24 jun 2014

RECUERDOS (V). El departamento de Organización

Quinta entrega. Mi incorporación al departamento de Organización del banco representó un cambio importantísimo en mi vida.


Meses después (no puedo precisar) de licenciarme y, por tanto, de volver a la rutina laboral, el banco me seleccionó, junto a otros, para someterme a unas pruebas y exámenes que realizó una empresa externa (creo que se denominaba TEA); estuve toda una mañana haciendo pruebas, tests y entrevistas. Supongo que como resultado de ello, al poco tiempo, con 24 años, fui destinado al Departamento de Organización de la Subcentral de Bilbao, que se había creado poco tiempo antes. Fue un cambio interesantísimo y que determinó mi futuro: abandonaba la rutina del departamento de Caja (que me tenía harto) y se me abría un amplio horizonte propicio para mi desarrollo profesional. Al poco tiempo, mediante oposición, me ascendieron a Jefe de 6ª. Ya estaba en la escala de jefes y, además, en uno de los departamentos más importantes del Banco de Vizcaya.

Mi trayectoria en el banco había tomado un buen rumbo, aunque en los inicios de esta nueva andadura tuve un contratiempo que estuvo a punto de dar al traste con mis expectativas; por eso lo cuento. A las pocas semanas de incorporarme a aquel departamento de Organización, estando trabajando en una de las primeras tareas que me encomendaron, una mañana, un ordenanza vino a decirme que alguien había preguntado por mí y me esperaba en el patio de operaciones; salí con él y fui a la planta baja (la del público) donde vi a un señor acompañado de una chica joven. «Esos son», me dijo el ordenanza. Cuando me acerqué, vi que la chica le decía algo al señor y que este, desencajado, blandiendo el paraguas que llevaba en su mano, comenzó a gritarme profiriendo insultos y amenazas. Y yo sorprendido, desconcertado y sin entender nada. Después se aclaró. Resulta que el día anterior, con mi amigo Sergio habíamos protagonizado un leve incidente con dos chicas en una elegante cafetería del Ensanche, a raíz del cual el barman (que luego resultó ser el hijo del dueño, y que este fue el que me increpó en el banco), el barman, decía, un cabezón, fuertote y mal encarado, tras el leve incidente con las chicas, salió hecho una furia de la barra y me tomó por la pechera en evidente actitud agresiva y amenazante, y en absoluto justificada. Mi reacción fue fulminante: le asesté un directo de izquierda en el mentón que lo dejó fuera de combate, tras lo que, lógicamente, Sergio y yo abandonamos el lugar de los hechos. Se conoce que alguien que contempló el lío me reconoció como empleado del BV, si bien parece que no sabían mi nombre. Así que el padre del noqueado barman y una camarera fueron a la mañana siguiente al banco, dieron mi descripción al primer ordenanza con que toparon, que, casualmente, era una persona con la que yo tenía mucho trato, así que cayó en la cuenta de que podría ser yo al que buscaban (naturalmente no le habían dicho la causa). El caso fue que aquel hombre del paraguas, hecho un basilisco, me montó un buen pollo delante de todos los que por allí había. Y yo, que estaba recién incorporado al departamento que me ofrecía un esperanzador futuro, me temía lo peor: me podía costar el puesto. Menos mal que intervino providencialmente un veterano del banco que nos conocía, tanto al señor cabreado como a mí. Consiguió calmar al señor y, después concertó, para unos días más tarde y ya en terreno neutral, una entrevista, en la que el cabreado me exigió una importante cantidad de dinero a cambio de olvidarse del asunto. Naturalmente no accedí a su pretensión, así que nos denunció, por lo que semanas más tarde Sergio y yo tuvimos que comparecer como imputados en un juicio de faltas en el que el juez dictaminó «tablas» y costas a medias entre las partes. Meses más tarde, una amiga que trabajaba en el banco me dijo que, sobre el pollo que me montó el cabreado, lo que se había comentado en el banco es que yo había dejado embarazada a una chica y que, con su padre, vino al banco para exigirme responsabilidades. Aunque pasé una temporada muy preocupado, al final, el follón no tuvo para mí ninguna repercusión profesional en el banco... ¡menos mal!

Tras, más o menos, un año en aquél departamento de Organización de la Subcentral de Bilbao del BV, del que tengo un grato recuerdo de su jefe, Gabriel Astiz, y tras algunos trabajos de no demasiada enjundia en las sucursales de Bizkaia, me trasladaron al Departamento Central de Organización (que era, aún, más importante), donde pronto tuve los ascensos a Jefe de 5ª (por oposición) y a Apoderado-Jefe de 4ª (ya por designación del jefe del departamento). Tendría entonces unos 27-28 años. Tras este ascenso, ya me consideraba «jefazo». Y, en cierto modo, así era, porque era un nivel de jefatura por el que uno adquiría la condición de «senior» en la actividad específica (organizar) del departamento, si bien, tal calificación no se empleaba entonces, al menos con esa denominación. Entonces se decía «Jefe de grupo», en las expediciones que los miembros del D.C. de Organización hacíamos a los demás departamentos y, sobre todo, a las sucursales principales del banco en toda España. El trabajo consistía, básicamente en analizar sobre el terreno la operatoria y, después, implementar los procedimientos adecuados para hacer las tareas mejor o adaptarlas a la evolución tecnológica, tras lo que adecuábamos cualitativa y cuantitativamente la plantilla. Era un trabajo bonito, entretenido y creativo. Además, cuando salíamos a otras plazas viajábamos con buenas dietas y nos alojábamos en hoteles de cuatro estrellas, lo que era todo un privilegio y un lujo al alcance de pocos. Nuestro trabajo estaba fuera, y en el departamento, en Bilbao, nos limitábamos a hacer los informes de las visitas realizadas. Así que entre viaje y viaje no teníamos casi nada que hacer. Por eso, cuando estábamos en Bilbao nos aburríamos, hasta tal punto que, recuerdo, algunos nos entreteníamos jugando a una versión del «seven-eleven» (que se juega con dos dados) que inventé utilizando, en lugar de dados, el listín telefónico. No voy a entretenerme en explicar cómo lo hacíamos, pero si diré que nos jugábamos pasta (poquito) procurando que no se enteraran los jefes. Se conoce que en el departamento de Organización no estábamos muy organizados; ya se sabe, en casa del herrero...

Realmente, me sentía feliz con mi trabajo. Principalmente, porque, desde que empecé a ejercer como «organizador», siempre pensé que era una función que se adaptaba perfectamente a mis aptitudes o capacidades intelectuales; o sea, creo firmemente que organizar ha sido (y sigue siendo) lo mío. Y ya que estoy hablando de esto, me voy a permitir una digresión; esta vez técnica para hacer pedagogía organizativa (si es que se puede denominar así).
Para organizar, además del conocimiento, que, aunque pueda resultar extraño, no es fundamental porque siempre se puede adquirir, sobre todo en un banco donde no hay nada difícil (siempre he creído que el empleo de bancario es de los más fáciles), el organizador debe disponer de determinados talentos que resumo en lo siguiente:
·                Lo primero, la capacidad de observación y análisis. Lo que le permitirá entender el proceso operativo y, sobre todo, jerarquizar, según su importancia, sus diferentes fases y, sobre todo, las consecuencias o efectos en terceros o en otros procesos.
·                Después, la creatividad para plantear soluciones a los problemas o disfunciones detectadas en el análisis. El organizador debe ser capaz de «inventar» soluciones ante cualquier problema.
·                Importantísima es la capacidad para visualizar imaginativamente el efecto de las soluciones previstas. Es decir, el organizador debe ser capaz de aproximarse virtualmente a sus efectos y, por tanto, prever y calibrar con cierta precisión su eventual viabilidad. Los cambios siempre entrañan riesgos, por eso hay que tratar de asegurarse, antes de su aplicación, de que no causarán problemas imprevistos.
·                Por último, como casi siempre hay resistencia al cambio, el organizador debe tener la habilidad de poner al personal organizado de su parte, es decir, a favor del cambio. Para esto, el cambio debe presentarse como atractivo y, si es posible, que parezca que proviene de las sugerencias y palabras del propio organizado; o sea, hay que poner en boca de este el pensamiento o la idea del organizador, así el organizado digerirá mejor el cambio y colaborará en que se lleve adelante.
Es muy posible que quien haya leído lo anterior piense que lo expuesto está algo anticuado. Si cree que las cosas ya no son así, debo admitir que puede que tenga razón. Lo que he dicho valió para una época pasada y para unas realidades operativas que, seguro, ya no estén vigentes. Los avances tecnológicos han producido cambios radicales en la forma de hacer las cosas, sobre todo en los espacios operativo-administrativos. De lo que he hablado es de cómo creo que se debía desarrollar la acción organizativa en áreas de trabajo en las que los procesos operativo-administrativos a cargo de las personas tenían mucho peso; hoy, la informática ha simplificado drásticamente el trabajo y se han reducido al mínimo estas tareas. Ahora los procesos se realizan en las tripas de los ordenadores y la acción organizativa es función casi exclusiva de los analistas y programadores informáticos. No obstante y salvando las distancias, no está de más que estos, los informáticos, al realizar, actualmente, su función organizativa de cambio, tengan en cuenta los cuatro puntos que he señalado como las capacidades o habilidades del buen organizador; desafortunadamente, con cierta frecuencia se evidencia que no es así..

 Volviendo a mi época de técnico en el Departamento Central de Organización del BV, mi actividad, primero como «junior» y después como «jefe de grupo», se desarrolló en subcentrales y en las sucursales principales de las capitales de provincia. Así, me moví por Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Alicante, Málaga, Tarragona, Zaragoza, Palma de Mallorca, Las Palmas de GC... y algunas otras plazas importantes. Entonces la tarea organizativa que realizábamos no resultaba muy exigente; de hecho, solo trabajábamos por la mañana y, todo hay que decirlo, no era una pesada tarea. Allí donde íbamos nos trataban muy bien y se nos respetaba mucho. Como ya he dicho, nos alojábamos en buenos hoteles y cobrábamos buenas dietas, lo que nos permitía comer en buenos restaurantes y alternar en los sitios guays de cada ciudad. Tuve ocasión de conocer gente interesante en el banco y en los ratos de ocio; debo confesar que estos, los ratos de ocio, en realidad eran los interesantes en nuestras salidas. Hay que tener en cuenta que éramos jóvenes, guapos (modestia aparte) y manejábamos pasta, así que lo del banco era, en cierto modo, lo secundario (nunca me hubiera atrevido a decir esto cuando estaba en activo). Lo prioritario era el ligoteo con las lugareñas, que era objetivo inexcusable que alcanzábamos con cierta frecuencia (los bilbaínos teníamos buen cartel fuera de Bilbao). En suma, tanto en lo profesional como en lo personal, aquel trabajo era de lo más entretenido y gratificante; como ya he dicho, me sentía en la gloria.

Entre los trabajos en que participé, merece que diga algo sobre el «desembarco» que un grupo de cinco técnicos del D.C. de Organización hicimos, a finales de los setenta, en el Departamento Central de Extranjero (DCE), que estaba ubicado en Madrid.  La actividad internacional de los clientes del banco había crecido mucho en los últimos años y, en consecuencia, el volumen operativo del citado departamento se había disparado, lo cual no había tenido correlación con una organización adecuada y proporcionada. Por otro lado, hay que decir que el área de extranjero o de las operaciones internacionales en el banco siempre se había considerado como territorio inexplorable y poco accesible a otros departamentos de la central. Esto era debido, sobre todo, a que, por la especificidad y complejidad de la operativa que en él se desarrollaba, solo lo conocían o dominaban los que en él trabajaban o lo dirigían; es decir, en la central había una especie de miedo o reparo secular a intervenir o ingerirse en el área de extranjero; se consideraba coto vedado.

Por eso, supongo, primero el banco contrató una consultora extranjera, Booz Allen Halmilton, para hacer un previo dictamen de la situación y de las medidas que requería el DCE, tras lo cual fuimos a poner en práctica lo dictaminado y, de paso, a adoptar nuestras propias medidas (que fue lo que más hicimos). Tras una primera fase (unos 4 o 5 meses) de todo el grupo y tras, al parecer (no estoy seguro), algún enfrentamiento o falta de sintonía entre nuestro jefe (el inefable Conrado) y los responsables del DCE, hubo una retirada de nuestro equipo, si bien, como a mí me atraía aquel tajo, creo que maniobré (no me acuerdo bien) para tratar de mantenerme en él; el caso es que tuve suerte y, tras el paréntesis del que hablo a continuación, me encargaron que continuara la tarea organizativa en el DCE. 

Ya digo que no me acuerdo bien, sobre todo cuando trato de establecer la cronología o secuencia de los hechos, pero creo recordar que en mi reenganche en el DCE tuvo algo que ver que, antes de ello, me encargaron, junto a Gabi Terroba, la organización del Departamento de Extranjero de la Subcentral de Madrid. Este departamento era bastante grande, calculo que tendría unas 40 personas, y presentaba una especie de caos operativo-administrativo debido al gran número de expedientes, rebosantes de papeles, que se manejaban de forma manual, sin ningún tipo de apoyo informático. En las mesas de trabajo de los empleados solo se veían las torres de carpetas-expedientes de las operaciones tratadas, y esta visión determino lo que cuento a continuación. 

Un día, aprovechando mi estancia en Madrid, fui a la sede de la Mutua Madrileña del Automovilista, donde tenía asegurado mi coche, a dar un parte de algún pequeño golpe que había tenido. Cuando me llegó el turno, el empleado que me atendió me pidió la información necesaria para tramitar el expediente, que capturó rutinariamente en su ordenador, tras lo cual tomó una carpeta amarilla (¡similar a las que tenían apiladas en el departamento de extranjero que yo trataba de organizar en la Subcentral de Madrid!), dio al print y obtuvo una etiqueta autoadhesiva con toda la información capturada, que pegó en el exterior de la carpeta amarilla. «¡Cáspita! (seguramente sería otra expresión), me dije. ¡Esto podría valer para extranjero! ¡Extranjero se podría mecanizar también!» Y así fue; en cuanto volví al banco empecé a hacer gestiones en esa dirección. Creo que, en primera instancia, planteamos la posibilidad al Departamento de Informática del banco, en el que no encontramos receptividad; así que recurrimos a otros «suministradores» de informática. Como conocíamos al comercial que visitaba el banco (Barragán se apellidaba), le plantemos el asunto a la empresa Gispert (vendían equipos informáticos de tipo medio-pequeño de la marca Philips). Lo acogieron con entusiasmo y a los pocos días estaban manos a la obra; aportaron un técnico analista (creo que se llamaba Gonzalo Ávila y recuerdo que era muy buen profesional) al que, entre Gabi y yo, le dimos las especificaciones de lo que debían hacer. A los pocos meses se había mecanizado el Departamento de Extranjero de la Subcentral de Madrid y su fisonomía había cambiado radicalmente; ya no había caos administrativo ni montañas de carpetas amarillas llenas de papeles en las mesas. Toda la información de los expedientes de las operaciones de importación y exportación estaban en las tripas de aquellos equipos Philips 430. Después, esta mecanización se extendió a las plazas que tenían un volumen operativo importante (Bilbao, Barcelona, Valencia y no sé si Málaga). Se había conseguido lo que nadie veía posible en el banco: mecanizar extranjero. Me sentí orgulloso.

Retomo mi presencia en el DCE, que creo que fue a continuación de lo que acabo de contar. Como «senior» y con la ayuda de otro técnico de organización, Andoni Rementería, desarrollé una extensa y fructífera actividad en el DCE del BV, innovando procedimientos y poniendo en marcha novedosos sistemas que afectaron, además de al propio DCE, a toda la red de oficinas. Entre estos, me acuerdo de la famosa «Anticipada», sistema para conectar operativamente las sucursales con el DCE, en cuya concepción y diseño participé muy decisivamente, y que, con gran eficacia, desarrolló Jesús Martín Fernández de Líger, el gran «Chucho», al frente de un grupo de Informática. Este tiempo trabajando como organizador en el DCE duró, no estoy seguro, entre uno y dos años, y, para mí, fue una importantísima experiencia y, por otra parte, el inicio de una larga etapa profesional vinculado o, más bien, integrado en el área de las Operaciones Internacionales del banco.

Hablando del sistema de «Anticipada» debo decir que, como afectaba mucho a la forma de tramitar las compras y ventas de divisa que ordenaban al DCE las sucursales del banco, y para que estas entendiesen y asumieran la nueva operatoria, elaboré un muy completo y didáctico «libro de instrucciones» en el que se detallaba, con ejemplos, con mucho detalle y con un esquema de cuestionarios, cómo había que hacer las cosas. Para su elaboración me basé en otro que años atrás había elaborado José Ramón Muinelo para explicar a la red de oficinas el nuevo sistema de Cartera. Precisamente, el libro de Muinelo me sirvió a mí, en uno de mis primeros trabajos en Organización, para entender el nuevo sistema de Cartera y luego poder colaborar en su implantación en las oficinas. Como aquel primer libro (el de Muinelo) me pareció muy útil (realmente me pareció el mejor instrumento didáctico que se había hecho en el banco), copié el modelo para lo de la «Anticipada» de extranjero. Nunca tuve oportunidad de agradecerle a Muinelo su trabajo inspirador, así que lo hago ahora desde aquí; nunca es tarde...

Por recordar nombres con los que compartí trabajos de organización y salidas a otras plazas, citaré además de al director del departamento, Joseba Arruza, a los tres jefes principales, que eran el ya citado Conrado y los ya fallecidos Aróstegui y Maíz. En la «tropa» estaban los «seniors» Manu Calvo, Ángel Lazpita y Goyo España (estos dos también han fallecido), que eran los más veteranos; luego llegamos Javi Urcelay, Carlos Lorenzo, Gabriel (Gabi) Terroba y yo, que, tomando buena nota de las técnicas de los jefes principales y de los “seniors”, fuimos adquiriendo la veteranía suficiente para acceder a este nivel. Todos los que he citado son de la primera época de mi estancia en el D.C. de Organización; después hubo cambios en la dirección (primero José Luis Elejalde y luego Alfredo Sáez) y también nuevas incorporaciones, entre ellas Romaña, Yartu, Inchaurbe, Melchor, Soto y posiblemente alguno más que no recuerdo.  Ahora que lo pienso, resulta que de los 10 primeros que he citado ya ha habido 4 bajas. Es verdad que ya somos mayores, pero un 40 por ciento me parece mucho. En fin… ¡c’est la vie!

Volviendo a la tarea en el D.C. de Organización del BV o, mejor dicho, a nuestros lúdicos viajes por España, voy a hacer un somero repaso a los que recuerdo como más moviditos; una veces fui como junior y otras como jefe de grupo. Uno de los más divertidos fue a Las Palmas de Gran Canaria (fuimos cuatro), en el que los del banco nos dejaron un cochazo para movernos por la isla y al segundo día ya lo llevábamos lleno de tías. Uno a Sevilla y algunas sucursales de la provincia de Cádiz, que nos coincidió con la Feria de la Manzanilla, de Sanlúcar de Barrameda, en la que nos tocó bailar (o algo parecido) unas cuantas sevillanas, además de otras cosas. Barcelona, que duró bastante, por lo que alquilé un apartamento en el barrio de Gracia, que ya visitó una circunstancial novieta que me ayudó a conocer La Condal. En Valencia tuvimos buenos amigos y amigas (del banco); entre los amigos recuerdo a Julio Martínez, que tenía mucha gracia (pasó una temporada en Bilbao en «formación»), y, también, a los restantes miembros del Departamento de Organización que había allí: Adolfo Martín, Vicente Ordóñez y García Vilches; con Manolo Jordá, que era el subdirector jefe de todos los que he citado, visité los talleres de las fallas.

Pero donde realmente hubo más movida al margen del banco fue en Madrid. Las primeras veces que fui me alojé, junto a los que me acompañaban, en el Hotel Alcalá, que nos venía muy bien para hacer footing por las tardes en El Retiro. Luego exploramos apartamentos (resultaban más funcionales); estuvimos en los Muralto (en la calle Tutor), en unos que había en General Pardiñas, en verano estuvimos en los de Chamartín (tenían una estupenda piscina), y al final descubrimos los Golden, en la calle Lagasca, en pleno barrio de Salamanca. En estos pasamos mucho tiempo; los alquilábamos por meses, aunque cada uno o dos fines de semana íbamos a Bilbao. Durante algún tiempo coincidimos en estos apartamentos con un grupo de informáticos del banco, también de Bilbao; así que estábamos un montón de bilbaínos. Además de algunas timbas por las tardes al giley (les enseñé a jugar) en alguno de los apartamentos, estos (los apartamentos) fueron testigos de más de una aventura de faldas (no es necesario dar detalles). Teníamos bastantes amigas en Madrid.

Y es que Madrid era una delicia; había ambiente por todos los sitios. Me llamaba mucho la atención el bullicio y gentío de la Gran Vía; contrastaba con la tranquilidad de Bilbao. Antonio Urtiaga pasó un fin de semana largo conmigo; desde entonces, utilizamos mucho la frase «¡Cómo mola El Foro!». También Sergio estuvo por allí. En fin, era la «Época alegre» en la que alternaba mis andanzas por la capital con lo que ya he contado de Bilbao. En las dos plazas me sentía muy a gusto.

En aquellos años, no recuerdo con precisión cuándo fue aunque supongo que sería en la segunda mitad de los setenta, los que estábamos desplazados en Madrid, tanto de Organización como de Informática, vivimos un episodio del que no tengo un recuerdo muy agradable. No sé si por una cuestión sectorial o general, el caso es que se produjeron huelgas en el banco, que, entre otros servicios, paralizaron el Centro Electrónico de Madrid, que entonces se encontraba en la calle Vizcaya. Para paliar los efectos, el banco tomó la decisión de que los bilbaínos que estábamos por allí acudiéramos al Centro Electrónico a tratar de dar salida al trabajo más urgente. Y allí fuimos todos. Nuestro jefe en aquel momento, Conrado (que supongo que tuvo mucho que ver en la decisión), asumió la dirección de aquella brigadilla «especial», en la que, sin demasiado cargo de conciencia, participé.

Teniendo en cuenta que en entregas anteriores he declarado mis simpatías ideológicas con la izquierda, se me podría achacar que mi actitud en aquel episodio fue incongruente, y seguramente fuera así: una incongruencia. Si bien, desde la distancia, en parte, solo en parte, me justifico con el siguiente comentario.

En las empresas grandes, según el nivel jerárquico, se ordena o se obedece, y cuanto más alto es el nivel, y, por tanto, el grado de compromiso es mayor, también es mayor el deber de obediencia o de cumplimiento de las instrucciones que se reciben. Quiere esto decir que, en las empresas, los que están en la escala de jefes están más comprometidos con las directrices empresariales que los que no son jefes y, por tanto, más obligados a cumplir lo que se les pide desde los niveles superiores jerárquicos. Pero, además, en la empresa hay otros factores subjetivos que influyen en cómo se reacciona ante las instrucciones u órdenes que se reciben de los niveles superiores: me refiero a las expectativas de ascenso o de desarrollo profesional, que, no hay que olvidarlo, dependen en gran medida también de criterios subjetivos de los mismos que ocupan los niveles superiores de donde provienen las órdenes. Así las cosas, hay una realidad empresarial: si no haces caso al jefe, corres el riesgo de que te pueda joder; y ese riesgo se acentúa si el caso es delicado, como lo es una situación de crisis, o sea, como lo es una huelga.  Por eso, es comprensible que en el episodio que he relatado, todos los jefes que estábamos desplazados en Madrid, así como los de la propia plantilla del Centro Electrónico afectado por la huelga, atendiéramos el requerimiento que nos hicieron nuestros jefes de contribuir a paliar los efectos de la huelga de los administrativos, es decir, a que actuásemos como esquiroles. Éramos jóvenes, pero no héroes.


Hummm..., no me parece bien acabar este capítulo, en el que he recordado cosas muy agradables, contando el episodio del que acabo de hablar. Pero qué le vamos a hacer, así ha salido y así lo dejo. Para concluir, quiero enfatizar en que, independientemente de los frívolos chascarrillos que haya deslizado en esta entrega, durante el tiempo que trabajé en el D.C. de Organización, aunque aproveché para darle gusto al cuerpo, tuve siempre claro que el trabajo era lo principal, y en esto fui extremadamente riguroso. El mundo del trabajo me había proporcionado una buena oportunidad para desarrollarme profesionalmente y personalmente... y no podía desaprovecharla.

En la próxima entrega, mi incorporación al DCE en Madrid.



Entrega anterior


26-01-2017. COMENTARIO POSTERIOR relacionado con el comentario que ha dejado mi admirado Josemari Lorenzo. Lo pongo aquí porque, como me he enrollado y me ha quedado algo largo, no me cabe en el espacio de “Comentarios”.


Sobre lo que dices, Josemari, tienes razón, no sé si es por lo de la memoria selectiva pero, de verdad, se me pasó decir algo de las huelgas a que te refieres, que tú, con un par, organizaste y protagonizaste.  Realmente el follón fue de los que no se deben olvidar; supongo que la que liaste ha sido el conflicto laboral más gordo en la historia del BV.


Probablemente, mi lapsus sea debido a que yo, en aquella época (a mis estupendos 25 o 26, o sea, en mi «época alegre»), estaba a «otras cosas», de las que ya he dejado constancia en estos recuerdos. Tú, que eras el líder del Comité de Empresa del banco, estabas en plena batalla laboral, por lo cual todos los empleados te admirábamos. Hay que decir que en el 71 estábamos en pleno franquismo y que lo que hacías no estaba exento de riesgo. ¡Le echaste huevos, es indudable, y, aunque, ya digo, yo estaba a otras cosas, creo que la movida fue exitosa, si bien no sabría decir cuáles fueron los logros. De aquellos 4 o 5 días (no me acuerdo con precisión de cuánto duró la huelga) solo recuerdo lo siguiente:
  • Que un día nos enteramos de que Josemari Lorenzo había convocado una huelga. La verdad, no recuerdo el porqué.
  • Que durante varios días bajábamos todos los empleados al patio de operaciones, y, a modo de procesión, dábamos vueltas por su contorno gritando, de vez en cuando, algunas consignas relacionadas con la huelga.
  • Que entre los más activos, aparte, lógicamente, de ti, había una maciza (la hija de un directivo del banco apellidado Guerra) que encabezaba las manifas y que a todos nos tenía sorprendidísimos por su aguerrida actitud, que nada tenía que ver con la tímida y prudente actitud a que nos tenía acostumbrados en su cotidianidad (la observábamos bastante por su macicez). Sin duda, hizo honor a su apellido.
  • Que el lío acabó tras una penosa locución que un nervioso Benguría, a la sazón creo que era ya Director General, dio a los congregados en el patio de operaciones subido en la silla de una mesa que había en el centro de aquel espacio. Yo, que estaba por allí, ni me enteré bien de lo que dijo; lo que sí creo recordar es que sirvió para que todos dejáramos la movida y volviésemos al trabajo (supongo que tú lo recomendarías también).
Seguro que tú tendrás los recuerdos muchísimo más frescos de aquellas jornadas de lucha, porque tú sí luchaste; yo me limité a, sin ningún entusiasmo, dejarme llevar. Ya te he dicho, estaba a otras cosas. Créeme que no recordaba que te costara el empleo; yo creía que te habías ido del banco por tu propia voluntad, en busca de otros derroteros profesionales e intelectuales, porque, se veía, a ti no te gustaba lo del banco. Ya supe que estuviste de profesor en la Universidad, que has escrito libros y que has tenido una interesante actividad intelectual. Te admiré por la huelga y por lo que acabo de decir. 

Y para terminar este comentario, una anécdota de nuestros tiempos en la academia de botones del banco (a nuestros 14 o 15 años), en la que coincidimos porque casi ingresamos al mismo tiempo (tú unos meses antes, creo). Estábamos en la clase de Geografía Económica (o algo así) del profesor Erquiaga, y este me preguntó algo relacionado con la formación de no sé qué capas terrestres. Y yo, que no había estudiado casi nada, ni puta idea. Puesto en pié y balbuceante, solo acerté a decir algo de los «aluviones antiguos», que no sé por qué se me había quedado grabado al leer algo de la lección que tocaba. Y, en estas, que, ante mi evidente desconocimiento, oigo que alguien junto a mí —eras tú— me dice por lo bajini «y los garbanzones, y los garbanzones». Y yo, como un primo, caí en la trampa, y, enlazando con los aluviones, no dudé en mencionar los garbanzones. La carcajada de toda la clase, incluido el profe, fue sonora, y yo, que me di cuenta inmediatamente de que había metido la pata, supongo que más rojo que un tomate y consciente de haber hecho el ridículo, diciendo para mí aquello de «tierra trágame» mientras de reojo veía cómo te descojonabas...¡cabróncete! No lo he podido olvidar y, aunque han pasado más de 55 años, tenía ganas de decírtelo, así que he aprovechado. 


3 comentarios:

  1. Aupa Julio
    Un abrazo desde el jubiloso retiro...He leído tu, casi autobiografía. Me ha impresionado la cantidad de datos y detalles que recuerdas. Como además los años son paralelos a los míos, me lo he pasado muy bien...Solo una pequeña cosa: Hasta las mentes mas brillantes tienen una memoria selectiva. Tu no ibas a ser menos. Te lo digo, porque me hubiera gustado leer algo sobre aquellas primeras huelgas (creo que fueron en el 71 y que a mi me costaron el puesto). Qué recuerdos tienes de ellas, qué piensas ahora...En fin, nada importante. Solo batallitas de abuelo...Y enhorabuena por el trabajo del blog, que llevas haciendo hace años. Y un abrazo. Josemari Lorenzo

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    1. Aúpa, Josemari. ¡Qué alegría saber de ti! Te agradezco que te hayas parado a leer mis recuerdos y me alegro de que, según dices, te hayas divertido. ¡Cómo somos los carrozas! Nos ponen nuestras batallitas; al menos todavía nos acordamos de algunas... esperemos que sea por mucho tiempo. Por si lees esto, he escrito un añadido a mi entrega en la que hablo de lo que me recuerdas y de alguna otra cosa.
      A ver si nos vemos por Bilbao (voy con frecuencia) y charlamos. Un fuerte abrazo.

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    2. Kaixo Julio. Eskerrik asko
      No sabes que viento de recuerdos y nostalgias, cuando te leo. De vez en cuando visito tu blog y la verdad es que escribes muy bien. Y no creo que eso se aprenda en el Banco. Has tenido que leer mucho, para escribir así. Por otra parte, tu curriculum profesional es impresionante. Como bien dices "de botones a director". No es fácil.
      Me parece muy bien lo que dices de la huelga. Muchos de los de entonces no lo harían tan bien. No lo hubieran contado mejor. Incluyendo a mi hermano, que todavía está acojonado, con aquello.
      Lo único, es que me sobrevaloras. Entonces las huelgas casi se hacían solas. Yo era uno mas. Que estaba en el sitio adecuado (?), en el momento adecuado (?). Si lo piensas bien, la huelga la hicieron, la hicistéis vosotros. Que dejabáis el trabajo, cerrabáis las ventanillas etc. Yo estaba "liberado" y aquellos días trabajé mas que nunca. Así que técnicamente fui el único que no hizo huelga.
      Mirándolo ahora, la verdad es que a mi el Banco me caía un poco grande. Así que casi me hicieron un favor echándome. Luego con la Amnistía tuvieron que anular el despido y darme una indemnización. Me dijeron que cualquier cosa, menos readmitirme. Ni tan mal.
      Lo de la universidad es otra cosa. Como a ti, como a muchos de entonces, me gustaba viajar y estudiar. Pero me quedé en Deusto. Sin dejar de trabajar, estudiaba en los cursos nocturnos. Y pude hacer Filología románica. Luego Historia y luego una tesis doctoral. Mas de diez años, pasando el puente de noche (¿te acuerdas?). Así que tanto dar vueltas por la uni, terminaron contratándome. Y he dado clases de Historia, los últimos veinte años laborales.
      Qué años, los de la academia de botones. No recordaba, la verdad, lo de los garbanzones. Pero seguro que fue así. Y además tenía gracia. Si me acuerdo, en cambio, de una vez que fuimos con unas motos de monte, al Paga. Tu tenías una Montesa (creo) y yo una Bultaco (que luego me robaron). Subías y bajabas paredes, como un experto. Yo casi no sabía montar.
      Y otra mas cachonda: una tarde nos encontramos en la calle San Francisco y terminamos tomando cubas, en otra calle un poco mas arriba, hasta las tantas. La anécdota es que, a la mañana siguiente, me llamaste al banco (yo estaba entonces en Estudios Económicos) para ver si había pinchado.
      Todo delicioso, lo que cuentas. Qué malo y qué bueno es el tiempo, que también es selectivo. Un fuerte abrazo. Seguro que un día de estos nos vemos

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