25 abr 2020

LA VEJEZ

Me ha llamado Listo, mi habitual interlocutor, porque quiere hablar sobre la vejez. Me temo que lo del Coronavirus le esté afectando. A ver qué quiere.

Listo: Hola, Julio. Tengo interés en saber cómo llevas tu vejez. En verano cumpliste los 75 —por lo que ya te felicité—, pero, como he leído en tus RECUERDOS que llevaste una vida bastante ajetreada de joven y mientras estuviste profesionalmente en activo, supongo que tu vida actual no tiene nada que ver con la de hace años. ¿Es así?
Julio: Así es, Listo. Mi vida ha cambiado, pero eso nos pasa a todos; es ley de vida. Tú, que eres mucho más joven, también llegarás a viejo y lo experimentarás. Así que ve preparándote.
L: Es lo que estoy haciendo al preguntarte; así que soy todo oídos.
J: Lo primero que hay que asumir es que no hay duda de que las preferencias, tendencias y gustos de las personas van cambiando con el paso de los años, porque también con la edad cambian nuestras costumbres, nuestras circunstancias, nuestro entorno personal, nuestras capacidades y, lo peor, nuestra salud, que con el paso de los años va acumulando «goteras». Si a todo ello le añadimos que a partir de, más o menos, los 65 años la mayoría —yo mucho antes— pasamos a formar parte de lo que se denominan clases pasivas, o sea, tomamos la condición de «jubilatas», es indudable que la edad nos cambia, en el sentido más amplio del verbo cambiar. Es una obviedad. Pero lo peor es que el cambio es a eso: a peor. Hay que asumirlo, Listo.
L: ¿A peor? ¿Por qué?
J: Pues por lo que te he dicho. Pero es que, además, por lo que he podido observar, con los años las virtudes se van diluyendo a la vez que los defectos se agudizan; ten siempre presente esto, Listo.
L: ¿Lo dices por ti?
J: Ya estás jeringando. No tienes remedio.
L: Vale, Julio, que no quiero bronca. Pero yo conozco a muchos carrocillas a los que se les ve felices y activos, en los que parece que no se ha dado ese cambio negativo.
J: Es verdad, porque también puede haber casos de personas que, siendo ya viejos, puedan experimentar cambios a mejor. Bien porque les toque la lotería; encuentren el amor maduro; los nietos les proporcionen una felicidad que no encontraron cuando sus hijos eran de corta edad; disfruten con los viajes del Imserso; hagan actividades intelectuales o físicas (menos), a las que cuando eran jóvenes no pudieron dedicarse,… y otras muchas cosas que les proporcionen el incentivo vital necesario para sobrellevar con cierta frescura y felicidad el «cambio a peor» que, indudablemente, llega con los años, al que antes me he referido. Son «viejos afortunados».
L: Pues eso es lo que habrá que hacer: estar frescos y felices, ¿no, Julio? En lugar de estar lamentándose por estar en el grupo de viejos.
J: Que conste que yo no me lamento; la verdad, no me puedo quejar. Estoy simplemente contestando a tus preguntas, listillo. Y he empezado por decirte las circunstancias —para la generalidad de las personas— que provocan el «cambio a peor», que son inevitables; entérate, inevitables. Por eso, a los «afortunados» hay que reconocerles el mérito de haber sabido aprovechar la
 suerte de que las circunstancias sobrevenidas con los años les han resultado positivas, y, así, han contrarrestado las inevitables negativas de que te he hablado; pero estos, los afortunados, son los menos —que te toque la lotería no es fácil—.
L: O sea, quieres decir que es una cuestión de suerte.
J: Aunque en estas cosas no se pude ser categórico —cada persona es un mundo y el colectivo es, además de amplio, muy heterogéneo—, creo que, en líneas generales, la suerte es muy importante para sobrellevar la vejez, aunque, como te he dicho, hay que saber aprovecharla.
L: Pero, aparte de la suerte, supongo que habrá manera de retrasar el cambio, o de amortiguarlo, ¿no?
J: Pues sí, pero no te sabría decir cómo. Porque depende de cada persona: por un lado, de  sus condiciones, tanto físicas como intelectuales, y, por otro, de sus circunstancias personales. Aunque creo que siempre hay posibilidades de combatir el inevitable «cambio a peor». Y para eso, lo importante es asumirlo, si puede ser, antes de que llegue o de que se agudice. Porque el peligro está en que la senectud nos coja desprevenidos. Es decir, que de repente nos demos cuenta de que nos hemos hecho viejos y nos encontremos con que no sabemos cómo afrontar la nueva situación; en otras palabras, qué no sepamos qué hacer en nuestro tiempo libre (que suele ser mucho). Por esto, podría ser conveniente que, a partir de los 45 o 50, que es cuando se empieza a enfilar la línea vital descendente que nos lleva a la vejez, empecemos a pensar en esto y, si lo vemos viable, empecemos a tomar alguna medida.
L: ¡Joder! Pues yo tengo 44. ¿Me tengo que empezar a preparar para la vejez?
J: En cierto modo, sí. Pero sin obsesionarte y sin excesiva preocupación, porque aún eres muy joven. Simplemente debes asumir que has iniciado la cuesta abajo —que ahora tiene poca pendiente, por lo que casi no la notas— y que te debes preparar para el «cambio a peor», o sea, para cuando la pendiente sea más pronunciada. Y en esto conviene saber que a medida de que se cumplen años más rápidos pasan (o así lo parece).
L: Entonces, ¿hay que entrenarse para ser viejo?
J: Hombre, entrenarse, no. Lo que quiero decir es que las personas, si caen en la cuenta —cuando aún son jóvenes— de que, por sus circunstancias, tienen una vida, digamos, muy limitada y centrada, exclusivamente (o casi), en el trabajo y en la familia, que es algo muy normal, deben preocuparse, porque ambas ocupaciones, con el paso del tiempo, se terminarán: el trabajo por la jubilación, y la familia porque los hijos se independizarán. Así que, si no se está preparado, de viejo se puede presentar un vacío ocupacional peligroso.
L: Hombre, peligroso me parece un poco fuerte. Surgirán cosas para hacer, supongo.
J: Pues sí: ver la tele, ir a buscar a los nietos al cole, pasear por el barrio, hacer crucigramas, ir a la compra, jugar al tute por las tardes en el Hogar del Jubilado, 
tocar los güevos por Whatsapp enviando bulos… y cosas así. Que no digo que estén mal —tampoco bien—, pero que pueden resultar aburridas y muy poco interesantes. Y si es así, se corre el riesgo de que la senectud te atrape... y te marchite. O sea, que te conviertas en un viejito, que no es lo mismo que viejo.
L: También se podrá ir de putas, ¿no?... Sin que se entere la mujer, claro.
J: ¡Joder, Listo, cómo eres! Para eso también hay que estar entrenado, supongo... y no te veo a ti muy puesto, pero podría ser emocionante, aunque no lo creo. Follar, por razones obvias, es una actividad para practicarla de joven, cuando se es vigoroso y los estímulos sexuales están muy activos; de viejo no procede; o, mejor dicho, con «cumplir» en casa —sin necesidad de excesos— ya es suficiente. Así que no te recomiendo esa «salida».  Por el contrario, a mí me parece que lo más conveniente para sobrellevar con cierta frescura la vejez es encontrar ocupaciones de tipo intelectual, porque creo que, con los años y por regla general, el intelecto se debilita menos que el físico, salvo que, si nos despreocupamos de él, su irremediable debilitamiento se acelere. 
L: ¿Quieres decir que hay que ejercitar la mente?
J: Pues sí, creo que es muy importante. Y cada cual debe encontrar el ejercicio o actividad intelectual que se acomode mejor a sus capacidades, tendencias e inquietudes. Pero para eso no hay que esperar a llegar a viejo, hay que empezar antes, que es lo que te trataba de transmitir antes al decirte que hay que prepararse. Y sobre esto, a mí me parece que el mejor ejercicio intelectual es aprender; es decir, adquirir nuevos conocimientos o ampliar los que se tiene, para lo que cualquier edad es buena, por lo que estudiar o, simplemente, leer siempre es recomendable. Y para eso, como te he dicho, creo que lo mejor es, antes de que la vejez te atrape, dar con la actividad intelectual que mejor se acomode a tus capacidades, tendencias e inquietudes y empezar a practicarla
L: No sé, Julio, me parece muy teórico.
J: Para que lo entiendas: es como si a los 68 años te compras una bicicleta para darte garbeos, sin haber practicado desde los 12 años, y solo porque te dan envidia los vecinos que lo hacen. Pues lo que trato de decirte es que no esperes a comprarla cuando estés jubilado y dispongas de mucho tiempo libre; cómpratela mañana y empieza ya a practicar. Así la vejez te pillará entrenado y te darás menos trompazos, además de disfrutar no quedándote atrás cuando acompañes en bici a tus vecinos, también jubilados.
L: Ahora lo veo claro. Así que, hablando de ejercitar la mente, ¿qué me recomiendas para empezar a hacer?
J: Eso lo tendrías que decidir tú, que es el que, se supone, mejor te conoces. Tú sabrás qué es lo que te gustaría aprender o hacer, o qué crees que es lo que se te daría mejor… En fin, cada cual sabrá a qué podría dedicar de viejo sus capacidades intelectuales. Por cierto, me dijiste que sueles leer cuentos a tus hijos cuando se van a dormir. ¿No te atreverías a escribirles uno ahora que aún son pequeños?
L: Anda, pues, ahora que lo dices, igual me animo.
J: Si lo escribes, me pasas una copia. Así que cuida la ortografía; si no, me vas a oír.  

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