27 jun 2014

RECUERDOS (VI). Traslado a Madrid. La fusión BB-BV.


En esta sexta entrega sigo hablando del banco.  Me traslado a vivir a Madrid. Primero, Induban, luego, de nuevo el BV y, después, el DCE del BBV fusionado 
 

Como apuntaba en mi anterior entrega, realmente me especialicé en «Internacional»; o al menos así lo consideraron otros, porque en 1982 me propusieron trasladarme a Madrid a montar el Departamento de Extranjero en Induban, banco industrial del Grupo BV. Me ascendieron a Jefe de 2ª y me fui a vivir al Foro; llevaba poco tiempo casado, tenía un hijo muy pequeño, y no me lo pensé demasiado. Al incorporarme en Induban, dependí del director del área de operaciones, Jesús Martínez, también de Bilbao, con el que me llevé muy bien, seguramente porque me dio total libertad de movimientos. En unos meses, con la importante ayuda de mi amigo Antonio Rodríguez Castro, al que «rescaté» de una absurda situación complicada que profesionalmente le afectaba negativamente, montamos aquel minidepartamento (Induban no tenía muchas operaciones de extranjero) y en poco tiempo la cosa se me quedo pequeña. 

No sé si se enteraron de esto, pero el caso es que al cabo de un año, más o menos, me propusieron volver de nuevo al Banco de Vizcaya a gestionar una parte importante del área operativo-administrativa del Departamento Central de Extranjero (DCE), en el que ya había trabajado como técnico de organización (de lo que hablé en la entrega anterior), a cuya dirección había accedido poco tiempo antes José Antonio Fernández Rivero, del que, también guardo un gratísimo recuerdo. Tampoco me lo pensé; volver a la empresa matriz siempre es un paso adelante. Allí había habido una degradación operativa y me encontré con una grave situación administrativa en el departamento de Reconciliaciones de las cuentas en divisa en bancos extranjeros.

Para resolverla utilice métodos poco ortodoxos (distribuyendo tareas entre todos los jefes del DCE, aunque no estuvieran relacionados con el problema) y puse en marcha una segregación operativa (separando la gestión de «lo malo» o atrasado de la actividad normal) que resultó muy eficaz; en todo, conté con el valiosísimo apoyo de mi jefe ya citado. El problema, aunque costó, se resolvió, y se pusieron bases firmes para que no se reprodujese.

Supongo que algo tendría que ver esto, pero el caso es que por el año 1985 me nombraron Director Adjunto. Para mí, este ascenso fue el más importante de mi trayectoria profesional. De jefe a director hay un gran salto. Siempre se lo agradeceré al ya citado José Antonio Fernández Rivero, asturiano serio y sobrio, quien, con toda naturalidad, sin afectación, sin haberme «vendido» la posibilidad, un día, como si tal cosa, me comunicó el ascenso gestionado por él y aceptado por el entonces director general Gonzalo Terreros, al que también se lo agradecí. Fue todo una sorpresa y, por supuesto, una gran alegría.


Toca digresión. Abandonar el lugar en que uno vive, por razones profesionales o laborables, tiene su miga. En mi caso, no demasiado, al fin y al cabo Madrid y Bilbao son ciudades relativamente cercanas, ¿¡qué son 400 km para uno de Bilbao!? Pero no hay que quitarle importancia, como en estos tiempos lo hacen algunos políticos cuando animan a los jóvenes que no encuentran trabajo en España a explorar otros predios laborales, o sea, a lo que la ministra del ramo denominó “movilidad laboral”, ¡qué rica! Hace mucho tiempo leí una frase atribuida al poeta argentino Jorge Luis Borges que me llamó mucho la atención, además de por su raquítica lírica, por su contundente expresividad: “El que emigra no es feliz”. Me hizo pensar entonces y muchas veces me ha venido a la memoria durante el tiempo que llevo viviendo en Madrid (más de 30 años). Creo que la frase es acertada. Y no lo digo porque sea mi caso. Durante este tiempo nunca me he considerado un emigrante ni nada parecido, por muchas razones, entre ellas y, posiblemente, la más importante, porque Madrid es una ciudad acogedora; también porque no es lo mismo emigrar a la aventura que, como en mi caso, cambiar de ciudad con la seguridad de poder ganarte bien la vida. Pero, para lo que quiero dar a entender, considero equivalente al término “emigrante” con “desarraigo”. Es decir, me refiero al hecho de que una persona abandone o, simplemente, se aleje de todo lo que supone su entorno vital identitario (la familia, los amigos, los recuerdos, los paisajes, los aromas, los sonidos, etc.). Y para el desarraigo no hace falta mucha distancia; 100 km pueden ser suficientes. Pues eso, el desarraigo, es el riesgo que corremos los que, como yo, un día cogimos la familia y las maletas y nos fuimos a otro lugar. Y a mí me parece que desarraigarse no es bueno. Parafraseando a Borges, diría que “El que se desarraiga puede ser infeliz”. Por eso, ahora que puedo, visito Bilbao con frecuencia, y espero que pueda seguir haciéndolo durante mucho tiempo; también espero que cuando «estire la pata» esté por aquí, por Bilbao (como en este preciso momento en que estoy escribiendo).

Había dejado el relato en mi nombramiento como director adjunto. Después, creo que a finales de 1987 o principios de 1988, me destinaron a gestionar la promoción de negocio de extranjero en el área de Banca Comercial, que dirigía el director general Francisco Luzón. Aquello era un poco aburrido; pero tuve suerte, porque el 1 de octubre de 1988, fecha en que comenzó oficialmente su andadura el Banco Bilbao Vizcaya-BBV (fusión de BB y BV), me hice cargo del departamento de Operaciones Internacionales del nuevo banco, del que me nombraron director. En este cambio creo que tuvo algo de «culpa» mi amigo Dieter Werth, con el que había tenido una intensa y muy cordial relación cuando coincidimos en el DCE del BV, pues fue él el que unos días antes me había dicho aquello de «...que te parece hacerte cargo de...». Primero me ocupé de la parte del BB, a la que denominaban con el acrónimo SERVEX, que ocupaba totalmente un edificio de 6 plantas de la Plaza Vázquez de Mella con una plantilla de 220 personas. A los dos o tres meses, por aquello de aprovechar espacios o liberar inmuebles, tuve que «colocar» en el edificio de Vázquez de Mella a las 84 personas que componían la plantilla que hacía, más o menos, lo mismo en BV (en el edificio de Castellana 110). Contándome, nos juntamos 305 personas.

Fue un reto que asumí con mucha ilusión y ganas. Mi época como director de lo que, más adelante, bauticé como Departamento Central de Extranjero (DCE), como se denominaba en el BV, que transcurrió entre la citada fecha de 1988 y una que no recuerdo del año 1996, es decir durante unos ocho años, fue, sin duda, la más intensa y exitosa de mi trayectoria profesional. Lo digo con orgullo y con el convencimiento de que nadie, ningún otro profesional del banco de aquella época, ni, me atrevo a decir, de ningún otro banco, hubiera sido capaz de hacer lo que hice. Sí, sí, ninguno; lo digo con pleno convencimiento y rotundidad... y no porque sea de Bilbao.  Fue una espectacular y, repito, exitosa experiencia profesional, en cuyo relato utilizaré, como acabo de hacer, el singular de la primera persona, porque a estas alturas de la vida no tengo necesidad de mostrar falsa modestia.

Aquello fue la guerra, y no exagero, porque en aquella época, tras la reciente fusión, en el BBV se vivía un clima casi bélico entre los del BB y los del BV. Cada uno por su lado y apoyados en los «suyos», habían afilado las navajas y las blandían siempre que había ocasión. Yo estaba a lo mío, que no era poco, y, afortunadamente, estaba casi aislado en Vázquez de Mella, pero percibía la bronca. El fragor de la batalla llegaba hasta mí porque se reproducía y se transmitía, de alguna forma, por toda la organización y a todos los niveles. En los más altos, en los de la central del nuevo banco, las navajas eran de grandes dimensiones y las heridas que causaban eran profundas; en otras áreas y niveles también afloraba la bronca aunque fuera utilizando cortauñas. Fue una época de tensiones, lealtades y deslealtades, que, afortunadamente y aunque quede muy mal decirlo, se solucionó con la sorpresiva muerte de Pedro Toledo (expresidente del BV y copresidente del nuevo BBV).

Pero, aparte de la guerra corporativa (por decirlo de alguna manera), yo me vi inmerso, de la noche a la mañana, en un campo de batalla operativo. En Vázquez de Mella entraban del orden de 25.000 papeles diariamente, una buena parte escritos en otros idiomas; estaban apelotonadas (por la urgente «colocación» de los de BV) más de 300 personas; coexistían, para todo, dos procedimientos operativos (el del BB y el del BV), ambos muy diferentes entre sí; convivían dos culturas bancarias, que, además, estaban en cierto modo enfrentadas por su prevalencia; las magnitudes económicas de las operaciones que se tramitaban eran impresionantes, con el consiguiente «riesgo económico operativo» que ello comportaba... y todo ello con un soporte informático bastante endeble y con unos medios técnicos muy rudimentarios, ya que buena parte de la tarea se hacía «manualmente», y los ordenadores personales de mesa casi ni existían (los pocos que había no estaban en red). Y, para colmo, al poco de estar allí me llega el soplo de que el edificio presentaba alguna deficiencia estructural que, sin que supusiera un gran riesgo, introducía dudas sobre su consistencia y seguridad. Yo tenía mi despacho en la primera planta; es decir, tenía cinco plantas por encima. Bien por razones físicas estructurales o bien por razones operativas (sobre todo por estas), aquello corría el riesgo de desplome... y si eso sucedía, ¡me aplastaba!

Pero no, nada se derrumbó; al contrario, operativamente, construí un entramado sólido, fiable, controlado y, en términos económicos, rentabilísimo; por otra parte, adopté cuantas medidas estaban en mi mano para eliminar el riesgo estructural físico, para lo que tuve que desarrollar una intensa acción para eliminar peso de las diversas plantas del edificio y racionalizar la situación física de la plantilla y del mobiliario. En un relativamente corto periodo de tiempo aquel DCE experimentó un radical y positivo cambio; fue como pasar de la noche al día.

En la próxima entrega hablaré sobre lo que algunos memos consideraron como una herejía procedimental, cuando fue una de las medidas que mejor contribuyeron a que la construcción del nuevo DCE resultara un rotundo éxito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escribe tu comentario