16 may 2016

TRANSFORMERS POLÍTICOS - La desfachatez intelectual

Así como se denomina transexual a la persona que cambia de sexo, para las que tienen un radical cambio en su ideología deberíamos encontrar o inventar un término para poder referirnos a ellas con precisión. A mí solo se me ha ocurrido lo del título en mayúsculas de este post, pero no me gusta; son dos palabras y no es muy expresivo. Así que animo a los que lean esto a que si se les ocurre alguna palabra que pueda servir (mejor si es inventada) la escriba al final en “Comentarios”; se lo agradeceré y, si me gusta, la utilizaré.

Desde luego, la utilizaría para referirme a Jorge Verstrynge al que el otro día le vi y escuché en la tele. Como otras veces, sus declaraciones me causaron una sensación extraña, como una especie de desazón. Como es sabido, actualmente este personaje mantiene un discurso muy favorable a Podemos aunque no tengo claro si milita en ese partido; de lo que no hay duda es de que colabora con el partido de Pablo Iglesias. O sea, se puede deducir que en este momento su posicionamiento político es favorable a la izquierda política, digo yo. Y lo digo con la máxima cautela porque la biografía política de este señor es... ¡Joder!, tampoco encuentro un adjetivo... Bueno, diré que su biografía política es “amplia y variada”. Desde luego, cualquiera de menos de 40 años que le oiga su discurso actual pensará que es un rojazo de toda la vida. Pero no es así.
Los ciudadanos corrientes, como es mi caso, conocimos a Verstrynge cuando en 1979 (cuatro años después de la muerte de Franco) se hizo cargo de la secretaría general de Alianza Popular, partido político fundado por Manuel Fraga (exministro franquista) con intención de aglutinar políticamente a la “mayoría natural”, que era como el citado fundador se refería a la derecha socio-política de España, que, por otro lado, era el sector social que, en cierto modo, apoyó o, al menos, mejor toleró la dictadura franquista. En tal secretaría, Verstrynge estuvo unos 7 años (que no es poco).
Es decir, Verstrynge fue el segundo de a bordo del partido que en los albores de nuestra era democrática estaba situado, lindando con la extrema derecha de Blas Piñar, en lo que sin eufemismos podría denominarse la “derechona” de aquella época; no hay que olvidar que la derecha más moderada la representaba la UCD de Adolfo Suárez. Y en aquellos tiempos se llevó a cabo la famosa “transición”; o sea, eran tiempos de “cambio”, de intensos cambios, en los que el señor que ahora me ocupa, estaba prácticamente en el extremo derecho del espectro político español, procurando, como era natural en tal posición, que el “cambio” fuera lo más suave o imperceptible posible. Esto último es una deducción lógica teniendo en cuenta que el jefe de Verstrynge, Fraga, había sido, como he dicho, ministro de Franco, además de vicepresidente y ministro de la Gobernación (equivalente al actual del Interior) del gobierno (no democrático) que se formó justo a la muerte del dictador.
Resumiendo, conocimos a Verstrynge combatiendo el “cambio” hacia los usos democráticos. Y ahora le vemos defendiendo el “cambio” hacia posiciones, digamos, de izquierda de la izquierda. ¡A que choca!
Por eso, después de verle y escucharle en la tele, me picó la curiosidad y me metí en la Wikipedia para saber más sobre nuestro protagonista. Su biografía política es de descojono. De antes de su época como secretario general de AP, en la que también fue diputado por el citado partido, leí lo siguiente:
  • Comenzó su carrera política en el seno del neofascismo francés, evolucionando después hacia el nacionalcomunismo.
  • Parece ser que estuvo muy cercano a una organización neonazi española.
  • Fue gran admirador del famoso ministro falangista de Franco José Antonio Girón.
De su militancia en Alianza Popular ya he comentado. Abandonó este partido, al parecer, por discrepancias con Fraga. De la época posterior, he leído:
  • Fundó su propio partido, Renovación Democrática.  (No debió de tener mucho éxito porque ni me sonaba).
  • En 1993 ingresó en el PSOE; lo había solicitado en 1988. (No lo verían claro).
  • Tras darse de baja en el PSOE, parece que se escoró más a la izquierda, colaborando como asesor con el Partido Comunista de España (PCE) e Izquierda Unida (IU).
  • En mayo de 2012 fue uno de los desalojados por la Policía Nacional de un Centro social “okupado” en Madrid.
  • En 2013 participó en un escrache convocado por la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) frente al domicilio personal de la vicepresidenta del Gobierno Soraya Sáenz de Santamaría.
  • En 2014 parece que a los de Podemos no les hizo gracia que mostrara abiertamente sus simpatías hacía el Frente Nacional de Marine Le Pen. (Se conoce que el que tuvo, retuvo...).
Sin duda, una curiosa trayectoria; difícil encontrar otra igual, ni siquiera parecida, entre los personajes de cierta relevancia pública. Bueno, sí. Con una ruta inversa, es decir, desde la izquierda hacia la derecha, también resulta llamativa la del inefable Federico Jiménez Losantos, porque de militar durante el franquismo en la extrema izquierda, en partidos de ideología comunista y maoísta (hasta estuvo en la China “formándose”), y pasar en los primeros años de la Democracia por partidos denominados “socialistas”, asumió en los medios de comunicación el papel de azote y agitador contra las posiciones de izquierda, hasta tal punto que muchos lo consideran de “extrema derecha”.
Supongo que todo el mundo tiene derecho a evolucionar, o a cambiar, o a modificar su pensamiento, o a cambiar de ideología, etcétera, pero lo de Verstrynge y Jiménez Losantos es, como ya he dicho, de descojono. Porque lo de ambos ha sido una total transformación ideológica. Han pasado de un polo al opuesto. Si cualquiera de los dos ahora se enfrentase dialécticamente con el que fue en su juventud se armaría la gorda; sería divertido, aunque a mí seguro que me parecería, por decirlo suave, repugnante.
Porque, además de que es evidente que son personas inteligentes y cultas, ambos estuvieron y siguen estando, cada uno a su manera y con diferente intensidad, en tribunas públicas tratando de influir en la opinión de los ciudadanos; ambos se jactan ahora de estar en posesión de la verdad y supongo que antes, cuando defendían justo lo contrario, también lo harían; ambos denuestan ahora a los que piensan o actúan como lo hacían ellos antes; porque, en fin, ahora dicen lo que les sale de los cojones aunque sea justo lo opuesto de lo que antes decían saliéndoles del mismo sitio. Y esto podría ser tolerable en personas corrientes que no tienen protagonismo público ni capacidad de influir más allá de su entorno cercano; pero en los dos que nos ocupan es intolerable y, como he dicho, repugnante. 
Pero lo curioso es que ambos gozan de muchos seguidores y tienen gran influencia. Verstrynge como profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UCM y con su nada infrecuente participación en los medios de comunicación; Jiménez Losantos aún más, por su prolongada y permanente presencia en los medios de comunicación desde los que diariamente sermonea y  lanza sus lacerantes  invectivas. Desde luego, para mí no tienen ni pizca de credibilidad; y creo que si tuvieran un mínimo de decencia intelectual habrían desaparecido de la esfera pública hace ya muchos años, justo en el momento en que se hubieran dado cuenta de que estaban cambiando de ideología.
Creo que ambos representan el paradigma de “la desfachatez intelectual”. Empleo el concepto entrecomillado porque recientemente he leído un libro con tal título escrito por Ignacio Sánchez Cuenca. La verdad, no me ha gustado, porque creo que, aunque con la loable intención de criticar el poco rigor de algunos “intelectuales” (creadores literarios) a la hora de verter sus juicios y opiniones de naturaleza política, ha sido un trabajo, a mi entender, desaprovechado; me ha parecido algo insulso, siento decirlo. Si La desfachatez intelectual hubiera versado sobre la trayectoria ideológica de los dos protas de este post, exponiendo con detalle la mutación del pensamiento y opiniones de ambos, habría resultado mucho más interesante y divertido; habría alcanzado, seguro, la catalogación de best seller.
Para acabar y para variar, diré algo positivo sobre Verstrynge y Jiménez Losantos. Del primero he leído en la Wikipedia que opina que “... el sistema capitalista no funciona, que el sistema comunista no convence, y hay que ir a un sistema de economía dirigida donde los intereses del Estado y sus ciudadanos deben estar por encima de todos los trust habidos y por haber...”. En eso coincido con él, en serio; yo también creo que hay que inventar otro sistema... Pensaba que Podemos podía contribuir a eso; pero no sé, no sé.... Sobre Jiménez Losantos, debo decir que antes, hace años, le escuchaba bastante en la radio y, aunque siempre me ha parecido malo, malísimo, me resultaba divertido (tiene su gracia el turolense); también he leído dos libros suyos, que me han resultado amenos.
Espero que Sánchez Cuenca se atreva con la segunda parte de La desfachatez intelectual y se centre en los mendas de los que he hablado aquí; seguro que vende más que la primera. Ahora bien, si lo hace le recomiendo que se tome sus precauciones: aunque ya están algo carrozas, ambos podrían ser peligrosos y me da la impresión de que tienen mala hostia. Yo no me metería con ellos.

13 abr 2016

ALLÁ DONDE FUERES...

El viejo refrán “Allá donde fueres, haz lo que vieres” supone un sabio consejo que conviene tener siempre presente. Como muchos refranes o dichos populares, este es algo así como una píldora expresiva que contiene una gran dosis de sentido común y que puede ayudarnos a adecuar nuestro comportamiento en determinadas circunstancias.

En concreto, el consejo que recibimos de este refrán es que cuando nos incorporemos a espacios sociales desconocidos o muy poco habituales para nosotros, al menos al principio tratemos de imitar lo básico de los comportamientos de los que se ve que están más habituados. O sea, nos insta a que seamos convencionales. Pero no es un mandato autoritario, es simplemente un consejo bienintencionado que, en mi opinión, se fundamenta en que lo habitual no es algo aleatorio; más bien es la consecuencia del permanente empeño del ser humano por dar con lo más adecuado. Esto podría ser discutido y daría para exquisiteces argumentales muy variadas, pero no es mi intención entrar en ello ahora; simplemente pretendo dejar constancia de la relación que, en general, hay entre las dos locuciones que he resaltado en negrita: lo habitual y lo más adecuado. 
Partiendo de lo que acabo de decir, me voy a tomar la libertad de comentar un par de muestras de comportamientos relacionados con la estética del atuendo. Uno, es la informalidad en la vestimenta de algunos de los diputados españoles en el Congreso; el otro, el atuendo de buena parte de las personas procedentes de países árabes o musulmanes y que viven entre nosotros. En ambos casos los actores o no conocían aquello de “Allá donde fueres...” o, si lo conocían, se lo han pasado por el forro.
Se habrá entendido que el primer grupo al que me he referido son los diputados de Podemos, si bien, voy a personalizar en su líder, Pablo Iglesias, que es el que marca estilo. Normalmente le vemos en la tele en mangas de camisa, salvo si está en la calle y hace frío o llueve. Y así, en mangas de camisa, fue a sus recientes audiencias con el Rey, se sienta en su escaño en el Congreso o, cuando le toca, habla desde la tribuna de oradores. Probablemente estará más cómodo que encorbatado y con chaqueta; no lo dudo. Pero no le hubiera costado mucho utilizar, al menos, americana, no digo corbata, para acomodarse a lo que seguro habría visto que se estila en las situaciones comentadas. Realmente, no le hubiera costado nada.
Por qué, entonces, su empecinamiento en mantener su excesivamente informal e inusual atuendo en actos o lugares de cierta, digamos, seriedad, donde siempre se ha visto que los que los frecuentan mantienen las formas en su vestimenta. Él sabrá, aunque a mí me parece que es, como se dice ahora, puro postureo. Puede que al adoptar esa transgresora estética quiera manifestar su rechazo a los convencionalismos instaurados por aquellos a los que denuesta; está en su derecho, faltaría más. Porque es obvio que no es monárquico y, por otro lado, siempre ha sido muy crítico con los que han venido ocupando los escaños del Congreso, es decir, con “la casta”.
Pero creo que es un error un poco infantil porque, si mantiene su ascendente trayectoria política, puede que algún día se vea en situaciones en las que el protocolo o los formalismos le obliguen a un atuendo más formal. Y si es así y transige, la ocasión dará mucho que hablar, y tendrá que soportar críticas, y habrá muchos que se descojonen de su “claudicación”.
Pero, para mí, lo peor es que su actitud es claramente desconsiderada con el conjunto de la ciudadanía; realmente nos ha dado una especie de bofetada virtual. Porque todos habíamos asumido la convención de que lo habitual era ver a los diputados con su chaqueta y corbata; así como a los visitantes del Rey “bien” vestiditos. Entendíamos que era lo adecuado y, por tanto, lo que había que hacer. Pero, sin ninguna consideración, Pablo ha hecho lo contrario. Por eso, creo que con su estética transgresora lo que ha hecho es decirnos a todos que estábamos equivocados, que somos unos memos por aceptar ciertos convencionalismos y que no entendemos nada; o sea, que parecemos tontos. Confieso que me ha jodido; esta te la guardo, Pablo.
Lo del atuendo de los musulmanes en los países occidentales, como es el nuestro, es más complicado y tiene connotaciones más profundas o de mayor alcance, como es la religión y la tradición (más que la costumbre). Creo que es una cuestión de fundamentalismo en las creencias. Y eso tiene más difícil solución (no es como lo de la chaqueta de Iglesias). A mí me parece algo anacrónico lo de las chilabas, los turbantes, los pañuelos en la cabeza, los velos y los embozos, pero no tendría nada que decir si las personas que los usan estuvieran en los países en los que resultan totalmente normales; o sea, donde es lo habitual. Estarían en su pleno derecho y probablemente tendrán razones para considerarlo lo adecuado. Ahora bien, si están en un país donde esas prendas resultan totalmente inusuales e, incluso, estrafalarias, deberían entender que si no es lo habitual es porque las consideramos no adecuadas para su uso en público.
¿Y por qué no se visten como los del lugar? O sea, ¿por qué no hacen lo que ven? Para responder habría que conocer la mentalidad y razones de las personas de las que hablo, y yo no las conozco. Pero me aventuro a dar una opinión. A mí me parece que tienen mucho interés en diferenciarse; en que se note que son distintos. Porque creo que, ante una situación excepcional como es el caso de vivir en un país en calidad de emigrante, podrían estar dispensados de cumplir con algunos de sus ritos u obligaciones religiosas o morales, al menos en lo que parece más superficial, como es la vestimenta. Me resulta difícil creer que las musulmanas puedan incurrir en falta moral grave por el hecho de que vayan con la cabeza descubierta en un entorno extraño y, en cierto modo, contrario a esa costumbre o precepto. Creo, por tanto, que, como he dicho, lo hacen porque quieren demostrar su singularidad. O sea, como en el caso de Pablo, lo que nos quieren decir es que somos algo tontos; que lo adecuado es lo de ellos, que lo habitual de nuestro atuendo es casi ridículo, en suma, que no tenemos ni puta idea. Pues también me jode.
Lo mismo me pasa cuando veo en la tele a esos jeques que nos visitan, unas veces en viajes de ocio y otras por asuntos oficiales (que aprovechan, seguro, para lo otro). Tampoco usan traje o chaqueta, vaqueros, camisas de cuadros y otras vulgaridades propias del atuendo de los lugareños. También tratan de diferenciarse con sus impolutas blancas túnicas y demás singularidades de su vestimenta, si bien, creo que en estos no influye la religión y otras bagatelas; más bien creo que lo hacen para que se note el "abolengo" que les proporciona sus arcas repletas de petrodólares.  
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COMENTARIO ULTERIOR (9-03-2020): Tras las elecciones de noviembre 2019, en enero de 2020 Pablo Iglesias fue nombrado vicepresidente 2º del gobierno de coalición que, desde entonce preside Pedro Sánchez, del PSOE. Ahora ya le veo a Pablete que cuando está en el Congreso lleva americana; ya no se presenta en la tribuna de oradores en camisa. Algo ha cambiado.

28 feb 2016

EL SEÑORITINGO


El despectivo “señoritingo” es un calificativo (más que sustantivo) que le viene al pelo a Iñaki Urdangarin, cuñado del rey de España y exduque de Palma. Lo están juzgando estos días en Palma de Mallorca como uno de los principales acusados en el caso Nóos, por eso lo he visto en la tele en los reportajes que se hacen sobre el juicio. No es que quiera hacer leña del árbol caído, pero creo que es obligado decir algo sobre él.
Este individuo nació en lo que se dice una buena, buenísima, familia; su padre fue presidente de una entidad financiera (Caja Vital) y su madre es una aristócrata. O sea, desde la cuna sus circunstancias fueron muy favorables. Después, ya de mayor, le hemos conocido como un hombre aparentemente sano, fuerte, alto y muy guapo; todo un tipazo. Por otro lado, por cómo le he visto expresarse en el juicio, aparenta tener un nivel intelectual, digamos, normal (aunque de memoria anda algo flojo). De hecho, cursó estudios universitarios, de los que obtuvo su correspondiente título; además consiguió algún máster para adornar su currículum. ¡Una joyita!, dirían (no ahora) con admiración en su familia.
Le dio por el balonmano, deporte en el que destacó. Jugó en el Barcelona y en la selección nacional, con la que fue medallista en un par de olimpiadas. A sus 31 años se casó ¡con la hija del rey de España!, con la que tiene unos hijos guapísimos. O sea, una vida como las de las pelis de amor y lujo.
Está claro que el señoritingo ¡lo tuvo todo! Al menos todo lo que a la mayoría de los mortales les podría resultar muchíííísimo más que suficiente para tener, ellos y sus descendientes, una vida fácil. Le venía de perlas eso de «Eres guapo y eres rico, ¿qué más quieres, Federico?». Pues, por lo visto, el señoritingo quiso más.
Por lo que nos cuentan, allá por 2003, cuando «España iba bien», este listillo (ver el final de DE TONTOS Y LISTOS en este blog) quiso aprovecharse de la, aparentemente, boyante situación del país para dar, también él, su particular «pelotazo» y, así, fortalecer aún más su propia economía. Se conoce que las prebendas que podía obtener por su posición social como miembro de la familia real le sabían a poco; además tenía que pagar el famoso palacete de Pedralbes, que, según dicen, le costó un pastón. El caso es que, según hemos podido conocer, se embarcó en una aventura ¿empresarial? que durante unos cuantos años le proporcionó, según el sumario, mucho dinero. Pero ese dinero provenía, según parece, de las arcas públicas y, presuntamente, su cobro no estaba justificado. Por eso lo están juzgando estos días.
Lo tenía todo o casi todo, y no le bastó; fue un tragón, quiso más. ¿Por qué? ¿Mera codicia? ¿Por gilipollas? ¿Le engañaron?... No podemos saber sus motivaciones íntimas para hacer lo que hizo; por eso, desde lejos, solo podemos conjeturar. A mí me parece que es un caso singular el de este señoritingo de los cojones; se podría decir que es el paradigma del listillo, que se creyó que estaba por encima de los demás y que nada podía oponerse a sus deseos.
Yo creo que es probable que este sujeto, cegado o deslumbrado por el resplandor celestial que afecta a los que padecen el «mal de altura» (típica dolencia de los mediocres que llegan muy arriba), perdiera perspectiva y sentido de la realidad, hasta el punto de no ser consciente de que al recibir injustificadamente dinero público estaba robando a los ciudadanos. O es posible que escuchara a aquella ministra que dijo «El dinero público no es de nadie», y que, en un ataque de memez, el señoritingo se dijera «Vale, ministra, ya me voy a ocupar yo de que tenga dueño», y forjara su plan de apropiación fraudulenta de un buen pellizco.
Fuera como fuese, este presunto delincuente merece el mayor grado del reproche social y que, como yo en este post, los ciudadanos le tratemos con el máximo desprecio, o sea, como él nos trató a nosotros cuando se lo llevaba en crudo. Porque, asumiendo que robar no está bien, no podemos contemplar igual al que roba por pura necesidad o porque tiene muy poco (que en estos tiempos se puede comprender y, en muchos casos, hasta justificar) que al que lo hace cuando tiene más que suficiente y además ocupa una posición social y económica privilegiada, que para más inri está, en cierto modo, sufragada y consentida, mayoritariamente, por el conjunto de la ciudadanía.
Por todo esto, el señoritingo no merece la mínima consideración ni, por supuesto, perdón. Solo merece un castigo ejemplar. Porque su castigo, es decir, su condena por el tribunal que le juzga y la ulterior confirmación por el Supremo (seguro que recurre), podría ser un buen referente para los juzgadores de los numerosos casos de corrupción política que, actualmente, están en vía judicial. Hay que limpiar el patio nacional, aunque entre la porquería estén los señoritingos de medio pelo y los que se han aprovechado indignamente del poder.
Si lo que le caiga sirve de ejemplo, será, aunque le pese, el más valioso servicio del señoritingo Urdangarin a la sociedad española, por lo que su «sacrificio» se podría tener en cuenta cuando un viernes de dentro de unos cuantos años el Consejo de Ministros tenga que decidir sobre su indulto.
¡Ah!, casi se me olvidaba. Al instructor del caso, juez Castro, le deberían dedicar, en su pueblo o en Palma de Mallorca, una calle. ¡Las presiones que habrá aguantado!
18-06-2018. NOTA ULTERIOR: Hoy ha ingresado en la prisión de Briuega (Ávila) el señoritingo Urdangarin para cumplir la condena de más de 5 años que le fue impuesta tras haber sido confirmada por el Tribunal Supremo.

26 feb 2016

LA POLÍTICA Y LOS POLÍTICOS




Como me temía, tras las elecciones generales pasadas (20-D) los ciudadanos estamos contemplando un escenario político complicado; los políticos nos están bombardeando —a mí y supongo que a muchos, aburriendo— con sus declaraciones, propuestas, contrapropuestas, acuerdos, desacuerdos, eslóganes, ocurrencias, etc. Yo creo que, dejando al margen lo de la corrupción, los políticos nos están mostrando lo peor de la Política, que, dicho de forma resumida, es la mentira y el cinismo. Así que, mientras nos tomábamos unos cubatas, he charlado sobre esto con Listo, mi habitual interlocutor.

Listo: De tu vaticinio tras las elecciones generales, en lo único que acertaste, Julio, es en que íbamos a sufrir un latazo de los políticos; pero aún no se ha resuelto ninguna incógnita sobre la futura gobernabilidad de España.

Julio: Bueno, pero como aún no se han resuelto, todavía podría acertar en mis predicciones, ¿o no?
L: Sí, pero, por lo que oigo en los medios, me parece que no vas a acertar, porque no he escuchado a nadie decir, ni siquiera insinuar, que Albert Rivera podría ser el presidente del próximo gobierno. Tus predicciones no están en las quinielas que se manejan.

J: Pero no te fíes de lo que se dice. Los políticos están en una especie de partida de póker o múltiple de ajedrez en la que, además de esconder sus verdaderas intenciones, cada cual realiza sus movimientos con un solo propósito: despistar al adversario. O sea, listillo, para interpretar lo que dicen o hacen los políticos actualmente, hay que tener muy en cuenta la socorrida frase “cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”. Mienten más que hablan.


De lo único que se preocupan en sus comparecencias en público es en “quedar bien”. O sea, en no aparecer como intransigentes, para que, si no hay arreglo, no se les pueda echar la culpa; en mostrar su cara más amable y ánimo conciliador, para que parezcan decididos a encontrar soluciones; en que sus eslóganes resulten imaginativos, para que se vea que son ingeniosos; etcétera. Es decir, lo único que les preocupa en estos días cuando hablan en público es que parezcan que son muy buenos.
L: No sé, Julio, supongo que, simplemente, cada cual está mostrando sus propuestas, como no puede ser de otro modo en democracia.
J: Así debería ser. Pero me temo que no es. Creo que estamos asistiendo a un espectáculo que nos muestra lo peor de la Política; me parece, sencillamente, asqueroso y repudiable.
L: No exageres, Julio. La Política es así; ¿cómo crees tú que debería ser?
J: Pues no lo sé con precisión; no tengo experiencias porque, echando la vista atrás, en el actual periodo democrático no ha habido ningún periodo de gobierno que nos pueda servir de referente o de ejemplo de buena gestión POLÍTICA (así, con mayúsculas). Pero eso no obsta para que, como cualquier otro ciudadano, muestre mi interés por los que pueden tener la responsabilidad de dirigir la sociedad, o sea, de gobernarnos.
L: A casi todos nos interesa lo que hacen los políticos, especialmente aquellos a los que empleamos y pagamos para que nos gobiernen.
J: ¿Que empleamos y pagamos? Eso es lo que se dice con mucha frecuencia y que a mí me parece una solemne capullada. Los políticos gobernantes no son nuestros empleados, Listo; en todo caso, son nuestros jefes. Son los que nos mandan y dirigen; los que nos dicen lo que está bien y mal; los que fijan el castigo si no hacemos lo que ellos dicen; los que establecen lo que tenemos que pagar al Estado y deciden a qué se destina lo recaudado; los que marcan quiénes son nuestros amigos y enemigos, y, si llega el caso, contra quién debemos guerrear. En fin, son los putos amos de la sociedad, y, además, ellos mismos se fijan lo que les tenemos que pagar; mejor dicho, lo que se tienen que cobrar por su dedicación, y, encima, a veces se cobran ilícitos “extras”. Así que eso de que son nuestros empleados es una memez, aunque se diga con mucha frecuencia en esas tertulias radiofónicas que a ti tanto te gustan.
L: Bueno, bueno... no te calientes.
J: Perdona, Listo. Es que cada vez que oigo que los gobernantes son “nuestros empleados” me pongo de una hostia...
L: Vale, pues son nuestros jefes; lo asumo. Pero insisto en mi pregunta anterior, ¿cómo crees que deberían comportarse en la situación actual?
J: Para contestarte, habría que establecer antes cómo debería ser la Política; no es cuestión fácil pero te voy a decir algo. En mi opinión, en democracia debería ser la misión o función más importante y noble a la que pueden dedicarse las personas. (Habrás notado que he utilizado el condicional debería). Por tanto, la Política es la actividad a la que deberían dedicarse los mejores en todos los sentidos, especialmente en lo referente al talento, conocimiento y, sobre todo, honestidad. Si así fuera, la Política se autodotaría de los controles y reglas para que los políticos actuasen con rectitud y, si se diera el caso, se detectasen y corrigiesen las desviaciones.
L: Permíteme que me descojone, Julio. Lo que dices es utópico.
J: Ya lo sé; pero, precisamente por ser utópico, debe entenderse como un objetivo deseable. O sea, un referente a tener siempre presente. En la medida en que nos acerquemos a este referente sabremos que estamos en el buen camino; si nos alejamos, es que lo estamos haciendo fatal. En otras palabras, la Política se acercará a lo que a todos nos gustaría en la medida en que se eleve el nivel intelectual y moral de los políticos; es una perogrullada.
De lo que ya he dicho se desprende que los políticos deberían ser, sobre todo, talentosos y honestos; lo del conocimiento es menos importante porque se puede adquirir. A esos condicionantes habría que añadir, naturalmente, el talante; o sea, la voluntad, en este caso de servicio a la sociedad. Y, por supuesto, cada cual con su ideología o, lo que es igual, con su método para conseguir alcanzar sus propósitos en su tarea de dirigir la sociedad para que sus miembros, los ciudadanos, vivamos cada vez más y mejor. Así las cosas, los políticos deberían tratar de mostrarnos que son portadores de esos nobles atributos para que los ciudadanos, cada cual con sus intereses, tendencias y preferencias, luego les elijamos para que gobiernen, o sea, para que nos dirijan y manden.
Ahora bien, al mostrarse ante los ciudadanos y tratar de evidenciar que nos convienen, lo deben hacer con honestidad; no nos tienen que engañar. Y ahí está la madre del cordero, porque, según te decía, a mí me parece que mienten más que hablan. Y lo peor es que ese deleznable comportamiento lo consentimos; sí, sí, aunque no nos demos cuenta, lo consentimos. Al menos, no lo castigamos como se merecería. Quiero decir que, como nos hemos acostumbrado y resignado, hay un consentimiento tácito de los ciudadanos a los comportamientos tramposos de los políticos
L: Hombre, Julio, al que le pillan en una mentira se le critica.
J: ¿Sí? No lo suficiente; hay ejemplos a porrillo. Yo creo que los ciudadanos hemos asumido que en Política vale todo, incluido el engaño y la mentira. Creo que hasta se admira a los que hacen eso con cierta gracia. Por eso, uno de los atributos que se considera indispensable en un “buen” político es que tenga “buen pico”; o sea, que su verbo florido y fluido resulte convincente. Que sepa hablar, sobre todo en público, es lo que más se valora. En otras palabras, que tenga carisma, lo cual siempre me ha parecido una inconveniencia. No me gustan los carismáticos; son los que probablemente engañen más.
L: Tener “buen pico” siempre está bien; los políticos tienen que saber comunicar...
J: Pero más importante es tener buen talante, talento y honestidad. Y que se evidencie. O sea, que se note que nos dicen lo que de verdad piensan, aunque resulte doloroso.  Tengo ganas de ver un político tartamudo; seguro que sería, de verdad, “bueno”.
L: Pues espera sentado, Julio; me temo que de esos, no hay muchos.
J: Estoy de acuerdo, Listo. Fíjate que yo creía que uno de ellos podría ser Pablo Iglesias, pero, por lo que le estoy viendo en estas semanas de las negociaciones y pactos postelectorales, me temo que se está haciendo un cínico de aúpa. Cada vez que le veo que, en sus comparecencias públicas, levanta las cejas al hablar y pone cara de bueno lo único que se me ocurre pensar es “Pablo, Pablito, Pablete, te estás contagiando...; me gustabas más cuando nos hablabas frunciendo el ceño”.  



22 feb 2016

VALDANO

Hace unos días, hablando con unos amigos sobre Jorge Valdano, comenté que era un tipo al que yo admiraba muchísimo. Y no precisamente por su pasado como futbolista (no lo vi mucho), aunque méritos hizo de sobra a juzgar por los muchos títulos que consiguió, entre ellos el de campeón del mundo (México 1968) con la selección argentina. Mi admiración es por la forma en que se expresa y, sobre todo, por su buen criterio; por eso, me gusta mucho escuchar por la radio sus comentarios, generalmente sobre fútbol. Creo que, con diferencia, es el mejor comentarista de fútbol que hay en España. Les dije a mis amigos que mi admiración por Valdano empezó hace muchos años, a raíz de leer en el periódico (creo que fue en El País) un relato escrito por él que me pareció delicioso. Para satisfacer la curiosidad de alguno de mis interlocutores, transcribo a continuación aquel precioso cuento. Recomiendo su lectura.

Vieja, creo que tu hijo la cagó. Jorge Valdano


Juan Antonio Felpa era de talante tranquilo, pero resolvió asegurarse el sueño de la noche previa a la del día del partido con medio somnífero porque estaba inquieto, y no le faltaba razón. El hábito lo despertó a las siete de la mañana, e instantáneamente un cosquilleo nervioso en el estómago le anunció que era domingo, día de fútbol, y decidió quedarse un poco más en la cama a pensar en el partido. Consumió varios minutos parando penaltys en idénticas versio­nes. Era su sueño favorito, su fantasía recurrente: 0-0 faltando un minuto y penalty en contra; silencio expectante, miradas de ojos grandes, intuición exacta y él en el aire abrazado a la pelota y otra vez él en el suelo sintiéndose dueño de los aplausos, responsable de la catástrofe diminuta que sufrían las emociones de cientos de aficionados; 0-0 final. A veces imaginaba lo mismo con ventaja de 1-0 para su equipo, pero esa historia le gustaba menos porque tenía que repartir la gloria con el compañero que había marcado el gol.
A Juan Antonio Felpa, obrero de Fábricas Unidas y portero del Sportivo Atlético Club, se le dibujaba una sonrisa estúpida cuando paraba penaltys mentalmente aunque él no se daba cuenta. Se acordó del tiempo con la preocupación de un agricultor; saltó de la cama y se fue hasta la puerta rogando que no lloviera. Aquel 16 de septiembre de 1964, la primavera se había adelantado cinco días al calendario. Era una mañana irreprochable. Ese sol que invitaba a vivir le recordó la enfermedad de su padre. Luego pasaría a visitarlo para hacerle olvidar por un rato la tristeza de perderse el clásico.
Entró a la humilde cocina a tomarse un té, como era su costumbre dominguera, sin poder sacarse el partido de la cabeza. Clavó la vista en un póster arrugado de Amadeo Carrizo que había pegado años atrás en la pared. Sin haberlo visto nunca jugar, había sido siempre hincha del River Plate. Buenos Aires estaba a muchos kilómetros y a muchos pesos de distancia, pero él idealizaba la trayectoria del equipo capitalino y la de su portero legendario a través de la radio y de la revista El Gráfico. Como admirar es identificarse, Felpa se sentía el Carrizo del pueblo, le emulaba algunos gestos y hasta había conseguido una gorra a cuadros parecida a la que el portero riverplatense usaba para defenderse del sol. «Grande maestro», le murmuró Juan Antonio a la foto de Amadeo en el preciso instante que su mujer, con ojos todavía dormilones, entraba en la cocina:
—Hablás solo.
—No, pensaba.
Recibió el beso cariñoso y joven de Mercedes y los dos hablaron durante largo rato de simples cosas suyas.Juntos escucharon a Johnny Lombard anunciando el partido: «A las cinco de la tarde, en el campo comunal Sportivo y Argentino de Las Parejas se juegan el título de Liga en el partido más esperado del año». Esa voz emotiva, que paseaba en un coche lento y que era ampliada por dos grandes altavoces ubicados sobre el techo, lograba que Felpa se sintiera importante. Piel de gallina se le ponía.
Todavía faltaban cinco partidos para que terminara el campeonato, y los dos equipos que dividían el pueblo, los celestes del Argentino y los verdirrojos del Sportivo compartían el primer puesto de la Liga Cañadense de Fútbol. Esa tarde ponían el honor y la vergüenza en juego para definir de una vez por todas quién era quién en la Liga. Desde hacia una semana no se hablaba de otra cosa. Circulaban las apuestas, se espesaban las bromas y los más impacientes ya se habían cruzado algún puñetazo. Estaba clarito en el ambiente que lo que se jugaba era el clásico más importante de los últimos tiempos.
—¿Qué tal en la fábrica? —preguntó Mercedes.
—Y... esta semana, ya sabés, los muchachos me volvieron loco.
Orgulloso, Juan Antonio le contó a su mujer; entre otras cosas, que el patrón, palmeándole la espalda le había dicho: «Juan, el domingo te tenés que portar, ¿eh?».
Felpa era un buen tipo, de veintiséis años, casado no hacía mucho tiempo y con un niño de meses. De gustos sencillos, querido y popular, era de esa clase de hombres que teniendo poco no necesitan más. Se vistió con ropa de domingo, revisó la bolsa de deportes, olió con ganas y sin ruidos la habitación del hijo dormido y se despidió de su mujer sin mucha ceremonia.
En el sanatorio San Luis, sentado en la cama donde convalecía su padre de una operación estomacal, recibió con paciencia consejos futbolísticos. Recordaron aquel día que habían ido a cazar y Juan Antonio, con diez años, salió corriendo y se tiró de panza sobre una liebre a la que el padre había apuntado y pretendía disparar con su vieja escopeta. La liebre se escapó y el imprudente proyecto de guardameta, que vivía abalanzándose sobre cualquier cosa, recibió una paliza de la que no se olvidaría nunca más. En esa época le empezaron a llamar Gato. Su padre, hombre de carácter fuerte, que amaba al Sportivo con la misma intensidad con que odiaba al Argentino, nunca estuvo de acuerdo con que su hijo fuera portero, y no sólo porque le espantaba las liebres, sino porque siempre había pensado que los porteros eran medio imbéciles. Pero quería tanto a su único hijo que mudó el prejuicio y terminó mirando los partidos desde detrás de la portería, aunque era más lo que molestaba con sus gritos que lo que respaldaba.
En la cama del sanatorio, don Jesús Eladio Felpa se sentía mejor; pero no poder ver ese clásico lo tenía algo excitado. Iba a tener que conformarse con abrir las ventanas de su habitación para interpretar los gritos que llegaran desde la cancha. A doscientos metros de distancia era capaz de identificar, aguzando el oído, las jugadas peligrosas, el equipo que dominaba y, sin dudar, a qué equipo pertenecía el gol que se marcaba. Treinta y cinco años viendo al Sportivo le habían enseñado mucho. Su pobre mujer tenía que soportar en silencio el relato aproximado que don Jesús hacía de las jugadas.
Juan Antonio se fue a la sede del club llevándose una última recomendación paterna: —Métanle cinco goles, así no hablan nunca más.
En el camino volvió a fabricar un penalty en la cabeza. Siempre se tiraba hacia la derecha y apresaba entre sus manos el balón que llegaba a media altura. «La esperanza es el sueño de los despiertos», escuchó un día.
En la sede encontró más gente que nunca y un clima prebélico. Las manos se le posaban en los hombros como mariposas brutas y contestó con una sonrisa los comentarios de siempre: «No te preocupes, que hoy ni se acercan...». «A las cinco cerrará las persianas, ¿eh?...». «¿A quién le ganaron ésos...?». Llegó a la tranquilidad del restaurante y saludó a sus compañeros, la mayoría de pueblos y ciudades cercanas a los que no veía desde el domingo pasado. Eran buena gente, pero él envidiaba la capacidad que tenía el Argentino para formar jugadores del pueblo. El Tano Perazzi lo explicaba bien: «Los del pueblo juegan por la camiseta, y los de afuera juegan por la plata». Pero siempre había sido así, y, la verdad, mucha plata no había.
Comieron carne asada con ensalada, y después la Bruja Mirage, ex jugador y en aquel momento entrenador, dio la alineación y dijo las cuatro tonterías de siempre con tono de haber inventado el fútbol.
Los Felpa, padre e hijo, no lo tragaban porque nunca había defendido el fútbol local. Cuanto de más lejos le traían los jugadores, más contento estaba. Además, jugaba sin wínes (sic), y tácticamente se equivocaba mucho. Los dos solían acordarse del día en que el Negro Moyano lo saludó a los gritos en mitad del bar Victoria:
—¿Cómo te va, embrague?
—¿Por qué embrague? —preguntó el entrenador con poca prudencia.
—Porque primero metés la pata y después hacés los cambios —le soltó el Negro para que se riera todo el mundo. Cómo sufrió el odio Mirage esa vez.
Los jugadores decidieron irse para la cancha distribuidos en cuatro coches particulares de directivos de la comisión de fútbol. Salieron por la puerta trasera para no darle oportunidad a los pesados. En el vestuario empezaron a respirar el clima del partido. Ahí adentro olía a fútbol. El partido estaba cerca, y afuera crecía el ruido. Apretados por los nervios, se vistieron, se masajearon e hicieron movimientos de calentamiento como si se tratara de un ritual.
El Gato Felpa, en un rincón, sólo movía los brazos y de vez en vez tiraba algún golpe al aire como los boxeadores. Se ponía rodilleras y unos pantalones cortos acolchados en las caderas para amortiguar los golpes de las caídas. No usaba guantes ni entendía cómo se podía atajar con ellos. Si alguien se lo preguntaba, había aprendido una frase que le gustaba repetir: «Me quitan sensibilidad». Los hierros entre los que trabajaba durante la semana habían modelado manos fuertes, y a él le gustaba sentir la pelota entre sus dedos. El equipo, como era su costumbre, hizo un corro y todos encimaron las manos sobre las del capitán para dar tres gritos de guerra que contribuían a darles confianza y a hacerlos sentir más juntos. De rebote, también valía para asustar a los del vestuario contiguo. Se fueron para el túnel, con música de tacos de cuero sobre el suelo y cuidando de no resbalarse en el cemento. Cuando asomaron la cabeza estalló la mitad roja-verde del campo. Los celestes ocupaban el lado opuesto y homenajearon a sus jugadores tres minutos después. Ahí estaba todo el pueblo.
Era día grande, de esos que dejan hablando al pueblo durante semanas; banderas, papeles picados, bombos, matracas gigantes, cantos; no faltaba nada.
El sermón arbitral fue breve: «A jugar y a callar», dijo a los capitanes en el centro del campo antes de sortear las porterías.
El griterío de la gente y la emotividad de lo que estaba en juego dignificó en parte el fútbol pobre que se jugó en la primera mitad. Los dos equipos trataban de aprovechar el descuido del adversario, pero, eso sí, sin descuidarse. Se tenían miedo y estaban tensos, y eso, procesado futbolísticamente, da como resultado un partido trabado e impreciso.
Acertó don Jesús Eladio Felpa, en el sanatorio, cuando le resumió el primer tiempo a su mujer:
—Partido malo, vieja, ni ocasiones de gol crearon.
Se jugó mal, es cierto, pero se jugó en serio. Las piernas se metían fuertes y entre los jugadores se escucharon palabras duras.El segundo tiempo pareció un poco más abierto, pero pisaron poco las áreas. Los dos equipos malograron alguna oportunidad, pero no fueron fruto de balones claros, sino de rebotes afortunados o de errores cometidos por piernas cansadas.
Pero de un clásico de pueblo nadie se va antes de tiempo. Certero otra vez don Jesús, le advirtió a su paciente mujer; faltando unos quince minutos, que «todavía podía pasar cualquier cosa». En ese segundo tiempo, Juan Antonio se calzó la gorra, porque el sol estaba bajo y pegaba de frente. Sus pocas intervenciones las había resuelto con sobriedad, salvo aquella pelota que llegó combada y despejó por encima del travesaño tirándose para atrás. Una parada más espectacular que difícil. Desde atrás dio órdenes, animó a sus compañeros y en ningún momento perdió concentración. Hasta el momento de la jugada que nunca más olvidarían quienes estaban ahí, el partido no se había dado para que él se luciera.
Faltaban cuatro minutos para el final cuando el Gringo Santoni, siempre tan apresurado, despejó a córner sin necesidad. Había llegado ese momento en el cual los menos interesados miraban el reloj con ganas de que aquello terminara de una vez, los borrachos hablaban solos y los fanáticos estaban trepados a las vallas totalmente desencajados. El córner venía fuerte y el Gato Felpa, todo hay que decirlo, dudó en la salida y se quedó a mitad de camino. El Oso Antuña, defensor central del Argentino, no necesitó saltar para cabecear seco al ángulo cruzado. El Enano Zárate, que con esa altura no podía marcar a nadie por arriba y que en los córneres era el encargado de cuidar el primer palo, supo instintivamente que con la cabeza jamás podía llegar a esa pelota, y la despejó de un manotazo. ¡Penalty!
Aquello calentó a los indiferentes, congeló a los fanáticos y hasta calló a los borrachos. El lado celeste de la cancha se puso de fiesta y la gente del Sportivo esperaba, inmóvil y muda, a que los dioses del fútbol les dieran una mano. Todo lo que estaba pasando se parecía mucho a la fantasía de Juan Antonio Felpa.
El sol, del otro lado de la cancha, se había caído detrás de los cipreses, y Felpa, parado en el centro de la línea de meta, se quitó la gorra muy resuelto y la tiró adentro de la portería. Sintió un frescor agradable en la cabeza sudada y quizá por eso experimentó la fe de los héroes.
A once metros de distancia el Befo Nieva ya estaba frente a la pelota. Se cruzaron una mirada huidiza; medio cómplice y medio asesina. Juan Antonio Felpa flexionó levemente las rodillas y con los ojos fijos en el lanzador escuchó la orden del árbitro. Ya tenía la decisión tomada. Cuando el Beto golpeó la pelota, Felpa ya volaba en la dirección del sueño. Al lado del palo derecho, se abrazó a la pelota en el aire, y antes de caer al suelo sintió, como un relámpago, la alegría más grande de su vida.
Ahora era la mitad rojo-verde del campo la que se había puesto de fiesta al grito de «Felpa», «Felpa», «Felpa». Yo no sé lo que le pasó en ese momento, porque en veinticinco años nadie logró hablar con él del tema sin que se enfadara, pero para mí que esos gritos lo confundieron y eso lo llevó a tomar el camino más absurdo de su vida. Lo cierto es que se levantó del suelo endiosado, y queriendo prolongar ese momento mágico, cometió el error de ir a buscar la gorra dentro de la portería con la pelota debajo del brazo. El árbitro dudó antes de dar el gol, y el campo entero tardó en echarse las manos a la cabeza entre eufóricas risas celestes y sorprendidos lamentos verdirojos. El extraño coro de murmullos que quedó flotando en el ambiente desconcertó a don Jesús Eladio Felpa, que había sufrido con el penalty («hay que reconocer que fue justo, vieja») y se había alegrado con el paradón. Intuyó que algo malo había pasado, y con una mínima esperanza de haberse equivocado, miró a su santa mujer y le comentó entre triste y preocupado: Vieja, creo que tu hijo la cagó.


24 dic 2015

TRAS LAS ELECCIONES


¡Lo que nos espera...! El resultado de las elecciones del 20D nos ha dejado un incierto panorama político. Resulta inútil hacer pronósticos sobre cómo se podrá formar gobierno o sobre si habrá que convocar nuevas elecciones; realmente, la cosa está más que difícil.

Como si tuviésemos poco con la incertidumbre que dejaron las elecciones catalanas del pasado 27 de septiembre (a fecha de hoy no sabemos qué va a pasar), ahora, tras las Generales, en España entramos en un periodo de 2 o 3 meses en el que los políticos nos van a marear con sus propuestas, rechazos, contrapropuestas, acusaciones, ocurrencias y todo tipo de planteamientos de solución —o sea, de pactos—  de lo que los únicos que van a salir beneficiados son los medios de comunicación y sus asiduos "politólogos", que, por el lío que se ha formado, van a tener mucho, muchísimo, de qué hablar en sus tertulias especulativas; es decir, van a poder competir con los políticos en ocurrencias.


Listo: Hablando de ocurrencias, Julio, ¿qué crees tú que va a pasar?
Julio: Ni puta idea, Listo, pero ya que quieres oír ocurrencias, te diré las mías al respecto.
L: Ya sabía que ibas a entrar al trapo. A ver, ¿van a formar gobierno o habrá nuevas elecciones?

J: Para responder a esta pregunta hay que tratar de ponerse en la piel de los principales candidatos de las dos fuerzas que han obtenido mayor número de votos, es decir, de Rajoy y de Sánchez, para intentar saber cómo ven ellos la posibilidad de enfrentarse, de nuevo, al proceso electoral y, más concretamente, a ¡una nueva campaña electoral!
L: Querrás decir para saber cómo prevén ellos el resultado de esas nuevas elecciones, ¿no?
J: No, he dicho bien; en lo que piensen sobre tener que enfrentarse a una nueva campaña está la clave. Porque supongo que a estos dos, sobre todo a Rajoy, el mero hecho de pensar que tienen que pasar de nuevo por las dos semanas de la nueva campaña les tiene que acojonar. Y lo entiendo; porque me parece que la campaña electoral para los principales candidatos es un martirio. Sí, sí, un martirio y de los más duros. Más en estos tiempos en los que los medios de comunicación los persiguen incansablemente, los obligan a entrevistas y debates, les critican cualquier cosa que dicen, etcétera. Y no digamos nada de los intensos viajes, mítines, baños de multitud y todas esas cosas a que se ven obligados. Y, para rematar, los riesgos que corren (¡que se lo digan a Rajoy!). Reitero, un martirio. Así que creo que, especialmente en el caso de don Mariano, por nada del mundo querrá que se celebren nuevas elecciones. Y esto es algo a tener muy en cuenta a la hora de pronosticar.
L: ¿Y Sánchez?, ¿tampoco querrá nuevas elecciones?
J: Tampoco creo que le haga mucha gracia, aunque en su caso puede que pese más el temor al resultado que la tarea de la campaña. Si bien, pienso que, aunque no lo pueda decir, tema también que, si en la anterior le "dieron" a Rajoy, pueda haber algún otro energúmeno salvaje que quiera vengar al gallego atentando de cerca contra él. Si yo fuera Sánchez, no desdeñaría tal posibilidad. Así que, para el pronóstico, a mi modo de ver, Sánchez también intentará por todos los medios que no haya nuevas elecciones.
L: ¿Y Rivera e Iglesias?
J: Estos son más jóvenes y vigorosos; puede que no les espante tanto enfrentarse a unas nuevas elecciones y a la consiguiente campaña. Se dice que Podemos podría mejorar el resultado; sobre Ciudadanos las previsiones no son claras. Pero como la decisión sobre las nuevas elecciones la tienen los dos principales partidos, PP y PSOE, lo de los otros dos no me parece determinante para la cuestión de si habrá o no que ir de nuevo a las urnas.
L: Entonces, si, según dices, la decisión la tienen Rajoy y Sánchez, ¿crees que se pondrán de acuerdo para coaligarse?

J: Pues es muy difícil. Rajoy lo quiere, pero Sánchez ya ha dicho que ni de coña. Algunos creen que este se va a desdecir; parece que le están presionando mucho, incluso desde su propio partido, pero creo que resistirá las presiones. Además, supongo que sabe que si apoya a Rajoy (aunque sea con la abstención) quedará fatal, después de haberle llamado nada menos que "indecente" ante casi 10 millones de españoles. No puede; antes dimitiría, que no deja de ser una opción, aunque creo que optará por otras soluciones.

L: ¿Otras soluciones? ¿Aliarse con Podemos y con el resto de la izquierda, incluida la independentista?

J: No creo que le dejen en el partido. Lo de Cataluña pesa mucho, y Podemos parece que está firme con lo del referéndum. No, aunque a mí me gustaría, como mal menor, no creo que sea posible que Sánchez forme gobierno.

L: Joder, pues tú dirás qué otras soluciones hay.

J: Una coalición PP, PSOE y Ciudadanos, en la que Rivera sea el presidente, Soraya, vicepresidenta y se repartan las carteras en proporción a los resultados. Y Rajoy y Sánchez a dedicarse a gestionar sus respectivos partidos hasta que les sustituyan en los congresos que se celebrarán. O sea, castigados sin recreo y de rodillas contra la pared, por haber sacado mal resultado electoral, aunque ellos dirán que es un sacrificio "por España".


L: ¿Y tú crees que Rajoy o el PP pueden aceptar eso, después de haber sido ellos los «ganadores» de las elecciones?
J: Pues lo aceptan o, de lo contrario, a nuevas elecciones. Y ya te he dicho que para Rajoy eso sería lo peor, con diferencia, de lo que le podría pasar. Haciendo las cosas como he dicho, él —y con él su partido, el PP— podría vender su renuncia como un acto de generosidad política y de patriotismo que, de cara al futuro, podría dar sus frutos al partido. Por otro lado, A Rajoy le veo un poco harto de la política; lo ha sido todo y lo que le esperaría de continuar en la primera línea seguro que no le resultaría agradable. Por otro lado, ya puede decir que ha ganado dos elecciones generales consecutivas, como Felipe, Aznar, y ZP, aunque en esta segunda, con la solución que he comentado, el PP sólo podría gobernar "parcialmente".
L: Para el PSOE, no parece una mala solución; para Sánchez, sí.
J: Sánchez ha obtenido un mal resultado, aunque, a mi entender, no lo ha sido tanto porque es la primera vez que el PSOE se ha encontrado con un competidor muy fuerte, como ha sido Podemos, invadiendo su espacio político (la izquierda). Pero parece que tiene contestación dentro del partido y le quieren mover la silla. Así que sus coleguis le pueden "invitar" a que retome su vida profesional privada, y den paso a otro nuevo líder (o lideresa) que compita con Soraya en las próximas elecciones (anticipadas, dentro de unos 2 años). Para el partido, es la única forma de poder entrar en un gobierno de coalición sin retractarse de lo que han dicho del PP y Rajoy. También lo podrán "vender" como un acto de responsabilidad patriótica.
L: Supongo que a Rivera le gustará la idea, ¿no?
J: Pues sí y no. Sí, porque ser presidente del gobierno es algo muy importante, sobre todo, para un hombre joven como él; no, porque, como de tonto no tiene un pelo, sabe que le putearían inmisericordemente, tanto los del PP como los del PSOE, y no digamos desde la oposición. Por eso, la legislatura no duraría mucho y se podría quemar de cara al futuro de su carrera política. Pero, como es un tipo valiente, creo que aceptaría el riesgo; por otro lado, si los otros dos partidos de la hipotética coalición se lo proponen como única solución para salvar la difícil situación postelectoral, no podría decir que no, mucho menos después de haber sido él el primero en proponer esta coalición (aunque no se haya postulado para presidirla).
L: Resumiendo, Julio: Según tú, Rivera, presidente; Soraya, vicepresidenta (que ya tiene experiencia); los ministros, del PP, del PSOE y puede que alguno de Ciudadanos, los primeros con las carteras más importantes... y asunto arreglado. No sé, no sé.
J: Yo tampoco, pero como había que decir algo... pues ya está.
L: Que pases buena noche, Julito, y tómate un güisquito a mi salud.
J: Cuenta con ello, listillo. ZORIONAK!!!

1 dic 2015

¡CLARO!


Generalmente, esta interjección se utiliza para significar que se está muy de acuerdo con lo que ha dicho otro, normalmente interlocutor del que la pronuncia. Por ejemplo, si alguien que me escucha dice ¡claro! cuando yo digo “el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos”, lo que debo entender es que está de acuerdo con la ecuación expresada por mí. Vale, pero a veces también se quiere dejar claro algo más, que es a lo que me voy a referir.

Al decir con rotundidad ¡claro! en la situación comentada, el que lo dice lo que puede querer manifestar es que ya conocía, de sobra, el teorema de Pitágoras sin necesidad de que yo lo expusiera. Y si acompaña la interjección con un gesto apropiado, lo que está transmitiendo a quienes le escuchen es que lo que he dicho es más que evidente. Más aún, si a la interjección le sigue, tras una ligera pausa, el vocativo, adornándose con un gesto que exprese conmiseración, por ejemplo “¡Claro!... Julio”, se me está diciendo que no sea capullo; que lo que he dicho, por evidente y conocido, resultaba innecesario.

Así que el ¡claro!, además de su inocente uso para adherirse a lo dicho por otra persona, tiene otras utilidades más, digamos, puñeteras:
  • Una, para jactarse del conocimiento sobre el objeto o asunto de que se habla.
  • La otra, para reprender o reconvenir cariñosamente al interlocutor por decir, por evidente, lo innecesario.

Pero lo malo de la utilización en su versión puñetera del ¡claro! es que, en muchas ocasiones, resulta engañosa, especialmente cuando, sobre todo en el primer caso —para jactarse de conocimiento—,el que lo utiliza lo que realmente quiere es que no se note su ignorancia sobre lo que su interlocutor ha dicho. O sea, que cuando debía haber dicho “no tengo (o tenía) ni puta idea”, que es algo muy saludable y noble, lo que dice es ¡claro!, queriendo dar a entender “yo también lo sé”. A mí esto me molesta bastante.

Y lo peor es que esta utilización del ¡claro! como recurso o triquiñuela para disimular la ignorancia es muy frecuente. Aunque hay quien es muy eficaz en el disimulo, es decir, en que no se note la equivalencia del ¡claro! con “no tenía ni puta idea sobre lo que has dicho”, en la mayoría de los casos se puede notar la suplantación. Si el que lo intenta desvía la mirada cuando pronuncia la interjección que nos ocupa, o sea, cuando lo dice sin mirar a los ojos del interlocutor al que se dirige, hay que interpretar que está disimulando su ignorancia; me atrevería a decir que en el 90 por ciento de los casos se acierta con esta interpretación.

Por el contrario, si el que dice el ¡claro! lo hace mirando fijamente a su interlocutor con un inequívoco y contundente gesto de afirmación hay que interpretar que no está disimulando; en todo caso, lo que está haciendo es un sincero uso puñetero de la interjección, en cualquiera de las dos modalidades a que antes me he referido.

Para terminar, debo confesar que todo lo dicho vale para cuando el dicente del ¡claro! es varón; las mujeres tienen registros y recursos retóricos que se escapan a mi comprensión, así que no sé si todo lo anterior se puede aplicar a las féminas. Lo único que puedo decir es que tengo la impresión de que el ¡claro! es utilizado muchísimo más por ellas que por nosotros.