero acataré la decisión
(espero no verlo).
Pero lo que no se puede hacer es lo de
la Villalobos: por decisión propia, cambiarle el nombre
a otra persona. No, Celia, eso es una desconsideración y una inaceptable falta de respeto; o sea, es una exhibición de una grosera falta de educación. Lo mismo opino de los que se han permitido, porque les ha dado la gana, cambiar el nombre de quien, según he leído, fue hace unos ocho siglos Señora de Vizcaya (aún no valía Bizkaia), María Díaz de Haro; o también han cambiado el del que fue su tío, Diego López de Haro, fundador de Bilbao, cuyo nombre está ligado a la Gran Vía de Bilbao, que en algún cartel indicador de esta principal calle bilbaína aparece como Diego Lopez Haroko. Estas ridículas euskerizaciones, a mi entender, no tienen justificación, porque, por la misma regla de tres, los que hacen estas cosas serían capaces, por ejemplo, de llamar Ana Jauregi a la exministra Ana Palacio; me parece de puta pena e impropio del Ayuntamiento de Bilbao (que es, o era, un ayuntamiento serio).
a otra persona. No, Celia, eso es una desconsideración y una inaceptable falta de respeto; o sea, es una exhibición de una grosera falta de educación. Lo mismo opino de los que se han permitido, porque les ha dado la gana, cambiar el nombre de quien, según he leído, fue hace unos ocho siglos Señora de Vizcaya (aún no valía Bizkaia), María Díaz de Haro; o también han cambiado el del que fue su tío, Diego López de Haro, fundador de Bilbao, cuyo nombre está ligado a la Gran Vía de Bilbao, que en algún cartel indicador de esta principal calle bilbaína aparece como Diego Lopez Haroko. Estas ridículas euskerizaciones, a mi entender, no tienen justificación, porque, por la misma regla de tres, los que hacen estas cosas serían capaces, por ejemplo, de llamar Ana Jauregi a la exministra Ana Palacio; me parece de puta pena e impropio del Ayuntamiento de Bilbao (que es, o era, un ayuntamiento serio).
O sea, creo que hay que tener
el máximo respeto por los nombres y apellidos de otras personas así como por
los actuales topónimos, y por cómo quieren sus legítimos propietarios que sean
escritos . Y esto también vale para los nombres de las personas extranjeras o
con otros idiomas. Para estos casos, en castellano la recomendación erudita es
mantener la grafía original, aunque, hablando de los nombres de pila de
personas, en el pasado ha sido muy corriente utilizar su «equivalencia» en
castellano en el caso de los nombres de miembros de familias reales, de papas y
de algunos otros personajes muy destacados, si bien, la tendencia actual, como
he dicho, es respetar los originales; a mí esto último me parece lo más
apropiado y, sobre todo, respetuoso. Lo mismo digo para los topónimos
extranjeros o de otras lenguas. Y esto no significa que tengamos que empezar
ahora a decir London, England, príncipe Charles o reina Elisabeth (o
Elizabeth); estos cambios ya están asumidos y asentados, y lo hecho, hecho está.
En esta línea, debo decir
que me parecería más racional que en euskera se escribiera Madrid,
Barcelona o París en lugar de los euskéricos neologismos Madril, Bartzelona o Parisa
como ocurre actualmente (igual que con otros topónimos). Creo que Euskaltzaindia (académia oficial vasca que
se ocupa del euskera) se lo debería mirar, porque no tiene sentido que esta
institución se dedique a «inventar» nuevos nombres en euskera para todas las
capitales del mundo o, ya puestos, para todos los topónimos del mundo mundial;
sería una carga adicional muy pesada para sus ilustres académicos y, sobre
todo, para los animosos estudiantes en o de la lengua vasca. También sería una solemne capullada.
Así que, volviendo al principio, en estos tiempos, en los que hay
una intensa comunicación global, no tiene sentido lo de la Villalobos, porque
es seguro que esta buena señora habrá oído y visto infinidad de veces el
nombre de la esposa de quien fuera hace años presidente de USA, y en noviembre
próximo competirá para serlo ella. ¿Qué te parecería, doña Celia, que en
Euskadi los euskaldunes escribieran «Zelia»? Por no hablar de tu
primer apellido, Villalobos, que sería algo así como «Hiribildua-otsoak». ¿Qué
dirías si lo hicieran, eh?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Escribe tu comentario