Esta es la octava —y última— entrega de la ficción sobre la vida de Lisa Simpson ya adulta. Contiene el epílogo. Si te interesa la historia, conviene que empieces a leerla por el principio, o sea, por aquí
EPÍLOGO
Tras su denuncia y hasta
enero de 2047, Lisa siguió trabajando en el Partido Demócrata en tareas
burocráticas o secundarias. Aunque no por falta de ganas, Mr. Williams no se
atrevió a dañar a Lisa más allá de apartarla de los órganos de poder del
partido. Por su parte, Lisa se cuidó de estar protegida, además de por Bart en las
primeras semanas, por una pareja de agentes del FBI, con los entabló muy buena
amistad; incluso, con uno de ellos, aunque estaba casado, tuvo una pequeña
aventurilla. Lisa, acercándose al medio siglo de vida, estaba de muy buen ver y
seguía teniendo éxito entre los hombres.
Estuvo bastante
ocupada por motivo de la instrucción del juicio, y por los requerimientos de
los medios de comunicación del Estado y de ámbito nacional. La fama, aunque en
más de una ocasión le resultó agobiante, la sobrellevó muy bien. Lisa se había
convertido en todo un personaje de gran prestigio cuya fama traspasó las
fronteras de USA.
Tuvo muchas ofertas
para dar conferencias, sobre todo en Washington. Le pagaban muy bien y, además,
hablar en público era una actividad en la que se desenvolvía estupendamente.
Así que en enero de 2047 abandonó el partido. Como ya nada le ataba a la
capital y siguiendo las recomendaciones que le hicieron en materia de
seguridad, Lisa decidió volver a vivir en Springfield. «Qué alegrón me das,
Lisy», le dijo su madre entusiasmada cuando Lisa le comunicó por teléfono sus
intenciones. Marge, tras el fallecimiento de Homer y los matrimonios de sus
hijos, Bart y Maggie, vivía sola en la casa familiar.
Así que Lisa puso en
venta su apartamento en la capital, encargó la mudanza y tras las despedidas de
sus amigos volvió a Springfield, instalándose con su madre. Aunque la casa
familiar le resultaba muy agradable, Lisa, por diversas razones —entre las que
estaba la seguridad—, pensó que le convenía vivir en un apartamento del centro
de Springfield. No le costó convencer a su madre, que con tal de estar junto a
su hija lo demás le resultaba secundario.
Simultáneamente a la
venta de su apartamento en la capital, Lisa adquirió otro muy elegante y amplio
(cuatro habitaciones) en el centro de Springfield, al que madre e hija se
trasladaron en noviembre de 2047. Marge estaba encantada de tener junto a ella
a su querida hija; Lisa también disfrutaba con esa cercanía. Por su actividad
como conferenciante, por las requerimientos de los medios de comunicación y por
las obligaciones judiciales como principal testigo de la causa abierta contra
Mr. Williams y los otros miembros del partido imputados, Lisa desarrolló gran
actividad durante 2047 y 2048; viajó muchísimo, tanto por diversos estados como
por el extranjero, especialmente por Europa.
En 2048 pusieron su
nombre a la escuela primaria de Springfield, a la que, con cierta frecuencia se
acercaba para dar charlas informales a los alumnos, en las que no podía
sustraerse a contar a los alumnos sus recuerdos infantiles en aquella escuela.
Los alumnos la adoraban. También, siempre que sus viajes se lo permitían, se
reunía con sus antiguos compañeros de la primaria, casi todos ya padres y
madres de familia, para recordar sus tiempos en la escuela. A estos encuentros,
Marge y Bart solían asistir siempre que podían. A Marge, ya septuagenaria, aquellas
reuniones le encantaban especialmente. Bart continuaba manteniendo a raya a
Milhouse para que evitara, sin ninguna excusa, coincidir con Lisa.
En la madurez de sus
casi 50 años de edad, Lisa era feliz, aunque a menudo pensaba en su futuro y se
preguntaba qué vida le esperaba. Tenía claro que iba a permanecer soltera y que
no iba a tener hijos, lo que, una vez asumido, dejó de preocuparle. Valoraba
mucho su independencia y la libertad de que disfrutaba. Únicamente le inquietaba
la evolución que debido a la edad podría tener su madre, si bien Marge tenía
una salud de hierro y, en todos los sentidos, se vislumbraba que podría tener una
senectud muy jovial.
En febrero de 2050
Lisa cumplió 50 años. Organizó una comida en un restaurante de Springfield
propiedad de Ralph Wiggum, hijo del que fue jefe de
policía hasta que se jubiló en 2035. Lisa, además de a su madre y a sus
hermanos (con sus hijos), invitó a muchos de los que fueron compañeros en la
primaria, casi todos con sus respectivos cónyuges; también a Grace y su marido,
que se desplazaron expresamente para la ocasión desde la capital. En total, 47
personas. Lisa pagó la cuenta y recibió de todos los correspondientes regalos.
La sobremesa se prolongó más de dos horas, hubo champán y el correspondiente
brindis iniciado por Bart. Lisa tomó la palabra y pronunció algo parecido a un
discurso, en el que, además de agradecer a todos (a los que nombró uno a uno)
su presencia, rememoró tiempos pasados, intercalando algunas de las anécdotas
que vivió de niña (protagonizadas, casi todas, por su hermano Bart). De su
actividad política no dijo nada. Sí expresó un sentido recuerdo a su padre que
fue acogido con aplausos por todos los asistentes y por unas incontenidas
lágrimas por su madre.
Resultó una entrañable jornada. Al final, Lisa
propuso a Grace que se quedara a dormir, junto a su esposo, en su apartamento
(había espacio suficiente); Grace aceptó encantada, no solo por aprovechar para
charlar con Lisa, sino, también, porque no le apetecía retornar a su casa en
coche, ya de noche y, sobre todo, tras las copas ingeridas. Tras una simultánea
y ruidosa despedida entre todos los asistentes, en la que hubo que hacer cola
para abrazar y besar a Lisa, esta dispuso la vuelta a casa: su madre en el
coche de Grace conducido por su esposo; ella en su coche acompañada de Grace.
Lisa y Grace se retrasaron por algún requerimiento de los más rezagados
en abandonar el restaurante. Cuando se disponía a subir al coche, oyó a su
espalda:
—Lisa, ¿no me vas a perdonar?— Algo sobresaltada se giró y, después de
unos 30 años, volvió a ver el rostro de la persona que más aborrecía: Milhouse.
Con la misma cara de tonto y prácticamente calvo, con expresión compungida, la
miraba implorante.
—¡Joder! Mira a este. ¡¿Qué cojones haces aquí?! ¡Como te vea Bart, te la
vas a cargar!— Fue lo único que se le ocurrió decir a Lisa, mientras accedía al
coche y antes de cerrar con energía la puerta. Para sí, solo pensó «Mira que es
feo el capullo».
—¿Quién es ese?— Le preguntó Grace que desde dentro había notado algo
raro en el encuentro.
—Un capullo de por aquí—, respondió Lisa sin darle importancia. —¿Te
apetece que nos tomemos algo y así charlamos? Mi madre le atenderá bien a tu
marido mientras le instala en casa.
—Vale. Donde tú digas. A mí también me apetece que
me cuentes cómo te van las cosas en tu ajetreada vida.
Lisa y Grace se sentaron en una cafetería cercana al apartamento. Llevaban
tiempo sin verse por lo que Grace no ocultaba su curiosidad por las últimas
vivencias de su amiga. Grace, afanosa por saber, preguntaba y Lisa respondía
con gusto. Tras casi una hora de amena charla, Grace le preguntó:
—¿Qué planes tienes, Lisa?
—Pues, la verdad, es algo que me pregunto de vez en cuando y no obtengo
respuesta. Creo que voy a seguir dejándome llevar por los acontecimientos. Lo
de dar conferencias me gusta y espero que pueda seguir haciéndolo por algún
tiempo; de algo hay que vivir. También me gustaría escribir.
—¿Tus memorias?
—No, de eso nada. Me gustaría escribir ficción; ser novelista, inventar
historias. Creo que podría.
—Estoy segura, Lisa, de que se te daría bien… aunque, conociéndote, creo
que echarías en falta tu gran afición: arreglar el mundo... Oye, ¿y no te
gustaría ser alcaldesa de Springfield? Si te lo propones, seguro que lo
consigues. Aquí tienes mucho prestigio y te quieren mucho. ¿Quién mejor que tú?
Además, no creo que sea incompatible con lo de escribir.
Tras una pausa de varios segundos: —Bueno… No me lo había planteado;
tenía asumido que la política se había acabado para mí. Pero, ahora que lo
dices…— Dijo Lisa, quedándose pensativa mirando a la apagada pantalla de
televisión de la pared de enfrente.
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Hasta aquí la historia inacabada de Lisa Simpson, la cerebrito de la familia que, diariamente, nos hace pasar un buen rato frente a la tele como ya dije en un post de 2015. Aunque solo la hemos conocido con 8 añitos, Lisa nos ha dado muchas muestras de que con el paso de los años se convertirá en una mujer con una vida intensa e interesante, durante la que, seguro, mantendrá permanentemente su compromiso con la justicia y la razón. He dejado la historia cuando cumplió los 50; o sea, todavía joven. Seguro que tendrá por delante aún muchas ocasiones para evidenciar lo que vale, y, sobre todo, para demostrar que «los buenos», afortunadamente para todos, también triunfan.