Por razones muy
distintas, Fidel Castro y Donald Trump han acaparado la actualidad informativa
de los últimos días, el primero, y de las recientes semanas, el segundo. El
comunista Castro murió a los 90 años el 25 de noviembre y el ultraconservador
Trump fue elegido a sus 70 años presidente de USA el 8 del mismo mes. Todo el
mundo mundial está al corriente de ambos noticiones y supongo que casi todos
los habitantes del planeta con edad suficiente (pocos años) sabrán lo más
relevante de las biografías de los citados personajes. Por tanto, no voy a
decir nada sobre las noticias, sería innecesario. Pero sí sobre las diferencias
y las semejanzas más evidentes de sus protagonistas, y algún comentario sobre
Castro.
Entre las diferencias
—que son, obviamente, innumerables—, la más evidente es, sin duda, la ideología
o posicionamiento político de ambos protas. No hace falta comentarla; con haberla
enunciado en el párrafo anterior es suficiente. Otra de las diferencias más
acusada es el look: a Castro le hemos visto casi siempre con su uniforme
militar y en los últimos años, desde que hace unos 10 abandonó el gobierno, en
chándal. A Trump le vemos siempre bien maqueado, con su traje y corbata. Otra
de las diferencias que salta a la vista podría ser la que afecta a sus parejas:
de las de Castro (parece que ha tenido varias) sabemos algo, pero muy poco, y
casi nunca se le ha visto con ellas. En cambio, Trump (también ha tenido
varias) las ha lucido (todas están o estaban macizas) siempre que ha habido ocasión, y a
la última, la actual, la hemos visto mucho últimamente (hasta en pelotas).
Indudablemente la
diferencia más significativa entre ambos personajes es lo que podríamos
denominar su actitud vital, de la que el ya referido look da pistas suficientes. En
Castro, la sobriedad ha sido una constante, mientras que en Trump la opulencia
parece que ha sido y sigue siendo (últimamente hemos visto su residencia por
dentro) lo que más destaca de su vida. Así, mientras Castro ha dedicado su vida
a guerrear y gobernar, Trump se ha ocupado, casi exclusivamente, de forrarse de
dólares; hay malas lenguas que hablan de que Castro también se ha dedicado a
esto (a forrarse), pero no me lo creo. Por eso y en relación con esta última
diferencia, hay que decir que mientras el leitmotiv de la vida de Castro ha
sido mejorar la vida de sus conciudadanos más humildes (hay serias dudas sobre
si lo ha conseguido) el de Trump, hasta ahora, parece que ha sido tratar de
conseguir lo mejor para sí mismo sin preocuparse lo más mínimo del método y de
los demás (no sabemos si esto cambiará en su nueva posición).
Pero además de una
interminable lista de diferencias, lo más curioso de la comparación entre ambos
personajes podría ser enumerar sus similitudes, que haberlas, haylas.
Puede que la más
destacable sea que en ambos las ansias de triunfo han destacado sobre cualquier
otro propósito: Castro, indudablemente, fue un revolucionario y gobernante
triunfador, y Trump, al menos hasta la fecha, ha conseguido, aparentemente,
todo lo que se ha propuesto (ya veremos qué pasa en adelante). También se
parecen en su innegable locuacidad. Creo que la arrogancia sea también común y
muy destacable en ambas personalidades. Diría lo mismo de la valentía, si bien
no hay duda de que Castro ha estado siempre mucho más expuesto (según dicen, en
centenares de ocasiones quisieron atentar contra su vida). También, por lo que
evidencia la victoria de Trump en las recientes elecciones en USA y por cómo le
consideran a Castro, aparentemente, la mayoría de cubanos, es evidente que
ambos personajes han contado con ese atributo que llamamos “carisma”; o sea,
ambos reúnen condiciones inmejorables para el liderazgo. Y, por eso, uno
gobernando y el otro en su actividad empresarial, ambos han ejercido con
eficacia “el mando”: Castro mandó en Cuba con mano dura y mantuvo el poder
durante casi 50 años, y Trump tiene pinta de haber mandado también con firmeza
y eficacia empresarial desde que en 1971 asumió la dirección del trust
societario que había iniciado su padre.
Es posible que entre
ambas personalidades haya más similitudes, pero, para no aburrir, ya vale con
las citadas. No obstante, lo que sí está claro es que son personajes
diametralmente opuestos. Yo, sin ninguna duda, me quedo con Fidel; espero que
la historia también lo juzgue bien, aunque, obviamente, dependerá de quién la
cuente (como siempre). De Trump, no sé qué dirá la historia tras pasar por la
presidencia de USA; me temo que nada bueno. Personalmente, me parece un
indeseable.
Para concluir y dicha
mi predilección, voy a decir algo de lo que, al margen de las cosas que sabemos
por los medios de comunicación, podría considerarse mi experiencia personal
relacionada con la figura de Fidel Castro como gobernante. En 1994 o 1995 (no estoy
seguro), con mi mujer y mis dos hijos visité Cuba en viaje turístico: 7 u 8
días en La Habana y otros tantos en Varadero. Lo que vi, especialmente en La
Habana, me decepcionó sobremanera. La pobreza era una visión permanente. Los
edificios muy deteriorados; los transportes, de pena; de los comercios, mejor
ni hablar; el estraperlo, por doquier; el parque móvil, de risa; solo había un
periódico, “Granma”; se utilizaban dos monedas: una para los turistas y la
otra, mucho más débil, para los cubanos. Prácticamente, no había actividad
empresarial privada, solo unos pequeños restaurantes (creo que se llamaban
paladares) con la afluencia limitada y gestionados familiarmente. En fin, la
conclusión que saqué es que estaban de puta pena. Es verdad que eran tiempos en
los que estaban sufriendo las graves, gravísimas, consecuencias del bloqueo de
USA, pero el panorama urbano era lamentable. Ya digo, una decepción para uno
como yo que tenía, como muchísimos de mi generación, una alta consideración de
la revolución cubana y de su líder, Castro, al que ensalzábamos con un estribillo
que decía:
Qué tiene Fidel, qué
tiene Fidel
Que los americanos no pueden con él.
Una anécdota del
viaje. Una mañana, el menor de mis hijos se despertó tarde y no pudo desayunar
en el comedor del hotel. Bajé con él a la barra del bar del hotel y pedí un
vaso de leche con alguna pasta. Mi hijo, recién levantado se mostraba
inapetente y, aunque yo le animaba, no parecía con ganas de beberse la leche.
El barman, que estaba al loro, parece que no se pudo contener y, con disimulo y cierta
vehemencia, me dijo «¡Si lo pilla mi hijo...!», refiriéndose al vaso de leche aún sin tocar. No supe qué contestarle, pero me
impresionó.
Otra. Durante nuestra
estancia en La Habana, dispusimos durante varios días del coche con chófer que,
amablemente, nos cedió el representante en aquella ciudad de la empresa en que
yo trabajaba. Durante los desplazamientos, yo trataba de sonsacar al chófer (de
unos 35 años, con muy buen aspecto) su opinión sobre la situación del país y sobre
sus gobernantes, haciéndole ver mi decepción; aunque el chófer era reservado, al final
expresó su opinión diciéndome, más o menos, «¿Y cuál es la alternativa? ¿Lo que
pasa en el resto de países caribeños o en casi todos los del resto de
Hispanoamérica, donde unos pocos tienen mucho y los demás están muy jodidos? Pues
preferimos esto» Me lo dijo con bastante rotundidad y convencimiento. Yo le comprendí.
El que haya leído
cuanto antecede se podrá extrañar de que haya mostrado mis simpatías por Castro
después de haber sido testigo directo del deterioro económico y ausencia de
libertades que eran evidentes en Cuba cuando estuve por allí, es decir, cuando
el comandante llevaba ya casi 35 años gobernando Cuba. Pues sí, resulta extraño;
me extraña hasta a mí. Creo que no soy objetivo en mi juicio. Porque es verdad
que lo que vi y lo que nos cuentan (algo habrá de verdad) es como para repudiar
al principal responsable, el comandante en jefe.
Es posible que mi
falta de objetividad con Castro sea debido a, por un lado, la admiración que
los de mi generación sentimos por él como principal artífice de la revolución cubana
(que nos gustó, y mucho) y la consiguiente expulsión del dictador Batista. En
1959 también en España llevábamos 20 años de dictadura y nos hubiera gustado
que un revolucionario acabara con ella. Por otro lado, le hemos admirado por
ser capaz de resistir el bloqueo comercial y la permanente y duradera amenaza
del gigante USA (que, incluso, colaboró en 1961 en la frustrada invasión de
Bahía de Cochinos). Por esto, a Castro le justificamos su fracaso en lo
económico y en lo social (falta de libertades), porque no tuvo que ser fácil
gobernar teniendo a solo 150 Km al superenemigo y sabiendo que muchos trataban
de liquidarlo.
El caso es que
siempre tuve simpatías por Fidel Castro. Me he alegrado de que muriera de viejo
y en la cama.
Querido Julio:
ResponderEliminarHe leído tus reflexiones acerca de Fidel y Donald (no el de la historieta, desde luego, aunque este también parece sacado de una de ellas).
Concuerdo con algunas cosas que dices y disiento con otras.
Respecto del bloqueo comercial de USA a Cuba, creo que ha sido una cabal estupidez de los gringos. Le dio a Fidel la excusa perfecta para poner las culpas afuera, como suelen hacer los dictarores de todo el mundo. Mientras duró el apoyo soviético se arreglaron bastante bien, pero luego se vio su estrepitoso fracaso. Si nos atenemos a la propaganda castrista, la culpa de las necesidades de su pueblo es por el bloqueo; pero nadie le impidió comerciar con el resto del mundo. Y, prejuzgo tal vez, si hubiesen continuado comerciando, estaría denunciando las desigualdades entre ambas economías, pretendiendo “precios justos” para su azúcar y su tabaco, y rasgándose las vestiduras cuando los yanquis pretendieran cobrar lo que les exportan.
Por otra parte, si yo me pasara todo el día criticando e insultando a mi vecino, ¿podría quejarme porque no sea solidario conmigo?
¿Cómo les fue a los derrotados de la 2ª Guerra y qué relaciones tuvieron con el odiado Imperio? ¿Quién obligó a Castro a tanta bravata con un poderosísimo y tan cercano vecino?
Yo también tuve simpatía por la Revolución cubana en sus comienzos. Pero no puedo creer que Castro sea una figura que merezca buenos calificativos. Medio siglo de poder omnímodo, sin permitir otro diario que el oficial, sin dejar que quien no estuviese de acuerdo pudiera emigrar, hablan a las claras de la calidad de su moral.
Aunque hay muchas versiones acerca de la inmensa fortuna que acumuló; de las innumerables “amiguitas” de las que disfrutó y de la vida play boy de alguno de sus hijos, no me hago eco de esas cuestiones. Podrían ser intencionadas. Me basta con ver los resultados.
Carlos Marenco
Querido Carlos, para enjuiciar objetivamente la figura de Castro habría que conocer bien las circunstancias que afectaron a su gobernanza (sobre todo, lo relacionado con el hostigamiento que padeció Cuba por parte de USA). Yo, como la mayoría, solo conozco lo que, casi siempre de forma parcial e interesada, se nos ha contado (no hay que olvidar que Cuba ha sido -y creo que sigue siendo- el único bastión comunista en el mundo occidental). Por eso, como he escrito, soy consciente de que en mi valoración ha primado la simpatía que siempre me ha inspirado el personaje, hasta tal punto que, desde la distancia y el desconocimiento, “justifico” los aparentes graves pecados achacables a su dictadura, pero comprendo que otros (hay infinidad) opinéis lo contrario; o sea, que no solo no lo justifiquéis sino que lo condenéis con dureza (estáis en vuestro derecho).
EliminarEs que a Castro siempre le he visto como un David en permanente pelea con un Supergoliat del que, por cierto, conocemos muchas tropelías (el mayúsculo crimen de Iraq, la más gorda). Yo, Carlos, me inclino siempre a favor de los más débiles.