En 2007, la Audiencia Nacional condenó al
marroquí Jamal Zougam, como autor material del atentado del 11 de marzo de 2004,
a una pena de 42.917 años de prisión; en 2008 el Tribunal Supremo ratificó
la condena.
¿Y por qué me he puesto a escribir esto?, se
preguntará el lector. La respuesta es fácil: porque desde el principio me pareció
que Zougam no hizo lo que le imputaron y por lo que fue condenado; o sea,
porque cundo le vi en la tele declarar en el juicio me pareció que decía la
verdad y, por tanto, me pareció inocente. Y la noticia que he leído hoy me ha
hecho revivir la desagradable sensación de que la Justicia se había equivocado,
que tuve cuando conocí la sentencia. Zougam podría pasar en la cárcel 40 años,
o sea desde sus 40 y pocos hasta más de los 80. Es muy fuerte (en caso de que
realmente fuera inocente).
Soy consciente de que, aparentemente, su condena fue el resultado de
un juicio teóricamente justo y con todas las garantías, y que lo que yo piense
o crea no es más que eso: una opinión subjetiva, sin base legal o jurídica y
sin que disponga de ningún conocimiento sobre el caso, aparte de los que
pudieron proporcionar los medios de comunicación. Pero, bueno, uno tiene
también derecho a opinar, sobre todo cuando lo hace sin estar condicionado por
influencias ni por motivaciones que pudieran afectar a su análisis, como es el
caso. Porque, aunque se vertieron y aún siguen vertiéndose muchas teorías que
contradicen la versión oficial de aquellos hechos, nunca las he dado crédito
porque me parecían contaminadas por intereses políticos, digamos, revanchistas.
No hay que olvidar que tres días después del atentado hubo unas elecciones en
las que se produjo un cambio de gobierno (ganó ZP), y muchos achacaron tal
cambio a cómo se habían contado las cosas del atentado.
Y volviendo a Zougam, cuando durante el juicio le vi por
la tele en su alegato final (y en alguna de sus anteriores intervenciones)
declararse inocente aduciendo que a la hora de los hechos estaba en su casa
durmiendo (una simplista coartada para alguien que pudiera estar involucrado en
tan terrible atentado), a mi me pareció que era sincero; o sea, que decía la
verdad. Pero el tribunal no le creyó. Luego surgieron confusas o controvertidas
noticias sobre algunos testigos (en concreto, sobre dos rumanas) que le
situaban en uno de los trenes, y que pudieron influir en la sentencia; pero,
como digo, resultaron confusas por lo que no afectaron a la opinión a que
llegué durante el juicio. También debo dejar claro que mi opinión no estuvo ni
está condicionada por la gran cantidad de informaciones que, desde los medios,
trataron de construir diversas teorías sobre la autoría del atentado: desde ETA
a variados agentes políticos pasando por el Estado de Marruecos. A ninguna le
hice caso porque me parecieron insidiosas y, como ya he dicho, contaminadas por
intereses políticos.
Reitero, pues, que mi opinión se basó, exclusivamente,
en lo que percibí en las declaraciones de Zougam en el juicio. O sea, en lo que dijo, en cómo lo dijo, en su mirada, en sus gestos, en su expresión... es decir, en lo que transmitió o, al menos, yo percibí. Tengo ya muchos
años y creo que he aprendido a conocer a los hombres (a las mujeres, mucho
menos), aunque siempre se está expuesto al error.
En cualquier caso, no he podido resistirme a contar
que mi relativo convencimiento (no puedo estar seguro) de que Jamal Zougam fue víctima de una sentencia
injusta se ha avivado hoy al leer la noticia de la que he hablado al principio.
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